Coronado en cenizas

De Libros y Sermones Bíblicos

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English: Enthroned in Ashes

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Por Edmund Clowney sobre Figuras Bíblicas
Una parte de la serie Tabletalk

Traducción por Maria Luisa Yudice


En la lista de honor de la Fe en la epístola de los Hebreos esta el nombre de David. Él “conquisto reinos, hizo justicia, obtuvo promesas, (Hebreos 11:33a LBLA). ¿Es David nuestro modelo como rey heroico de Israel? No, si leemos el contexto en Hebreos. Al principio y al final de su lista el autor nos cuenta por qué el seleccionó a Moisés, Rahab, Sansón, David y el resto de estos hombres y mujeres del Antiguo Testamento. Fue por su fe. No son presentados como ejemplos de virtud sino como testigos que creían. Ellos confiaron en las promesas de Dios y sus vidas lo mostraron. Entendieron que Dios estaba apuntando a uno que iba a venir. Ellos nos dicen que busquemos la promesa, es decir, que fijemos nuestros ojos en Jesús, el autor y consumador de nuestra fe (Heb.12:1-2).

Cuando escribieron las lecciones para la Escuela Dominical, los escritores pensaron que debían dar a los chicos personajes Bíblicos como ejemplos a seguir, y tuvieron que suprimir muchas historias, incluyendo algunas de la vida de David. Pero cuando David tomo su honda y fue al encuentro con Goliat (1 Sam.17), fue admirable. No lo oímos corresponder a los insultos de Goliat con los propios. Él no advirtió al gigante que aquellas armas incómodas eran como un fósforo para su misil aerotransportado. David no alardeo en su honda o en su habilidad sino en Dios. Su simple modestia muestra la humildad de su fe.

Su fe también brillo más tarde, poco después el trajo el reino entero bajo su dominio. Los Filisteos siguiendo el consejo del cambio de liderazgo, invadieron desde el sur y ocuparon Belén, la ciudad natal de David (2 Sam.23). David reunió sus tropas en el desierto de Judea. Una tarde calurosa, el deseó beber agua del pozo de Belén donde estaba la guarnición de los Filisteos.

Tres voluntarios de su vieja guardia acababan de llegar al campamento. Ellos escucharon el deseo que el rey murmuro. “¡Vamos!”, dijeron. Se abrieron paso entre las líneas de los Filisteos, llegaron a Belén y sacaron agua del pozo. Pero cuando los tres guerreros se presentaron con el agua, David derramó el agua en el suelo como una ofrenda a Dios. Él no dijo: "Gracias, muchachos" o aun (en forma moderna) ¿Dónde está el hielo?, Mas bien, David dijo: “No puedo beber esta agua. Ustedes arriesgaron sus vidas para satisfacer mi deseo. Ustedes me han traído su propia sangre”.

Derramando el agua David mostró humildad, amor y respeto por sus hombres. Todo esto fue fruto de su fe. David sabía que el agua era una señal del Señor, una bendición que no merecía. Era demasiado buena para él y solo pudo ofrecerla en agradecimiento a Dios. Y en esa humildad de fe, David desafío a sus hombres a compartir su verdad. No estaban meramente sirviendo a su rey, estaban sirviendo al Gran Rey, el Dios de Israel.

Los hombres que trajeron el agua estaban entre los más poderosos guerreros de David, que son conmemorados en 2 Samuel 23. ¿Quiénes ahora recuerdan a Naharai, escudero de Joab, o Ira itrita, Gareb itrita?, Pero el último nombre arde en la página: Urías el hitita, fiel hasta la muerte, peleando las batallas de David, cuando David estaba seguro en su reino descansando en la terraza del palacio. Urías, esposo fiel de Betsabé, convocado desde el frente por el rey David cuando supo que Betsabé llevaba en su vientre el fruto de su adulterio. Urías, quien no iría a casa a abrazar a su hermosa esposa, porque estaba en servicio y sus camaradas estaban en batalla.

El encubrimiento intentado por David falló. Envió a Urias de vuelta a Joab con su propia sentencia de muerte. El asesinato de Urías y sus compañeros de armas fueron el precio que David pago para tomar a Betsabé como esposa.

Habiendo llevado a cabo las ordenes del Rey para una salida inútil contra las puertas de Rabá, capital de los Amonitas, Joab reportó la pérdida de vidas a David. El agregó: “También tu siervo Urías hitita ha muerto” (2 Sam. 11:21). David respondió a Joab con horrorosa hipocresía: “No tengas pesar por esto, porque la espada devora tanto a uno como al otro; haz más fuerte tu combate”. No compuso ningún lamento para Urías, ni celebró al Señor por los talentos y hazañas poderosas de Urías. En su lugar David no habló desde la fe sino desde la incredulidad-“En un universo de posibilidades, ganas algunos y pierdes otros”.

Meses de silencio endurecieron el corazón de David. Al final, el profeta Natán atrapó al rey apelando a su sentido restante de justicia: “Tu eres aquel hombre” (2 Sam. 12:7). David ahora no era humilde, sino humillado. Su sensibilidad había sido aplastada por la falta de fe, el orgullo y la lujuria. Su duro corazón no podía ser ablandado, tenía que ser quebrantado.

Condenado por sus crímenes, David supo que su pecado no solo fue contra Urias, Betsabé, Joab, sus guerreros y su pueblo. Su pecado fue contra Dios. Se había vuelto a la desobediencia de la incredulidad. Él clamó, no quejándose por la injusticia de sus enemigos, sino confesando su propia debilidad y vergüenza (Sal. 51). Suplicó para lavarse de la contaminación de su pecado. No podía evitar su culpa. De hecho, su traición mostró la verdadera acusación de Dios contra él. Su pecado no fue un accidente. Era tan profundo como su ser. Había nacido en pecado, había sido concebido en iniquidad. Merecía ser arrojado de la presencia de Dios y privado de su Espíritu. Ningún sacrificio en el altar podía limpiarlo. Lo único que podía ofrecer era su corazón quebrantado. Solo el poder del Santo podía hacer que su negro corazón fuera blanco como la nieve y restaurar su salvación.

Desde el abismo de su remordimiento, David imploró por una gracia inimaginable. El apeló al pacto de amor infalible de Dios: "Líbrame de delitos de sangre, oh Dios, Dios de mi salvación; entonces mi lengua cantará con gozo tu justicia". (Sal. 51:14 LBLA)

David, el asesino, merecía la muerte. ¿Como podía él prometer alabar la justicia de Dios al perdonarle? Tal vez podría ser perdón a través de su misericordia, pero ¿Como podría ser a través de la justicia de Dios?

La respuesta está en el devoto amor salvador de Dios. Dios se había ligado a su pueblo como Redentor suyo. Si David, rey y asesino, no había de morir por su crimen, Dios mismo debería aún pronunciar sentencia. El sacrificio de animales simboliza esto: la sentencia se pronuncia contra otro. Los animales simbolizaban esto, pero no podían proveerlo. La devoción de Dios debía abrir el camino. El Señor debe proveer la víctima. Abraham no pudo ofrecer a Isaac. El Señor ha de proveer el sustituto, no un carnero atrapado en los arbustos, sino el Hijo.

No sabemos con cuanta profundidad David entendió este misterio. Pero sabemos lo que el clamó. Clamó por la misericordia que trae salvación a través de la justicia. No podemos malinterpretarlo, porque la confesión avergonzada de David, no deja ningún rastro de rectitud para que él suplique. Debe haber otra justicia, otra víctima, no el niño sin nombre de David, que fue concebido en pecado y muerto en juicio, sino otro Hijo de David, cuya agonía David vio con anticipación (Sal. 22).David no fue abandonado, pero el Hijo y Señor de David si lo fue.

El corazón quebrantado de David encontró la profundidad de una nueva humildad, no solo la de tener deferencia a otros, no como nuestro civismo que puede aburguesar las guerras culturales, sino como el corazón quebrantado del pecador. El sabía que no solo estaba deprimido sino perdido, no solo humilde sino culpable, honrado por otros pero adorando al Señor de amor.

También David fue llevado a la Cruz. El triunfo y la alabanza del Salmo 22 no celebran a David sino al Señor. “Vendrán y anunciaran su justicia; a un pueblo por nacer, anunciarán que Él ha hecho esto” (Sal. 22:31) Cuando Pablo escuchó que la iglesia estaba siendo dividida por quienes estaban orgullosos de él, su pregunta derribo su jactancia: “¿Fue Pablo crucificado por ustedes?” (1 Cor.1:13).

Hay alguien que es el héroe del amor devoto de Dios - el humilde y manso Jesús. A causa de lo que Él hizo y cómo lo hizo. Jesús es nuestro ejemplo en la humildad. El Señor de gloria lavó los pies de Sus discípulos. Su humildad es divinamente real. Jesús estuvo entre nosotros como uno que sirvió. El servicio en su nombre, por lo tanto, nunca es servil o despreciable. Su expiación ha pagado el precio de nuestros pecados y nos llama en amor. En Él somos hijos de Dios Padre, amados en el Hijo. No necesitamos el orgullo para afirmar nuestro valor, ya que estamos orgullosos de Él. Tampoco buscamos manipular a otros por la adulación o humildad. En su lugar vemos el contentamiento de David en la fe: "Señor, mi corazón no es soberbio, ni mis ojos altivos; no ando tras las grandezas, ni en cosas demasiado difíciles para mí; sino que he calmado y acallado mi alma, como niño destetado en el regazo de su madre, como niño destetado reposa en mi mi alma. Espera, oh Israel, en el Señor, desde ahora y para siempre" (Sal. 131 BLA)



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