Camina Por La Orilla Infinita De Su Sonrisa

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English: Walk the Endless Shore of His Smile

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Por Greg Morse sobre Santificación y Crecimiento

Traducción por Javier Matus


Contenido

Por qué Dios Se deleita en amarte

Se rumorea que cuando se le preguntó a un anciano pastor, famoso teólogo, cuál fue el punto teológico más alto que había alcanzado en sus años de estudio y predicación, simplemente respondió: Cristo me ama, bien lo sé, la Biblia dice así.

Inicialmente, sonreí ante la astucia del predicador. Más tarde, sin embargo, me pregunté sobre la respuesta del predicador. Algo de ella se me quedó grabada.

Después de una vida de explorar cordilleras que hombres como yo nunca antes han visto, saboreando a Cristo de una manera que yo no he hecho, hablando de matices en teología que aún no entiendo —después de todas sus décadas de viaje en la vida cristiana— este predicador no impartió ningún recuerdo superior excepto uno que se puede encontrar en los labios de los niños. Con todos sus giros y vueltas, altibajos, picos y valles, no había escapado de la guardería del amor del evangelio de Dios. Este amor se erguía como paredes de una cuna para el corazón de un niño.

¿Habría yo respondido de manera similar?

¿Dios se deleita en mí?

Cuando escuchamos que Dios nos ama, podemos imaginar cosas extrañas. Lo llamamos un océano; cantamos canciones al respecto; pero con demasiada frecuencia flotamos en su superficie prefiriendo lo más práctico, lo más actual, lo más perspicaz. Un mundo queda sin explorar. Pero Dios desea dar la letra completa a nuestra canción infantil. Él le dice a Su pueblo a través de Isaías:

Y serás corona de gloria en la mano de Jehová, y diadema de reino en la Mano del Dios tuyo… serás llamada Hefzi-bá [Mi deleite está en ella], y tu tierra, Beula [Desposada]; porque el amor de Jehová estará en ti, y tu tierra será desposada. Pues como el joven se desposa con la virgen, se desposarán contigo tus hijos; y como el gozo del esposo con la esposa, así se gozará contigo el Dios tuyo. (Isaías 62:3-5)

Dios te quiere. Él se deleita en ti. Él te sonríe —y no porque vea a alguien más inteligente, más alto, más guapo o más santo parado justo detrás de ti. Él mira a los ojos a cada niño redimido y le cuenta de Su amor por él en Su Hijo. Este es quién nuestro Dios es para con nosotros. No por nuestro valor, sino por el de Cristo.

Tu herencia en Cristo hace pedazos todas las alcancías de la tierra: la sonrisa de Dios. Se deleita en verte, Se goza en tenerte, como predice cada novio que sonríe al pie del altar. El Dios que habló el cosmos a la existencia canta sobre ti:

Jehová está en medio de ti, Poderoso, Él salvará; Se gozará sobre ti con alegría, callará de amor, Se regocijará sobre ti con cánticos. (Sofonías 3:17)

¿Has sido callado por Su amor últimamente? ¿Te has simplemente sentado, cantando a ti mismo: Cristo me ama, bien lo sé, la Biblia dice así? ¿Te has sumergido bajo la superficie para descubrir el corazón de Dios hacia Su novia? El pastor descubrió que el afecto de Dios por él era un mar sin fondo para explorar. Su madurez no se graduó a otros mares; se fue a bucear.

Él te quiere donde Él está

Algunos de nosotros pensamos acerca del amor de Dios en tantos clichés y trivialidades que llegamos a considerarlo como el chapoteadero de la fe cristiana. No nos conviene, por lo tanto, dejar la letra detrás de nosotros por cosas más altas e importantes. Nos olvidamos de maravillarnos como lo hace C. S. Lewis en su famoso sermón “El peso de la gloria”:

Agradar a Dios… ser un ingrediente verdadero en la felicidad divina… ser amado por Dios, no solo ser compadecido, sino ser deleitado por Él como cuando un artista se deleita en su obra o un padre en un hijo —parece imposible, un peso o una carga de gloria que nuestros pensamientos difícilmente pueden soportar. Pero así es.

Cuán diferentes oraríamos, cuán diferentes evangelizaríamos, cuán diferentes adoraríamos y exploraríamos Su Palabra, si creyéramos que el Dios a quien buscamos realmente quiere que nos acerquemos, si adorásemos al Dios de la Escritura que nos convoca a ir bajo Sus alas (Lucas 13:34).

El pastor sabía que nuestro Padre no tuerce los ojos mientras da el reino a Sus hijos. En cambio, dice: “No temáis, manada pequeña, porque a vuestro Padre Le ha placido daros el reino” (Lucas 12:32). De tal corazón anticipó el elogio santo al final de su carrera: “Bien, buen siervo y fiel… entra en el gozo de tu Señor” (Mateo 25:23). Si solo nos diésemos cuenta también de que Jesús murió para salvarnos del infierno y de algún rincón remoto del cielo —que murió para traernos a Sí Mismo: “Vendré otra vez, y os tomaré a Mí Mismo, para que donde Yo estoy, vosotros también estéis” (Juan 14:3).

Nos quiere cerca porque Se deleita en Su pueblo. ¿Tenemos comunión con este Dios feliz, un Dios en el cual el gozo cae en cascada en cantidades suficientes para sumergir a Su pueblo por una eternidad?

Una nueva sonrisa cada mañana

John Piper ha dado su vida para proclamar: Dios es más glorificado en nosotros cuando estamos más satisfechos en Él. ¿Y cómo estaremos satisfechos en Él? Ve más profundo en Su satisfacción de ti en Cristo. Mira detenidamente, sin excusa ni calificación extensiva, cómo nos desea; cuán verdaderamente feliz está en Su pueblo redimido. Nadie Lo obligó a adoptarnos.

Quizás muchos de nosotros no somos más felices en nuestras vidas cristianas porque suponemos que Dios está tan decepcionado de nosotros como podemos tender a estarlo de nosotros mismos. Los niños no pueden desear deleitarse en un padre que los mira con indiferencia —y no hemos superado esto. A los niños les encanta que se deleiten en ellos. Les encanta clamar: “¡Papá, mírame!” y ver su sonrisa cuando completan la marometa. Aunque todavía podemos desagradarlo con nuestro pecado, entristeciendo al Espíritu que colocó dentro de nosotros, la sonrisa del Padre reemplaza Su desagrado tal como el sol reemplaza a la luna cada mañana. Su risa, como con Su misericordia, es nueva cada mañana.

Para sonreír más ante Dios, debemos redescubrir el peso de Su sonrisa, Su felicidad en Su pueblo, revelada, y que nos invita a ser tan felices como humanamente podemos ser —en Él. En esto está el gozo: no que nos hayamos deleitado en Dios, sino que Él primero eligió deleitarse en nosotros. Nunca vamos a reír más que nuestro Padre celestial. Su sonrisa, Su felicidad, no la nuestra, pone el cimiento del universo. Los que deseamos que Dios reciba la gloria debida a Su Nombre aprenderemos a meditar en esto regularmente. Cuando lo hagamos, tal vez algunos más de nosotros podremos acercarnos al final del camino del mundo y decir detrás de nosotros con una sonrisa: “Cristo me ama, bien lo sé, la Biblia dice así”.


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