El Evangelismo Simplificado

De Libros y Sermones Bíblicos

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English: Evangelism Made Simple

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Por Glen Scrivener sobre Las Iglesias Evangélicas

Traducción por Javier Matus


Contenido

La clave para superar tu temor

“No puedo hacer lo que haces”, dice el cristiano, acercándose tímidamente después de una sesión de entrenamiento de evangelismo. “No soy bueno con las palabras”.

Esto siempre me parece una extraña admisión. Usualmente viene después de cinco minutos de conversación cordial. Hemos hablado de los puntajes deportivos, el clima, los niños y Netflix. No ha habido pausas incómodas, ni deslices, nada que sugiera que esta persona tenga dificultades significativas con la comprensión o la comunicación en español. Pero aparentemente no son buenos con las palabras.

Esta lucha rara vez se manifiesta cuando se habla de su equipo o programa favorito. Pero sí se presenta cuando el tema de la plática es la fe. Resulta que en realidad son bastante buenos con las palabras. La mayoría de las personas son bastante decentes en lo que concierne el habla. La civilización está construida sobre ello. ¿Entonces, cuál es el problema?

El problema es el temor. Simplemente no tememos lo suficiente.

Lo que agarra el corazón menea la lengua

Quizás en el versículo más claro de la Biblia sobre el evangelismo personal, Pedro nos dice que estemos “preparados”. No estamos, como los Boy Scouts, preparados con una navaja suiza. Debemos estar preparados con palabras, con una “apología”, que significa palabras de respuesta (1 Pedro 3:15).

Pero ¿qué forma debe tomar esta preparación? Pedro realmente no tiene el aula en mente. No recomienda tanto que memoricemos una lista de pruebas filosóficas de la existencia de Dios. Aquí está la máxima preparación para el evangelismo: “Santificad a Dios el Señor en vuestros corazones” (1 Pedro 3:15).

Como dice el viejo refrán, “lo que agarra el corazón menea la lengua”. O, para decirlo como lo dice Jesús, “de la abundancia del corazón habla la boca” (Mateo 12:34). Hablamos de lo que estamos “llenos”. Este es un hecho ineludible de la psicología humana. Siempre estamos evangelizando. Siempre estamos hablando de lo que es “santo” para nosotros. Si algo es sagrado, apartado, consagrado, de primera importancia, se desbordará de nuestros corazones a nuestras conversaciones. Entonces, Pedro nos aconseja que llenemos nuestros corazones con “Cristo el Señor”.

Temor liberador

Esta es la respuesta al temor que naturalmente sentimos cuando vivimos y hablamos distintamente por Cristo (1 Pedro 3:2-13). El temor que nos domina aparte de Cristo es el “temor a los hombres”. Entramos en una habitación y medimos la temperatura en un abrir y cerrar de ojos. Antes de siquiera haberlo considerado conscientemente, hemos calculado las palabras que obtendrán más aceptación y provocarán menos oposición. No necesitamos que el mundo nos censure; nuestros propios temores hacen ese trabajo mejor que cualquier régimen totalitario.

Siempre estoy tratando de discernir qué palabras serán más cálidamente recibidas por mi compañero de conversación. Pedro me dice que enfoque mi discernimiento en otro lado. No debo elegir mis palabras según cómo se reciban (nadie puede controlar cómo se reciben sus palabras). Mi discernimiento debe centrarse en el origen de las palabras más que en el destino. ¿Estas palabras provienen de un corazón que santifica a Cristo el Señor?

Al decir esto, Pedro prácticamente cita a Isaías:

“Ni temáis lo que ellos temen, ni tengáis miedo. A Jehová de los ejércitos, a Él santificad; sea Él vuestro temor, y Él sea vuestro miedo” (Isaías 8:12-13)

El “temor del Señor” no se trata de esconderse de Dios. En realidad se trata de ser atraído magnéticamente, poseído y asombrado por Su majestuosidad. Isaías luego nos contará sobre el Mesías que se deleitará “en el temor de Jehová” (Isaías 11:3). Aquí hay un miedo delicioso. Es ser abrumado por el resplandor de la gloria del Señor.

Tal temor es un temor liberador. Significa que, cuando se trata de evangelismo, peleamos temor con temor. Los temores vendrán. Vinieron a Pablo, y definitivamente vendrán a nosotros (Efesios 6:19-20). Pero cuando entablamos una conversación, no debemos dejarnos impresionar por el deseo de ser aceptados. En cambio, debemos estar impresionados por la grandeza de Cristo que sobrepasa todo.

Evangelistas naturales

Mientras lees esto, puedes pensar: “Eso suena tan espiritual, tan elevado, tan inalcanzable”. Pero realmente no lo es. Es simplemente la forma en que los seres humanos funcionan.

Piensa en el aficionado de los deportes, cubierto con la mercancía de su equipo, caminando hacia el estadio. Está sonriendo de oreja a oreja y compartiendo con cualquiera que escuche las riquezas inescrutables de su equipo. ¿Cómo lo hace? En su corazón, ha santificado a su equipo.

Piensa en el colega de la oficina, expresando su opinión impopular. La Guerra de las Galaxias es terrible, dicen. Nickelback es realmente una banda fabulosa. Han puesto aparte una convicción en su corazón, y se desborda en palabras.

En estos ejemplos cotidianos, las personas han logrado superar el temor a la impopularidad. En su lugar, se han centrado en una mayor pasión, y la pasión fluye. Esta es la respuesta en el evangelismo para los cristianos temerosos.

Deja que la pasión sobreabunde

Tengo un amigo que les dice a quienes conoce por primera vez: “Soy un admirador masivo de Jesús. ¡Masivo! ¿Y tú?” No digo que debas copiarlo. Es algo muy “él” para decir, y suena genial en su fuerte acento de Liverpool. Pero te animo a que encuentres alguna expresión de tu sincera devoción a Cristo. Personalmente, con frecuencia diré: “Eso es lo que amo de Jesús”. No te diré cómo termino esa oración, porque no se trata de aprender una forma de palabras. Se trata de una pasión que sobreabunda.

Si las palabras no llegan —y todos luchamos en esta área— la respuesta no es aprender un nuevo conjunto de argumentos o técnicas. ¡Tampoco la solución es simplemente redoblar nuestra resolución y descubrir nuestro opositor interior! En cambio, volvamos a la fuente: la gloria de Cristo, un tesoro más grande que todos los equipos deportivos, todos los chismes de celebridades, todas las molestias personales, todos los caballos de batalla que llenan nuestras conversaciones.

A medida que somos capturados más por Su gloria, así hablaremos. No fluidamente. No de manera impresionante. Sino genuinamente, desde el corazón —y nuestra pasión comunicará más de lo que nuestra elocuencia podría hacerlo. “Conociendo, pues, el temor del Señor, persuadimos a los hombres” (2 Corintios 5:11).


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