Cómo sufrir sin quejarnos

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English: How to Suffer Without Grumbling

© Desiring God

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Por John Piper sobre Sufrimiento

Traducción por Andrea Ledesma


Contenido

POR QUÉ QUIERO AL APÓSTOL PABLO

Me atraen las personas que sufren sin murmurar, en especial cuando creen en Dios, pero nunca se enojan con él ni lo critican. Creo que no murmurar es uno de los atributos más raros en el mundo. Y cuando se combina con una gran fe en Dios (quien podría cambiar nuestras dolorosas circunstancias, pero no lo hace), tiene una calidad hermosa, que confía en Dios, que lo honra y que la hace más atractiva. Así era Pablo.

Al borde de la muerte

Pablo nos cuenta sobre el momento en el que su fe fue puesta a prueba de una manera que lo llevó al borde de la desesperación y la muerte.

«Fuimos abrumados sobremanera, más allá de nuestras fuerzas, de modo que hasta perdimos la esperanza de salir con vida. De hecho, dentro de nosotros mismos ya teníamos la sentencia de muerte, a fin de que no confiáramos en nosotros mismos, sino en Dios que resucita a los muertos, el cual nos libró de tan gran peligro de muerte y nos librará, y en quien hemos puesto nuestra esperanza de que Él aún nos ha de librar» (2 Corintios 1:8–10).

Aquí hay tres cosas notorias. En primer lugar, está la gravedad del sufrimiento: «Dentro de nosotros mismos ya teníamos la sentencia de muerte». En segundo lugar, está el propósito o diseño en este sufrimiento: «A fin de que no confiáramos en nosotros mismos, sino en Dios que resucita a los muertos». En tercer lugar, este propósito fue el propósito de Dios. No pudo haber sido el de Satán, ya que este de verdad no quiere que Pablo confíe en Dios.

Entonces, la verdad que Pablo creyó sobre su sufrimiento (sin importar la gravedad de este) era que viniera, básicamente, con el propósito de Dios. Y dicho propósito era que Pablo confiara menos en sí mismo y más en Dios, durante cada momento de su vida, en especial mientras la muerte se acercaba.

Una clave para no murmurar

Parece que así es como Pablo podría liberarse del murmullo en su sufrimiento. Sabía que Dios se encargaba de esto y que sus propósitos eran completamente para el bien de Pablo, quien desarrolla su verdad en muchos otros lugares:

«Nos gloriamos en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación produce paciencia; y la paciencia, carácter probado; y el carácter probado, esperanza; y la esperanza no desilusiona, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por medio del Espíritu Santo que nos fue dado» (Romanos 5:3-5).

De nuevo, el fundamento de la libertad de Pablo de murmurar (de hecho, la presencia de su gloria) fue su confianza en que Dios estaba trabajando en algo crucial para él: estaba generando paciencia y esperanza llena de Dios.

El sufrimiento al final de la vida terrenal

¿Pero qué hay del sufrimiento que solo conduce a la muerte y no a un nuevo capítulo de la vida en la tierra, donde la confianza en Dios (2 Corintios 1:9) y el carácter y la esperanza profundizados (Romanos 5:4) podrían aumentar? Con entusiasmo, Pablo estaba al tanto de esta pregunta y la respondió en 2 Corintios 4:16–18:

«Por tanto no desfallecemos, antes bien, aunque nuestro hombre exterior va decayendo, sin embargo nuestro hombre interior se renueva de día en día. Pues esta aflicción leve y pasajera nos produce un eterno peso de gloria que sobrepasa toda comparación, al no poner nuestra vista en las cosas que se ven, sino en las que no se ven; porque las cosas que se ven son temporales, pero las que no se ven son eternas».

La cuestión aquí es que el ser humano se consume gradualmente a través de la tribulación, la enfermedad y el envejecimiento. En otras palabras, el capítulo siguiente a este sufrimiento no es una estación de mayor fe y esperanza en la tierra, sino que es el cielo.

Por ende, ¿existe algún sentido en este sufrimiento en aumento que llega a medida que se acerca la muerte? ¿Cómo hacemos nosotros, a quienes nos quedan unos pocos años, para no murmurar por nuestros dolores y la embestida de la muerte? Según Pablo, las tribulaciones de esta vida (si las soportamos por medio de nuestra fe en Cristo), en realidad generan mayores medidas de gloria en el cielo. «Esta... aflicción nos produce un eterno peso de gloria».

El secreto de la felicidad

Por consiguiente, aunque pareciera que la vida de Pablo haya consistido en incesantes sufrimientos (2 Corintios 11:23–33), apenas hay rastros de murmullo, y no hay ninguno en contra de Dios. Él podría enojarse ante el error destructivo y ante quienes lo predican (Galateas 1:8-9; 5:12); y podría expresar sus presiones y cargas (2 Corintios 11:28). Sin embargo, su alegría en todo momento no era típica.

Dijo que había aprendido el secreto de la felicidad:

«He aprendido a contentarme cualquiera que sea mi situación. Sé vivir en pobreza, y sé vivir en prosperidad; en todo y por todo he aprendido el secreto tanto de estar saciado como de tener hambre, de tener abundancia como de sufrir necesidad. Todo lo puedo en Cristo[c] que me fortalece» (Filipenses 4:11–13).

Parecía que la presencia y el valor de Cristo completamente gratificantes (Filipenses 3:8) conforman este «secreto», con la confianza que Pablo sintió en la misericordiosa soberanía de Dios que solucionaría todo para su bien (Filipenses 1:12; Romanos 8:28). Observar cómo Pablo conserva su felicidad humilde, una felicidad que depende de Dios, que estima a Cristo más allá de todos sus sufrimientos, me genera contemplar a este hombre con asombro.


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