¿Qué Detiene Nuestra Lucha?

De Libros y Sermones Bíblicos

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English: What Stops Our Fighting?

© Desiring God

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Traducción por Carlos Diaz


¿Qué causa las peleas y riñas en nuestras vidas? Pudieras buscar tu Biblia lo antes posible en las líneas iniciales de Santiago 4 por una respuesta:

¿De dónde proceden esas guerras y esas riñas entre ustedes? De aquí abajo, por supuesto; son el fruto de las ambiciones, que hacen la guerra dentro de ustedes mismos. Ustedes quisieran tener y no tienen, entonces matan. Tienen envidia y no consiguen, entonces no hay más que discusiones y peleas. Pero si ustedes no tienen es porque no piden. O si piden algo, no lo consiguen porque piden mal; y no lo consiguen porque lo derrocharían para divertirse. (Santiago 4:1–3)

Allí está.

¿Qué causa las peleas y riñas?

Deseamos. Somos deseadores. Estamos conducidos por nuestros deseos. Y los deseadores, conducidos por deseos no chequeados, se hallan a sí mismos en demasiadas luchas - algunas son luchas sangrientas, pero la mayoría son luchas invisibles, luchas no físicas, la clase de antipatía interna hacia otros, una tetera de ácido hirviendo que se sumerje bajo la superficie y sólo raramente hace burbujas y sale a chorros en un desdén verbal.

Bajo la superficie es donde cuidamos esta gacha capciosa de anhelos mundanos por lo que los otros poseen: una determinada casa, o coche, o salario, o físico, o cónyugue, o antecedente, o don espiritual, o un don, o una habilidad. “Si tan sólo . . .” pensamos.

Sentimos deseos, codiciamos y nos volvemos luchadores. Peleamos porque somos deseadores, y deseamos las cosas equivocadas.

Ahora, si nos detenemos aquí, podemos hacer que valga nuestra inversión: un jalón psicológico profundo de la cortina en el corazón humano. Pero si nos detenemos aquí, aún no hemos respondido la pregunta más importante.

¿Qué detiene las peleas y riñas?

En primer lugar, parece que la solución debe ser detener nuestros anhelos. Pensamos que si nuestros corazones están libres de deseos, nuestras vidas estarán libres de conflictos. Esto puede ser verdad teóricamente, pero nunca sudecerá. El mismo Dios “codicia celosamente” (Santiago 4:5). Y dado que somos creados a imagen de Dios, codiciamos, también. No podemos evitar codiciar. No hay un apagador para nuestros antojos. No podemos bajar la intensidad a nuestros deseos. De nuevo, fundamentales hacia nuestra naturaleza, somos deseadores. Tanto el alma más pacífica como el alma más beligerante en el planeta son conducidas por el deseo.

Así que debemos presionar más profundo. El mismo Santiago nos presiona más profundo a medida que se mantiene escribiendo:

“Dios resiste a los orgullosos, pero hace favores a los humildes.” Sométanse, pues, a Dios. Resistan al diablo y huirá de ustedes. Acérquense a Dios y él se acercará a ustedes. Purifíquense las manos, pecadores; santifiquen sus corazones, indecisos. Reconozcan su miseria, laméntenla y lloren. Lo que les conviene es llanto y no risa, tristeza y no alegría. Humíllense ante el Señor y él los ensalzará. (Santiago 4:6–10)

Allí está, ¿lo ven?

Nuestras luchas son despreciadas por nuestros deseos codiciosos de estar satisfechos en el mundo. Pero lo que detiene nuestras peleas es nuestra proximidad con Dios. Lo que detiene nuestras peleas es nuestro anhelo por quién es Él. Lo que detiene nuestras peleas es hallar que nuestras almas sean satisfechas por lo que creemos es nuestro bien final.

La solución a nuestros conflictos no es un entumecimiento emocional. La solución es despertarse ante los nuevos deseos. La resolución para nuestra furia es tener almas que estén rotas por el pecado, lavadas en humildad, y ahora no sólo atrajeron a Dios, sino que las redimieron e hicieron almas adorables, almas humildes que a su vez atrajeron el afecto de Dios.

Toda esta atracción mútua sin mérito es gracia para nosotros. No la ganamos — la disfrutamos. A medida que nos acercamos a Dios, nuestro bien más grandioso, hallamos en Él la satisfacción de que nuestra codicia y nuestros deseos nunca pudieran llegar. Nos quitamos nuestros deseos vacíos y la comparación que corrompen nuestros corazones, y en vez de eso vemos la gloria de la sed por deseos divinos para la gracia satisfactoria de Dios.

Y Él se acerca muho más.



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