‘Adorar lo que otros tienen’

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English: ‘Love What Others Have’

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Por Jon Bloom sobre Santificación y Crecimiento

Traducción por Carlos Diaz


Un día, cuando Jesús estaba enseñando, un hombre de la multitud gritó, “Maestro, dígale a mi hermano que comparta conmigo la herencia” (Lucas 12:13). Ahora bien, si nosotros hubiéramos estado en esa multitud, después de acobardarnos por una cuestión tan incómoda planteada en público, ¿qué es lo que más probablemente habría motivado la petición de este hombre? Probablemente una injusticia familiar.

Pero, ¿qué escuchó Jesús? Codicia. Y es posible que nos hayamos encogido por la respuesta de Jesús más que por la petición del hombre. Sorprendentemente, Jesús utilizó la petición de justicia del hombre no para reprender a los opresores injustos, sino para advertir, no sólo al hombre, sino a todos sus oyentes (presentes y futuros), del mayor peligro que la riqueza terrenal supone para toda alma que la ansía: "Tengan cuidado y guárdense de toda codicia, la vida de un hombre no está asegurada por sus riquezas" (Lucas 12,15).

Esto no se debió a que Jesús no se preocupara por la injusticia. Fue porque Jesús sabía lo engañosa, y espiritualmente peligrosa, que era la riqueza terrenal para el demandante que clamaba aquel día - y para todos nosotros. Por lo tanto, lanzó una fuerte advertencia para estar en guardia contra toda codicia. Luego la ilustró con una poderosa parábola, y nos mostró el camino para escapar de su tentación.

Contenido

¿Qué es la Codicia?

El último de los Diez Mandamientos deja claro qué es la codicia:

No codiciarás la casa de tu prójimo; no codiciarás la mujer de tu prójimo, ni su siervo, ni su sierva, ni su buey, ni su asno, ni nada que sea de tu prójimo. (Éxodo 20:17).

Codiciar es desear con ahínco, incluso con obsesión, lo que tiene el prójimo. Es un pecado primo de la envidia, aunque no es lo mismo, como explica con gran ayuda Joe Rigney,

La codicia es un deseo desmesurado de lo que no es tuyo. O, como intento explicar a mis hijos pequeños, la codicia es querer algo tanto que te hace ser quisquilloso. La codicia quiere lo que el otro tiene; la envidia se enoja porque el otro lo tiene. La codicia se orienta hacia las posesiones del prójimo; la envidia hacia el propio hombre. (Killjoys, 22–23)

La envidia motivó a Caín a asesinar a su prójimo, su propio hermano (Génesis 4); la codicia motivó a Acán a tomar para sí un tesoro prohibido, provocando la muerte de numerosos vecinos (Josué 7). La envidia motivó a Saúl a seguir tratando de asesinar a su vecino, David (1 Samuel 19); la codicia motivó a David a robar la esposa de su vecino, y luego a asesinarlo como encubrimiento (2 Samuel 11).

Tanto la envidia como la codicia son pecados destructivos, incluso letales, contra nuestro prójimo, pero por razones diferentes. Mientras que la envidia es una forma malvada, perversa y retorcida de valorizar al prójimo (quisiéramos ser él), la codicia es una forma malvada, perversa y retorcida de desvalorizar al prójimo (nos importan más sus cosas que él).

Idolatría con doble filo

El único mal de la codicia es que valoramos más lo que tiene nuestro vecino que lo que es nuestro vecino. Deseamos los bienes de nuestro prójimo para nosotros mismos en lugar de amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos. Lo que hace que la codicia sea una forma particularmente atroz de idolatría (Colosenses 3:5).

En la idolatría literal, "[cambiamos] la gloria del Dios inmortal por imágenes que se asemejan al hombre mortal, a las aves, a los animales y a los reptiles"; valoramos más a las criaturas que al Creador, el que les da un valor real (Romanos 1:23, 25). Pero la codicia añade otra dimensión a esto. Porque cambiamos la gloria de Dios inherente a la persona (la imago dei, por muy estropeada que esté por la caída) por las cosas creadas que posee una persona que es imagen de Dios. Al hacerlo, robamos a Dios la gloria que se merece y robamos a nuestro prójimo la dignidad que se merece. La codicia es una forma de idolatría de doble filo.

Cuando codiciamos, amamos las cosas más que la vida humana, más que la Vida Divina y más que la vida eterna. Por eso Jesús le dijo al hombre, a la multitud y a nosotros que "la vida de un hombre no está asegurada por sus riquezas" (Lucas 12:15). Y a continuación, se refirió a su punto de vista con una poderosa parábola.

A dónde lleva la codicia

Al principio, no parece que la parábola tenga nada que ver con la codicia:

Había un hombre rico, cuyas tierras habían producido mucho, y se preguntaba a sí mismo "¿Qué voy a hacer? No tengo dónde guardar mi cosecha. Después pensó: "Voy a hacer esto: demoleré mis graneros, construiré otros más grandes y amontonaré allí todo mi trigo y mis bienes, y diré a mi alma: Alma mía, tienes bienes almacenados para muchos años; descansa, como, bebe y date buena vida". (Lucas 12:16-19)

Esta historia parece tratarse de un hombre que confía más en su cartera de inversiones que en Dios, pero no dice nada sobre el hombre que desea las posesiones de su vecino. Así que, ¿qué tiene que ver con la codicia?

Todo. Sólo tenemos que entender que esta parábola no trata de la codicia del hombre, sino de la nuestra. Jesús no nos está mostrando cómo es la codicia; nos está mostrando a dónde lleva la codicia. La tentación de codiciar nos promete que si podemos tener lo que otro tiene, seremos felices. Jesús está a punto de mostrarnos lo vacío de esa promesa a través del destino del hombre rico. Así que le dejaremos terminar la parábola:

Pero Dios le dijo: “¡Insensato! Esta misma noche vas a morir. ¿Y para quién será lo que has amontonado? Esto es lo que sucede al que acumula riquezas para sí, y no es rico a los ojos de Dios”. (Lucas 12:20–21)

Este hombre tenía esencialmente lo que la mayoría de la gente cree que le hará feliz: riqueza y seguridad material y una jubilación de ocio y entretenimiento por delante. Muchos a su alrededor habrían codiciado su estilo de vida. Entonces, de repente, la muerte lo llevó todo a un terrible final. La vida codiciada terminó siendo una vida tonta y trivial, ya que en última instancia no se trataba de la vida en absoluto. Porque la vida nunca consiste en la abundancia de nuestros bienes.

Fin de la Codicia

Esto plantea una pregunta crucial: ¿en qué consiste la vida? A eso se refiere Jesús a continuación (Lucas 12:22-34), y su respuesta es bastante chocante: la vida consiste, de hecho, en la acumulación de riqueza, una clase que nos libera del pecado de la codicia.

Esperen. ¿No acaba de decir Jesús que la riqueza es peligrosa, así que no orienten su vida en torno a acumularla? No, Jesús dijo que cierta clase de riqueza es peligrosa, así que no orienten su vida en torno a acumularla. Jesús no está en contra de la riqueza. Jesús está en contra de la riqueza engañosa, que al final empobrece. Pero está muy a favor de la verdadera riqueza. Por eso recurre a esta parábola para animarnos a todos a buscar el verdadero tesoro.

Por eso les digo, no se inquieten por la vida, pensando qué van a comer, ni por el cuerpo, pensando con qué se van a vestir. Porque la vida vale más que la comida, y el cuerpo más que el vestido. (Lucas 12:22–23)

Aquí reitera que la vida no consiste en los bienes. Y continúa,

En cambio, busquen el reino [de Dios], y lo demás se le dará por añadidura. No temas, pequeño rebaño, porque el Padre de ustedes ha querido darles el Reino. Vendan sus bienes y denlos como limosna. Háganse bolsas que no se desgasten y acumulen un tesoro inagotable en el cielo, donde no se acerca el ladrón ni destruye la polilla. Porque allí donde tengan su tesoro, tendrán también su corazón. (Lucas 12:31–34)

Ahí está el fin -la muerte- de la codicia: desear y proveernos, por medio de la fe, de un tesoro infinitamente más valioso, más satisfactorio y más duradero, que no posee ningún ser humano, sino que nos es dado gratuitamente por Dios y que es, en el fondo, Dios mismo. Es una bolsa de dinero sin agujeros, un tesoro que no puede ser robado, un excedente que no termina sino que comienza con la muerte. Este es un tesoro tan liberador que nos libera de acaparar temerosamente la riqueza terrenal para, en cambio, regalarla con amor.

Persigan el Verdadero Tesoro con todo su corazón

El hombre rico no se equivocó al querer acumular un tesoro para sí mismo; se equivocó en el tesoro que quería acumular para sí mismo (Mateo 6:19–20). Todo lo que quería era un cielo de jubilación totalmente financiado para unos pocos años agotadores y problemáticos, cuando Dios estaba ofreciendo un cielo de jubilación eternamente financiado de la más plena alegría y placeres para siempre (Salmo 16:11). El hombre quería ser rico con lo que no es vida cuando podía ser rico con la Vida eterna: Dios. Y Dios lo llamó insensato.

Y quizás lo único más insensato que la búsqueda de este hombre es que nosotros codiciemos el tesoro que este hombre poseía.

Este fue el gran peligro que Jesús vio para el hombre que pedía su parte de una herencia, y por eso aprovechó esta oportunidad para explicar por qué Dios nos manda a no codiciar (Éxodo 20:17). Quiso que todos guardáramos nuestras vidas del amor al dinero (Hebreos 13:5), ya que "por este afán [muchos] se han desviado de la fe y se han traspasado a sí mismos con muchos dolores" (1 Timoteo 6:10), sólo para descubrir que todo termina trágicamente con la muerte.

Jesús sabía que la liberación de "toda codicia" sólo es posible si valoramos un tesoro superior. Y así, su mensaje de esta sección de Lucas 12 es protegernos de la trampa que hunde a tantos en la ruina y la destrucción (1 Timoteo 6:9), instruyéndonos para que persigamos de todo corazón el verdadero, superior y eterno Tesoro.

Porque sabía que "donde tengan su tesoro, tendrán también su corazón". (Lucas 12:34).


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