¿En verdad nací de nuevo?

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English: Am I Truly Born Again?

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Traducción por Carlos Diaz


Contenido

Cuatro evidencias de que eres nuevo

Todos sabemos que no todo el que clama ser un cristiano renacido es un genuino seguidor de Cristo. Un estudio de 2017 por LifeWay Research descubrió que el 24% de los americanos profesan ser evangélicos. Un porcentaje más alto clama ser renacido. Pero cuando son presionados, solo el 15% de los americanos puede afirmar las creencias evangélicas más básicas.

Este no es un problema nuevo. Cualquiera que haya sido un Cristiano por mucho conoce a alguien que profesa Cristianidad pero no cree que los cristianos deberían creer, o cree la doctrina correcta pero muestra poco o nada de frutos. Siempre existe una brecha entre el número de personas que profesan ser renacidos y aquellos que poseen la realidad. Esta es la verdad de toda congregación. Esa es una razón por la que importa la predicación constante del evangelio. Mientras más se predique el evangelio, la brecha se vuelve más pequeña.

Así que, reconociendo que la brecha existe, ¿cómo podemos saber que alguien que profesa el nuevo nacimiento en verdad lo posee? Estos legítimos renacidos están habitados por el Espíritu Santo (Juan 3:5). ¿Qué significa tener el Espíritu Santo viviendo dentro de nosotros? Fundamentalmente, significa que el Espíritu Santo está comunicando una convicción acerca de la bella moral de Cristo a los ojos y oídos de nuestros corazones. Esta comunicación tiene cuatro distinciones importantes.

¿Han experimentado una convicción real?

Primero, el medio de comunión con Dios es una convicción creciente de fe. Recuerden, “La fe es . . . la convicción de cosas que no se ven” (Hebreos 11:1). La verdadera fe nos apodera a ver en aumento la verdad a través de los ojos de Dios, desde una perspectiva divina. “Saboreamos y vemos que el Señor es bueno” (Salmos 34:8). El nuevo nacimiento nos equipa a saborear en aumento la verdad espiritual. La forma principal que saboreamos es a través de la convicción.

Por ejemplo, recientemente leí la descripción de Pablo del pecado del hombre en Romanos 3:9-20. A medida que leía “su garganta es un sepulcro abierto; y con sus lenguas urden engaños”, Dios abrió mi corazón para ver que este a menudo era yo. Luego el pensamiento de que Dios me había amado, incluso en esta condición, me abrumó. El resultado fue una nueva convicción acerca de la profundidad del amor y misericordia de Dios. Mi alma emanó gratitud, y sentí un deseo intensificado de servir y vivir para Dios.

Esto es lo que ocurre cuando el Espíritu Santo nos habla. Vemos la verdad espiritual con ojos de Dios, y la convicción siempre es un producto secundario.

Muchos que leen estas palabras han experimentado encuentros similares con Dios. Puede llevarse a cabo mientras se leen las Escrituras, mientras se escucha un sermón, mientras está trotando, conduciendo, o mientras está pasando la aspiradora por la sala. Al grado de que suceda esta comunicación, todo cambia.

¿Ha sucedido algo en su corazón?

Segundo, la ubicación de esta interacción con Dios es el corazón, no simplemente la mente. En la obra de santificación, Dios nunca deja de lado la mente. El intelecto es crucial. Sin embargo, aunque la convicción que apunta hacia el nuevo nacimiento pasa a través de la mente, esto ocurre en el corazón. “Con el corazón uno cree y está justificado” (Romanos 10:10). “La fe es el candelero”, advirtió Charles Spurgeon, “que sostiene la llama por la cual la cámara del corazón está iluminada”.

Usamos la expresión “desde el corazón” para describir algo hecho con entusiasmo y alegría - algo hecho porque lo deseamos. Por contraste, decimos “mi corazón no estaba en ello” para describir la conducta hecha estrictamente desde un sentido del deber. Aunque algún deber siempre caracteriza la Cristianidad, fundamentalmente es una religión del corazón.

Antes de la conversión, nuestros corazones podrían ser un valor material, popularidad, entretenimiento, o éxito en la carrera. Después de la conversión, estamos cada vez más dentro de Dios mismo (no solo sus dones). Progresivamente, él se convierte en el deleite de nuestro corazón. John Bunyan describió la convicción del corazón del Espíritu Santo como Dios marcando nuestros corazones con una plancha caliente.

¿Es Cristo más y más hermoso?

Tercero, el asunto de esta comunicación es en última instancia la belleza moral y la bondad de Cristo. No estoy hablando de escatología o la mejor forma del gobierno eclesiástico. Estos asuntos importan, pero pueden tener convicciones acerca de ellos y no ser renacido. Sin embargo no pueden tener una convicción acerca de la belleza moral, la gloria superior y la fidelidad de Cristo, sin la presencia interna del Espíritu Santo.

Esa es la razón por la que Pablo describió el nuevo nacimiento como el fuerte brillande de “la luz del conocimiento de la gloria de Dios en el rostro de Jesucristo” en nuestros corazones (2 Corintios 4:6). Es una conviccion creciente en el corazón de que Dios es bueno, que él puede ser confiado, que puedo pasar mi vida en su servicio y no estaré decepcionado. Esta convicción acerca de la bondad de Dios me libera de tomar los riesgos que siempre acompañan la obediencia. Es un pago anticipado sobre nuestra herencia eterna (Efesios 1:13-14).

Mientras más contemplen la luz de Cristo, esta se vuelve más brillante. Por ejemplo, en conversión mi conocimiento de la gloria de Dios era básico. Confiaba en que Dios perdonó mi pecado y me amaba. Sin embargo, con el pasar de los años, Dios ha encendido esa luz progresivamente. Ahora incluye la excelencia de su justicia, la profundidad de su rectitud, y la mejestuosidad de su soberanía. Con cada comunicación, la capacidad de deleitarse en su bondad ha crecido, y la obediencia gozosa ha seguido progresivamente.

¿La Creencia en Cristo los ha cambiado?

Cuarto, esta comunicación tiene un efecto constante: nos motiva a ser como Cristo en santidad y rectitud. El nuevo nacimiento y el fruto espiritual no pueden ser separados.

Nuestros corazones no pueden sentir una convicción creciente acerca de “la gloria de Dios en el rostro de Jesucristo” y no anhelar imitar lo que vemos. Eso es lo que Pablo quería decir cuando también escribió, “Todos llevamos los reflejos de la gloria del Señor sobre nuestro rostro descubierto, cada día con mayor resplandor, y nos vamos transformando en imagen suya. Pues él es el Señor del Espíritu” (2 Corintios 3:18). Siempre imitaremos el objeto de nuestra veneración. Esa es la razón por la que Juan inexorablemente conecta el nuevo nacimiento con una forma cambiada de vida. “Pues el amor a nuestros hermanos es para nosotros el signo de que hemos pasado de la muerte a la vida” (1 Juan 3:14).

¿En verdad cambié?

Trágicamente, algunos legítimamente renacidos leerán esto y durarán de su salvación. Esa no es mi intención. Es posible para nosotros experimentar la seguridad que hemos renacido. ¿Aman a Cristo y confían en él más hoy que hace diez años? Sí, sé que tienen dudas. Todos los cristianos las tenemos en un momento u otro. Pero, ¿sus visiones de Cristo cambiaron? ¿Desean imitarlo cada vez más? ¿Se ha vuelto él el tesoro en el campo por el cual venderían todo (Mateo 13:44)?

Segundo, ¿están cambiando? No estoy preguntando si son perfectos, sino que ¿están cambiando? “Si saben que él es el justo, reconozcan que todo el que practica la justicia ha nacido de Dios” (1 Juan 2:29). ¿Manejan su dinero, su tiempo, y sus dones de forma diferente? ¿Su discurso se está volviendo más divino? Tienen más voluntad de perdonar, de amar a un enemigo, de salir de su zona de comodidad? ¿Están cambiando sobre cómo se relacionan con su pareja? ¿Con su compañero de cuarto? ¿Con sus padres? “El que ha nacido de Dios no peca, porque permanece en él la semilla de Dios; y nisiquiera puede pecar, porque ha nacido de Dios” (1 Juan 3:9).

Tercero, habrá una afirmación contradictoria espiritual. Las personas nacidas de Dios se sienten cada vez más (y alegremente) indignas. Sienten su pecado de forma más aguda, y por tanto son más dependientes hacia Cristo y su gracia. Eso es porque su conocimiento de las perfecciones de Cristo crece mucho más rápido que su capacidad para cambiar. Incluso cuando son perdonados y crecen en Cristo, el contraste los hace sentirse cada vez más indignos.

Renacido para el bien funciona

A partir de los datos reunidos de sus diversas encuestas, George Barna concluye que cuando “evalúa quince conductas morales, [aquellos que profesan ser] los cristianos renacidos son estadísticamente indistinguibles de los adultos no renacidos”.

Esto no será verdad de aquellos que poseen la realidad del nuevo nacimiento. Justo lo contrario: disfrutarán cada vez más la comunión con Dios. Y un creyente disfrutando esta comunión comenzará a cambiar. “Todo el que ha nacido de Dios vence al mundo” (1 Juan 5:4). Eso es porque Dios salva con determinación. “Lo que somos es obra de Dios, hemos sido creado en Cristo Jesús con miras a las buenas obras que Dios dispuso de antemano para que nos ocupáramos de ellas” (Efesios 2:10).

Cuando el Espíritu Santo mora en nosotros, él comunica una convicción creciente acerca de la bondad moral de Cristo ante los ojos y oídos de nuestro corazón, y eso lentamente cambia todo. “El cento de la conversión”, escribe John hannah en To God Be the Glory (La Gloria sea para Dios), “es el don de Dios de un nuevo principio implantado en el corazón de la humanidad. Ese principio es la vida misma de Dios; es el amor de Dios. Esto es el terreno de la verdadera virtud y moralidad y es el medio exclusivo para glorificar a Dios”.


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