Desafía A Los Enemigos De Tu Alma

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English: Defy the Enemies of Your Soul

© Desiring God

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Por Kaitlin Miller sobre Santificación y Crecimiento

Traducción por Javier Matus


Hay algo en el mero acto del desafío que nos puede encender.

La determinación del rechazo puede endurecer nuestra columna vertebral, tensar nuestros músculos y amplificar nuestra determinación. Claro, el desafío puede ser dirigido de un millón de maneras pecaminosas cuando es impulsado por nuestro orgullo —hacia la rebelión contra los padres, la resistencia al arrepentimiento, la falta de respeto a la autoridad o cualquier otro rechazo de los mandamientos de Dios.

Pero también hay un desafío santo que nos enciende para resistir la tentación, para reclamar el territorio enemigo y para rehusar maldecir a Dios en el sufrimiento. Estos son los tipos de batallas por las cuales hierve la sangre de Dios. Y por la sangre de Cristo que nos salva, también pueden hacer hervir la nuestra.

Contenido

Desafía al verdadero enemigo

Nuestro enemigo es astuto y peligroso. Merodea como un león rugiente, buscando devorarnos (1 Pedro 5:8). Pero también es un enemigo derrotado —y él lo sabe. Es incapaz de tentar con más de lo que podamos resistir (1 Corintios 10:13). Él está forzado a huir de nosotros cuando lo resistimos (Santiago 4:7). Y él y sus demonios tiemblan ante la verdad que incluso ellos ciertamente creen (Santiago 2:19).

Tenemos razón en tomarlo en serio —en estar alerta a sus tácticas, en estar en guardia contra sus métodos y en tener una mente sobria en consideración a él. Pero también tenemos razón en recordar que en Cristo se nos ha dado el poder de demoler fortalezas (2 Corintios 10:4) y que nos hemos unido a las filas del lado ganador que pronto lo aplastará bajo nuestros pies (Romanos 16:20).

Confiando solo en nuestra propia fuerza, nos encontramos acobardados por el temor, engañados por tácticas o en temor huyendo de la batalla por completo en una supuesta derrota. Pero fuertes “en el Señor y en el poder de Su fuerza” (Efesios 6:10-11), podemos mirar directamente sin temor los ya frustrados esquemas de nuestro enemigo, confiando en nuestro Rey invencible y la armadura invencible que Él da.

Espíritus puestos a hervir

Pablo nos advierte que seamos “en lo que requiere diligencia, no perezosos”, sino “fervientes en espíritu” (Romanos 12:11), una orden que conlleva la idea de hervir con pasión —ya sea con ira por lo que es malo o amor por lo que es bueno. Tal fervor está en marcado contraste con el estado inaceptable de ser tibio (Apocalipsis 3:16).

Pero no podemos encender ese fuego por nuestra cuenta. Más bien, debemos ver hacia nuestro Dios, el Fuego Consumidor (Hebreos 12:29), cuyo Espíritu Santo calienta nuestro propio espíritu para amar lo que Él ama, odiar lo que Él odia, defender lo que Él defiende y rechazar lo que Él rechaza. Al contender junto con Él contra las verdaderas fuerzas espirituales de nuestro mundo, hervimos con un desafío que se muestra en su máximo brillo y calor en toda clase de rechazos santos.

Desafío de rechazar

Este desafío viene cuando nos negamos a someternos a tentaciones seductoras al exponerlas por lo que realmente son —esquemas engañosas para robar, matar y destruir (Juan 10:10). Hervidos hasta el asco, podemos frustrar los planes del enemigo al rechazar sus invitaciones maliciosas, y en cambio volviéndonos para caminar en la vida de nuestra libertad del pecado dada por Dios (Romanos 6:6).

El desafío viene cuando nos negamos a tolerar las mentiras que vemos asentarse en la vida de aquellos que amamos —mentiras de que no son amados, de que están sin esperanza, o de que no son dueños de su propio destino. Hervidos hasta el amor celoso, podemos levantar sobre ellos nuestros escudos de fe, apagando las flechas ardientes del maligno (Efesios 6:16).

El desafío viene cuando nos negamos a ser arrastrados hacia la generalización irracional de la verdad de nuestra sociedad, como si ese “relativismo” no se basara en una afirmación propia de verdad absoluta. Hervidos hasta la pasión por la verdad inmutable de la Palabra de Dios, nos proponemos permanecer firmes y constantes (1 Corintios 15:58) en nuestra sumisión a su autoridad amorosa, siempre de pie temerosos de un Dios santo en vez de simples hombres (Mateo 10:28).

El desafío viene cuando nos negamos a desanimarnos hasta quedar inactivos por el abrumador sufrimiento global más allá de nuestra capacidad humana de combatir —la perdición espiritual, la pobreza, la esclavitud y la persecución de la iglesia. Hervidos hasta la ira justa por las fuerzas oscuras detrás de esos movimientos, podemos comenzar asumiendo la postura ofensiva de arrodillarnos en oración, librando una guerra contra los verdaderos poderes de este mundo oscuro y las “huestes espirituales de maldad en las regiones celestes” (Efesios 6:12).

El desafío viene cuando nos rehusamos a dudar de la bondad de Dios cuando Él no nos da lo que creemos que queremos —la relación, el empleo, la casa, el trato. Hervidos hasta la determinación de no caer de nuevo por la primera mentira del enemigo, de que Dios nos está ocultando algo bueno (Génesis 3:4-5), en cambio, aseguramos a nuestros corazones decepcionados que Dios no oculta nada bueno de aquellos que andan en integridad (Salmo 84:11; Romanos 8:32).

El desafío viene cuando nos negamos a resentir la soberanía de Dios cuando Él permite un diagnóstico, un desastre natural, una persecución o una tragedia aparentemente sin sentido. Hervidos hasta la fidelidad, declaramos que no importa lo que el enemigo nos quite —incluso nuestras propias vidas— aún así no tomará el máximo tesoro por el que estimamos todo como pérdida: la excelencia del conocimiento a Cristo Jesús Señor nuestro (Filipenses 3:8).

No tiembles por él

Puede que no siempre sintamos esa ardiente determinación de resistencia. Con mucha más frecuencia, podemos sentirnos cautivos del desánimo, la duda y la desesperación. Pero en esos momentos, podemos orar por fe para creer en la derrota de nuestro enemigo y por la claridad para ver la salida donde escapar de sus ataques (1 Corintios 10:13). Podemos asegurar a nuestras almas ansiosas de que Dios todavía es digno de nuestra esperanza —y que solo Él lo es (Salmo 42:11; 43:5). Nuevamente podemos depositar nuestra confianza en el poder de la oración de Cristo para que nuestra fe no falle (Lucas 22:32).

Podemos asegurar a nuestros corazones de que si Dios es por nosotros, al final, nada puede oponerse a nosotros (Romanos 8:31). Podemos hacer sonar un grito de batalla en nuestra alma —esas canciones de alabanza que disparamos triunfantemente desde los altavoces de nuestro automóvil o susurramos de rodillas con resolución llorosa o declaramos con la misma confianza en la hora más oscura desde una celda de la prisión (Hechos 16:25). Podemos recordar cómo vencemos al final: por la sangre del Cordero y por la palabra de nuestro testimonio (Apocalipsis 12:11). [1]

Incluso si perdemos todos los tesoros terrenales, con todo, Lo alabaremos (Habacuc 3:17-18). Aunque Él nos mate, aún esperaremos en Él (Job 13:15). Incluso si Él no nos libera de los fuegos de la persecución, aún así nos inclinaremos ante Él, y solo ante Él (Daniel 3:17-18). Aunque las puertas del infierno parezcan poderosas, no prevalecerán contra Su iglesia (Mateo 16:18).

Aunque el príncipe de las tinieblas sea sombrío, no temblamos por él. En el nombre de Jesús, lo desafiamos.

  1. Nota del traductor: “y por menospreciar nuestras vidas hasta la muerte”.

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