Aprovecha las interrupciones del día

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English: Seize the Day’s Interruptions

© Desiring God

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Por Scott Hubbard sobre Santificación y Crecimiento

Traducción por Javier Matus


“Amarás a tu prójimo como a ti mismo” suena, para cualquier cristiano, como un llamado grandioso y noble. Las palabras de Jesús pueden inspirar visiones de sacrificio, valor y buenas obras audaces. Podemos perdernos soñando despiertos con planes futuros para amar.

Sin embargo, el sueño despierto puede desvanecerse con una rapidez sorprendente cuando un prójimo real pide nuestra ayuda hoy. En medio de nuestro ajetreo, un amigo necesitado envía un mensaje de texto: “¿Puedes hablar?” Un miembro de la iglesia pide ayuda para mover una cómoda. Un compañero de trabajo solicita nuestra opinión sobre un proyecto. Los motivados entre nosotros descubren que ese amor entorpece nuestros horarios, trastorna nuestros planes para el día, hace que nuestra productividad se arruine y deja nuestras listas de tareas pendientes a medio hacer. Resulta que “Amarás a tu prójimo” puede parecer una orden frustrantemente inconveniente.

Así que las excusas se multiplican. “Estoy demasiado ocupado”. “Ayudé la última vez”. “Mi trabajo es demasiado urgente”. “Él pide ayuda con demasiada frecuencia”. Estas defensas son persuasivas, plausibles —y, a veces, ciertamente legítimas. Sin embargo, a menudo revelan que estamos tomando nuestro propio trabajo, por importante que sea, demasiado en serio.

Contenido

Seriedad pecaminosa

Si te atreves, coloca tu alma un momento bajo este sabio bisturí de Dietrich Bonhoeffer:

Nadie debe creerse por encima de estas tareas [minúsculas]. Temer perder el tiempo con ellas [pequeños actos externos de ayuda], es conceder demasiada importancia al propio trabajo. Debemos estar siempre dispuestos a aceptar que Dios venga a interrumpirnos. Repetidamente, incluso a diario, [Dios] se cruzará en nuestro camino y trastocará nuestros proyectos humanos con sus propias exigencias. (Vida en comunidad, 76-77)1

Las palabras cortan —especialmente a aquellos de nosotros que, como yo, que somos propensos a priorizar las tareas sobre las personas, vemos el “trabajo verdadero” como el tipo que se puede marcar en una lista. ¿Nos damos cuenta, una y otra vez, de que no tenemos tiempo para brindar “ayuda material [y simple], en las pequeñas cosas” (76)1? ¿O que damos nuestra ayuda de mala gana y luego nos apresuramos a hacer la tarea mientras nuestra atención está fija en la otra que dejamos atrás? Si es así, es probable que estemos tomando nuestro trabajo demasiado en serio.

Extrañamente, continúa observando Bonhoeffer, los cristianos pueden ser particularmente propensos a este tipo de seriedad pecaminosa, a menudo considerando que “su trabajo es tan importante y urgente que no están dispuestos a dejarse interrumpir por nada” (77)1. Lentamente, la “obra de Dios” nos vuelve negligentes hacia los mandamientos de Dios. Simplemente estamos demasiado ocupados para mirar los intereses pequeños y urgentes de los demás (Filipenses 2:3-4), demasiado sobrecargados para pasar una hora lenta e inesperada escuchando el dolor de alguien (Santiago 1:19) y demasiado consumidos por una obra elevada y santa para atender las necesidades de los humildes (Romanos 12:16).

En otras palabras, estamos demasiado ocupados para ser como Jesús.

Señor de las interrupciones

Podemos decir sin controversia que ninguna obra de nadie fue más importante que la de Jesucristo. Por importantes que sean nuestras tareas, “salvar el mundo” las supera a todas. Nadie estaba más dedicado a la misión que se Le había encomendado (Juan 4:34). Sin embargo, cuando las multitudes se acercaron con sus “demandas y peticiones”, nadie fue más amable y paciente.

¿Te imaginas cómo muchos de nosotros hubiéramos respondido al ciego que gritaba desde el camino (Marcos 10:46-48)? ¿O a la mujer con flujo de sangre (Marcos 5:25-34)? ¿O a las madres que trajeron a sus hijos para recibir una bendición (Marcos 10:13-16)?

Ni una sola vez vemos a Jesús pasar junto a alguien con un apresurado: “Ahora no”. Tampoco tenemos la impresión de que alguna vez haya tenido problemas para concentrarse en la persona frente a Él —incluso cuando docenas de personas clamaron por Su atención. Evidentemente, no vio los pequeños actos de servicio como interrupciones de Su llamado, sino como parte de Su llamado. “El Hijo del Hombre… vino… para servir” (Marcos 10:45), y ¡oh, cómo sirvió!

No somos Jesús, por supuesto. Pero estamos siendo formados a Su imagen. Y como siervos del Gran Siervo, Él nos invita a seguirlo (Marcos 10:43-44).

Amor enfocado

Jesús, por supuesto, no nos aconsejaría que caigamos en la zanja del otro lado del camino. Los horarios de algunos están sellados siete veces y requieren varias llaves y toques elaborados para poder entrar —y a ellos está dirigido el consejo de Bonhoeffer. Pero los horarios de otros se abren con cada “¿Te importaría…?” o “¿Podrías…?”. Es posible que personas como estas necesiten escuchar el consejo opuesto y aprendan a tomar más en serio las tareas que tienen ante sí.

Jesús, a pesar de toda Su paciencia ante las interrupciones, supo rechazar las peticiones (Lucas 4:42-43). Algunos necesitan darse cuenta de que ser un siervo no quita la palabra no de nuestro vocabulario. Tampoco nos impide, en una cultura siempre disponible como la nuestra, desconectarnos de la red de teléfonos inteligentes durante partes del día para concentrar la energía en nuestro trabajo más importante y en nuestras relaciones.

Más que eso, hay una diferencia entre las peticiones pequeñas y cotidianas (el tipo que Bonhoeffer tiene en mente) y las demandas más grandes de nuestro tiempo. Si, como regla general, nos inclinamos hacia pequeñas interrupciones y peticiones menores, probablemente deberíamos alejarnos de responsabilidades grandes o continuas —al menos sin detenernos a calcular el costo (Lucas 14:28).

Sin embargo, Bonhoeffer (y Jesús) todavía nos empuja hacia un equilibrio difícil: no sujetes tus planes diarios con una tenaza, ni se los entregues a quien sea que los tome. Ese tipo de equilibrio no proviene en última instancia de las listas de “a favor/en contra” (por muy útiles que puedan ser) o de cualquier otra herramienta de productividad, sino más bien de un corazón en sintonía con las prioridades del cielo.

Corazones en sintonía con el cielo

Una vez más, Jesús es nuestro modelo. Con tantas demandas y solicitudes, y con un trabajo tan importante por hacer, ¿cómo supo cuándo abrazar lo inesperado y cuándo mantenerse enfocado?

Al comienzo de Su ministerio, después de una larga noche de sanar a los enfermos y echar fuera demonios en Capernaum, “la gente Le buscaba, y llegando a donde estaba, Le detenían para que no se fuera de ellos” (Lucas 4:42). Esta vez, sin embargo, Jesús dijo que no: “Es necesario que también a otras ciudades anuncie el evangelio del reino de Dios; porque para esto he sido enviado” (Lucas 4:43).

¿De dónde vino ese tipo de discernimiento espiritual? Lucas nos dice. Cuando la multitud se Le acercó, Jesús estaba en “un lugar desierto” (Lucas 4:42) —y los lugares desiertos eran los lugares favoritos de Jesús para orar (Lucas 5:16). Las multitudes acudieron a Él, en otras palabras, mientras Él estaba en comunión con Su Padre. Y desde ese lugar de fortaleza espiritual tuvo la claridad para ver que, esta vez, debía seguir adelante.

Aquellos que anclan sus corazones en el cielo —no solo una vez, sino mañana tras mañana— crecen lentamente en el mismo tipo de sabiduría. Tienen el discernimiento para ver algunas peticiones como distracciones inútiles del trabajo diario, y otras como las santas interrupciones que son. En el segundo caso, es posible que todavía sientan un pulso de egoísmo tirando hacia otro lado. Pero por la gracia de Dios, se reirán de su frustración momentánea, dejarán a un lado la eficiencia y aprovecharán las interrupciones del día como oportunidades para el amor.


1Traducción original del alemán de Francisco Tejeda.


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