Aférrate a Dios

De Libros y Sermones Bíblicos

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Por Vaneetha Rendall Risner sobre Sufrimiento

Traducción por Javier Matus

La importancia de la lucha en la oración

Lucho con saber cómo orar. ¿Debería confiar en que todo está en las manos de Dios y descansar sabiendo que Él hará lo mejor para mí? ¿O debería clamarle a Dios sinceramente para que cambie la situación, dándole razones para responder mi oración?

Luchando con Dios o descansando en Él. ¿Cuál es mejor?

Descansar parece más piadoso, confiando en que Dios me dará lo que necesito sin siquiera preguntar. Parece más santo, más lleno de fe, más bíblico. Descansar parece indicar una fe más madura. Pero cuando veo la Biblia, veo una imagen más completa de la oración. Jesús nos dice que pidamos, y nos será dado (Mateo 7:7) y que, si permanecemos en Él, podemos pedir lo que queramos, y se hará por nosotros (Juan 15:7).

No solo eso, Jesús nos exhorta a “siempre orar y no desmayar”. Él cuenta la parábola del juez injusto, que le hizo justicia a la viuda porque ella seguía acudiendo a él y comparó eso con la forma en que debemos clamar a Dios (Lucas 18:1–7). Elogió a la mujer cananea por su fe e hizo lo que ella le pidió porque fue persistente, dando a Jesús razones para responderle (Mateo 15:21–28). Cuando Jesús habló sobre la oración, nos dijo que traigamos nuestras peticiones a Dios.

Luchar con Dios es pedirle lo que queremos, persistiendo en la oración, clamando a Él por nosotros mismos y por los demás. No puede haber desapego ni apatía al luchar; implica contacto directo y constante. Cuando luchamos, creemos que nuestros clamores y oraciones son importantes. Tenemos la esperanza de que nuestra situación cambiará. Estamos totalmente comprometidos.

Lucharon con Dios

A lo largo de la Biblia, vemos personas luchando con Dios. Moisés luchó con Dios, intercediendo de parte del pueblo para cambiar la decisión de Dios. Él le suplicó a Dios. Le dio a Dios razones para responder su oración. Le recordó a Dios Sus promesas. Y como resultado, Dios a menudo cedió de Su juicio (Deuteronomio 9:18–19). Moisés estaba dispuesto a pedirle a Dios cualquier cosa, y cuando la respuesta fue “no”, Moisés descansó. Moisés confió profundamente en Dios y se atrevió a creer que lo que él decía importaba.

David también creía que sus oraciones importaban. Derramó su lamento entre lágrimas, esperando que Dios respondiera. La mayoría de los salmos de lamento de David se transforman en alabanzas porque a través de su lucha, David llegó a descansar y confiar en Dios. Cuando el hijo de David con Betsabé estaba enfermo, David buscó a Dios de parte del niño. Ayunó y oró y permaneció toda la noche en el suelo. Pero cuando el niño murió, David se levantó, se ungió y fue a la casa de Dios y adoró (2 Samuel 12:16, 20).

Habacuc comienza su libro preguntando: “¿Hasta cuándo, oh Jehová, clamaré, y no oirás; y daré voces a Ti a causa de la violencia, y no salvarás?” (Habacuc 1:2) Pero después de su lucha, Habacuc está satisfecho con descansar en Dios declarando “Aunque la higuera no florezca, ni en las vides haya frutos… con todo, yo me alegraré en Jehová” (Habacuc 3:17–18).

Vemos el apóstol Pablo suplicando al Señor que quite el aguijón en su carne, pero luego está satisfecho con su debilidad para que el poder de Cristo descanse sobre él (2 Corintios 12:7–10).

Finalmente, vemos a Jesús en el jardín de Getsemaní, pidiéndole a Dios que Le quite la copa, sudando gotas de sangre en Su agonía. Y, sin embargo, en última instancia, Jesús declara: “Pero no se haga Mi voluntad, sino la Tuya” (Lucas 22:42).

Más cerca de Dios

A lo largo de las Escrituras, vemos que la lucha lleva al descanso, lo que lleva a la adoración. Eso también ha sido cierto en mi vida. Desesperada por un ser querido hace años, oré día tras día, bocabajo en la alfombra, rogándole a Dios que lo liberara. Y luego sucedió —la situación cambió milagrosamente. Recuerdo haber leído que Dios “da vida a los muertos, y llama las cosas que no son, como si fuesen” (Romanos 4:17), agradecida y con los ojos muy abiertos de que Dios respondió a mi oración. Caí de bruces en adoración y gratitud.

En otra ocasión, cuando luché con Dios, pidiendo con la misma persistencia y seriedad, Dios dijo que no. Estaba desconsolada, pero seguía luchando con Su respuesta, expresando mi frustración y decepción con Dios. Como el salmista, clamé: “¿Hasta cuándo, Jehová? ¿Me olvidarás para siempre? ¿Hasta cuándo esconderás Tu rostro de mí?” (Salmo 13:1). Al aferrarme a Dios, lamentando sinceramente mi dolor, me acerqué a Dios; sentí Su presencia. Esto también fue adoración.

Mi lucha me ha acercado a Dios. También lo hizo para Jacob, cuando luchó con un hombre desconocido hasta el amanecer. Este hombre era claramente más fuerte que Jacob (simplemente le tocó la cadera para descoyuntarla), pero este desconocido sabía que la lucha era importante para Jacob. Jacob se aferró a él, negándose a dejar ir al hombre hasta que lo bendijera. Después de ser bendecido por su persistencia, Jacob dijo: “Vi a Dios cara a cara” (Génesis 32:22–32).

El descanso comienza con la lucha

Esta lucha con Dios en oración no significa que no debamos descansar en Él. Al darle nuestras cargas a Jesús, Él nos da descanso. Podemos dejar de esforzarnos y encontrar descanso para nuestras almas (Mateo 11:28–29). Podemos encontrar paz y satisfacción cuando estamos completamente satisfechos en Él, confiando en Su cuidado (Isaías 26:3).

Sin embargo, a veces descansar puede ser una tapadera para la resignación porque hemos perdido la esperanza. A veces decir que confiamos es una forma de protegernos de la desilusión. A veces no pedir es una señal de alejarse de Dios, no querer involucrarse con Él activamente. Necesitamos entender de dónde viene nuestro descanso.

El descanso comienza con la lucha. Así que ora oraciones valientes y audaces. Espera que Dios se mueva. Habla con el Señor constantemente. Pide, busca y toca a la puerta. Y cuando termine tu lucha, encontrarás una intimidad más dulce de la que jamás hayas conocido. Y esa lucha te llevará a un verdadero descanso en El Que es digno de toda nuestra adoración y alabanza.


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