El dolor de Padres e Hijos

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English: The Sorrows of Fathers and Sons

© Desiring God

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Por John Piper sobre Crianza de los Hijos
Una parte de la serie Taste & See

Traducción por Carina Alejandra Rojas


Reflexiones sobre las Vidas de C. S. Lewis y Robert Louis Stevenson

Robert Louis Stevenson, el autor de La Isla del Tesoro, nació en 1850 y creció en un hogar Cristiano en Escocia. Su padre era ingeniero civil e introdujo a su único hijo a conocer y creer en la Biblia y en el Catecismo menor.

Al entrar a la Universidad de Edimburgo, Robert abandonó la fe de su infancia y nunca más regresó a ella. Formó una asociación cuyo lema principal era, “Ignorar todo lo que nuestros padres nos enseñaron.” Su padre encontró esto escrito en un pedazo de papel y fue advertido por Robert que él ya no creía en la fe cristiana.

El padre, en una exageración que transmite el peso de su tristeza, no la precisión de la verdad, dijo, “Has logrado hacer que mi vida entera sea un fracaso.”

Robert escribió a uno de sus amigos incrédulos, “Fue realmente patético escuchar a mi padre orando deliberadamente por mi en el culto familiar de hoy, y pensar que las súplicas del pobre hombre eran dirigidas a nada más capaz para escuchar y responderle que una araña de techo.”

Su sendero no sería alterado, tampoco el sufrimiento de su padre. A la larga, Robert fue en pos de una mujer casada. Ella se divorció de su esposo para casarse con él. Su depresión no se curaba con el alcohol. Navegaron hasta las islas de Samoa en los Mares del Sur donde Robert murió repentinamente de una hemorragia cerebral en 1894, a la edad de 44 años.

El escribió que “el césped nos cubre, y el gusano que nunca muere, la conciencia descansa en paz al fin, [y la vida es un] peregrinaje de la nada a ninguna parte.”

Un hijo no es la única inversión de toda la vida de un padre, pero es una incomparable, y cuando falla, no hay dolor tan profundo como éste.

         * * * * * *

Cuatro años después de la muerte de Robert Louis Stevenson, nació otro gigante de la literatura, C. S. Lewis. Su historia de incredulidad tiene un final feliz, aunque la relación con su padre fue muy dolorosa, especialmente para su padre Albert.

Florence, su madre, había muerto de cáncer cuando Lewis tenía 9 años. Su padre no volvió a casarse. Hubo amplios defectos en ambos lados ─ padre e hijo. Pero las heridas del hijo fueron más conscientes y casi atroces.

En 1919, cuando Lewis tenía 20 años, y para el asombro de su padre, se convirtió en un ateísta declarado. Ese verano, de hecho, el estuvo posiblemente involucrado en una relación amorosa con una mujer con edad suficiente para ser su madre, vivía del dinero de su padre en la Universidad de Oxford, mintiéndole a él sobre todo este asunto.

Albert escribió en su diario acerca de la ruptura de su relación con su hijo menor, y un encuentro explosivo que tuvo, en particular, cuando descubrió que el joven le había mentido acerca de su cuenta bancaria:

El dijo que él ya no me respetaba ─ que ya no tenía confianza en mí…Que todo mi amor, devoción y auto-sacrificio deben haber llevado a todo esto ─ y que ya no sentía respeto por mí. Que él ya no confiaba en mí… He pasado por uno de los momentos más miserables de mi vida en las siguientes cuatro semanas ─ miserable en muchos aspectos…La pérdida del afecto de Jack, si es permanente, es irreparable y me deja triste y con el corazón dolorido.

Albert se atrevió a mencionar este dolor a su hijo unos meses después a través de una carta, y recibió de vuelta una respuesta despiadada en la cual el hijo explica cómo su previa sinceridad le había resultado beneficiosa:

En cuanto al otro asunto del que hablas en tus cartas... estoy seguro de que estarás de acuerdo conmigo en que la confianza y el afecto que ambos deseamos tienen más probabilidades de ser restaurado por el esfuerzo sincero de ambos lados y por la tolerancia ─ que es siempre tan necesaria entre dos seres humanos imperfectos ─ más que por cualquier respuesta mía que no fue completamente sincera.

Hay algo de verdad en esto, pero no hay arrepentimiento.

Sorprendentemente, tanto el padre de Stevenson como el de Lewis continuaron enviando el apoyo económico a sus hijos aún a través de los años de rechazo. Y a pesar de comentarios como, “Soy sencillamente incapaz de cohabitar en la misma casa con mi padre.” (Stevenson); y, “Realmente no puedo hacerle frente” (Lewis), los padres continuaron sosteniendo a sus hijos.

Seis años después de la muerte de su padre, Lewis le escribió a un amigo para ponerse al día de la última década: “Mi padre está muerto…lamento profundamente mi conducta hacia él (aunque gracias a Dios fueron mejorando al final). Me estoy quedando calvo. Soy cristiano.”

Tal vez enviarles dinero en medio de esos ásperos años fue lo mejor. Quizás no. Esto no es evidencia de aprobación, ni de que el dolor haya desaparecido. Por el contrario, pone de manifiesto una especie de vínculo entre padres e hijos basado en el dolor, no en su eliminación.

[Mis fuentes biográficas son Iain Murray, The Undercover Revolution: How Fiction Changed Britain (2009) (La Revolución Encubierta: Como la ficción cambió a Gran Bretaña); y Alan Jacobs; The Narnian: The Life and Imagination of C. S. Lewis (El Narniano: La Vida e Imaginación de C. S. Lewis) (2006).]


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