Dios Te Dio Tus Recuerdos

De Libros y Sermones Bíblicos

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English: God Gave You Your Memories

© Desiring God

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Por Kathryn Butler sobre Santificación y Crecimiento

Traducción por Javier Matus


Contenido

Encontrando significado en el pasado

El recuerdo nos une a lugares que nos olvidan y a momentos que nadie más valora.

Tales pensamientos me atormentaron recientemente cuando leí la revista de mi universidad. Un vistazo a las conocidas flores de cerezo a lo largo del río Hudson desató recuerdos que me cubrieron como la marea. De nuevo pude ver las sombras de las luminarias atravesar los senderos en el parque Riverside. Podía sentir esperanzas del futuro surgir en mi pecho, tal como lo habían hecho cuando me maravillaba de los cientos de personas cuyos pasos habían precedido a los míos en esos mismos senderos, con sus historias posándose en el pavimento antes de desaparecer en el mañana.

Ahora cuento mi propia historia entre las olvidadas. El parque permanece y esos árboles aún florecen. Ese río todavía se desliza como acero ondulante más allá del concreto apilado del horizonte de la ciudad. Pero mis pisadas ya no hacen eco allí. Puedo describir cada flor y avenida sin ayuda, pero si regreso, seré otra mamá turista con niños inquietos sostenidos de sus muñecas, y sus recuerdos, apasionados y vibrantes, serán invisibles para aquellos que pasan.

La ciudad que me formó sigue activa, indiferente a mi existencia.

Cuando los recuerdos bajan y fluyen

Cuando vemos al pasado en busca de nuestra identidad, tales reminiscencias pueden despertar una inquietante sensación de desplazamiento. Los recuerdos dejan huellas implacables, pero rara vez podemos preservar la vitalidad de su impacto inicial. Los edificios que recordamos se derrumban. Los mentores que estimamos se encorvan con la edad. Las cargas de la vida nos humillan a todos, incluso mientras anhelamos volver a visitar los momentos más preciados y reclamar los sueños abandonados. F. Scott Fitzgerald lo expresó conmovedoramente en El gran Gatsby: “Y así seguimos avanzando, barcos contra la corriente, transportados incesantemente al pasado”.

Al igual que Jay Gatsby, ¿qué tan seguido perseguimos los gozos perdidos que nos evaden? ¿Qué tan seguido extraemos nuestros recuerdos en busca de permanencia y significado, solo para descubrir que nuestro pasado es tan efímero como nosotros? Así como nuestros cuerpos se marchitan y se quiebran, los lugares, las personas y las cosas que apreciamos también se escabullen.

Aferrarnos al pasado nos deja vacíos cuando olvidamos al Que infunde significado en nuestros momentos. La memoria estaba destinada no solo para merodear en privado dentro de sombras olvidadas, sino también para recordarnos quién es Dios y lo que ha hecho por nosotros. Cuando nos adentramos en esos recuerdos, cultivamos una comprensión de nuestra identidad que supera con creces la nostalgia melancólica.

Lo que nunca debe olvidarse

La importancia crucial del recuerdo se repite en toda la Biblia. Al borde de su propia muerte, Moisés suplica al pueblo que había guiado durante cuarenta años: “Guárdate, y guarda tu alma con diligencia, para que no te olvides de las cosas que tus ojos han visto, ni se aparten de tu corazón todos los días de tu vida” (Deuteronomio 4:9).

La súplica de Moisés toma de sus propios recuerdos: fue testigo de la idolatría en la que se hundió su pueblo cuando olvidaron el cuidado de Dios de ellos en el desierto. Dios los liberó de la esclavitud, partió los mares para ellos y les suplió comida del cielo y agua de la roca. Pero la mente humana es tan distraída y nuestra propensión al pecado es tan arraigada, que pronto olvidaron el amor firme de Dios y pusieron su esperanza en las cosas forjadas por sus propias manos (Éxodo 32:3-4). Cuando olvidamos a Dios, salimos y tropezamos fuera del camino que Él establece para nosotros. Cuando Lo recordamos, nuestra respuesta natural es la adoración.

El recuerdo como adoración no solo glorifica a Dios, sino que también da vida cuando luchamos contra la aflicción. En el Salmo 77, Asaf se lamenta: “¿Desechará el Señor para siempre, y no volverá más a sernos propicio? ¿Ha cesado para siempre Su misericordia? ¿Se ha acabado perpetuamente Su promesa?” (Salmo 77:7-8). En medio de su lucha interna, Asaf saca seguridad de su recuerdo de la provisión de Dios: “Dije: Enfermedad mía es esta; traeré, pues, a la memoria los años de la diestra del Altísimo. Me acordaré de las obras de JAH; sí, haré yo memoria de Tus maravillas antiguas” (Salmo 77:10-11).

Al recordar la división de Dios del Mar Rojo, el lamento de Asaf se convierte en alabanza: “Oh Dios, santo es Tu camino; ¿Qué dios es grande como nuestro Dios? Tú eres el Dios que hace maravillas; hiciste notorio en los pueblos Tu poder. Con Tu brazo redimiste a Tu pueblo, a los hijos de Jacob y de José” (Salmo 77:13-15). Entonces, nuestros recuerdos de las obras de Dios ofrecen esperanza, una balsa bienvenida en mares turbulentos.

Caminando por las flores de cerezo

Esa esperanza se manifiesta más gloriosamente cuando recordamos la cruz. La Cena del Señor nos apunta hacia la gracia y el amor de Dios por nosotros en Cristo, con Jesús mismo instruyéndonos a participar de la sangre y el vino:

Y tomó el pan y dio gracias, y lo partió y les dio, diciendo: Esto es Mi cuerpo, que por vosotros es dado; haced esto en memoria de Mí. (Lucas 22:19)

El calendario de la iglesia, la liturgia y las tradiciones que marcan el año de la iglesia sirven como recordatorios poderosos de lo que Dios ha hecho y quiénes somos en Cristo.

Pero la responsabilidad de recordar no es únicamente institucional. La súplica de Moisés resonó con cada israelita que podía escuchar. Jesús enseñó durante una comida, en compañía de aquellos más cercanos a Él. Cuando cada uno de nosotros considera nuestro pasado, también somos llamados individualmente a recordar a Dios. Su carácter. Su provisión. Sus obras maravillosas en la Biblia, y también a lo largo del sinuoso curso de nuestras propias vidas. Cuando vemos nuestros recuerdos a través de la lente del evangelio, vemos la gracia de Dios obrando, revelada en momentos que de repente adquieren nuevas profundidades, significados y matices que exceden las capacidades limitadas de nuestros sentidos.

Cuando considero esos senderos en el parque Riverside, recuerdo que en ese momento de la vida estaba “muerta en delitos y pecados” en los que anduve (Efesios 2:1-2). “Pero Dios, que es rico en misericordia”, me dio vida juntamente con Cristo (Efesios 2:4-5). Mientras perseguía las cosas de este mundo, perdida en mi pecado, Dios me vio y me persiguió. Mientras me preguntaba acerca de las personas que habían recorrido esos caminos antes que yo, Él caminaba conmigo; Su historia ya escrita con amor antes de la fundación del mundo. E incluso cuando no Lo conocía ni Lo honraba, Él me bendijo, bordeando mis días con flores de cerezo y me dio mi futuro con Él.


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