El discipulado y las paradojas del crecimiento

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English: Discipleship and the Paradoxes of Growth

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Por Garrett Kell sobre Santificación y Crecimiento

Traducción por 9Marks


Cuando me convertí al cristianismo en la universidad pronto me encontré confundido. No porque mis nuevos amigos cristianos recordaran los dibujos animados de su infancia, o porque tuvieran símbolos de un pez en sus automóviles, o porque disfrutaran jugando a juegos de mesa los viernes por la noche (aunque todo eso me confundía). Lo que me desconcertó fue las paradojas que parecían inevitables para los que siguen a Cristo.

A medida que estudiaba las Escrituras con otros cristianos descubrí muchas verdades claras y otras no tan claras. Aprendí que hay un solo Dios eterno en tres personas. Aprendí que Jesús es plenamente Dios y plenamente hombre. Aprendí que Dios es completamente soberano y que la gente es responsable por sus acciones. Estas ideas eran misteriosas, desconcertantes y, al mismo tiempo, maravillosamente edificantes.

Pero las paradojas de la vida cristiana no terminaban ahí. Meditando en las Escrituras vi que el crecimiento cristiano y la madurez tenían lugar de formas paradójicas. Si queremos crecer como cristianos y ayudar a otros a crecer, es esencial entender estas paradojas.

VIVIMOS AL MORIR

Primero, vivimos al morir. En Marcos 8:35 Jesús dice: “Porque todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por causa de mí y del evangelio, la salvará”. Si queremos vivir, debemos morir. Este consejo parece una locura en un mundo que constantemente nos aconseja sigue tu corazón y ¡vive el momento! Nos dicen que solamente vivimos una vez, y que deberíamos exprimir cada momento mientras escalamos hacia la cima.

Sin embargo, ser un discípulo de Jesús significa rendir nuestras vidas y abrazar la vida que Cristo da. Este es el único camino hacia la vida verdadera. Tal y como dijo Bonhoeffer: “Cuando Cristo llama a un hombre, él le ofrece venir y morir”. Esta muerte ocurre miles de veces antes del cielo, y siempre es un acto de fe en Jesús.

Hace varios años, me vi atrapado en una red de pecado. Descontento, lujuria y una falta de fe habían trepado a mi corazón como una serpiente pitón y estaban destruyendo lentamente mi devoción al Señor. En esa época, un amado hermano habló a mi vida de una forma poderosa: me instó a vivir muriendo. Me mostró que mi amor por el mundo estaba apagando mi amor por Cristo. Me habló con verdad y gracia. Dios uso a este hermano para abrirme los ojos a la promesa de una vida que solamente vendría al morir. No sé dónde estaría yo si él no me hubiera traido el llamado de Jesús de esa manera, y siempre estaré agradecido por lo que hizo.

En el discipulado, debemos mantener de forma consistente la visión de la eternidad en nuestros ojos para asegurarnos de que no estamos siendo endurecidos por el engaño del pecado (He. 3:13). El mundo nos llama constantemente a encontrar vida en sus placeres. El único antídoto para esta poderosa exigencia es meditar acerca de cómo Cristo rindió su vida por nosotros. Considera cómo él odió el pecado. Piensa en cómo nos amó. Recuerda cómo sangró. Piensa cómo murió. Regocíjate en cómo glorificó al Padre.

Nuestro discipulado debe caracterizarse por ayudarnos mutuamente a meditar en el llamado de Cristo para tomar nuestra cruz cada día y seguirle. Morir es la única forma de vivir.

DESCANSAMOS AL LUCHAR

En segundo lugar, descansamos cuando luchamos. Jesús ha finalizado la obra, así que no tenemos que descansar hasta que la obra sea completada. ¿Cómo? ¿Cómo lucho para conservarme en el amor de Dios mientras que al mismo tiempo descanso en el hecho de que Dios “me guarda sin caída” (Jud. 21, 24)? ¿Qué significa para nosotros ir a Jesús quien “nos dará descanso” (Mt. 11:29) mientras que al mismo tiempo se nos dice: “Procuremos, pues, entrar en aquel reposo” (He. 4:11)?

De todas las paradojas del crecimiento cristiano, la idea de luchar y descansar al mismo tiempo parece ser la más desconcertante. ¿Trabajo cada día hasta quedar exhausto o me siento en el sillón y espero a que Jesús me levante como si fuese una marioneta? ¿Cómo hago y dependo al mismo tiempo? ¿Cómo trabajo sin trabajar con mi propia fuerza? ¿Qué significa trabajar fervientemente por la gracia que Dios suministra?

Aunque parezca desconcertante, debemos abrazar esta tensión tal y como se presenta en las Escrituras (Dt. 29:29; 1 Co. 15:10; Fil. 2:12-13). Dios nos llama a descansar completamente en la obra de Cristo (Jn. 19:30; He. 10; 1 P. 3:18) y al mismo tiempo a trabajar duro (Jn. 15:8; 1 Co. 9:24-27; Stg. 2:14-26). Filipenses 2:12-13 captura la paradoja perfectamente: “ocupaos en vuestra salvación con temor y temblor, porque Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad”.

En esta paradoja vemos de qué se trata la fe. Damos un paso —hacemos— pero cuando ponemos nuestro pie en tierra, encontramos que la base que nos mantiene es la base de que Dios prometió estar ahí. Cuando miramos atrás, encontramos que, sí, dimos pasos, pero fue Dios quien estuvo obrando en nosotros. Descansamos en la fidelidad de Dios para fortalecernos en la lucha de la obediencia.

Entonces, ¿qué significa esta paradoja para nuestro discipulado con otros cristianos? Cuando pases tiempo con otros creyentes, descansa en Cristo. Mirad juntos a la cruz. Pensad acerca de la tumba vacía. Recordad las promesas que nos hablan de nuestra libertad del pecado y de la condenación (Ro. 6:1-4, 8:1). Orad considerando versículos que hablan del amor de Dios por nosotros en Cristo (Ef. 2:1-10; Ro. 8:32-39; 1 Jn. 4:10). Recordaos que Dios no tiene una libreta de puntuación en el cielo. No tiene una tecla de suprimir en su ordenador para la próxima vez que falles. Atesora el hecho de que somos agradables a Dios porque él se agrada de Cristo. Predicaos el evangelio los unos a los otros. Instaos los unos a los otros a descansar en el clamor de Cristo “¡consumado es!”.

También debemos descansar en el hecho de que Cristo resucitado intercede por nosotros en el cielo (He. 7-10). Esta intercesión garantiza que Dios será misericordioso con nuestras iniquidades y no recordará más nuestros pecados (He. 8:1-12). ¡Qué maravillosa verdad en la cual descansar! Somos perdonados en Cristo. Dios no guarda nuestras transgresiones en contra de nosotros. Descansamos en la obra terminada —y en proceso— de Cristo por nosotros.

Al mismo tiempo, nuestro discipulado debería caracterizarse por una lucha conjunta. Recordaos los unos a los otros que Jesús ha dado al Consolador —el Espíritu Santo— para que podamos vivir vidas que agraden a Dios (Jn. 14:26; Ro. 8:4). Trabajamos, pero no trabajamos solos. Estamos unidos en la presencia del victorioso Rey de reyes mediante su Santo Espíritu. Él nos capacita para que hagamos discípulos entre las naciones (Mt. 28:19-20) y soportemos la persecución (Lc. 12:11-12). Podemos aguantar los sufrimientos de esta vida con su fuerza (2 Co. 12:9-10) y entonces confortar a otros en sus sufrimientos (2 Co. 1:3-7).

Así que luchad juntos viviendo como soldados de Cristo que están en guerra con el maligno (2 Ti. 2:2; Ef. 6:10; 1 P. 5:8-9). Disciplinaos y estructurad vuestros hábitos en torno a una piedad creciente (1 Ti. 4:7). Usad vuestras interacciones intencionadamente para edificaros mutuamente para el amor y las buenas obras (He. 10:24-25). Y sobre todo, ayudaos para arrancar cualquier cosa que os ralentice, para que podáis finalizar la carrera y entrar en el reposo final que se nos ha prometido (He. 12:1-3).

Las paradojas del crecimiento espiritual no han sido dadas para paralizarnos. Dios las da para que miremos más atentamente su Palabra y profundicemos en sus promesas con más libertad. Así que animaos los unos a los otros a vivir muriendo y descansar luchando.


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