El júbilo vendrá

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English: The Joy Will Come

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Por Christina Fox sobre Fe

Traducción por Patricia Alvarado


Recibí recientemente noticias inesperadas. El tipo de noticia que hizo me doliera el corazón y las lágrimas ardieran en mis ojos. Sentí la presión de su peso en todo mi ser. Las palabras de David en el Salmo 6 reflejaron los sentimientos de mi corazón, “Cansado estoy de mis gemidos; todas las noches inundo de llanto mi lecho, con mis lágrimas riego mi cama” (Salmo 6:6).

¿Alguna vez han recurrido a los Salmos en momentos de tristeza, miedo o incertidumbre? Aunque haya sido escrito en un tiempo diferente y a partir de experiencias un tanto diferentes, las palabras del Salmo parecen dar voz a nuestras emociones. Como John Calvin dijo, los Salmos son una anatomía de todas las partes del alma.

Contenido

Travesía con el Salmista

En particular, los salmos de lamentación hacen eco de nuestras propias dificultades lidiando con pérdidas y desánimos. Pero la verdad es que estos salmos van más allá de sólo descargar aflicciones. El salmista sigue una trayectoria. Él está en una travesía y es una, que podemos seguir también.

Las lamentaciones siguen una estructura de tres partes. Comienzan con la expresión de sentimientos. El salmista se pone frente a Dios y desahoga sus incómodas y pesadas emociones. El es honesto con Dios al revelar el grado y lo profundo de su dolor. “Me he hundido en cieno profundo, y no hay donde hacer pie; he llegado a lo profundo de las aguas, y la corriente me anega. Cansado estoy de llorar; reseca está mi garganta; mis ojos desfallecen mientras espero a mi Dios” (Salmo 69:2–3).

Conforme el salmista sigue avanzando en su travesía, cambia de expresar sus sentimientos a pedir ayuda. El sabe que sólo Dios puede salvarlo, redimirlo y restaurarlo. El pide lo que necesita, ya sea salvación, misericordia o justicia. “Vuélvete Señor, rescata mi alma; sálvame por tu misericordia” (Salmo 6:4) “Escucha, oh Señor, mi voz cuando clamo; ten piedad de mí, y respóndeme” (Salmo 27:7).

Seguir el Curso

Continuando en su viaje, la fe del salmista es fortalecida conforme se acuerda de quien es Dios, ya que ve la mano de Dios trabajando en su vida y mientras reflexiona acerca de la gracia de Dios en el pasado. El salmista entonces llega al final de su trayectoria. El responde en una afirmación de confianza en Dios. Ofrece un sacrificio de adoración y alabanza. “Están sobre mí, oh Dios, los votos que te hice; ofrendas de acción de gracias te ofreceré” (Salmo 56:12). “Mas yo en tu misericordia he confiado; mi corazón se regocijará en tu salvación. Cantaré al Señor; porque me ha colmado de bienes” (Salmo 13:5–6).

Esta travesía de tres etapas a través de las emociones no es algo que ocurra de un momento a otro. El salmista siguió estos pasos durante un transcurso de tiempo. Pero el salió adelante. El siguió el camino delante. Se mantuvo en la batalla.

Muy seguido me he quedado en el primer paso. He hecho partícipe a Dios de todo el dolor en mi vida y luego me he quedado ahí. Como si sólo el darle voz a mis emociones fuera el final de todo. Pero no es el final. El sacarlo todo puede darnos un alivio temporal, pero no es la meta final. Necesitamos avanzar, trabajar con nuestras emociones camino a nuestro último destino; confianza y veneración.

Jesús Soportó la Cruz

Esta trayectoria es posible solo a través de Jesús, el Varón de Dolores, y experimentado en aflicción (Isaías 53:3). Fue Jesús quien abrió el camino para nosotros mientras siguió su travesía de lamentación. En esa noche fatídica en el Huerto de Getsemaní, el dio voz a su dolor: “Mi alma está muy afligida hasta el punto de la muerte” (Marcos 14:34). Suplicó ayuda a Dios diciendo: “Abba, Padre, para ti todas las cosas son posibles; aparta de mí esta copa, pero no sea lo que yo quiero, sino lo que tú quieras” (13:36).

Confiando en la voluntad de Su Padre, el libro de los Hebreos nos dice: “por el gozo puesto delante de Él soportó la cruz, menospreciando la vergüenza, y se ha sentado a la diestra del trono de Dios (12:2). Jesús clamó el lamento del salmista como suyo cuando gritó en la cruz: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? (Salmo 22:1).

Jesús imploró por su pueblo en la cruz. Él se convirtió en la plenitud de todas nuestras lamentaciones. Y nos invita a poner en Él nuestras cargas. Por Jesús y el evangelio, podemos: “Por tanto, acerquémonos con confianza al trono de la gracia para que recibamos misericordia, y hallemos gracia para la ayuda oportuna” (Hebreos 4:16). Podemos acercarnos a Jesús con todas nuestras emociones y preocupaciones y saber que Él nos escucha, se preocupa por nosotros, que trabaja en nosotros.

Salir Adelante

Es lo que hacemos cuando seguimos la estructura de las lamentaciones. Ponemos toda nuestra carga en nuestro Salvador. Imploramos Su ayuda. Él nos fortalece a través de Su Espíritu y Su palabra, reparándonos y renovando nuestra fe en Él. Y cuando respondemos con una afirmación agradecida de confianza y veneración. Las aflicciones de la vida tratan de alejarnos de Él; pero la travesía de los lamentos nos atrae hacia Él.

Quizás hayan recibido sus propias noticias inesperadas. Tal vez se encuentran tristes, con miedo o incertidumbre. Si pueden relacionarse a los lamentos del salmista, pueden viajar a través de sus propias lamentaciones. Sigan la estructura de tres partes. Avancen hacia la oscura noche de sus emociones, sabiendo que la luz del Hijo brillará en ustedes. Ya que: “el llanto puede durar toda la noche, pero a la mañana vendrá el grito de júbilo” (Salmo 30:5).


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