Cuando la oración sale del aposento

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English: When Prayer Comes Out of the Closet

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Por David Mathis sobre Oración

Traducción por Laura Coloma


Orar es algo que está en el centro de la vida cristiana. No sólo es obediencia a los mandamientos de Dios, sino que también es el medio principal a través del cual recibimos su gracia constante para nuestra supervivencia y prosperidad espiritual. Y la alegría de orar – comulgar con Dios- es esencial para lo que significa ser cristiano. Sin oración no existe una relación verdadera con Él y no existe un disfrute profundo de quién es Él, sólo destellos a la distancia.

Como Jesús enseña, las oraciones privadas (u "oraciones en el aposento") juegan un papel importante en la vida del creyente. Desarrollamos varios patrones y prácticas para nuestras oraciones secretas al ritmo de nuestro propio estilo de vida. Encontramos el lugar y el tiempo para “entrar a tu aposento, y cuando hayas cerrado la puerta, ora a tu Padre que está en secreto” (Mateo 6:6, LBLA). Amén a las oraciones privadas. Son muy importantes. Pero existe algo más.

Contenido

Oren con constancia

La oración comienza en el secreto, pero Dios no tiene la intención de que se queden en el aposento. Orar es para todo en la vida, especialmente para nuestra vida juntos en comunidad. Cuando seguimos las Escrituras, no sólo practicamos la oración en privado, también tomamos su espíritu de dependencia y su confianza y los llevamos al resto de nuestro día y a los momentos de oración junto con nuestros compañeros creyentes.

Seguramente conocen los versos que nos llevan a susurrar oraciones mucho después de haber salido del aposento. “Orad sin cesar” (1 Tesalonicenses 5:17), “dedicados a la oración” (Romanos 12:12), “perseverad en la oración” (Colosenses 4:2), “orad en todo tiempo” (Efesios 6:18). Jesús dijo que “debían orar en todo tiempo, y no desfallecer” (Lucas 18:1). Estos textos nos animan a no quedarnos todo el día en el aposento, sino a llevar una postura de oración en el alma mientras nos entregamos completamente a nuestras tareas y compromisos diarios – y que también, en cualquier momento, estemos listos para dirigirnos conscientemente hacia Dios en nuestro automóvil, mientras esperamos en una fila, antes de una comida, en medio de una conversación difícil y en todo lo demás.

“Donde está Dios, está la oración”, escribe Tim Keller. “Ya que Dios está en todas partes y es infinitamente grande, orar tiene que ser omnipresente en nuestras vidas” (del libro Prayer (Oración) p. 28).

Orar en compañía

Y el momento más importante de una oración omnipresente, fuera del aposento, es orar junto a otros cristianos.

La búsqueda de compañeros para orar requiere más energía y esfuerzo que susurrar una oración en medio de una actividad. Necesita planificación e iniciativa y sincronización de horarios, cosas que no son necesarias en la oración privada. Pero vale la pena.

Así es que tenemos por lo menos dos frentes para una vida sana de oración. Oramos en privado, en secreto y en movimiento, y oramos de forma colectiva, resistiendo la privatización de nuestras oraciones, no sólo al pedir a otros que oren por nosotros, sino especialmente al hacer que otros oren con otros.

Cristo y su compañía

Si algún ser humano pudisese haber estado bien sin compañía habitual en la oración, ese hubiese sido Jesús. Pero una y otra vez captamos destellos de una vida de oración que no sólo era personal, sino también colectiva. “Jesús tomó consigo a Pedro, a Juan y a Jacobo, y subió al monte a orar”. (Lucas 9:28) y respondió con gusto a sus preguntas, “Señor, enséñanos a orar” (Lucas 11:1), con una oración colectiva a “nuestro Padre”, marcada por el uso repetitivo de “nosotros”, “nos” y “nuestro”.

El texto clásico en donde Jesús deja a otros invadir su espacio de oración está en Lucas 9:18: “Y mientras Jesús oraba a solas, estaban con Él los discípulos”. Rara vez se alejaba de la compañía de estos hombres (si acaso para orar, Mateo 14:23; Marcos 1:35; Lucas 5:16) y sin duda una de sus actividades habituales juntos era orar. Tener esa compañía en oración debe haber jugado un papel muy importante en “la confianza de Pedro y de Juan, . . . que eran hombres sin letras y sin preparación”, pero la gente podía reconocer “que ellos habían estado con Jesús” (Hechos 4:13).

La oración de Jesús con sus hombres llevó luego a la oración colectiva de la primera iglesia que estos lideraron. Está explícito en casi todas las páginas del Libro de Hechos.

Cinco consejos para orar en compañía

Y nuestra necesidad de recibir la ayuda de Dios hoy en día no es menor, y orar juntos continúa siendo un medio vital de gracia constante de Dios en la vida cristiana y para nuestras comunidades.

Es claro que la iglesia primitiva oraba unida; los detalles de cómo lo hacía no lo son. Lo cual es apropiado. No existe un patrón para la oración colectiva, ya sean pares o decenas, cientos o miles. Las prácticas de oración conjunta varían de familia a familia, de iglesia a iglesia y de comunidad a comunidad, dependiendo del contexto, liderazgo e historia en común. Los líderes sabios notan qué hábitos y prácticas se llevan a cabo actualmente en el grupo, cuáles son útiles y pudieran ser fomentados, y cuáles pudieran ser inútiles a largo plazo y podrían ser reemplazados

Aquí están cinco lecciones aprendidas liderando grupos pequeños de oración en los últimos años. Tal vez una o dos sean apropiadas para una familia, un grupo comunitario, o la iglesia que lideran o de la cual forman parte.

1. Practicar con regularidad.

Hagan del orar regularmente en compañía parte de su rutina semanal o de cada dos semanas. En vez de algo incierto, planifiquen una hora y un lugar para reunirse a orar con sus amigos creyentes. Para determinar cuántas semanas o meses durará el compromiso, lleguen a un acuerdo juntos en lugar de hacer un plan sin tiempo límite. Una vez concluido el tiempo establecido, renueven o reconsideren. Los compromisos de orar regularmente tienden a desaparecer con el tiempo si no existe una fecha final, y desalientan futuras colaboraciones.

2. Comenzar con las Escrituras

La oración cristiana en su forma más pura es la respuesta a la auto-revelación de Dios a nosotros. Es, como escribió George Herbert, “El aliento de Dios en el hombre volviendo a su nacimiento”. Por lo tanto, es apropiado comenzar las sesiones de oración colectiva con apoyo en la palabra del mismo Dios hacia nosotros, leyendo algún pasaje o una referencia en algún lugar de las Escrituras, como para hacer una especie de “llamado a la oración”. Inhalamos Escrituras, exhalamos oración.

3. Limitar el tiempo compartido.

Es fácil dejar que el compartir peticiones devore el acto de orar colectivamente. Mantengan la introducción breve, lean un pasaje y vayan directamente a la oración. Animen a la gente a compartir sus peticiones expresándolas con la información que se necesita para permitir a otros participar en lo que están orando.

4. Fomentar la brevedad y concentración

Cuando caemos en la palabrería, hacemos un mal servicio al ambiente colectivo. Esto pone a prueba la atención y concentración hasta del guerrero de oración más devoto, y contribuye a establecer estándares de duración que son inaccesibles para muchos y un mal ejemplo para todos. En momentos oportunos hagan hincapié en oraciones cortas y enfocadas, tal vez hasta puedan incluir una temporada de alabanzas o agradecimientos de una sola frase, lo cual puede animar a participar a más personas.

5. Orar sin impresionar, pero pensando en los demás.

Recordemos que la oración colectiva no es para impresionar a los demás – algunas personalidades en especial necesitan un recordatorio regular- sino para reunirnos con otros en nuestras alabanzas, confesiones, agradecimientos y peticiones. Sin embargo, tener en cuenta nuestra propia inclinación hacia la oración para impresionar, no significa que olvidemos o descuidemos a los otros que están reunidos.

Una buena oración colectiva no sólo está dirigida a Dios, sino también toma en cuenta a nuestros compañeros creyentes. Esto quiere decir que, al igual que Jesús, oramos a menudo con “nosotros,” “nos” y “nuestro”, tanto como con la autenticidad y sinceridad apropiadas para los congregados.



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