El Tiempo de la Siega

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Por Charles H. Spurgeon sobre Santificación y Crecimiento
Una parte de la serie Metropolitan Tabernacle Pulpit

Traducción por Allan Aviles


"¿No es ahora la siembra del trigo?" 1 Samuel 12: 17.

No tomaré en cuenta el contexto, sino que simplemente adoptaré estas palabras como lema; mi sermón estará fundamentado en un campo de siega. Usaré la siega como mi texto en lugar de cualquier pasaje encontrado aquí. "¿No es ahora la siembra del trigo?" Yo supongo que los moradores de las ciudades piensan menos en los tiempos y en las sazones que los moradores del campo. Los hombres que nacieron, crecieron, se nutrieron y se criaron entre trigales, mieses, siembras y siegas, son más propensos a advertir tales cosas, que ustedes, que siempre están involucrados en ocupaciones mercantiles, y que piensan menos en esas cosas de lo que lo hacen los habitantes de las áreas rurales. Pero yo supongo que aunque fuese casi necesario que repararan menos en la siega que otras personas, esto no debería ser llevado al extremo. No debemos ser olvidadizos de los tiempos y de las sazones. Hay mucho que aprender de ellos, y yo quisiera refrescar sus memorias utilizando un campo de siega.

Cuán maravilloso es el templo de este mundo, pues, en verdad, es un templo construido por Dios en el que los hombres deben adorarle. ¡Cuán portentoso es ese templo para una mente iluminada espiritualmente, al que puede aplicar los recursos del intelecto y las iluminaciones del Espíritu Santo de Dios! No hay una sola flor en ese templo que no nos enseñe una lección, no hay una sola ola, no hay un solo retumbo del trueno que no tenga alguna lección que enseñarnos a nosotros, los hijos de los hombres. Este mundo es un grandioso templo, y de igual manera que si caminaran en un templo egipcio ustedes sabrían que cada señal y cada figura en el templo tienen un significado, así también, cuando caminan en este mundo deben creer que todo lo que les rodea tiene un significado. No es una idea antojadiza que haya "sermones en las piedras"; pues realmente hay sermones en las piedras, y este mundo tiene el propósito de enseñarnos a través de cada cosa que vemos. Bienaventurado el hombre que posee la mente y el espíritu para recibir estas lecciones que enseña la Naturaleza.

¿Qué son las flores? No son sino los pensamientos de Dios solidificados, los hermosos pensamientos de Dios a los que les ha dado un cuerpo. ¿Qué son las tormentas? Son los pensamientos terribles de Dios que reciben una forma escrita para que podamos leerlos. ¿Qué son los truenos? Son las poderosas emociones de Dios que son proclamadas para que los hombres las oigan. El mundo es simplemente la materialización de los pensamientos de Dios, pues el mundo es un pensamiento a los ojos de Dios. Él lo hizo al principio, a partir de un pensamiento que provino de Su propia mente poderosa, y cada cosa en el templo majestuoso que Él ha hecho, tiene un significado.

En este templo hay cuatro evangelistas. Tal como tenemos cuatro grandes evangelistas en la Biblia, así también hay cuatro evangelistas en la Naturaleza; y estos son los cuatro evangelistas de las estaciones: primavera, verano, otoño e invierno.

Primero llega la primavera, y ¿qué nos dice? Miramos y contemplamos que, por el toque mágico de la primavera, los insectos que parecían estar muertos comienzan a despertar, y las semillas que estaban enterradas en el polvo, comienzan a izar sus formas radiantes. ¿Qué dice la primavera? Emite su voz y dice al hombre: "Aunque tú duermas, resucitarás; hay un mundo en el que existirás en un estado más glorioso. Tú eres ahora sólo una semilla, y serás enterrado en el polvo, y de aquí a muy poco tiempo, resucitarás." La primavera predica esa parte de su evangelio.

Luego llega el verano. El verano dice al hombre: "Contempla la bondad de un Creador misericordioso; 'Él hace salir su sol sobre malos y buenos', cubre la tierra con flores, la adorna con esas gemas de la creación, y la hace florecer como al Edén y la hace producir como el huerto del Señor." El verano expresa eso. Luego llega el otoño. Vamos a escuchar en breve su mensaje. Pasa y luego viene el invierno, coronado con una guirnalda de hielo, y nos dice que hay tiempos de tribulación para el hombre; señala los frutos que hemos almacenado en el otoño, y nos dice: "hombre, debes tener la precaución de almacenar algo para ti; algo contra el día de ira; acumula para ti los frutos del otoño, para que puedas alimentarte con ellos en el invierno." Y cuando expira el año viejo, su toque de difuntos nos dice que el hombre ha de morir; y cuando el año ha completado su misión evangelística, llega otro año para predicar de nuevo la misma lección.

Nosotros estamos a punto de escuchar la predicación del otoño. Uno de estos cuatro evangelistas llega, y pregunta: "¿No es ahora la siega del trigo?" Estamos a punto de considerar la siega para aprender algo de ella. ¡Que el sumamente bendito Espíritu de Dios me ayude a mí, que no soy sino débil polvo y cenizas, a predicar las riquezas inescrutables de Dios para beneficio de sus almas!

Vamos a hablar de tres siegas jubilosas y de tres siegas dolorosas.

I. Primero, vamos a hablar de TRES SIEGAS JUBILOSAS que tendrán lugar.

La primera siega jubilosa que debo mencionar es la siega de campo a la que aludió Samuel cuando preguntó: "¿No es ahora la siega del trigo?" No podemos olvidar la siega de la tierra. No es conveniente que olvidemos estas cosas; no debemos permitir que los campos se cubran de grano, y que sus tesoros queden almacenados en los graneros, pero que en todo ese tiempo nos olvidemos de la misericordia de Dios. La ingratitud, -el peor de los males- es una de las víboras que anidan en el corazón del hombre, y esa criatura no puede ser eliminada mientras la divina gracia no llegue allí, y rocíe la sangre de la cruz sobre el corazón del hombre. Esas víboras mueren cuando la sangre de Cristo cae sobre ellas.

Permítanme solamente conducirles por unos instantes a un campo de siega. Verán allí una mies sumamente exuberante, y a las pesadas espigas inclinándose hasta casi tocar el suelo, como si quisiesen decir: "del suelo broté y me debo al suelo, ante quien inclino mi cabeza", que es justo lo que hace el buen cristiano cuando está lleno de años. Entre más fruto carga, más inclina su cabeza. Pueden ver los tallos con sus cabezas colgantes porque el grano está maduro. Y es hermoso y es precioso ver todas estas cosas.

Ahora simplemente supongan lo contrario. Si este año las espigas se vieran agostadas y marchitas; si hubiesen sido como las segundas espigas que vio Faraón, muy enjutas y escasas, ¿qué habría sido de nosotros? En tiempos de paz, habríamos podido depender de grandes suministros de Rusia para compensar la deficiencia; ahora, en tiempos de guerra, cuando nada nos puede llegar, ¿qué sería de nosotros? Podríamos conjeturar, podríamos imaginar, pero no creo que seamos capaces de llegar a la verdad; sólo podemos decir: "Bendito sea Dios porque todavía no tenemos que figurarnos qué sucedería; pero Dios, al ver una puerta cerrada, ha abierto otra". Viendo que podría suceder que no recibiéramos suministros procedentes de esos ricos campos del sur de Rusia, Él ha abierto otra puerta en nuestra propia tierra. "Tú eres mi propia isla favorecida", -dice- "Yo te he amado, Inglaterra, con un amor especial, tú eres mi favorecida, y el enemigo no te aplastará; y para que no te mueras de hambre porque las provisiones fueren cortadas, te daré graneros llenos en casa, y tus campos se verán cubiertos, para que puedas reírte del enemigo hasta el escarnio, y decirle: 'tú piensas que podrías matarnos de hambre, y hacernos perecer; pero Aquel que alimenta a los cuervos, ha alimentado a Su pueblo, y no ha abandonado a Su tierra favorecida.'"

No hay una sola persona que no tenga interés en este asunto. Algunos dicen que los pobres deberían estar agradecidos de que haya abundancia de pan. De igual manera deberían estar agradecidos los ricos. No hay nada que le ocurra a un miembro de la sociedad que no afecte a todos. Los rangos sociales se apoyan los unos en los otros; si hay escasez en los rangos inferiores, afecta al rango siguiente, y al siguiente, e incluso la Reina, sentada en su trono, siente en algún grado la escasez, cuando a Dios le agrada enviarla. Afecta a todos los hombres. Nadie debe decir: "sin importar cuál sea el precio del grano, yo puedo vivir"; sino que más bien ha de bendecir a Dios que le ha dado más que suficiente. Tu oración debe ser, "El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy"; y recuerda que, independientemente de la riqueza que tengas, debes atribuir todas tus misericordias diarias a Dios, igual que si vivieras de la mano a la boca; y algunas veces esta es una bienaventurada manera de vivir: cuando Dios da a Sus hijos la porción de la canasta de mano, en vez de otorgarla en gran volumen. ¡Bendito sea Dios porque ha enviado una siega abundante! ¡Oh tú, que estás temeroso, alza tu cabeza! ¡Y tú, que estás descontento, avergüénzate, y desecha tu descontento!

Los judíos solían observar la fiesta de los tabernáculos cuando llegaba el tiempo de la siega. En el campo siempre celebran "la fiesta de la siega", ¿y por qué no habríamos de hacerlo nosotros? Yo quiero que todos ustedes celebren una fiesta. ¡Regocíjense, regocíjense, regocíjense!, pues la siega ha llegado, "¿No es ahora la siega del trigo?" Pobre alma abatida, abandona todas tus dudas y temores. "Se te dará tu pan, y tus aguas serán seguras." Esta es una siega jubilosa.

Ahora, la segunda siega jubilosa es la siega de cada cristiano. En un sentido, el cristiano es la semilla; en otro sentido, es un sembrador. En un sentido, el cristiano es una semilla sembrada por Dios, que ha de crecer, y madurar, y germinar hasta que llegue el tiempo de la gran siega. En otro sentido, cada cristiano es un sembrador enviado al mundo para sembrar la buena semilla, y para sembrar únicamente la buena semilla. Yo no afirmo que los cristianos no siembran nunca ninguna otra semilla que no sea la buena semilla. Algunas veces, en momentos en que están desprevenidos, toman ajo en sus manos en vez de tomar trigo; y podemos sembrar cizaña en lugar de trigo.

Algunas veces los cristianos cometen errores, y Dios permite a ratos que Su pueblo caiga, de tal forma que siembran pecados, pero el cristiano nunca siega sus pecados; Cristo los siega por él. A menudo tiene que tomar un cocimiento preparado con las hojas amargas del pecado, pero nunca siega el fruto de ese pecado. Cristo ha soportado el castigo. Sin embargo, tengan presente que si ustedes y yo pecamos contra Dios, Dios tomará nuestro pecado y extraerá de él una esencia que será amarga a nuestro gusto; aunque no nos obligue a comer los frutos, nos hará afligirnos y lamentarnos por causa de nuestros pecados. Pero el cristiano, como he dicho, debe ocuparse en sembrar la buena semilla, y haciendo eso, tendrá una siega gloriosa.

En algún sentido u otro, el cristiano ha de mantenerse sembrando su semilla. Si Dios le llama al ministerio, es un sembrador de la semilla; si Dios le llama a la escuela dominical, es un sembrador de la semilla; cualquiera que sea su oficio, él es un sembrador de la semilla. Yo siembro al voleo la semilla por todo este inmenso campo; yo no sé adónde cae mi semilla. Algunas personas son como la tierra estéril, y rehúsan recibir la semilla que siembro. No puedo evitar que alguien haga eso. Yo sólo soy responsable ante Dios, cuyo siervo soy. Hay otros, y mi semilla cae sobre ellos, y produce un poco de fruto, pero pronto, cuando el sol está en lo alto, debido a la persecución, se marchitan y mueren. Pero yo espero que haya muchos que sean semejantes a la buena tierra que Dios ha preparado, y cuando esparza la semilla al voleo, que caiga sobre buena tierra, y produzca fruto para una abundante siega.

¡Ah!, el ministro tiene una siega jubilosa, incluso en este mundo, cuando ve que las almas son convertidas. Yo he tenido un tiempo de siega cuando he conducido a las ovejas al baño del bautismo, cuando he visto que el pueblo de Dios sale de la masa del mundo, y cuenta lo que el Señor ha hecho por sus almas. Vale la pena vivir para ver que los hijos de Dios son edificados, y formados, y vale la pena morir diez mil muertes, para ser el medio de salvar a un alma. ¡Cuán jubilosa es la cosecha cuando Dios nos da convertidos por decenas y por centenas, y añade a Su iglesia abundantemente a los que han de ser salvos!

Ahora soy como un labriego precisamente en esta estación del año. He cosechado una buena cantidad de trigo, y quiero guardarlo en el granero, por temor de que venga la lluvia y lo pudra. Creo que cuento con muchas personas que insisten en permanecer afuera en el campo. Yo quiero meterlas en los graneros. Son buenas personas, aunque no les gusta hacer una profesión y unirse a una iglesia. Yo quiero meterlas en el granero de mi Señor, y ver a un mayor número de cristianos agregados a la iglesia.

Percibo que algunos agachan sus cabezas y dicen: "se está refiriendo a nosotros". En efecto, me estoy refiriendo a ustedes. Deberían haberse unido a la iglesia antes de esto, y a menos que estén preparados para ser reunidos en el pequeño granero de Cristo aquí en la tierra, no tienen ningún derecho de conjeturar que serán reunidos en aquel gran granero que está en el cielo.

Todo cristiano tiene su siega. El maestro de la escuela dominical tiene su siega. Él sale y se afana, y ara con frecuencia sobre una tierra muy pedregosa, pero tendrá su siega. Oh, pobre y afanoso maestro de la escuela dominical, ¿no has visto ningún fruto todavía? Te preguntas: "¿Quién ha creído a nuestro anuncio?, ¿y sobre quién se ha manifestado el brazo de Jehová?" Alégrate, tú que laboras en una buena causa, pues habrá algunos que se aprovechen de tu trabajo. ¿No has visto a ningún hijo convertido? No tengas temor:

"Aunque la semilla quede enterrada por largo tiempo en el polvo,
No defraudará tu esperanza,
El precioso grano no puede perderse nunca,
Pues Dios garantiza la cosecha."

Prosigue sembrando todavía, y tendrás una siega en la que verás a niños convertidos. Yo he conocido a algunos maestros de la escuela dominical que podían contar una docena, o treinta niños, que, uno tras otros, habían llegado a conocer al Señor Jesucristo y a unirse a la iglesia. Pero si no vivieras para verlo en la tierra, recuerda que sólo tendrás que rendir cuentas por tu labor, y no por tu éxito. ¡Continúa sembrando, continúa laborando! "Echa tu pan sobre las aguas; porque después de muchos días lo hallarás". Dios no permitirá que Su palabra sea desperdiciada; no regresará a Él vacía, sino que hará lo que Él quiere.

Podría haber una pobre madre, que con frecuencia ha estado triste. Tiene un hijo y una hija, y siempre ha estado orando para que Dios convierta sus almas. Madre, tu hijo es todavía un muchacho sin gracia; es motivo de aflicción para tu corazón; todavía las cálidas lágrimas escaldan tus mejillas por su causa. Y tú, padre, a menudo le has censurado; él es un hijo díscolo, y todavía corre cuesta abajo. ¡No ceses de orar! ¡Oh hermanos y hermanas míos, que son padres, ustedes tendrán una siega!

Había una vez un muchacho, un hijo muy pecador, que no atendía el consejo de sus padres; pero su madre oraba por él, y ahora sube al púlpito para predicar a esta congregación cada domingo. Y cuando su madre piensa en su primogénito que predica el Evangelio, ella siega una gloriosa cosecha que la llena de alegría.

Ahora, padres y madres, ese podría ser su caso. Por malos que sean sus hijos en el momento presente, acudan sin cesar al trono de la gracia, y tendrán una cosecha. ¿Qué piensas tú, madre, no te alegraría ver que tu hijo fuera un ministro del Evangelio; que tu hija estuviera enseñando y apoyando en la causa de Dios? Dios no permitirá que ores y que tus oraciones sean desatendidas.

Jovencito, tu madre ha estado luchando por ti durante largo tiempo, y no ha ganado tu alma todavía. ¿Qué piensas tú? ¡Tú le estafas a tu madre su cosecha! Si ella tuviese un pequeño pedazo de tierra, muy cerca de su casita, en el que hubiere sembrado algún grano, ¿irías y le pegarías fuego? Si ella tuviese una flor muy especial en su jardín, ¿irías y la hollarías bajo tu pie? Pero al proseguir en los caminos del réprobo, tú estás defraudando la cosecha de tu padre y de tu madre. Tal vez haya algunos padres que estén llorando por sus hijos y por sus hijas que están endurecidos y son inconversos. ¡Oh Dios, vuelve sus corazones!, pues amarga es la condenación de aquel hombre que va al infierno por el camino que está regado por las lágrimas de su madre, o que tropieza en los reproches de su padre, y huella todas aquellas cosas que Dios ha puesto en su camino: las oraciones de su madre y los suspiros de su padre. ¡Que Dios ayude a aquel hombre que se atreva a hacer tales cosas! Y es una gracia portentosa si Dios le ayuda.

Ustedes tendrán una siega, independientemente de lo que hagan. Confío que todos estén haciendo algo. Aunque no pueda mencionar cuál sea su peculiar ocupación, confío que todos están sirviendo a Dios de alguna manera; y ustedes seguramente tendrán una siega doquiera que estén esparciendo su semilla.

Pero supongan lo peor: aunque no vivieran para ver la siega en este mundo, tendrán una siega cuando lleguen al cielo. Si vives y mueres como un hombre decepcionado en este mundo, no te verás desilusionado en el siguiente. Pienso que algunos elementos del pueblo de Dios estarán muy sorprendidos cuando lleguen al cielo. Verán a su Señor, y Él les dará una corona. "Señor, ¿cuál es la razón de esa corona?" Esa corona es porque tú le diste un vaso de agua fría a uno de mis discípulos". "¡Cómo! ¿Una corona por un vaso de agua?" "Sí", responde el Señor, "así es como pago a mis siervos. Primero les doy gracia para que den ese vaso de agua, y luego, habiéndoles dado gracia, les doy una corona". "Las maravillas de la gracia a Dios le pertenecen". Quien siembra liberalmente segará liberalmente; y aquel que siembra de mala gana, segará parcamente.

Ah, si pudiese haber pesar en el cielo, pienso que sería el pesar de algunos cristianos que sembraron muy poco. Después de todo, ¡cuán poco siembra la mayoría de nosotros! Yo sé que siembro muy poco en comparación con lo que podría sembrar. ¡Cuán poco siembra cualquiera de ustedes! Simplemente sumen cuánto le dan a Dios en el año. Me temo que no llegaría sino a un mínimo porcentaje. Recuerden que siegan de acuerdo a lo que siembran.

Oh amigos míos, ¡qué sorpresa experimentarán algunos de ustedes cuando Dios les pague por sembrar un único grano! El suelo del cielo es rico en extremo. Si un agricultor tuviera un terreno como el que hay en el cielo, diría: "debo sembrar muchísimos acres de tierra"; y por tanto, esforcémonos pues, entre más sembremos, más segaremos en el cielo. Sin embargo, deben recordar que todo es por gracia, y no por deuda.

Ahora, amados, debo mencionar apresuradamente la tercera cosecha jubilosa. Hemos visto la siega del campo, y la siega del cristiano. Ahora hemos de considerar otra, y es la siega de Cristo.

Cristo tuvo Sus tiempos de siega. ¡Cuán amargos tiempos de siega fueron esos! Cristo fue alguien que salía llevando una preciosa semilla. ¡Oh, me imagino a Cristo sembrando en el mundo! Lo sembró con lágrimas; lo sembró con gotas de sangre; lo sembró con suspiros; lo sembró con agonía del corazón, y al final se sembró Él mismo en la tierra, para ser la simiente de una gloriosa cosecha. ¡Qué tiempo de siembra fue el Suyo! Él sembró en lágrimas, en pobreza, en simpatía, en aflicción, en agonía, en dolores, en sufrimiento, y en muerte. Él tendrá también una siega. Jehová lo ha jurado, bendito sea Su nombre; la eterna predestinación del Todopoderoso ha establecido que Cristo tendrá una siega. Él ha sembrado, y Él segará; Él ha esparcido, y Él recogerá. "Verá linaje, vivirá por largos días, y la voluntad de Jehová será en su mano prosperada."

Amigos míos, Cristo ha comenzado a segar su cosecha. Sí, cada alma que es convertida es parte de Su recompensa; cada persona que viene al Señor es una parte de ella. Cada alma que es rescatada del lodo cenagoso y colocada en la calzada del Rey, es una parte de la cosecha de Cristo.

Pero Él cosechará aún más. Se aproxima otra cosecha, en el último día, cuando segará brazadas a la vez, y recogerá las gavillas en Su granero. Ahora, los hombres vienen a Cristo de a uno y de a dos y de a tres; pero, entonces, vendrán en multitudes, de tal manera que la iglesia dirá: "¿Quiénes son éstos que vuelan como nubes, y como palomas a sus ventanas?"

Habrá una cosecha mayor cuando el tiempo deje de existir. Vayan al capítulo 14 de Apocalipsis, y al versículo 13: "Oí una voz que desde el cielo me decía: Escribe: Bienaventurados de aquí en adelante los muertos que mueren en el Señor. Sí, dice el Espíritu, descansarán de sus trabajos, porque sus obras con ellos siguen." No van delante de ellos, para ganarles el cielo. "Miré, y he aquí una nube blanca; y sobre la nube uno sentado semejante al Hijo del Hombre, que tenía en la cabeza una corona de oro, y en la mano una hoz aguda. Y del templo salió otro ángel, clamando a gran voz al que estaba sentado sobre la nube: Mete tu hoz, y siega; porque la hora de segar ha llegado, pues la mies de la tierra está madura. Y el que estaba sentado sobre la nube metió su hoz en la tierra, y la tierra fue segada". Esa fue la cosecha de Cristo. Observen simplemente un elemento. Cuando Cristo viene a segar Su campo, trae puesta una corona. ¡Allí están las naciones congregadas delante del Segador coronado!

"Vienen, vienen: los grupos de exiliados,
Doquiera que descansaran o vagaran;
Oyeron Su voz en tierras distantes,
Y se apresuraron a su hogar".

Allí están, forman un gran ejército delante de Dios. Luego llega desde Su trono el Segador coronado; toma Su hoz aguda, y véanle segar gavilla tras gavilla, y transportarlas al granero celestial. Hagámonos la pregunta en cuanto a nosotros: si estaremos entre los segados, el trigo del Señor.

Observen de nuevo, que primero hubo una cosecha, y luego una vendimia. La siega son los justos; la vendimia son los impíos. Cuando los impíos son reunidos, un ángel los reúne; pero Cristo no confiará a un ángel que siegue a los justos. "Y el que estaba sentado sobre la nube metió su hoz".

Oh alma mía, cuando llegues a la hora de tu muerte, Cristo mismo vendrá por ti; cuando vayas a ser cortada, el que está sentado en el trono te cortará con una hoz muy aguda, con el objeto de hacerlo tan fácilmente como sea posible. Él mismo será el Segador; no se le permitirá a ningún segador reunir a los santos de Cristo, sino a Cristo, el Rey de los santos. Oh, ¿acaso no será una jubilosa siega cuando toda la raza escogida, cada uno de sus elementos, sea reunida? Allí está un granito arrugado de trigo, que ha estado creciendo en algún extremo del terreno, y que estará también allí. Hay muchísimos que han tenido sus cabezas colgantes porque están cargadas de grano, y estarán allí también. Serán reunidos.

"Su honor está comprometido a salvar
A la más insignificante de Sus ovejas;
Todo lo que Su Padre celestial le dio
Sus manos guardan con seguridad."

II. Pero ahora estamos obligado a pasar a LAS TRES DOLOROSAS SIEGAS. ¡Ay, ay!, el mundo fue una vez como un arpa eolia; cada corriente de aire que soplaba sobre él producía una melodía; ahora las cuerdas están todas distendidas, y están llenas de notas discordantes, de tal manera que, cuando tenemos una melodía de júbilo, nosotros hemos de tener el bajo profundo de la aflicción para acompañarla.

La primera siega dolorosa esla siega de la muerte. Todos nosotros estamos viviendo, ¿y para qué? Para la tumba. Algunas veces me he sentado, y he experimentado una meditación como esta: me he preguntado: ¿qué es el hombre? Crece y crece, hasta que llega a la plenitud de su vigor; y cuando llega a los cuarenta y cinco años, si Dios le da vida, tal vez entonces haya llegado a su mejor edad. ¿Qué hace entonces? Continúa donde está por un poco de tiempo, y luego comienza a ir cuesta abajo; y si continúa con vida, ¿para qué es? Para morir. Pero hay muchas probabilidades contra una, según lo sostiene el mundo, que no cumplirá los setenta años. Podría morir muy pronto. ¿Acaso no vivimos todos para morir? Pero nadie morirá mientras no esté maduro. La muerte nunca siega su grano cuando está verde, nunca corta su grano hasta que madure. Los impíos mueren, pero están siempre maduros para el infierno cuando mueren; los justos mueren, pero siempre están maduros para el cielo cuando mueren. Ese pobre ladrón que está allá, que no había creído en Jesús, tal vez una hora antes de morir estaría tan maduro como un santo de setenta años de experiencia. El santo está siempre listo para la gloria, siempre que la muerte, el segador, llegue, y los impíos siempre están maduros para el infierno siempre que a Dios le agrade enviar por ellos.

¡Oh, ese gran segador; recorre toda la tierra, y siega a sus cientos y a sus miles! Todo está quieto; la muerte no hace ningún ruido en sus movimientos, y camina por toda la tierra con pasos aterciopelados; nadie puede resistir a ese incesante segador. Es irresistible, y siega, y siega, y corta a todos. Algunas veces se detiene y humedece su guadaña; sumerge su guadaña en sangre, y luego nos siega con guerras; luego toma su esmeril del cólera, y siega más que nunca. Todavía clama: "¡Más, más, más!" ¡Ese trabajo continúa incesantemente! ¡Portentoso segador! ¡Portentoso cortador! Oh, cuando vengas para segarme, no podré resistirte, pues he de caer como los otros; cuando vengas, no tendré nada que decirte. ¡Como una brizna de hierba he de quedarme inmóvil, y tú habrás de cortarme! Pero, ¡oh, que esté yo preparado para la guadaña! ¡Ruego que el Señor esté junto a mí, y que me consuele y me aliente; y que pueda yo descubrir que la muerte es un ángel de vida; que la muerte es el portal del cielo, el vestíbulo de la gloria!

Hay una segunda siega dolorosa, y esla siega que el impío ha de cosechar. Así dice la voz de la inspiración: "Todo lo que el hombre sembrare, eso también segará". Ahora hay una siega que todo impío ha de segar en este mundo. Nadie peca jamás contra su cuerpo sin cosechar una siega por ello. El joven dice: "he pecado con impunidad". ¡Detente, joven amigo!, acude a ese hospital, y mira a los sufrientes retorciéndose en su agonía. Mira a ese pobre infeliz, hinchado y tambaleante. Yo te digo: ¡detén tu mano, para que no te vuelvas como él! La sabiduría te pide que te detengas, pues tus pasos conducen al descenso que llega al infierno. Si entras a la casa de la mujer extraña, segarás una mies.

Hay una mies que todo hombre siega si peca contra sus semejantes. El hombre que peca contra sus semejantes segará una mies. Algunos individuos caminan a lo largo del mundo como caballeros con espuelas en sus talones, y piensan que pueden pisotear a quienes les plazca; pero descubrirán su error. Quien peca contra otros, peca contra sí mismo; eso es la Naturaleza. Es una ley de la Naturaleza que un hombre no pueda dañar a sus semejantes sin dañarse a sí mismo.

Ahora, tú que causas aflicción a las mentes de otros, no creas que la aflicción terminará allí; has de segar una mies incluso aquí. Además, un hombre no puede pecar contra su estado sin cosechar sus efectos. El infeliz avariento que almacena su oro, peca contra su oro. Se torna corrompido, y de esos soberanos de oro tendrá que segar una mies; sí, ese infeliz avariento, despierto en la noche, y esforzando su cansada vista para contar su oro, ese hombre siega su mies.

Y lo mismo hace el joven derrochador. Él segará su mies cuando todo su tesoro se agote. Se dice del hijo pródigo que: "Nadie le daba", -nadie de aquellos que solía agasajar- y así el pródigo descubrirá que lo mismo le sucede a él. Nadie le dará nada.

¡Ah!, pero la peor siega será la de aquellos que pecan contra la Iglesia de Cristo. Yo no querría que un hombre pecara contra su cuerpo; yo no querría que un hombre pecara contra su estado; yo no querría que un hombre pecara contra sus semejantes; pero, más que nada, no querría que tocara la Iglesia de Cristo. Aquel que toca a uno de los elementos del pueblo de Dios, toca la niña de Sus ojos.

Cuando he leído acerca de algunas personas que censuran a los siervos del Señor, he pensado: "yo no haría eso". El mayor insulto para un hombre es que se hable mal de sus hijos. Si hablas mal de los hijos de Dios, serás recompensado por ello con el castigo eterno. No hay un solo miembro de la familia de Dios a quien Dios no ame, y si tocas a uno de ellos, Él aplicará la venganza sobre ti. Nada pica más el amor propio de un hombre que toquen a sus hijos; y si tocas a la Iglesia de Dios, serás el blanco de la más horrenda venganza. Las llamas más ardientes del infierno son para aquellos que tocan a los hijos de Dios. Continúa, pecador, ríete de la religión si te place, pero has de saber que es el pecado más negro de todo el catálogo del crimen. Dios perdonará cualquier cosa antes que eso; y aunque no es imperdonable, sin embargo, si no hay un arrepentimiento de él, recibirá el mayor castigo. Dios no puede soportar que Sus elegidos sean tocados, y si lo haces, es el mayor crimen que pudieras cometer.

La tercera siega dolorosa es la siega de la ira todopoderosa, cuando los impíos sean reunidos al final. En el capítulo 14 de Apocalipsis, verán que la vid de la tierra fue echada en el gran lagar de la ira de Dios; y, después de eso, el lagar fue pisado fuera de la ciudad, y salió la sangre hasta los frenos de los caballos; ¡esta una maravillosa figura para expresar la ira de Dios! Imaginen, luego, algún gran lagar, en el que nuestros cuerpos son puestos como uvas; e imaginen que algún poderoso gigante viene y nos huella a todos bajo su pie; esa es la idea: que los impíos serán arrojados juntos, y serán pisados hasta que la sangre suba hasta los frenos de los caballos. ¡Que Dios nos conceda, por Su soberana misericordia, que ustedes y yo nunca seamos segados en esa siega tremebunda, sino que más bien seamos inscritos entre los santos del Señor!

Tendrán una mies en la estación debida si no desmayan. Prosigue sembrando, hermano; prosigue sembrando, hermana; y en el tiempo señalado segarás una abundante mies. Déjame decirte algo en caso de que la semilla que sembraste hace mucho tiempo no haya brotado nunca. Una vez me dijeron: "cuando siembres semillas en tu jardín, ponlas en un poco de agua durante la noche, pues así crecerán mucho mejor." De igual manera, si has estado sembrando tu semilla, remójala con lágrimas, y esto hará que tu semilla germine mejor. "Los que sembraron con lágrimas, con regocijo segarán". Sumerge tu semilla en lágrimas, y luego ponla en la tierra, y segarás con regocijo. Ningún pájaro puede devorar esa semilla; ningún pájaro puede sostenerla en su pico. Ningún gusano puede comerla, pues los gusanos no comen nunca semillas que son sembradas con lágrimas. Prosigue tu camino, y cuando llores más, entonces es cuando sembrarás mejor. Cuando estés más abatido lo estarás haciendo mejor. Si vienes a la reunión de oración, y no tienes una palabra que decir, continúa orando; no te des por vencido, pues con frecuencia oras mejor cuando piensas que está orando peor. Continúa y en el momento debido, por la gracia poderosa de Dios, cosecharás si no desmayas.


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