El Dios personal

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English: The Personal God

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Por D.A. Carson sobre Teología Bíblica
Una parte de la serie Eerdmans’ Handbook to Christian Belief

Traducción por Micaela Ozores


Dios existe, pero ¿cómo es Él? No se trata tan solo de una pregunta académica, ya que si nuestro concepto acerca de quién es Dios se basa en creencias erróneas, es probable que estemos adorando a un Dios falso, es decir, a un ídolo. Aquello que adoramos nos define. Ya sea que veneremos al dinero, el placer, el éxito, Dios o lo que se nos ocurra, tenemos una tendencia a incorporar rasgos de aquello que es nuestro objeto de adoración. Por lo tanto, si hemos de adorar a Dios, debemos hacerlo teniendo un concepto correcto acerca de quién es Él. De lo contrario, la imagen falsa que adoremos acabará por tergiversar nuestras motivaciones y corromper nuestra personalidad.

“Si su concepto de Dios tiene distorsiones drásticas, entonces cuanto más devoto sea, peores serán las consecuencias. Estará abriendo su alma y permitiendo que algo vil la moldee. Es preferible ser ateo.” William Temple


Nos preguntamos entonces cómo es Dios y cuáles son sus cualidades principales (que algunos denominan “atributos”). A modo de respuesta, podemos observar que Dios comparte en cierta medida muchas de las características de su carácter con el ser humano: por ello nos es posible entender cómo es Él. Sin embargo, estas cualidades compartidas no son idénticas en Dios y en el hombre; nuestras palabras no alcanzan a expresar la perfección de Dios. Él tiene voluntad propia al igual que nosotros; Él ama y nosotros amamos; Él siente ira y nosotros también. No obstante, la voluntad, el amor y la ira no se manifiestan del mismo modo en Dios que en nosotros. En cada caso, debemos examinar hasta qué punto las cualidades de Dios se parecen a las nuestras y en qué sentido difieren.

Además, Dios tiene atributos que son diferentes por completo a los de cualquier otra entidad del universo. Es mucho más difícil comprenderlos incluso cuando contamos con descripciones de ellos. Aun así, existen formas de ilustrarlos para vislumbrar siquiera un atisbo de su naturaleza. Estas cualidades son una parte esencial de lo que hace a la personalidad de Dios.

Contenido

Cualidades que Dios comparte con el ser humano

Dios es una persona: es consciente de su propia existencia, tiene la facultad de razonar y es capaz de tomar decisiones libremente. Es un ser inteligente y moral, no una mera idea abstracta o una especie de ente que de alguna manera ejerce un control fatalista sobre el universo, como si se tratase de un robot gigante en una fábrica. Él habla y actúa con plena consciencia de sus actos y palabras; así decide qué es lo que hará y dirá.

Todas las virtudes morales pertenecen a Dios. Jesús nos mostró que Dios es bueno, amable, benévolo, misericordioso, gentil, santo, veraz, justo y conciliador; que es nuestro ayudador y un dador compasivo; que traza sus planes según su propia y perfecta voluntad. Dado que su justicia es absoluta, está airado tanto contra el pecador como contra su pecado, ya que la luz no convive con las tinieblas, y cela a aquellos prometieron que serían apartados para Él pero que aún le dan la espalda y optan por una lealtad parcial.

Todas estas cualidades forman parte del carácter humano en cierta medida. Nosotros también podemos ser misericordiosos, honestos y compasivos; al igual que Él, podemos airarnos y celar. Hacemos uso de nuestra voluntad y tomamos nuestras propias decisiones.

La perfección de Dios

¿Qué hace que estas características sean distintas en Dios que en nosotros? En Dios, son perfectas e incondicionales, sin tacha alguna porque no hay pecado en Él. Todo en Dios es bueno hasta lo sumo. Todo lo que Él es, hace y dice es bueno: Dios no puede ser sino bueno. Dios es amable hasta el punto de que la Biblia dice que Dios es amor. Su amor, a diferencia del nuestro, nunca falla. Su perdón no se compara al nuestro. Cuando nosotros perdonamos, recordamos que también hemos pecado; pero cuando Dios perdona, lo hace a pesar de que Él siempre ha sido la parte afectada y que nunca pecó.

La Biblia enseña que Dios siente ira contra todo pecado y pecador (somos por naturaleza “hijos de ira”). Sin embargo, a diferencia de la nuestra, la ira de Dios no se debe a resentimientos personales: es una parte necesaria de su justicia. Dios no puede sino airarse contra el pecado y el pecador. Si les fuera indiferente, estaría negando su propia santidad.

“Se dice que en la ciudad un agente del mercado de lingotes decidió decorar su papel de correspondencia con un lema acorde y pidió sugerencias a su personal. El mejor que se les ocurrió fue: ‘En Dios confiamos, pero en lingotes invertimos’.” Revista londinense The Times


Esto no significa que la ira de Dios es impersonal o un mero símbolo de su justicia. Es muy personal, pero no por ello maliciosa, arbitraria o descontrolada. Su celo se justifica porque Él es Dios y tiene todo el derecho a exigir nuestra devoción. Nuestro celo, en contraste, suele ser (aunque no siempre es) el resultado de un deseo de aferrarnos a algo sobre lo cual no tenemos derechos absolutos.

Lo que es aún más relevante, la mayoría de nosotros descubre que puede amar o enojarse, perdonar o celar, ser compasivo o santo, pero no puede hacer ambas cosas al mismo tiempo. Dios no tiene tales limitaciones. No puede ser sino compasivo y a la vez santo. Sus sentimientos hacia el ser humano pecador invariablemente expresarán tanto amor como ira. Aun así, para entender mejor cómo resulta esto posible, debemos tener en cuenta algunas otras cualidades de Dios.

Cualidades que le son únicas a Dios

Hay algunas palabras que solo pueden aplicarse a Dios. Solo Dios existe por sí mismo: al tiempo que la existencia de todo y todos depende de Él, Él es por completo independiente. Dios tiene vida en sí mismo y es la fuente de la vida del universo; pero él mismo no se nutre de otra fuente. Solo Él es totalmente autosuficiente. No precisa nada que el universo pueda ofrecerle.

“Si Dios está muerto, entonces la fuerza que presenta oposición al hombre por fin ha sido derrotada y el hombre ahora tiene la libertad de avanzar en embestida y ocupar los cargos que le corresponden solo a un dios. Por consiguiente, el hombre es libre de hacer lo que desee... Si Dios está muerto, todo está permitido, incluso recurrir al animalismo de una fuerza de naturaleza amoral. La proclamación de que la guerra ha terminado, que el hombre ha sido el vencedor y que Dios ha muerto constituye a la vez la inspiración y la desesperación de movimientos contemporáneos como el nihilismo y el existencialismo.” Leslie Paul


En consecuencia, Dios no cambia. Ni su vida, ni su carácter, ni su modo de proceder ni sus propósitos cambian; ni siquiera su Hijo cambia. Por ello es que Dios es, bajo cualquier punto de vista, digno de nuestra confianza.

Es sumamente importante entender bien el hecho de que Dios es inmutable. No implica que Él sea insensible o que no pueda experimentar una variedad de emociones: la Biblia nos muestra a un Dios de sentimientos muy profundos. Tampoco entraña que su trato con una determinada persona o nación no pueda cambiar a lo largo del tiempo. Más bien, significa que el trato de Dios con el ser humano siempre estará basado en un mismo fundamento: el carácter de Dios.

El Dios sin limitaciones

Tanto la gloria de Dios como las dificultades que nos representa entender la revelación de Dios acerca de sí mismo se originan a partir del hecho de que Él trasciende los límites de nuestra experiencia. En esencia, Dios no tiene limitaciones. Los seres humanos nos vemos limitados en tiempo (nacemos, vivimos y morimos en un determinado punto de la historia), lugar (si estoy en Londres, no puedo estar al mismo tiempo en Montreal o Karachi), poder (hay muchas cosas que no puedo hacer) y conocimiento (¡lo dicho hasta ahora lo demuestra!). Por el contrario, Dios goza de infinitud en todos estos aspectos.

“El amor de Dios es el ejercicio de su bondad hacia los pecadores individuales por medio del cual, habiéndose identificado Él mismo con su bienestar, dio a su Hijo para que fuera su Salvador y ahora los guía hacia el conocimiento y el deleite en Él en una relación basada en un pacto.” James Packer


En el Nuevo Testamento, Dios tiene comunión con su pueblo del modo más humano y personal posible: mediante su Hijo Jesús. Cuando Jesús estaba en Galilea, no estaba al mismo tiempo en Jerusalén o Jericó: tenía limitaciones espaciales. Pero Dios mismo no estaba restringido a ninguna ubicación espacial: Jesús seguía llamándolo “Padre que estás en los cielos” en oración.

En otras palabras, así como Dios está por encima del tiempo pero se encuentra con el hombre en la historia, también es omnipresente pero se encuentra con el hombre en su Hijo. Jesús vivió en un lugar real, Palestina, y tuvo encuentros con distintas personas por separado en calles que la gente conocía, en barcos y en casas. Hoy en día aún tiene comunión los creyentes por medio de su Espíritu Santo dondequiera que estén.

Sin lugar a dudas, algunos atributos de Dios, tales como su eternidad, de por sí escapan por completo a nuestra comprensión. Se vuelve mucho más difícil entenderlos cuando nos percatamos de que Dios, en un acto de gracia, se inclina para encontrarse con nosotros en la posición en la que nos encontramos: atados a determinado tiempo y lugar, limitados en poder y conocimiento. Nos cuesta meditar en la eternidad de Dios, pero aún más concebir que un Dios eterno nos salga al encuentro en la historia y nos responda conforme a las interacciones que forman parte de las relaciones interpersonales.

Bastante difícil es entender el poder ilimitado de Dios y su soberanía absoluta; pero lo es aún más comprender que este Dios, que es soberano sobre todo y hace todo según su voluntad, puede tener una relación significativa con sus criaturas sin por ello reducirnos a robots o sacrificar su propia soberanía.

No obstante, estos mismos problemas que se nos presentan pueden sernos de ayuda. Si logramos resolverlos, serán la respuesta a las preguntas que antes formulamos. Dijimos que Dios ama al pecador al mismo tiempo que está airado contra él. Nos cuesta imaginar cómo esto sea posible.

La analogía que más se aproxima podría ser la de un buen padre que ama a su hijo a la vez que se enfada por su desobediencia. O quizá sea más fácil pensar que Dios está lleno de amor y de ira a la vez si recordamos que se halla por encima del tiempo. El misterio de la eternidad divina puede echar luz sobre algunos otros misterios.

¿Cuál debiera ser nuestra respuesta?

El problema que nos plantean las cualidades que pertenecen solo a Dios es que nuestra experiencia humana nos permite tener un concepto de las personas y de las relaciones interpersonales que siempre se halla dentro de nuestros límites temporales, espaciales, de conocimiento y de poder; pero en Dios vemos a una persona que está más allá de todas esas limitaciones. Es comprensible que no sepamos con exactitud cómo lidiar con estas cuestiones. No tenemos información suficiente. Sin embargo, hay varias posturas que los cristianos podemos adoptar para entender con mayor claridad el carácter de Dios.

“¿Es Dios la piedra angular que sostiene nuestra estructura de pensamiento o una presencia personal, cálida y solícita en el centro de nuestra vida? ¿Es el Dios que postula la filosofía y que da verdadero sentido a nuestro mundo o es el Dios viviente, en el sentido bíblico, que toca nuestro corazón?” Leon Joseph Suenens


¿Se atreverá el hombre a luchar contra un Dios omnipotente? Incluso si tal Dios aguardara por un largo tiempo con paciencia, ¿no triunfará al final? ¿Acaso no nos inspira una mayor confianza en Dios el hecho de que no es posible que nada suceda sin que Él lo permita? Ni un solo pajarillo cae a tierra sin que Él lo permita. Sus hijos no tienen por qué caer presos de la ansiedad: pueden confiar en su Padre celestial.

Podemos considerar si no la presencia ilimitada de Dios. Los escritores bíblicos nunca infieren de este concepto que, debido a que Dios está en todo lugar y en todas las cosas, una orquídea o una malva es parte de Dios. Ellos afirman que Dios está por sobre el universo que creó y que no debe confundírselo con él. El hecho de que Dios esté en todo lugar es una advertencia para aquellos que intentan escapar de Él y un enorme consuelo y aliento para aquellos que lo aman y anhelan hacer su voluntad. Cuando Jesús dice que estará con sus discípulos hasta el fin del mundo, les está haciendo una dulce promesa que ellos han de disfrutar y que ha de motivar su misión, obediencia y adoración.

Necesitamos también poner en claro qué implicaciones tiene el conocimiento ilimitado de Dios en la práctica. El hecho de que Dios sepa todas las cosas, incluso el final de ellas desde su mismo comienzo, no se ve reflejado en la Biblia como una teoría abstrusa ni convierte a Dios una suerte de clarividente; más bien, cobra gran importancia al garantizar a su pueblo que jamás nada tomará a Dios desprevenido: Él sabe lo que hace y entiende nuestras necesidades y anhelos. Conoce incluso detalles menores como cuándo nos sentamos o nos ponemos de pie. Teniendo Él semejante conocimiento, nadie puede engañarlo, con lo cual su juicio será absolutamente justo e imparcial.

Hay dos verdades que con toda claridad se desprenden de lo que la Biblia expone sobre el carácter de Dios. Primero: sus cualidades nunca se describen de modo que una de ellas entre en conflicto con otra. En otras palabras, es erróneo hacer hincapié absoluto en uno de sus atributos hasta el punto de que otros, igualmente revelados, pasen a segundo plano.

Por ejemplo, es posible que meditemos tanto en el poder ilimitado de Dios que perdamos de vista sus características más personales, entre ellas, su amor, su ira y el intercambio con sus criaturas. De la misma manera, algunas personas piensan tanto en Dios como persona que en efecto hacen a un lado su omnipotencia. Algunos hacen énfasis en su amor y por ello concluyen que su ira ha de ser impersonal o que, en contra de las enseñanzas bíblicas, todos acabarán rindiéndose ante tan magnífico amor.

Estas corrientes de pensamiento son peligrosas: distorsionan la única evidencia con la que contamos con tal de suprimir las partes que puedan desagradarnos. Tarde o temprano, nos vemos adorando a un dios falso. Debemos confesar con toda honestidad que, a pesar de que podemos conocer a Dios tal como Él es, no podemos, sin ser Dios, llegar a un conocimiento pleno de todo lo que Él es. Debemos hacer un esfuerzo para conocerlo de la forma en que Él mismo se dio a conocer. Especular acerca de Dios puede hacer que nuestro concepto de Él difiera del carácter que Él ha dado a conocer, lo que a su vez puede tener consecuencias funestas.

Segundo: debemos preguntarnos por qué Dios nos revela su carácter. Lo hace para despertar en nosotros no curiosidad sino arrepentimiento, fe y alabanza. En verdad necesitamos ahondar en el conocimiento de Dios; pero Dios se ha dado a conocer a nosotros con el objetivo primordial de satisfacer nuestras numerosas necesidades, no nuestro raciocinio. La Biblia nos muestra cada uno de los atributos de Dios antes que nada en el contexto de la necesidad humana que los reclama. Dios muestra su compasión hacia los perdidos, su gracia a los que cargan con una culpa, su amor a los poco afectuosos, su eternidad a los que se preocupan por los acontecimientos actuales y su ira a los que se rebelan.

Dios es mayor que la suma de sus atributos revelados. Si todo nuestro conocimiento de Dios fuera comparable a un rompecabezas, serían muchas las piezas que nos faltarían, pero las piezas que Él en su gracia nos habría dado serían gloriosas. Cuando las juntáramos unas con otras formarían imágenes de tal belleza y esplendor que nuestros conceptos se verían forzados hasta el límite de lo humanamente posible. Debemos guardarnos de intentar juntar piezas que no encajan entre sí, de echar otras a un lado o de agregar piezas nuevas de otros juegos. En caso contrario, la imagen quedaría distorsionada hasta el punto de que ya no sería la imagen de Dios.

“Un Dios que no santifica el día a día es un dios muerto; creer en un Dios tan remoto de acuerdo con un ideal puramente intelectual o estético... no nos lleva a celebrar la vida. Un Dios desocupado pronto agota su capital y se convierte en un dios muerto.” Sam Keen


Dios tal como se revela a sí mismo

Todo lo que sabemos de Dios nos ha sido dado a conocer en la historia. Dios se reveló en sucesos históricos y por medio de las palabras de personas históricas. Su revelación cambió la historia de las naciones afectadas.

Dios eligió darse a conocer a la humanidad de una cantidad de formas excepcionales. Una de ellas es el uso de nombres con un significado profundo para designarlo. Sus “nombres” o “títulos” reflejan características de su persona. Él es “Yahweh”: el Dios personal que hizo un pacto con su pueblo (la palabra que se usó desde la antigüedad para referirse a este mismo nombre es “Jehovah”, que en la mayoría de las versiones de la Biblia se traduce como “el SEÑOR”). El significado de este nombre es “Yo soy el que soy”. Él es “Yahweh el Dios eterno”. Se lo llama “Yahweh provee”, “Yahweh es nuestra justicia”, “el Anciano de días”, “el Santo de Israel”.

Estos nombres o títulos suelen aparecer por primera vez en contextos específicos y adquieren mayor significación a medida que Dios se revela más y más a sí mismo a través de sucesivas generaciones. “Yahweh es paz” es lo que afirmaban con agrado los israelitas en la antigüedad; pero solo cuando Jesús vino al mundo y murió para redimirnos se pudo ver con mayor claridad que nunca en qué consistía esa paz. Por medio de la muerte de su Hijo, Dios reconcilió a la humanidad consigo mismo y, en medio del pueblo de Dios, a las distintas personas entre sí. Debido a que él mismo proveyó el sacrificio que trajo la paz, “Yahweh es paz” ya no es un mero título sino que se convirtió en un resumen viviente del carácter de Dios. Lo mismo es cierto respecto de todos los “nombres” de Dios.

Dios en Jesús

Quizás uno de los aspectos más destacados de los nombres de Dios es que, de una u otra forma, el Nuevo Testamento los aplica todos a Jesucristo. El hecho de que los escritores del Nuevo Testamento no hayan vacilado a la hora de asignar los nombres y honores divinos a Jesús no solo nos habla de cómo es Jesús sino, por igual, de cómo es Dios.

Por lo tanto, adquirimos una visión más clara del carácter de Dios al estudiar a Jesús. Si bien Dios es uno, observamos que Dios no es un ser solitario sino que se halla en una relación de amor: el Padre ama al Hijo y el Hijo ama al Padre, a la vez que el Padre y el Hijo viven en los creyentes por medio del Espíritu, y así sucesivamente.

Volveremos a tratar el tema de la Trinidad a lo largo de este libro, pero lo que es más importante enfatizar en este punto es que Dios revela acerca de sí mismo que es el Dios único y que consiste en tres “personas” que se hallan en continua comunión de amor entre sí. Se revela así no con el fin de confundirnos con pensamientos intrincados sino con el objetivo de atraernos hacia esa relación de amor.

Nuestro anhelo respecto de la redención es que el pueblo de Dios aprenda a amar a Dios como Jesús ama a su Padre y que experimente las vastas dimensiones del amor de Dios tal como Jesús percibe el amor de su Padre. Por consiguiente, lo que la Biblia enseña acerca de la Trinidad no solo constituye una experiencia profunda, sino que además nos habla de cómo es Dios.

Lo mismo es cierto respecto de cada enseñanza bíblica. Un ejemplo es el estudio de la providencia de Dios, es decir, cómo Dios controla todas las cosas de un modo que nos es encubierto, hace que todo ocurra según su propósito y aun así cada persona sigue siendo responsable por sus acciones sin que Dios jamás haya perdido el control sobre todo. En esta enseñanza entrevemos un poco de su sabiduría, poder y eternidad.

Es notorio el modo progresivo en que Dios se ha revelado a través de los siglos: desde la creación, a través del llamamiento de Abraham, el éxodo, el pacto con Moisés y las tribus de Israel, el surgimiento de los profetas, el establecimiento del reinado de David, las promesas constantes acerca que Aquel que había de venir y las promesas de un nuevo cielo y una nueva tierra. Luego, vemos con más claridad que Dios no solo articula sus propósitos sino que es un Dios de propósitos, un ser con objetivos y voluntad propia. Percibimos que estos propósitos incluyen el de reunir a un pueblo que lo ama en santidad y fe.

Esto nos habla de lo que Dios desea y valora. Vemos un atisbo de aquello que recorre sus pensamientos y meditamos en el sublime amor de un Dios Creador soberano que no echa fuera a quienes se rebelaron contra Él, sino que actúa en pos de volverlos hacia sí. Leemos acerca de cuánto prepondera la justicia y deducimos que es justo. Repasamos los frecuentes juicios que pronunció sobre personas y pueblos, las advertencias que hizo acerca de las consecuencias eternas de las obras de cada uno, y reflexionamos que es un Dios temible. Consideramos su promesa de vida eterna y reconocemos que el fundamento de nuestra esperanza es tan firme como el amor de Dios en Cristo Jesús. El alcance eterno de la historia de la redención pone de manifiesto cómo es el Dios personal.

Santidad y amor

Si hubiera dos atributos divinos que resuman todo lo que Él ha revelado de sí mismo, estos serían la santidad y el amor.

La santidad es el atributo que concentra la naturaleza de Dios. La Biblia llama a otros objetos y personas “santos”, pero solo en la medida en que se relacionan con Dios. La santidad no es en esencia una cuestión de carácter: en ocasiones se le llama “santos” a vestimentas, alimentos y utensilios. Se vuelven santos no porque sean buenos ni mediante algún ritual mágico, sino porque le pertenecen a Dios de un modo peculiar. La obligación moral de llamarlos santos yace aquí: el “pueblo santo”, es decir, aquellos que pertenecen a Dios, deben reflejar algún atributo del carácter de Dios. Esto es parte de su marca de propiedad. Dios mismo es santo en el sentido de que no está sujeto a su creación y no puede compararse a nada ni nadie: está por completo separado, todo lo trasciende, es santo. Somos santos si pertenecemos a Dios, es decir, si estamos apartados solo para Él.

El Dios santo también es el Dios de amor. Su amor no se origina por nada que pueda ser hallado en aquellos que Él ama, sino que surge del propio carácter de Dios. Los seres humanos solemos amar motivados por un atractivo en la persona amada; Dios ama porque su naturaleza es amar. Su amor se expresa hacia un mundo perdido. Sin embargo, la Biblia asimismo declara que Dios deposita su amor de una forma especial en algunas personas, no porque halle en ellos algún valor superior, sino tan solo porque Dios eligió amarlos así. El amor de Dios hacia su pueblo se ve en cuanta ocasión Él proclama palabras de bien sobre ellos, en especial acerca de su bienestar eterno. La mayor demostración de este amor fue que enviara a su Hijo para reconciliarnos consigo mismo.

Ninguna descripción del carácter de Dios jamás será suficiente: la vastedad del tema es abrumadora. Aun así, ningún otro tema demanda nuestra atención con tanta urgencia. El mundo es de Dios, Él nos hizo, todos tendremos que rendirle cuentas y en Jesús Él abrió el camino para que lo conozcamos. Nuestra respuesta, sin duda alguna, debe ser entregar nuestra mente a la tarea de meditar en su carácter. En la medida en que lo hagamos, nos volveremos un poco más semejantes a Él.


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