De Belén en la Majestad del Nombre del Señor

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English: From Bethlehem in the Majesty of the Name of the Lord

© Desiring God

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Por John Piper sobre La Encarnación
Una parte de la serie The Minor Prophets

Traducción por Karla Alvarado


El libro de Miqueas comienza hablándonos de cuando Miqueas profetizó y de las ciudades a las que se dirigió. “Palabra del Señor que vino a Miqueas de Moréset en los días de Jotam, Acaz y Ezequías, reyes de Judá; lo que vio a cerca de Samaria y Jerusalén”. Samaria era la capital del reino del norte, Israel, y Jerusalén era la capital del reino del sur, Judá. Los años de los reinados de Jotam, Acaz y Ezequías se extendieron desde alrededor de 735 a 700 a.C. Así que Miqueas era un contemporáneo de Isaías y profetizó durante aquellos días trágicos cuando Asiria conquistó Samaria, tomó en cautiverio a las diez tribus del norte (722 a.C.), invadió Judá y asedió la ciudad santa, Jerusalén.

Miqueas es un profeta difícil de entender porque el libro alterna entre amenazas de perdición y promesas de esperanza. Es difícil descifrar a qué situaciones se refiere y cómo la esperanza y la perdición se relacionan entre sí. Probablemente la razón por la que el libro se organiza de esta manera es para señalar que, en lo que concierne a Dios y a su pueblo, siempre hay esperanza, incluso en las situaciones más oscuras. Así que Miqueas mezcla tristeza y gloria a lo largo de su libro. Primero veremos lo triste y luego nos concentraremos en su gran promesa del Mesías que vendrá de Belén en la majestad del nombre del Señor.

El pecado de Israel trajo su perdición

Los profetas como Miqueas no trajeron perdición, sino simplemente anunciaron el destino que Israel y las naciones trajeron a sí mismos por del pecado. Por ejemplo, en el versículo 1:6, 7, el juicio de Dios sobre Samaria se debe, en primer lugar, a su idolatría: “Haré, pues, de Samaria un montón de ruinas en el campo, lugares para plantar viñas; derramaré sus piedras por el valle, y pondré al descubierto sus cimientos. Todos sus ídolos serán destrozados, y todas sus ganancias serán quemadas por el fuego, y asolaré todas sus imágenes”. En un universo creado por Dios para mostrar su gloria, el rechazo a Dios derriba la oposición omnipotente. Dios no puede ser justo y, además, ser indiferente a la incredulidad.

Por lo tanto, la idolatría siempre conduce a pecados que arruinan la vida. En el versículo 2:2, 3, Miqueas señala la codicia y el robo, la opresión y el orgullo:

Codician campos y se apoderan de ellos, casas, y las toman. Roban al dueño y a su casa, al hombre y a su heredad. Por tanto, así dice el Señor: He aquí, estoy planeando traer contra esta familia un mal del cual no libraréis vuestro cuello, ni andaréis erguidos; porque será un tiempo malo.

La idolatría y la soberbia van de la mano, y conducen a la codicia, al robo y a la opresión.

Este espíritu de codicia se había extendido hasta Jerusalén, no solo en Samaria. En el versículo 3:9–11, Miqueas nos dice cómo la codicia corrompió la justicia e incluso hizo que los líderes, sacerdotes y profetas recibieran sobornos:

Oíd ahora esto, jefes de la casa de Jacob y gobernantes de la casa de Israel, que aborrecéis la justicia y torcéis todo lo recto, que edificáis a Sión con sangre y a Jerusalén con iniquidad. Sus jefes juzgan por soborno, sus sacerdotes enseñan por precio,sus profetas adivinan por dinero, y se apoyan en el Señor, diciendo: ¿No está el Señor en medio de nosotros? No vendrá sobre nosotros mal alguno.

Los gobernantes aborrecen la justicia, pervierten la equidad, derraman sangre y aceptan sobornos. Los sacerdotes enseñan por dinero, y los profetas dicen lo que quieren escuchar si les pagan. Por todo esto, Miqueas promete perdición y destrucción: Samaria se convertirá en un montón de ruinas (v. 1:6), que ocurrió en 722 a.C., y Jerusalén partirá en exilio a Babilonia (v. 4:10), que ocurrió en 586 a.C. Miqueas había muerto hacía mucho tiempo cuando Jerusalén cayó. Él no destruyó la nación. Se destruyeron a ellos mismos con idolatría, codicia y justicia pervertida.

Perdición y gloria

Pero mezclado con toda esta tristeza, se vislumbra un futuro de gloria para un pueblo arrepentido y humilde. Miqueas describe en el versículo 6:7, 8 lo que Dios requiere para que la gloria ilumine a Israel.

¿Se agrada el Señor de millares de carneros, de miríadas de ríos de aceite? ¿Ofreceré mi primogénito por mi rebeldía, el fruto de mis entrañas por el pecado de mi alma? Él te ha declarado, oh hombre, lo que es bueno. ¿Y qué es lo que demanda el Señor de ti, sino solo practicar la justicia, amar la misericordia, y andar humildemente con tu Dios?

En orden inverso, los tres requisitos son una humilde comunión con Dios, es decir, dependencia total en él; luego amor por la misericordia, es decir, un corazón que ama mostrar misericordia; y luego practicar la justicia, es decir, una vida activa, especialmente en nombre de aquellos que son maltratados. Creo que estas son las mismas tres cosas que Jesús tenía en mente cuando criticó a los fariseos en Mateo 23:23 por descuidar “los preceptos de más peso de la ley: la justicia, la misericordia y la fidelidad”. La fe humilde en la misericordia de Dios hacia nosotros inclina nuestros propios corazones a mostrar misericordia, y eso nos lleva a buscar justicia para los maltratados.

Pero si eso es cierto, ¿qué seguridad nos da Miqueas de que Dios tendrá misericordia? La imagen del pecado y el juicio es tan lúgubre. ¿Hay misericordia y perdón con este Dios vengador? Miqueas termina su libro con palabras que no dejan dudas en nuestra mente.

¿Qué Dios hay como tú, que perdona la iniquidad y pasa por alto la rebeldía del remanente de su heredad? No persistirá en su ira para siempre, porque se complace en la misericordia. Volverá a compadecerse de nosotros, hollará nuestras iniquidades.
Sí, arrojarás a las profundidades del mar todos nuestros pecados. Otorgarás a Jacob la verdad y a Abraham la misericordia, las cuales juraste a nuestros padres desde los días de antaño. (v. 7:18-20)

Así que hay una gran esperanza para Israel si se vuelven y practican la justicia, aman la misericordia y caminan humildemente con su Dios.

La promesa del Mesías venidero

Pero si nos detuviéramos aquí, la imagen del futuro de Miqueas sería como un retrato sin persona. No quiero decir que Dios no es una persona; él lo es, y morará en medio de su pueblo. Pero no puedes ver a Dios. Él es espíritu, es invisible. Sin embargo, Dios quiere mostrarse a nosotros lo más posible. Por lo tanto, desde los días de David, él prometió enviar un rey humano a través de quien gobernaría al mundo. Y él estaría tan estrecha y misteriosamente identificado con este rey que el rey sería llamado “Dios Poderoso, Padre Eterno” (Isaías 9:6). Entonces, cuando Isaías o Miqueas nos brindan un panorama del futuro de Dios, la persona visible en el centro es el Mesías. Por lo tanto, para entender la imagen completa de Miqueas sobre la gloria futura, tenemos que ver Miqueas 5:2–4, donde predice la venida del Mesías de Belén.

Al profetizar estas palabras sobre la venida del Mesías, Miqueas le revela a sus contemporáneos y a nosotros al menos tres cosas acerca de Dios que nos deberían alejar de los ídolos y hacer que queramos confiar en Dios por encima de todo. Leamos el texto y luego veamos estas tres cosas.

Pero tú, Belén Efrata, aunque eres pequeña entre las familias de Judá, de ti me saldrá el que ha de ser gobernante en Israel. Y sus orígenes son desde tiempos antiguos, desde los días de la eternidad. Por tanto, Él los abandonará hasta el tiempo en que dé a luz la que ha de dar a luz. Entonces el resto de sus hermanos volverá a los hijos de Israel. Y Él se afirmará y pastoreará su rebaño con el poder del Señor, con la majestad del nombre del Señor su Dios. Y permanecerán, porque en aquel tiempo Él será engrandecido hasta los confines de la tierra.

Las tres cosas reveladas sobre Dios son: primero, Dios siempre actúa para magnificar su gloria, especialmente la gloria de su libertad y misericordia. Segundo, Dios cumple sus promesas. Tercero, Dios protege a su pueblo. Si esas tres cosas son ciertas, ¿quién no querría al Señor por encima de cualquier ídolo? ¿Quién no querría estar protegido por la omnipotencia y ser heredero de promesas que involucran la gloria infinita? Así que déjeme intentar despertar su gusto por Dios mostrándole cómo Miqueas revela estas tres cosas.

Dios magnifica su gloria

Primero, Dios actúa para magnificar su gloria. En el versículo 5:2, Dios habla y contrasta la pequeñez de la ciudad de Belén con la grandeza del gobernante que saldrá de ella. Belén apenas vale la pena contar entre los clanes de Judá; sin embargo, Dios elige sacar a su Mesías glorioso de esta ciudad. ¿Por qué? Una respuesta es que el Mesías es del linaje de David, y David provenía de Belén. Eso es cierto, pero pierde de vista el punto del versículo 2, el cual es que Belén es pequeño. Dios elige algo pequeño, tranquilo, apartado, y hace algo allí que cambia el curso de la historia y de la eternidad. ¿Por qué? Porque cuando actúa de esta manera, no podemos jactarnos en los méritos de los hombres sino solo en la gloriosa misericordia de Dios. No podemos decir: “Bueno, por supuesto que puso su favor en Belén; ¡mira la gloria humana que Belén ha logrado!” Todo lo que podemos decir es: “Dios es maravillosamente libre; no se impresiona por nuestra grandeza; no hace nada para atraer la atención a nuestros logros; hace todo lo posible para magnificar su libertad y misericordia gloriosas".

Cuando Dios eligió un reemplazo para el rey Saúl, envió a Samuel a la pequeña ciudad de Belén. Cuando escogió a los hijos de Isaí, puso su favor en el menor, no en el mayor (recuerden a Jacob y Esaú: “el mayor servirá al menor” (Romanos 9:12). Cuando Dios escogió a un hombre para derrotar al gigante Goliat, fue al pequeño David. Cuando eligió un arma, fue una honda. ¿Por qué? ¿Por qué hace Dios su gran trabajo a través de pueblos pequeños e hijos menores y hondas y pesebres y semillas de mostaza? David nos lo dice en 1 Samuel 17:45–47, justo antes de matar al gigante. Le dice a Goliat:

… yo vengo a ti en el nombre del Señor de los ejércitos, el Dios de los escuadrones de Israel, a quien tú has desafiado. El Señor te entregará hoy en mis manos, … para que toda la tierra sepa que hay Dios en Israel, y para que sepa toda esta asamblea que el Señor no libra ni con espada ni con lanza; porque la batalla es del Señor y Él os entregará en nuestras manos.

Dios usa pueblos pequeños e hijos menores y hondas para magnificar su gloria por compasión para mostrar que no depende de la gloria, grandeza o el logro humano.

El apóstol Pablo lo expresa así en 1 Corintios 1:27–31, “sino que Dios ha escogido lo necio del mundo, para avergonzar a los sabios; y Dios ha escogido lo débil del mundo, para avergonzar a lo que es fuerte; y lo vil y despreciado del mundo ha escogido Dios; lo que no es, para anular lo que es; para que nadie se jacte delante de Dios. … El que se gloría, que se gloríe en el Señor.” Dios eligió un establo para que ningún posadero pudiera jactarse diciendo, “¡Él eligió mi posada!” Dios eligió un pesebre para que ningún obrero de madera pudiera jactarse diciendo “¡Él eligió la cama que yo elaboré!” Él eligió Belén para que nadie pudiera jactarse diciendo “¡La grandeza de nuestra ciudad restringió la elección divina!”

“¿Dónde está, pues, la jactancia? Queda excluida. ¿Por cuál ley? ¿La de las obras? No, sino por la ley de la fe. Porque concluimos que el hombre es justificado por la fe aparte de las obras de la ley” (Romanos 3:27, 28). La elección divina de la pequeña cuidad de Belén como lugar de la encarnación es esencialmente el mensaje de la justificación por la fe, aparte de las obras de la ley. Belén significa que Dios no otorga la bendición de la salvación según nuestro mérito o nuestro logro. Él no elige ciudades o personas debido a su importancia de grandeza o distinción. Cuando elige, elige en libertad para magnificar la gloria de su misericordia. Entonces, cuando Miqueas compara la pequeña ciudad de Belén con la grandeza del Mesías, muestra a Dios actuando en su forma habitual: magnificar su gloria y convertir la jactancia humana en gratitud, alabanza y fe. “Gloria a Dios en las alturas”, dijeron los ángeles, y nosotros también deberíamos hacerlo.

Dios cumple sus promesas

Segundo, Dios cumple sus promesas. Cualquier judío al escuchar a Miqueas predecir la venida de un gobernante de Belén que pastorearará su rebaño con el poder del Señor, pensaría de inmediato en dos personas: David y el próximo hijo de David, el Mesías. David era de Belén; David fue un gobernante en Israel; David era un pastor. El vínculo entre el Mesías venidero y el rey David es el vínculo de la promesa. Lo que Miqueas está haciendo es reafirmar la certeza de la promesa de Dios a David. Recuerden lo que Dios le dijo a David en 2 Samuel 7:12–16: “… levantaré a tu descendiente después de ti, el cual saldrá de tus entrañas, y estableceré su reino. El edificará casa a mi nombre, y yo estableceré el trono de su reino para siempre. Tu casa y tu reino permanecerán para siempre delante de mí; tu trono será establecido para siempre”. Lo sorprendente de Miqueas es que reafirma la certeza de esta promesa no en un momento en que Israel está subiendo al poder, sino en un momento en que Israel se está quedando en el olvido. Él es testigo de la destrucción del reino del norte, y predice la caída y el exilio de Judá.

Pueden ver la firmeza con la que alguien cree en la promesa de Dios si ésta le fortalece y da esperanza cuando la vida se derrumba a su alrededor. Y al parecer, Miqueas nunca vaciló. Él sabía que Dios mantendría su promesa.

No hay muchas cosas en nuestras vidas que sean seguras e inquebrantables. Y cuanto más envejecemos, menos seguros y más quebrantable se vuelve todo a nuestro alrededor porque nuestras vidas se vuelven frágiles. Creo que cuando tenga 86 años en lugar de 36, la Navidad será agradable con nostalgia y se teñirá con la tristeza de la pérdida. Creo que no debe ser fácil saber que las Navidades que te quedan las podrías contar con una o dos manos. ¿Qué le ofrece el mundo a un octogenario? Cuando tenemos veintitantos, treinta y cuarenta y tantos años, somos el objetivo principal del mercadeo de la carne. Todo parece ser tan firme. Pero al acercarnos al final, nos volvemos más sabios. Si la trabajadora social secular en el asilo de ancianos me permite ver sus ojos, puedo decir: debajo de sus proyectos, juegos y terapia, ella no tiene nada que ofrecer, nada. Todo se está marchitando, todo se está desvaneciendo, a menos de que la Palabra de Dios sea segura. Y si lo es, habrá fuerza, esperanza y alegría hasta el final. El punto de Miqueas es que dos siglos y circunstancias terribles no anulan la Palabra de Dios. Lo que él ha dicho sucederá. “…Toda carne es hierba, y todo su esplendor es como flor del campo. … Sécase la hierba, marchítase la flor, mas la palabra del Dios nuestro permanece para siempre” (Isaías 40:6-8). Dios cumple sus promesas, y no hay mayor certeza en todo el mundo.

Entonces, lo primero que aprendemos acerca de Dios en Miqueas 5:2–4 es que Dios magnifica su gloria, y lo segundo es que cumple sus promesas. Hay un hermoso pasaje en Romanos 15:8, 9, que muestra cómo la venida de Cristo confirma ambas verdades. Pablo dijo: “Pues os digo que Cristo se hizo servidor de la circuncisión para demostrar la verdad de Dios, para confirmar las promesas dadas a los padres, y para que los gentiles glorifiquen a Dios por su misericordia…”. La Navidad tiene como intención magnificar la gloria de la misericordia de Dios y confirmar la veracidad de sus promesas.

Dios protege a su pueblo

Finalmente, aprendemos que Dios protege a su pueblo. El versículo 4 dice: “Y Él se afirmará y pastoreará su rebaño con el poder del Señor, con la majestad del nombre del Señor su Dios. Y permanecerán, porque en aquel tiempo Él será engrandecido hasta los confines de la tierra”. El propósito de Dios al enviar al Mesías no es solo glorificarse a sí mismo, sino también pastorear a su pueblo. Todos en esta sala necesitan un Pastor divino. Puede que ahora no sientas esa necesidad en tu propia fuerza, pero la sentirás profundamente, especialmente si tienes que atravesar el valle de sombra de muerte sin el consuelo de su vara y su cayado. Necesitamos un pastor, y Dios ha enviado a Cristo justo para eso.

Mira lo que ofrece en este versículo. Primero, él se afirmará. No se quedará esperando a que le sirvamos. Estará de pie, alerta, trabajando para aquellos que lo eligieron como su pastor. Segundo, él pastoreará a su rebaño. Él no nos abandonará a buscar nuestra propia comida. Nos guiará por verdes pastos y aguas de reposo. No habrá ninguna necesidad insatisfecha. Tercero, Él nos servirá con el poder del Señor, en la majestad del nombre del Señor su Dios. Sus buenas intenciones para con nosotros no se verán obstaculizadas por la falta de poder. El poder del Señor es el poder omnipotente. Por lo tanto, si confías en Cristo, el poder omnipotente está de tu lado. Camina como una oveja obediente detrás de él, y él superará todos los obstáculos para tu purificación y alegría por siempre. Finalmente, nótese que él será grande hasta el fin del mundo. No habrán focos de resistencia que no sean sometidos. Nuestra seguridad no se verá amenazada por fuerzas ajenas. Toda rodilla se doblará y le confesará como Señor. Toda la tierra será llena de su gloria.

Así que la conclusión final es la siguiente. Jesucristo vino de Belén. Al igual que su ciudad, él era humilde, oscuro y pobre en su primera venida. Pero volverá otra vez en gran gloria para reunir a su rebaño en el reino. La promesa de Miqueas sobre su venida nos proclama tres cosas acerca de Dios que deberían hacer que lo deseemos más que nada en esta Navidad. 1) Él magnifica la gloria de su libertad y misericordia. 2) Él cumple sus promesas, en medio de los momentos más oscuros. 3) Y él protege a su pueblo. ¿Habrá alguien aquí que no quiera estar protegido por la omnipotencia divina para siempre? ¿Habrá alguien que no quiera ser el beneficiario de promesas que involucren la gloria infinita?


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