Dejen atrás la vida que deseaban

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English: Let Go of the Life You Wanted

© Desiring God

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Por Greg Morse sobre

Traducción por Carlos Diaz


“No tengo nada que mostrar de mi vida”, dijo él.

“Ninguna carrera. Pocos amigos. No tengo esposa. Ningún futuro financiero. Nada. Estoy esclavizado con las deudas, tengo problemas con pecados de la infancia, y tengo pocas esperanzas. No me escuchan decir algo que no soy, pero muchos días, me pregunto por qué sigo aquí”.

La temporada de la juventud había pasado. Sueños muertos y expectativas diluídas lo mantuvieron en compañía de sus mascotas cada noche. Describió su vida en la forma en que Amy de Green Gables lo había hecho: “Mi vida es un cementerio perfecto de esperanzas enterradas”. Y muchas de sus esperanzas se introdujeron en el ataúd vivas.

El tiempo tomó sus heridas. Se sintió molesto con los miembros de la iglesia que lo traicionaron, resentimiento hacia los empleados que lo engañaron, amargado que otros tuvieran lo que él anhelaba. Había estado luchando con su pecado lo mejor que podía, ¿y así es como Dios le retribuía?

La decepción parecía más fácil de soportar en su juventud, pero ahora el sol comenzaba a ponerse. ¿Dónde estaba la vida que siempre imaginó? Contempló como a un enterrador con las esperanzas que se iban.

¿Qué tal si ustedes miran atrás, como mi amigo, y todo lo que ven es un cementerio de sueños enterrados, un huevo que nunca eclosionó, grandes cosas que nunca vinieron, años que pasaron como un suspiro? ¿Qué hacen cuando la vida que debería haber sido finalmente escapa por el espejo retrovisor?

Contenido

1. Dejen atrás la vida que deseaban

Debemos reconocer que una “esperanza diferida enferma el corazón” (Proverbios 13:12). Si el trabajo nunca llega, la esposa nunca es hallada, la herida nunca sanaría, luego el retraso (y muerte) de las cosas buenas deberían hacer que las lágrimas sigan su curso. Pero el día debe venir cuando yacemos al lado del peso de una vida no realizada y sigue la carrera real impuesta ante nosotros, considerando a Jesús (Hebreos 12:2).

Cristo enseña esto cuando dice “recuerden a la esposa de Lot” (Lucas 17:32). En vez de empujar hacia la vida que Dios le llamaba, miró hacia atrás anhelando Sodoma. Como resultado, Dios la convirtió en una estatua de sal. Como ella, muchos de nosotros somos tentados a mirar atrás con anhelo, como Dimas lo hizo cuando, “en amor con este mundo actual”, persiguió a Pablo (2 Timoteo 4:10). Aún así otros de nosotros miramos con anhelo una ciudad que nunca visitamos, una vida que nunca vivimos.

Jesús continúa, “Quien sea que me busque para preservar su vida la perderá, pero quien sea que pierda su vida la mantendrá” (Lucas 17:33). La vida que esperábamos puede ser la más difícil de perder. Los fantasmas son más desafiantes de eliminar. Pero todos olvidamos qué yace detrás cuando nos impediría avanzar a lo que yace adelante (Filipenses 3:13).

2. Mira la vida por venir

La historia de la humanidad no es “una novela contada por un idiota, llena de sonido y furia, que siginifica nada”, como Macbeth exaspera. Es una novela, más larga que nuestros cameos personales contados por un sabio y buen Creador y, para el Cristiano, un Padre. No debemos pretender como si nuestra historia es la historia, sino ubicar felizmente nuestras pocas líneas en el alcance del drama redentor de Dios. El Cristiano por sí solo puede contemplar su sentencia (insignificante) de vida, estremecerse por un momento, y luego regocijarse con inexpresible alegría y llenarse de gloria, porque en Cristo muchos más capítulos - de hecho las mejores páginas - aún yacen más adelante. La muerte es más que un comienzo que un fin, una coma que un punto, una llegada a casa que dejarla.

Esta es la razón por la que Pablo describe nuestra vida en este lado del cielo como la espera. Matamos esl pecado y vivimos vidas divinas, “esperando la feliz esperanza, la manifestación gloriosa de nuestro gran Dios y Salvador, Cristo Jesús” (Tito 2:13). Evangelizamos, esperando. Buscamos su rostro, esperando. Albergamos pequeños grupos, criamos a niños, trabajamos, esperando. Hay más en cada historia del Cristiano que puede experimentarse ahora. “Si nosotros hemos puesto nuestra esperanza en Cristo solamente para esta vida, seríamos los hombres más dignos de lástima” (1 Corintios 15:19).

¿Para qué esperamos? Esperamos nuestra feliz esperanza, la aparición de Jesucristo. Él es una esperanza muy distinta que la que tenemos en la tierra. Él es una feliz esperanza, una esperanza que no fallará, faltará, o se romperá. Una vez enterrada, él es la única esperanza que conquistó la tumba

¿Se lamentan por una vida que nunca vino? Admiren “la resurreción y la vida” (Juan 11:25). Nuestra esperanza se sienta a la derecha del trono del Padre, inmortal; nuestra herencia, imperecedera. La verdadera vida de los creyentes se manifiesta cuando él hace: “Cuando se manifieste Cristo, que es nuestra vida, entonces ustedes también aparecerán con él, llenos de gloria” (Colosenses 3:4).

En el día cuando él lance el reproche de sus hijos al fondo del mar, los santos serán vistos - incluso en nuestras mundanas y ordinarias vidas - como los grandes tesoros de la corona de Cristo, los reyes y reinas del cielo. Será dicho en ese día,

Este es, en verdad, nuestro Dios, de quien esperábamos que nos salvara. Éste es el Señor, en quien confiábamos; ahora estamos contentos y nos alegramos porque nos ha salvado. (Isaías 25:9).

La vida comienza a su llegada. La aventura comienza más allá de la tumba.

3. Abraza la vida que tienes

Al sostener el cielo ante nosotros, podemos abrazar la vida que tenemos ahora. Jesús trepó el árbol y bebió nuestra ira “para la alegría que estaba puesta ante él” (Hebreos 12:2). El fin de la historia lo ayudó, y nos ayudó, a soportar lo que estaba en medio. Si, dentro de nuestro breve párrafo, escuchamos a Jesús decir, “En verdad te digo que hoy mismo estarás conmigo en el paraíso” (Lucas 23:43), entonces no necesitamos crecer déspotas sobre la más aburrida o aparentemente más desperdiciada vida. El “irse y estar con Cristo. . .es mucho mejor” (Filipenses 1:23).

Así que, como John Piper aconseja, “Ocasionalmente, llora por la vida que esperaba que fuera. Lamenta las pérdidas. Luego lava tu rostro. Confía en Dios. Y abraza la vida que tienes” - al saber eso, en Cristo, no es la vida que pronto tendrás. Nuestra herencia futura nos enseña a no desesperarnos por lo que deberíamos haber sido, sino regocijarnos en lo que será. Ardemos en celos por buenos trabajos, la gloria de Dios, y el bien de los demás; oramos a nuestro Padre leemos su palabra, obedecemos y adoramos a su Hijo; nos reímos y lloramos, cantamos y nos esperanzamos, buscándolo a él en la próxima curva. Confíen en Cristo, síganlo ahora, y esto será lo más lejos que te separarás de casa.

No crezcan fatigados

Quizás están cansados de esperar. Sé que yo sí. Anhelo estar en casa con el Señor. Anhelo que todas las cosas malas no fueran ciertas. Que cesara el pecado batallador. Que cesara de escuchar esas horribles noticias. Que experimentemos la perfecta unidad con los santos. Que lo veamos cara a cara.

Pero todas las grandes historias nos enseñan a no cansarnos de esperar. La resolución final hará que valga la pena. ¿Deberíamos fatigarnos, por esperar todo lo que deseábamos? ¿Deberíamos lamentarnos de que el amanecer de una bienaventuranza eterna salga a las seis en punto en vez de las cuatro? Ciertamente, un poco de horas extra de oscuridad hace que los rayos eternos sean más deleitables; los pocos capítulos extra de suspenso pueden utilizarse para intensificar la determinación.

Él vendrá. Bendecidos son aquellos quienes, a través de las decepciones de esta vida, esperan por los capítulos venideros. Dejen atrás la vida que nunca vino. Abracen la vida que tienen. Esperen la vida que pronto será.


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