¿La gracia todavía te asombra?

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English: Does Grace Still Amaze You?

© Desiring God

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Por Randy Alcorn sobre Santificación y Crecimiento

Traducción por Carlos Diaz


Hace años, hablé en un gran evento donde el vocalista cantó una de mis canciones favoritas, “Amazing Grace”. Pero estaba desconcertado cuando escuché la primera línea: “Sorprendente gracia, qué dulce sonido, que salvó a un alma como la mía”. La palabra alma fue sustituida por la palabra miserable. ¿Por qué? Porque la palabra miserable es considerada por unos humillante para los seres humanos.

No puedo evitar pensar sino en John Newton, el escritor de la canción. Era un comerciante esclavo inmoral y blasfemador: un hombre que sabía que él era un miserable y que había llorado en lo profundo de sus pecados. Solo porque entendía ese hecho tan profundamente, entonces pudo entender por qué la gracia de Dios para él fue tan terminantemente sorprendente. Y, por ende, la canción inmortal que él nos heredó a todos nosotros.

La Gracia no minimiza o ignora la penosa realidad de nuestro pecado. La Gracia enfatiza las profundidades del pecado en virtud del impensado precio pagado para redimirnos de él. Pablo dijo si los hombres fuesen lo suficientemente buenos, “entonces Cristo murió en vano” (Gálatas 2:21). Si no nos enfrentamos a golpes con la dura realidad de nuestro propio pecado, la gracia de Dios no nos parecerá sorprendente.

Contenido

Su Llamado a los pecadores

La palabra de Dios nos dice que Cristo murió por personas extremadamente desmerecidas (Romanos 5:7-8). El hecho que murió por nosotros nunca es dado en las Escrituras como una prueba de nuestro valor como personas maravillosas. En vez de eso, es una demostración de su incalculable e inmerecido amor. Tan incalculable que moriría por personas podridas, miserables como tú y yo, para liberarnos de nuestro pecado.

Porque la gracia es tan incomprensible para nosotros, nosotros instintivamente pasamos escondidos en condiciones de modo que no parezcamos malos y la oferta de Dios no parezca tan contraintuitiva. Para el momento que estemos listos de calificar el evangelio, ya no vamos a ser más indignos ni impotentes. Ya no somos miserables. Y la gracia ya no es gracia.

Lo peor que podemos enseñarles a las personas es que son buenas sin Jesús. La verdad es que, Dios no ofrece gracia a las buenas personas, así como los doctores que ofrecen cirugía salvavidas a personas saludables. Jesús dijo, “Aquellos que estén bien no tienen necesidad de un doctor, sino aquellos que estén enfermos. No he venido a llamar a los justos sino a los pecadores para que se arrepientan” (Lucas 5:31-32).

Nuestro Señor también dijo, “Al sediento le daré del rocío del agua de la vida sin pago” (Apocalipsis 21:6). Sin costo para nosotros, pero a un costo inimaginable para él mismo: un costo que será visible por la eternidad a medida que contemplanos sus manos y pies con cicatrices de clavos (Juan 20:24-29). Bonhoeffer tenía razón: la gracia es libre, pero no es barata.

Gracia que cambia vidas

Tú y yo no estábamos solo enfemos en nuestros pecados; estábamos muertos en nuestros pecados (Efesios 2:1). Eso significa que no solo soy indigno de la salvación; soy extremadamente incapaz de ganarlo. Los cadáveres no pueden salir de las tumbas. Qué alivio darme cuenta que mi salvación es completamente el resultado de la gracia de Dios. No puede ganarse por buenas obras.

La verdadera gracia reconoce y trata con el pecado en la forma más radical y dolorosa: La redención de Cristo. Sólo hay un requisito para disfrutar de la gracia de Dios: no servir y reconocerlo. Esa es la razón por la que Jesús dijo, “Felices aquellos que saben que son pobres de espíritu; ¡el Reino de los cielos les pertenece a ellos! (Mateo 5:3, GNT)

Nuestra justificación por la fe en Cristo satisface las demandas de la santidad de Dios intercambiando nuestros pecados por la rectitud de Dios (Romanos 3:21-26). Cuando Jesús nos salv, nos volvemos nuevas criaturas en él (2 Corintios 5:17). Ahora podemos echar mano del poder de Dios para vencer al mal. Comenzamos viendo el pecado por lo que realmente es: esclavitud, no libertad.

El viejo sumario es correcto: Los hijos de Dios han sido salvados de la pena del pecado; estamos siendo salvados del poder del pecado, y seremos salvados de la presencia del pecado. Justificación, santificación, y glorificación todas conectadas sólidamente en exactamente el mismo lugar: La gracia de Dios.

La gracia de Dios caza al pecado

La gracia de Jesús no es una añadidura o maquillaje que mejora nuestras vidas. Causa una transformación radical: de ser esclavos del pecado a ser liberados por la rectitud. Pablo escribe del poder transformador de vidas y triunfador ante el pecado de la gracia: “Porque la gracia del Dios Salvador acaba de manifestarse a todos los hombres; nos enseña a rechazar la vida sin Dios y las codicias mundanas, y a vivir en el mundo presente como seres responsables, justos y que sirven a Dios” (Tito 2:11-12).

Ni siquiera pienses en decirte a tí mismo que puedes a medida que avanzas y pecas ya que Dios te perdonará. Esto desvaloriza la gracia. La gracia que trivializa el pecado no es verdadera gracia. Pablo lo aclara: “ ¿Qué diremos entonces? ¿Debemos seguir pecando para que abunde la gracia? ¡Ni pensarlo! ¿Cómo es posible que los que hemos muerto al pecado sigamos viviendo en él?” (Romanos 6:1-2).

John Piper dice, “La gracia no es simplemente compasión cuando hemos pecado. La gracia es el don permisible de Dios para no pecar. La gracia es poder, no solo perdón”. Así que mientras Dios perdona cuando nos confesamos con sinceridad (1 Juan 1:9), probamos esa sinceridad tomando los pasos necesarios para evitar la tentación. Como Jesús dijo, “Puedes identificarlos por sus frutos, es decir, por como actúan” (Mateo 7:16, NLT).

Ningún pecado es pequeño que el Cristo crucificado. El pecado importa, y aún así la gracia tiene poder sobre el pecado, ofreciendo no sólo perdón sino un carácter transformado (Gálatas 5:22-23). Cada pecado palidece en comparación con la gracia de Dios para nosotros en Cristo (Romanos 5-20-21).

Proclamando la Ofrenda de Gracia de Dios

Hay un sentido en el cual la gracia de Dios es incondicional: no la merecemos. Aún en su bondad nos la ofrece. Pero en otro sentido es condicional, en que para recibirla debemos arrepentirnos, pedir perdón, y colocar nuestra fe en él. Esta es una paradoja: una contradicción aparente (pero no real). Si vemos a Dios como el que hace la obra de condenarnos y conducirnos al arrepentimiento, esto ayuda. No merecíamos la salvación.

Pero incluso si no entendemos esta paradoja de gracia condicional e incondicional, creo que Dios nos pide creerla y vivir en ella. Sinclair Ferguson dice, “La vida espiritual se vive entre dos polaridades: nuestro pecado y la gracia de Dios. El descubrimiento de lo anterior nos lleva a buscar lo posterior; la obra de lo posterior ilumina las profundidades de lo anterior y nos hace que busquemos aún más gracia”.

Cuando estamos agudamente al tanto de nuestros propios pecados, proclamaremos y ejemplificaremos las “buenas nuevas de felicidad de Dios” (Isaías 52:7). No haremos eso con un espíritu de superioridad, sino con la emoción contagiosa de un pecador salvado por la gracia: una persona rescatada del hambre compartiendo abundante comida y bebida con los demás. Encararemos cada día y a cada persona que veamos con humildad, sabiendo que aún necesitamos demasiado de la gracia de Dios: cada pedacito tanto para aquellos a quienes la estamos ofreciendo.


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