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Por Amanda Knoke sobre Miedo y Ansiedad

Traducción por Caridad Adriana Zayas Velázquez


Suena la alarma del iPhone debajo de mi almohada y, todavía medio dormida, toco la pantalla hasta que me obedece. Nueve minutos más de sueño. Si estoy de suerte podré dormir de verdad y quizás hasta logre repetir el ciclo una vez más.

Pero una vez que estoy lo suficientemente despierta para percatarme de que estoy pensando y no soñando, la paz del inconsciente se desvanece y se produce un incremento ya familiar del ritmo cardíaco. Entonces sucede. ¡Es terrible!

Aunque la sensación no se produce todas las mañanas, no es inusual. Es como una ola, las ansiedades y tareas pendientes del día que comienza me bañan de la cabeza a los pies.

Ese proyecto. Esa fecha tope (¿ha pasado ya?). Decisiones que me paralizan. Esa conversación que debo tener. El hecho de que cada tarde por los próximos siete días ya está ocupada. Los trámites —facturas, formularios, impuestos— se sienten como una opresión en el pecho. No tuve tiempo para preparar esa presentación. La gente no está contenta conmigo. ¿Será así como se siente un ataque de pánico?

La escena de esta mañana no es algo que debería sobrevenirle con regularidad a alguien que ha caminado con Jesús a lo largo de tres décadas. Ya debería haberlo superado. Debería tener más confianza en mi Padre que me ama.

Sin embargo, me consuela saber que estoy en buena compañía y que una hermana en la fe ha estado ahí y me ofrece sabiduría desde su viaje de santificación.

Familiarizados con el miedo

“El miedo no sólo es algo con lo que estoy familiarizada, es una tentación que ha invadido mi vida desde que tengo uso de razón”, escribe Trillia Newbell en su libro recientemente publicado, Fear and Faith: Finding the Peace Your Heart Craves (Temor y fe: en busca de la paz que el corazón anhela). Ella puede identificarlo.

Mientras realiza un recuento de miedos y ansiedades que abarcan desde atravesar turbulencias en un avión, hasta “no estar a la altura” de las expectativas de la familia, la iglesia o el mundo (u otras madres, esposas o modelos de apariencia física), o tragedias imaginarias como la pérdida del esposo o de los hijos, Trillia invita a los lectores “a gatear, bambolearse y caminar [con ella] a través de las adversidades y miedos que afrontamos mientras aprendemos a reemplazarlos por la confianza y el temor del Señor”.

¿Qué nos dice el Señor acerca del miedo y la confianza en Él? Tantas cosas. Pero fue algo nuevo para mí enterarme de que (según la traducción que usemos) hay más de 300 versículos de la Biblia que contienen la frase “No temas”. Dios está familiarizado con las preocupaciones de sus criaturas, tal vez de una forma más obvia en Isaías 41:10. Me encanta cómo lo explica Trillia:

Cuando el temor al hombre parece mayor que nuestra confianza en Dios o el temor por el futuro abruma nuestros pensamientos, o nuestro temor y las comparaciones nos despojan del gozo, el Señor proclama: No temas, yo estoy contigo... Cuando tus miedos te dicen...

Tus miedos te dicen que temas; Dios te dice: “No desmayes”.

Combatir los temores del día de hoy

¿Cómo se sentía la tentación del temor para Aquel que se identificó con nosotros de todas las formas posibles, pero aun así fue sin pecado? Con la cruz ante Él y la separación absoluta de su Padre, ¿cómo fue capaz de evitar el temor pecaminoso? Clamando a su Padre.

Su poder para sobreponerse es el poder (de la resurrección) que está disponible para todos los hijos de Dios. Trillia escribe: “Nunca superarás el temor a no estar a la altura de las circunstancias hasta que hayas abrazado la obra consumada de Jesús en la cruz [...]. No hay mejores noticias que esta”. Y más adelante en el libro añade: “Dios me ha dado su Espíritu y por su gracia santificará mis pensamientos. Puedo ser tentada en mis pensamientos, pero puedo evitar pecar”.

Qué verdad más gloriosa. Puedo estar tentada a temer, pero no necesito sucumbir al temor. Jesús es mi modelo de cómo echar mis temores sobre mi amado Padre. “Depositen en él toda ansiedad” (1 Pedro 5:7). Confiamos en Aquel cuyos hombros pueden cargar con todo el peso de nuestros miedos.

Cuanto más reconozcamos el miedo como un pecado, lo combatamos con las Escrituras y se lo entreguemos a nuestro Padre, más nos pareceremos a Cristo. Al aferrarnos a las promesas de Dios, se las repetimos a los pensamientos no deseados que pueden predisponernos para tener un día terrible aun antes de que nuestros pies salgan de las sábanas.

Estoy contigo. No desmayes. Yo soy tu Dios. Te daré fuerzas. Te ayudaré. Te sostendré.

Padre, ayudame a encarar el día de hoy.


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