Adoración: El Banquete del Hedonismo Cristiano

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English: Worship: The Feast of Christian Hedonism

© Desiring God

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Por John Piper sobre Hedonismo Cristiano
Una parte de la serie Desiring God

Traducción por Desiring God

Salmos 63:5-6
5Como con médula y grosura está saciada mi alma; y con labios jubilosos te alaba mi boca. 6Cuando en mi lecho me acuerdo de ti, en ti medito durante las vigilias de la noche.

La rebeldía contra el hedonismo cristiano ha matado el espíritu de adoración en muchas iglesias. Cuando se tiene la idea de que los actos morales más sublimes deben estar libres del interés propio, entonces la adoración, que es uno de los más sublimes actos morales que un ser humano puede mostrar, se concibe simplemente como un deber; y cuando la adoración se reduce a un deber, deja de existir. Uno de los más grandes enemigos de la adoración en nuestras iglesias es nuestra propia virtud mal dirigida. Tenemos la vaga idea de que buscando nuestro propio placer es pecado y por eso la virtud en sí misma aprisiona el deseo de nuestro corazón y asfixia el espíritu de la adoración. ¿Para qué es la adoración? ¿Acaso no es nuestra jubilosa fiesta en el banquete de la gloria de Dios?

La adoración es un sentimiento interno y una acción externa que refleja la excelencia de Dios; y el sentimiento interno es la esencia, porque Jesús dijo,

Este pueblo de labios me honra, pero su corazón está lejos de mí, en vano me adoran.

La adoración es vana, vacía, nada, cuando el corazón está insensible; y creo que es posible describir la experiencia del corazón en la adoración. En general, hay tres maneras como el corazón puede responder en adoración a Dios, y usualmente se pueden sobreponer y coexistir.

1) El corazón puede deleitarse en las riquezas de la gloria de Dios

“Como con médula y grosura está saciada mi alma; y con labios jubilosos te alaba mi boca. Cuando en mi lecho me acuerdo de ti, en ti medito durante las vigilias de la noche.” (Salmos 63:5-6)

2) El corazón puede anhelar que ese deleite sea más profundo, más intenso y más consistente.

“Como el ciervo anhela las corrientes de agua, así suspira por ti, oh Dios, el alma mía. Mi alma tiene sed de Dios, del Dios viviente; ¿cuándo vendré y me presentaré delante de Dios?” (Salmos 42:1-2)

3) El corazón puede arrepentirse con dolor cuando no siente el deleite en Dios, ni el anhelo de deleitarse en Dios.

“Cuando mi corazón se llenó de amargura, y en mi interior sentía punzadas, entonces era yo torpe y sin entendimiento; era como una bestia delante de ti.” (Salmos 73:21-22)

Por tanto, si no sientes deleite en las riquezas de la gloria de Dios, ni el anhelo de ver y conocer mejor a Dios, ni sientes dolor que tu anhelo y deleite sean tan pobres, entonces no estás adorando. ¿Acaso no es claro que una persona que piensa como una virtud vencer el interés propio y que piensa que es un vicio buscar nuestro propio placer, difícilmente tendrá la capacidad para adorar? Porque la adoración es la muestra de amor más hedonista de la vida y no debe ser arruinada por el mínimo pensamiento de desinterés. El gran impedimento para la adoración no es que somos personas buscadoras de placer, sino que estamos dispuestos a conformarnos con placeres que dan lástima. Jeremías lo pone de esta manera:

“¿Ha cambiado alguna nación sus dioses, aunque ésos no son dioses? Pues mi pueblo ha cambiado su gloria por lo que no aprovecha. Espantaos, oh cielos, por esto, y temblad, quedad en extremo desolados--declara el SEÑOR. Porque dos males ha hecho mi pueblo: me han abandonado a mí, fuente de aguas vivas, y han cavado para sí cisternas, cisternas agrietadas que no retienen el agua.”
(Jeremías 2:11-13)

La gran barrera que impide a uno alabar entre el pueblo de Dios no es que siempre buscamos nuestra propia satisfacción, sino que nuestra búsqueda es tan débil y sin entusiasmo que nos conformamos con cisternas rotas cuando hay una fuente a la vuelta de la esquina.

Uno de mis más importantes tutores en el hedonismo cristiano ha sido C.S. Lewis. Recuerdo cuan grandioso fue el descubrimiento cuando leí en 1968 la primera página de su sermón, “El Peso de Gloria”. No es nada más de lo que Jeremías dijo, pero es más de esta época.

Si preguntaras a 20 buenos hombres de hoy día cuál consideran como la mayor de las virtudes, diecinueve te responderían, la abnegación o desinterés propio. Pero si preguntaras a casi cualquiera de los grandes cristianos de la antigüedad te responderían, amor. ¿Ves que ha pasado? Un término positivo ha sido sustituido por uno negativo. El ideal negativo de la abnegación o desinterés propio sugiere principalmente, no el asegurar el bien de los demás, sino el poder vivir nosotros sin ese bien, como si la abstinencia y no su felicidad fuese lo importante. No pienso que esta sea la virtud del amor cristiano. El Nuevo Testamento nos habla mucho sobre el negarse a sí mismo, pero no como un fin en sí. Se nos dice que tenemos que negarnos a nosotros mismos y tomar nuestra cruz, para poder seguir a Jesús; y casi cada descripción de lo que finalmente encontraremos si así hacemos, contiene y apela al deseo. Si en muchas mentes modernas está la noción de que desear nuestro propio bien y sinceramente tener la esperanza de regocijo en él es malo, sostengo que esta idea se ha arrastrado sigilosamente de Kant y los estoicos y no es parte de la fe cristiana. Más aún, si consideramos las evidentes promesas de recompensa y la asombrosa naturaleza de las recompensas prometidas en el evangelio, parecería que nuestro Señor encuentra nuestros deseos, no demasiado fuertes, sino demasiado débiles. Somos criaturas sin entusiasmo jugueteando con bebidas y sexo cuando se nos ofrece gozo eterno, como cuando un niño ignorante quiere jugar con el lodo de la pocilga, porque no se imagina lo que se le ofrece, unas vacaciones en la playa. Somos muy fáciles de complacer.

¿No es así? Nuestro deseo de felicidad es muy débil. Nos hemos conformado con una casa, con una familia, con algunos amigos, un trabajo, una televisión y microondas y PC, poder salir algunas noches a cenar y tomar vacaciones todos los años. Nos hemos acostumbrado a placeres tan pequeños, sin emoción, perecederos, inadecuados que nuestra capacidad de regocijarnos se ha marchitado, y por eso nuestra adoración se ha marchitado.

Pero tengo un sueño para nuestra iglesia, y lo que el servicio de adoración podría ser si todos en ella fueran hedonistas cristianos. Yo sueño una hora cada semana, una hora totalmente diferente a las demás horas, es una cita corporativa cada semana con el Dios viviente. Un cuarto lleno de personas que desde el fondo de sus corazones dicen:

“Cuando estaba en el desierto de Judá. Oh Dios, tú eres mi Dios; te buscaré con afán. Mi alma tiene sed de ti, mi carne te anhela cual tierra seca y árida donde no hay agua.” (Salmos 63:1)

Sueño con una reunión de personas que aman la conversación de amistades cristianas, pero que por amor a la profundidad de esa misma conversación, la abandonan por una hora y durante el preludio del piano se inclinan en oración sincera para que el Espíritu de Dios descienda sobre nuestra adoración y sacuda este lugar con su poder. Sueño con familias de creyentes reunidas el domingo en la mañana genuinamente felices en Dios, como familias que están en su primer día de vacaciones, o alrededor de un gran pavo en el día de acción de gracias, o al lado de un árbol de navidad cuando se están repartiendo los regalos. Corazones libres para regocijarse, libres para decir “¡AMÉN!” cuando el coro nos lleva a Dios, o cuando la alabanza del piano entroniza al Rey de Reyes, o cuando los predicadores hablan alguna verdad incomparable del evangelio. Yo sueño una hora juntos, donde el rencor se desvanece y las viejas heridas irritadas se sanan con el calor del regocijo en el Señor. Una hora donde los santos abatidos absorben el poder y la fuerza del Señor para volver a trabajar renovados y fuertes para el lunes. Sueño con personas reunidas, hambrientas por escuchar la Palabra de Dios, y para hacer ruidos de júbilo al Dios de su salvación a son de cantos, órganos, pianos y trompetas, y flautas, cuerdas, címbalos y voces. Yo sueño una vez a la semana con ustedes, donde nos encontremos con Dios juntos en tan real y evidente manera que los visitantes entren y digan: “¡Ciertamente Dios está en este lugar!”

No es meramente un sueño. Es la voluntad de Dios para con nosotros y es lo que está sucediendo. Un hombre vino a verme la semana pasada, quién había visitado nuestro culto de adoración en la mañana un par de veces. Él dijo que sólo quería animarme a que me mantuviera así y salieron lágrimas de sus ojos y dijo: “Yo fui a mi casa y lloré porque nosotros no adoramos en mi iglesia de la manera que tú lo haces en la tuya.” Yo estaba sorprendido, porque yo sé cuanto camino aun nos queda por recorrer. Como recién convertido había sido nutrido en una iglesia muy informal, en una casa. Entonces dije: “Nuestro servicio debe parecerte rígido entonces, ya que todo es tan planificado”. Pero él dijo: “No, no. No es la forma o la estructura. Es que hay vida. El liderazgo y las personas están realmente encontrándose con Dios.” Y él esta correcto. Hay iglesias carismáticas muertas e iglesias litúrgicas vivas. La forma es sólo el camino para mantenernos a todos en la misma dirección; que la máquina de la adoración corra como una bala por los rieles, o que se detenga fría en la estación, depende de si somos hedonistas cristianos o no.

Entonces ¿Qué podemos hacer para realizar este sueño en nuestra iglesia? Dos cosas: Una intelectual, la otra emocional. Tendremos que convencernos intelectualmente que las objeciones contra el hedonismo cristiano no son válidas, y tendremos que despertar nuevas y poderosas emociones en nuestros corazones para Dios. Permítame dar respuesta a cuatro objeciones al hedonismo cristiano relacionadas con la adoración.

  1. Primero, hedonismo cristiano no significa que Dios se hace inferior para ayudarnos a conseguir placeres seculares. El placer que un hedonista cristiano busca es el placer que está en Dios mismo. Él es el fin de nuestra búsqueda de gozo, no el medio para algún otro fin. “Entraré al altar de Dios, al Dios de mi alegría y de mi gozo; te alabaré con arpa, oh Dios, Dios mío.” (Salmos 43:4). Él es nuestro máximo regocijo, no las calles de oro o una reunión con un pariente, u otra bendición en la tierra o el cielo. La semana pasada hablábamos sobre Hebreos 11:6 que no agradas a Dios a menos que tu vengas a él por recompensa, y hoy insisto otra vez, la recompensa es comunión con Dios mismo.
  2. Segundo, el hedonismo cristiano está conciente de que nuestra propia conciencia mata el gozo y por ende mata la adoración. Tan pronto como vuelves tus ojos a ti mismo y te das cuenta de que estás experimentando gozo, se va. El hedonismo cristiano sabe que el secreto del gozo es olvidarse de sí mismo. Sí, nosotros vamos al Instituto de Arte de Minneapolis para alegrarnos viendo las pinturas. Pero el consejo del hedonismo cristiano es: Mantén una completa atención en las pinturas y no a tus emociones, o arruinarás toda la experiencia. Por eso en nuestra adoración debemos estar radicalmente orientados a Dios, y no a nosotros mismos.
  3. Tercero, el hedonismo cristiano no hace un Dios del placer. Pero sí dice que ya has hecho un dios de cualquier otra cosa que te produzca más placer.
  4. Cuarto, el hedonismo cristiano no nos pone por encima de Dios cuando lo buscamos por interés propio. Un paciente no es mayor que su doctor porque él es el que viene a ser sanado. Un niño no es mayor que su papá cuando quiere divertirse jugando juntos. Supongan que en diciembre 21 yo le lleve a mi esposa 15 largas rosas rojas a la casa para celebrar nuestro aniversario, y cuando ella diga: “Son muy hermosas, Johnny, gracias” yo responda: “Ni lo menciones, es mi deber.” Con esa palabra, todos los valores morales desaparecen. Sí, es mi deber, pero a menos que yo sea movido por un espontáneo afecto hacia su persona, ella menospreciará el ejercicio de mi deber. Eso es lo que tiene que cambiar en nuestra adoración. Menospreciamos a Dios cuando sólo vamos tras los movimientos externos en nuestra adoración y no nos complacemos en Su persona. Exalto a mi esposa y no la menosprecio cuando yo le digo, “la razón por la que quiero salir a solas contigo esta noche es porque encuentro placer estando contigo.” El principal de los propósitos del hombre es glorificar a Dios disfrutando de Él para siempre, y si no disfrutamos de Él no le glorificamos. Por eso digo otra vez que mi sueño de que nuestra iglesia venga a ser un pueblo adorador sólo se hará realidad si nos convertimos en hedonistas cristianos que no nos conformamos con hacer pastel de lodo en las pocilgas.

Espero que antes de terminar con esta serie estén convencidos de esto en sus mentes. Pero eso no será suficiente. Para llegar a ser verdaderos adoradores, nuevas y poderosas emociones deben ser despertadas en nuestros corazones para Dios. A menos que cultivemos el poder de las emociones e imaginaciones que recibimos de Dios, estas se apagarán y morirán y así también nuestra adoración. No dejemos que nos pase lo que le pasó a Charles Darwin. Cerca del final de su vida escribió su autobiografía para sus hijos, y expresó su lamento. Escribió:

“A los 30 años o más, la poesía en su diversidad... me dieron un gran placer... anteriormente las fotografías me produjeron placer considerable, y la música gran deleite. Pero ahora y desde hace años no puedo resistir leer una línea de poesía... también he perdido casi todo el sentido del gusto por las fotografías y la música... retengo algo de gusto por buenos paisajes, pero no me dan el exquisito deleite que sentía anteriormente... mi mente parece haberse convertido en una especie de máquina procesando leyes generales a partir de una colección de hechos.”

Hermanos y hermanas, ¡por favor no dejen que esto les pase! No dejen que su cristiandad sea la procesadora de leyes generales doctrinales a partir de una colección de hechos bíblicos. No dejen que su primer amor se enfríe. No dejen que su admiración y asombro como la de un niño muera. No dejen que el paisaje, la poesía y la música de la relación con Dios se marchiten y ya no signifique nada. Ustedes tienen una capacidad para regocijarse, la cual apenas conocen. Dios la sacará a relucir. Abran sus ojos a la gloria de Dios, está alrededor de ustedes. “Los cielos cuentan la gloria de Dios, y el firmamento anuncia la obra de sus manos.”

Dios despertará sus corazones si se lo piden y lo buscan como a un tesoro escondido. El lunes pasado en la noche estaba volando en un jet de regreso de Chicago. Estaba casi sólo en el avión, entonces me senté al lado de la ventana en la parte este. El piloto dijo que había una tormenta sobre el Lago Michigan y en Wisconsin, y que la esquivaría por el oeste. Me senté allí mirando fijamente en total tiniebla, cuando de repente todo el cielo estaba brillante con luz y una caverna de nubes blancas cayó a dos, tres, cuatro millas por debajo del avión y luego desapareció. Un segundo después un enorme túnel blanco de luz estalló de norte a sur a través del horizonte, y otra vez desvaneció en tiniebla. Muy pronto la luz era casi constante y volcanes de luz estallaban de las nubes en forma de barrancos detrás de montañas blancas. Me senté allí moviendo mi cabeza casi sin poder creer lo que veía. “Cristo, si esto es sólo la chispa cuando afilas tu espada, cómo será el día de tu advenimiento.” Y recordé la palabra de Dios que dice:

“Porque como el relámpago que sale del oriente y se muestra hasta el occidente, así será también la venida del Hijo del Hombre.”

Aun ahora cuando recuerdo ese paisaje, la palabra “gloria” está cargada de emoción para mí y agradezco a Dios que una y otra vez ha despertado mi corazón para desearle, para adorarle; y lo hará por ti si realmente quieres que lo haga.

© Desiring God


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