¿Qué dice el infierno sobre Dios?

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English: What Does Hell Say About God?

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Por Greg Morse sobre Cielo & Infierno

Traducción por Andrea Ledesma


La verdad que muchos no soportan oír

De niños, amamos las historias. Nos recostamos en la cama o nos acurrucamos en el regazo de nuestros padres, mientras la voz de mamá o papá nos transporta a mundos ficticios. Exploramos Dónde viven los monstruos. Nos sumamos a la pregunta de ¿Eres tú mi mamá? Nos quitamos el sombrero ante Babar; aprendemos lecciones de vida con La telaraña de Charlotte. Y extendemos los brazos hacia El árbol generoso. También nos preguntamos a qué saben losHuevos verdes con jamón.

Luego crecemos. Aunque esperamos que no tanto como para traspasar armarios hacia Narnia, o cavar hoyos de cinco por cinco en El misterio de los excavadores con Stanley Yelnats, o como para vivir en dichos hoyos con El Hobbit. Podríamos imaginar ver los colores por primera vez con El dador de recuerdos o elevarnos en una Nimbus 2000 con el chico que tiene una cicatriz en forma de rayo. Los seres humanos somos criaturas de historias.

Y como tales, nacemos con una habilidad única: la de detectar partes que no encajan en las narrativas, como cuando se pulsa la tecla equivocada en el piano. Muchos pequeños le dicen a su papá: «¡No debe ser así!». Pero, por desgracia, muchos oyen la historia de Dios y hacen el mismo reclamo cuando leen aquel capítulo que abarca la eternidad.

La verdad que algunos corazones no soportan

Mientras que muchos luchan contra la existencia del infierno (o mientras nosotros mismos lo hacemos), ese sentido innato reaparece. Muchos leen lo siguiente: «Y estos irán al castigo eterno», para ser atormentados con fuego y azufre, día y noche, sin suspensión ni descanso, para siempre (Mateo 25:46; Apocalipsis 14:9–11). Y, reflexivamente, comentan: «No debe ser así». Sacuden sus cabezas y se preguntan, ¿Cómo puede ser esta una buena historia? Intentan rescatarnos de la ortodoxia junto con Rob Bell, quien escribe lo siguiente:

Contar una historia sobre un Dios que inflige castigos implacables a las personas porque no hicieron ni dijeron lo correcto, o porque no creyeron en ello, durante un breve margen de tiempo llamado vida, no es una muy buena historia. (Love Wins, 110)

Para Bell y los demás, la falta del «felices para siempre» para todos (o al menos para la mayoría) es un disparate. Para ellos, incluso la aniquilación pareciera ser un mejor final. Un Dios que castigue a los seres humanos durante una eternidad es devastador, hiriente, insoportable, traumatizante, aterrador, cruel, malo, insostenible, inaceptable, horrible, desagradable. En palabras de Bell, este Dios es un ser que ni la música ni el café pueden apaciguar.

Entonces, el desafío no se trata solo de probar la existencia del infierno desde nuestra exégesis, sino de responder por qué la historia de Dios es mejor de la que habríamos creado nosotros. Porque lo es. Debemos intentar razonar con el corazón, ya que Jesús nos enseñó una verdad extraordinaria cuando sostuvo que la mente malinterpretará lo que el corazón detesta: «¿Por qué no entendéis lo que digo? Porque no podéis oír mi palabra» (Juan 8:43, LBLA). Y eso sucede con muchas personas hoy en día cuando consideran el infierno.

Cuatro verdades sobre el infierno

No debemos tomar este tema a la ligera. Estamos hablando de un infierno real para personas reales durante una eternidad real; un lugar en el que hubiera sido mejor no haber nacido que haber entrado. Un sitio de fuego. Castigo. Destierro. Oscuridad en el exterior. Maldición. Destrucción. Angustia. Segunda muerte. Un lugar donde los gusanos tienen un festín, donde los hombres fuertes lloran, y donde rechinan los dientes. Esas ocho letras describen un castigo sin fin para quienes hemos conocido durante un corto período.

La manera en la que Pablo consideró la perdición de sus parientes, y la manera en la que Jesús lamentó la incredulidad de Israel nos enseñan que no debemos dejar de lado nuestro amor por los perdidos mientras debatimos si la perdición eterna es un castigo apropiado por sus pecados. Consideremos estas cuatro verdades.

1. Quién estará en el infierno

Lo primero que hay que tener en cuenta es qué tipo de criatura estará por siempre bajo la ira de Dios. Es posible que la pequeña anciana que se mostró a sí misma como una vecina altruista, tierna, paciente, indulgente y amable tenga un singular funeral. Pero la persona elogiada no es la que ella era realmente, ni la que será en la próxima eternidad. Dios la ha ocultado de nosotros. Al morir, Dios recuperará toda la virtud que prestó y el torrente del perverso corazón de esta señora se desatará por completo. Será entregada en su totalidad a su pecado (Romanos 1:24, 26, 28).

El odio de Dios, la impaciencia, los pensamientos lujuriosos, la codicia, la difamación, la crueldad saldrán en estampida. El diablo que se mostró como una semilla en la tierra crecerá para convertirse en bosques. La luz de la gracia común desaparecerá de ella, y será entregada a las tinieblas que tanto amó (Juan 3:19). Su total depravación, que ahora está expuesta, hará que los santos que más se preocuparon por ella se estremezcan. El pecado, entronizado completamente, deshumaniza.

Podemos ver la maduración de la impiedad en nuestra propia vida. Mientras duerme en su cuna, el pequeño Adolf se convierte en Hitler. Jezabel deja de lado sus muñecas para asesinar profetas. Pero ellos no se comparan con el cambio que se verá cuando los corazones se endurezcan completamente, y se enfrenten con el Maestro al que odian. Dios redujo los años de nuestra vida para evitar que ocurra tal maduración (Génesis 6:3). Mientras que los habitantes del cielo están en su estado más caído cuando caminan sobre la tierra, los habitantes del infierno están en su punto más alto de humanidad.

Juan arroja luz sobre aquellos atormentados en el libro del Apocalipsis. Estas criaturas aún odiarán a Dios, insultarán el nombre de nuestro Señor, blasfemarán al Espíritu Santo que vive en nuestro interior, incluso cuando se encuentran bajo el dolor del juicio.

El cuarto ángel derramó su copa sobre el sol; y al sol le fue dado quemar a los hombres con fuego. Y los hombres fueron quemados con el intenso calor; y blasfemaron el nombre de Dios que tiene poder sobre estas plagas, y no se arrepintieron para darle gloria.
El quinto ángel derramó su copa sobre el trono de la bestia; y su reino se quedó en tinieblas, y se mordían la lengua de dolor. Y blasfemaron contra el Dios del cielo por causa de sus dolores y de sus llagas, y no se arrepintieron de sus obras. (Apocalipsis 16:8–11)

Mientras se muerden en angustia, todavía mueven sus lenguas mordisqueadas para maldecir a nuestro Dios. Con justa razón, C.S. Lewis los llamó «horrores inmortales». Mientras prefieren quemarse antes que salvarse, compartirán el destino de su padre: el diablo. ¿Qué tipo de hermandad compartirán los hijos de luz con estas criaturas, cuando ambos sean vistos como realmente serán?

2. Qué dice el infierno sobre Dios

Como Bell, algunos piensan que Dios no puede ser glorificado en el infierno. «La creencia de que incontables masas de gente sufrirán por siempre no da gloria a Dios. La restauración da gloria a Dios, no el tormento eterno. La reconciliación da gloria a Dios, no la angustia sin fin. La renovación y el regreso hacen que la grandeza de Dios brille a través del universo, no el castigo eterno» (Love Wins, 108).

Contempla la sabiduría del hombre. A esto, el apóstol Pablo responde lo siguiente:

¿Y qué, si Dios, aunque dispuesto a demostrar su ira y hacer notorio su poder, soportó con mucha paciencia a los vasos de ira preparados para destrucción? Lo hizo para dar a conocer las riquezas de su gloria sobre los vasos de misericordia, que de antemano Él preparó para gloria, es decir, nosotros, a quienes también llamó, no solo de entre los judíos, sino también de entre los gentiles. (Romanos 9:22–24).

El infierno, como el resto de la creación, cuenta la gloria de Dios. Aunque Bell sostenga que no es así, Dios indica que sí lo es. El Todopoderoso no se avergüenza por ello. La justa venganza de Dios contra aquellos que intercambiaron su gloria y lo negaron durante toda su vida no se hará en un callejón oscuro. Él demuestra su ira y hace notorio su poder. ¿Por qué? Para comunicarles la totalidad de su gloria a sus hijos.

Contrario a cómo podríamos escribir la historia de redención, el lago de fuego nos advierte con el recordatorio de que nuestro Dios es poderoso, justamente severo y absolutamente misericordioso hacia los suyos. Según el plan de Dios, el cielo no será tal sin el recordatorio de la justa condena de Dios, que va incluso más allá de la eterna exposición de las cicatrices de Cristo. Estaremos en calma, Estaremos asombrados. Estaremos agradecidos por la misericordia de Dios hacia nosotros.

Los no redimidos odian esto. Ya comienzan a rechinar los dientes. Tomando como punto de partida a los hombres como fin de todas las cosas, no permitirán a Dios el derecho de su divinidad: «Tendré misericordia del que yo tenga misericordia, y tendré compasión del que yo tenga compasión» (Romanos 9:15). Cuando se asombran, no de que Dios tenga misericordia con alguien, sino de que no mostrará a todos misericordia obtenida a precio de sangre, demuestran cuán presuntuosa puede ser la criatura, al decirle a Dios que Él debe salvar a todos los hombres.

3. Qué dice el infierno sobre Cristo

En todas las discusiones sobre el infierno, debemos recordar que el Hijo de Dios sabe más de él de lo que cualquier otra persona sabrá, incluyendo a todos aquellos que están inmersos en él para siempre. Miles de vidas después, sin estar más cerca del fin que cuando empezaron, no se acercarán ni un milímetro a decir las palabras que pronunció el Salvador en los evangelios: «¡Consumado es!» (Juan 19:30). Aún con todo el tormento por el que atraviesan, permanecen cerca de la superficie de ese lago en llamas en el que Cristo, por puro amor a su pueblo, se sumergió hasta el fondo.

Cuando Pablo, el apóstol que sentía una angustia incesante por sus hermanos, sus parientes (Romanos 9:1-3) y que trabajó para su salvación (Romanos 10:1–4), consideró la negativa de las criaturas hacia el amor del Señor, que asumió el infierno, dijo: «Si alguno no ama al Señor, que sea anatema. ¡Maranata! ¡Ven, Señor!» (1 Corintios 16:22). En otras palabras, dijo que, cuando consideraba la propuesta rechazada de Jesucristo, quien no se arrodilló a preguntar, sino que se agachó hacia la tumba, es propio que tal persona fuera condenada.

¿Acaso el rey de la gloria viajó desde el trono celestial hacia un establo de bestias, hacia la pila de basura de una cruz, sumergiéndose bajo el fuego de la ira de Dios, para ser rechazado por hormigas que prefieren su lujuria, sus apetitos y a sí mismas antes que a Él? ¿Cuál ha de ser el resultado cuando el mundo pasa de largo al rey de la gloria para llegar a vidas de pornografía y ESPN? El infierno. Dios llama a los ángeles y les dice: «Espantaos, oh cielos, por esto, y temblad, quedad en extremos desolados, declara el Señor. Porque dos males ha hecho mi pueblo: me han abandonado a mí (y ahora a mi hijo), fuente de aguas vivas, y han cavado para sí cisternas, cisternas agrietadas que no retienen el agua» (Jeremías 2:12–13). El Hades testifica que preferir algo antes que a Cristo (no el infierno en sí mismo) es eternamente aterrorizante.

4. Qué aprendemos de los cuentos de hadas

Quizás, deberíamos prestarles más atención a las historias de nuestros hijos. El patrón es familiar: el reino inmaculado cae, la tierra es maldecida, el mal saca ventaja. Esto prepara el escenario para que el héroe desafíe la maldición y, con un gran coste para él (autosacrificio), venza al dragón, dando paso al último estado, que supera al primero, con la luz brillando más para quienes han visto la oscuridad.

Sin embargo, recuerda cómo concluyen estas historias: la bruja, el monstruo, el rey del mal y sus secuaces quedan derrotados y desterrados del reino. ¿Alguna vez vieron a un niño llorar por ellos? Ningún niño que conozca se queja de la muerte de Scar, Lord Voldemort o el Rey Brujo de Angmar. Mientras la analogía se descompone, como inevitablemente todas lo hacen, aún debemos preguntarnos por qué. Porque sabemos que es correcto que los villanos sean castigados. Lo que no nos gusta, simplemente, es que nosotros (y también nuestros seres queridos) seamos, por naturaleza, los villanos de las narrativas.

Tanto los escritores del Antiguo como del Nuevo Testamento exaltan algo peculiar para nuestros oídos modernos: Dios, el hombre de guerra, dando muerte a sus enemigos. El hombre moderno, hecho más a imagen del humanismo laico que del Santo de Israel, se pregunta: ¿Cómo puede ser que canten sobre el ahogamiento del ejército del Faraón en el mar por manos de Dios? (Éxodo 15). Nuestros ancestros espirituales celebraban la santidad de Dios, su poder y su amor para salvar a la gente de sus enemigos, mientras que los egipcios lo consideraban desagradable.

Pero, ¿es acaso esto desalmado? ¿Insensible? ¿No podremos disfrutar del cielo mientras aquellos que conocimos están en el infierno? El Libro de Dios, junto con los cuentos de hadas y las historias épicas, nos enseña que la muerte de los malos define los romances y las comedias, no las tragedias. Algún día, el lago de fuego será llenado, el malvado señor de la guerra y todos sus subordinados serán vencidos, y celebraremos la victoria de nuestro Rey sobre quienes maldijeron el nombre de su Hijo y devoraron a su pueblo.

Cuando pensamos en la historia de la eternidad, debemos silenciar esa protesta carnal que pone a Dios en el banquillo para defenderse ante nuestras sensibilidades. Él es el alfarero, nosotros somos el barro. Él es completamente sabio, todos nosotros somos insensatos apartados de Él. Él es el juez del mundo; hará lo correcto con total seguridad. Y lo correcto incluye el infierno; incluye arrojar a Sauron y sus orcos a la completa oscuridad en el Monte del Destino. Al hacerlo, comunica la totalidad del alcance de su poder y su gloria hacia su pueblo, la completa gracia de su hijo, y la perfecta armonía de su propósito y su plan, en el cual los redimidos no identificarán ni una nota fuera de contexto.


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