Deja que los momentos preciosos se vayan

De Libros y Sermones Bíblicos

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English: Let Precious Moments Pass You By

© Desiring God

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Por Greg Morse sobre Santificación y Crecimiento

Traducción por Javier Matus


Nos sentamos solos, sin un alma por millas alrededor. Desde una cresta en el acantilado, vimos el lago Superior mientras las olas golpeaban contra la roca. Respiramos el aire fresco de la soledad. Recuerdo preguntar sin cesar a mis amigos: ¿Debería grabarlo? ¿Y qué si ella quiere verlo más tarde? ¿Y qué si ella quiere mostrarlo a otros?

Solo yo, mi esposa y el Señor sabemos lo que se dijo ese día. Las sonrisas, las risas —la ardilla— el llanto. Cuando ella finalmente dijo que sí, solo la sonrisa de Dios y la mía se encontraron con la suya. Uno de los eventos más preciosos de nuestras vidas se quedó sin grabar. El hermoso momento, completamente disfrutado, se nos fue entre los dedos.

Contenido

Cuando los momentos hermosos se nos van

Con solo tocar un botón, podemos guardar en memoria a nuestros niños en su primer día de clases. Podemos grabar su risa de la rueda de la fortuna en nuestra primera cita. Podemos escuchar su broma cursi una y otra vez, viendo esa cara curtida una última vez con cada presionar de “reproducir”. La vida es una neblina, y Dios le ha dado a esta generación la capacidad de aferrarse como nunca a nuestra pequeña neblina.

Pero con todos los buenos dones manipulados por el hombre caído, puede ser mal utilizado. La foto puede ser apreciada por encima del momento que captura. ¿Quién no siente la presión de mantener el teléfono al alcance para captar los momentos especiales cuando llegan? La humanidad ha cambiado a Dios por imágenes que se asemejan al hombre mortal (Romanos 1:23). ¿Hemos intercambiado los momentos inestimables que Él nos da por imágenes que se asemejan a ellos? Cada uno de nosotros es tentado, como ninguno que vino antes que nosotros, a transmitir en vivo nuestra vida, pero nos olvidamos de vivir.

Acaparadores de memoria

Por supuesto, disfruta de tomar recuerdos del pasado. Pero cuando el almacenamiento y el tomar fotografías se vuelve compulsivo, cuando comenzamos a vivir por el siguiente Instagram descargable, cuando ya no podemos disfrutar de la belleza no-grabada, cuando nos convertimos en fotógrafos aficionados sin vacaciones ni días festivos, cuando llevamos un selfie-stick como si fuera una licencia de conducir, entonces nos hemos convertido en acaparadores de memoria.

Nos perdemos de momentos preciosos no porque no tengamos nuestros teléfonos, sino porque los tenemos. Al igual que los niños enviando mensajes de texto en la mesa, nos olvidamos de mirar los momentos especiales a los ojos. Ignoramos la primera toma de la vida a favor de una visualización posterior, intercambiando lo real por la réplica, y al hacerlo, falsificando nuestro gozo.

Y nuestro uso de la cámara profesa mucho. Creo que revela tres verdades cruciales acerca de nosotros.

1. Le tememos a la muerte

El acaparar la memoria revela lo que todos sabemos, pero rara vez consideramos: la vida es fugaz. “Está aquí hoy, mañana desaparece” nos aterroriza. Fue ayer que asistimos a fiestas de pijamas y jugamos afuera en el recreo.

Le tememos a la muerte, y este temor nos somete a una “esclavitud de por vida” (Hebreos 2:15). La tumba nos llama, las paredes se cierran, el miedo nos acecha mientras esperamos a la parca. Y mientras la sombra merodea en la oscuridad, intentamos exprimir de la cáscara la mayor cantidad posible de vida, mientras podamos.

Una forma en que acaparar la memoria intenta esto es documentando cada momento que valga la pena recordar. Tratamos de mantener el portal abierto al pasado para que podamos viajar de ida y vuelta, comiendo lo mejor de la cosecha de ambas temporadas. La brevedad de la vida hace demasiado pequeño el disfrutar los momentos solo una vez.

Pero nuestro pánico es a menudo contraproducente. Nuestra filmación incesante a menudo interrumpe los mismos momentos que intentamos capturar. Para grabar a nuestros niños jugando, dejamos de jugar con nuestros hijos. Detener. Agarrar el teléfono. Y proceder. A menudo es introducir puntos en la vida a mitad de la oración.

2. Buscamos la inmortalidad

Recientemente hablé con un hombre muerto. Él no había actualizado su perfil por un tiempo. Descubrí hace una semana que había estado muerto por ese tiempo. El incidente me pareció extraño. Bromas graciosas colgaban de su pared. Él sonreía en su foto del perfil. Su personalidad e imagen estaban en perfectas condiciones. El trabajo de su vida estaba a un clic de distancia. Él, como muchos de nosotros esperamos serlo, fue embalsamado en Internet. Aunque murió, él vive.

Recolectar recuerdos, en su forma más relajada, es un intento de saborear el mejor vino que la vida ofrece. En su momento más frenético, es un intento hacia la inmortalidad. Si la ciencia no ha curado la muerte, al menos la tecnología puede prolongar nuestra imagen, nuestros pensamientos y nuestros nombres en la Red Mundial. Algunos de nosotros usamos nuestros teléfonos, no tanto como un portal al pasado, sino como un portal para un público ilimitado. Y como un actor con una parte demasiado pequeña para su gusto, pasamos toda una vida recorriendo las redes sociales, atrayendo tanta atención como sea posible, antes de ser obligados a hacer mutis por la derecha.

Anhelamos ser recordados. No somos bestias, contentos de vivir y morir sin nombre en el campo. Estamos hechos para vivir para siempre; Dios ha puesto la eternidad en nuestros corazones (Eclesiastés 3:11). Anhelamos el lugar donde los momentos notables no pueden ser robados. Pero en lugar de confiar en el que destruyó el poder de la muerte para liberarnos del temor (Hebreos 2:15), usamos el don de Dios de la tecnología para buscar lo que nunca ha ofrecido verdaderamente: la vida eterna. Escribimos frenéticamente nuestros nombres en las paredes del Titanic.

3. Hemos olvidado nuestra esperanza

Nuestras pilas de fotografías sugieren que incluso nosotros los cristianos nos aferramos a esta vida a como dé lugar. Abrazamos lo adorable como si no esperáramos volver a verlo.

Aunque quizá no lo articulemos, podemos sentir temor de que se nos recuerde que este mundo no es nuestro hogar. Leemos la verdad, “el mundo pasa” (1 Juan 2:17), secretamente entristecidos. Esto es comprensible. Este mundo es el único que hemos conocido. Todos nuestros gozos han estado aquí. Nuestros amores han estado aquí. Pero la fe revierte la prioridad. “No mirando nosotros las cosas que se ven, sino las que no se ven; pues las cosas que se ven son temporales, pero las que no se ven son eternas” (2 Corintios 4:18).

Mientras la página final del mundo da vuelta, “el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre” (1 Juan 2:17). Lo mejor, para nosotros, está por venir. No necesitamos dudar ni temer a nuestra inmortalidad. Los momentos más grandiosos aquí —los que nos obligan a agarrar nuestros teléfonos para contrabandear lo que podamos como recuerdos— son, en su máximo valor, rumores de lo que está por venir.

La epopeya de la eternidad

Existe una gloria para el cristiano al permitir que los momentos preciosos, después de ser saboreados y deleitados, pasen sin lamentarse. Él no necesita guardar obsesivamente recuerdos y ponerlos en exhibición como lo hacen algunos con los animales salvajes. Esto no es lo más cercano que llegaremos al cielo.

Para el hijo de Dios, todos los momentos preciosos que valen la pena contar aquí se nos darán en la próxima vida. La historia de la Tierra será la epopeya del cielo. Los mejores momentos de esta era gustarán aún mejor en el nuevo mundo. “En la eternidad”, escribe Marilynne Robinson, “todo lo que ha pasado aquí será la epopeya del universo, la balada que cantarán en las calles”. Incluso ahora, miríadas de gloriosas criaturas celestiales escuchan con asombro (1 Pedro 1:12).

En la eternidad, Dios mismo la contará. Tomará eras y eras recorrer los capítulos de la Tierra que contienen las inmensurables riquezas de Su bondad y misericordia hacia Su pueblo. Y cada uno de nosotros tendrá nuestra parte para contar. El hilo de oro de Su amor firme se trazará a lo largo de todos nuestros pasados. El Calvario será nuestro estribillo. Nos reiremos de Su misericordia, lloraremos por Su compasión, nos alegraremos de Su triunfo, sonreiremos por momentos hermosos y nos gloriaremos en la plenitud a la que apuntaban todos. Allí, la esencia de todo lo que nos complació aquí y ahora volverá a nosotros plenamente cuando Lo veamos cara a cara.


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