El mandamiento que más se repite en la Biblia

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English: The Most Repeated Command in the Bible

© Desiring God

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Por Jon Bloom sobre La Biblia

Traducción por Pamela Amaranti


¿Cuál crees que es el mandamiento que más se repite en la Biblia?

No es ninguna de las prohibiciones o advertencias. No tiene que ver con sexo, dinero o poder. El mandamiento que más se repite en la Biblia probablemente te sorprenda: sé feliz. Más que cualquier otra cosa, Dios nos dice de diferentes maneras "alaben al Señor", "no teman ", "regocíjense", y "den gracias", todos los cuales, en esencia, son mandamientos para ser felices.

Piensa en esto por un momento. Déjalo sumergir: más que cualquier otra cosa, Dios nos ordena que seamos felices. Dios quiere que seas verdadera y profundamente feliz. No solo algún día en el cielo. No cuando las circunstancias mejoren. No cuando finalmente termine la pena o se disipe la oscuridad. Dios quiere que disfrutes un gozo real hoy. Ahora.

De ninguna manera quiero trivializar las pruebas que puedas estar experimentando. El sufrimiento puede ser intenso, la pena casi abrumadora y el temor prácticamente paralizador. La Biblia trata con situaciones sumamente reales. Dios dice mucho sobre el pecado, la aflicción, el dolor, la traición, el fracaso, el temor, el horror y la desgracia. Pero si lo piensas, el tema predominante de Dios es el gozo.

Dios quiere que conozcamos el tipo de esperanza que tiene el poder de producir gozo en nosotros, aún en circunstancias dolorosas. Una y otra vez, Dios nos manda a ser real, verdadera y profundamente felices.

Contenido

¿Por qué Dios lo repite?

Cuando Dios repite algo, pon atención. La repetición implica que algo es importante.

Eso no significa que los mandamientos que más se repiten sean necesariamente los más importantes. Sabemos por Jesús que los mandamientos más importantes son que amemos a Dios con todo nuestro corazón, alma, mente y fuerza, y a nuestro prójimo como a nosotros mismos (Marcos 12:29–31, LBLA). Pero, sin duda, lo más repetido denota algo importante. Y si ponemos mucha atención, nos daremos cuenta de que los mandamientos que más se repiten son formas de obedecer los mandamientos más importantes.

Es tan trascendental que vale la pena repetirlo: los mandamientos que más se repiten son formas de obedecer los mandamientos más importantes de Dios. Esto es asombroso. Existe una conexión directa entre amar a Dios por sobre todas las cosas, amar al prójimo como a nosotros mismos y ser auténticamente felices. No sacrificamos uno por el otro. Cuando Dios nos ordena a amarlo con todo nuestro ser, o a amar a otros con el mismo cuidado, preocupación, gracia, compasión y paciencia con la que nos amaríamos a nosotros mismos, no nos está ordenando que sacrifiquemos la felicidad real, duradera, auténtica y gratificante. En realidad, nos está ordenando que busquemos la felicidad real, duradera, auténtica y gratificante.

¿Es esto cierto? Examinemos cuatro mandamientos que se repiten a menudo en las Escrituras y preguntémonos lo que Dios realmente quiere de nosotros.

“Alaben al Señor”

Cuando Dios nos ordena que lo alabemos, ¿qué es lo que quiere? Sabemos que no está interesado en nuestra palabrería vacía mientras nuestros corazones deambulan en algún otro lado (Isaías 29:13). Nos ordena que lo miremos a él, a través de lo que él ha revelado de sí mismo, hasta que veamos algún aspecto de su gloria que transcienda las cosas insignificantes y corruptas que demandan nuestra atención en este momento—una gloria que produzca un gozo lleno de asombro que no podamos expresar sino con alabanza.

Nuestra alabanza llena de alegría no solo glorifica a Dios y le agrada, sino que amorosamente dirige a otros a la misma gloria que vemos y a la misma alegría que sentimos –porque siempre alabamos (ante otros) aquello que nos alegra. Dios nos ordena que lo amemos a él, que amemos a otros y seamos felices.

“No teman”

Cuando Dios nos ordena que “no temamos”, ¿qué es lo que él quiere? Quiere que meditemos en alguna de las promesas que nos ha dado hasta que experimentemos la desaparición de los efectos paralizadores del miedo y que crezca nuestra valentía.

Esta valiente y alegre confianza en Dios no es solo la expresión de un amor que confía en él; también nos hace ser abiertos y estar dispuestos a animar a otros porque estamos llenos de esperanza en Dios. No podemos ayudar, pero queremos consolar y animar a otros con el consuelo y ánimo que hemos recibido de Dios (2 Corintios 1:3–4). Dios nos ordena que lo amemos a él, que amemos a otros y seamos felices.

“Regocíjense”

Cuando Dios nos ordena que nos regocijemos, ¿qué es lo que él quiere? Quiere que recordemos que no importa lo que pase, NADA va a separarnos de su Omnipotente amor por nosotros en Cristo (Romanos 8:38–39); que él hará que todas estas cosas cooperen para nuestro bien (Romanos 8:28), y que él nos librará de toda obra mala y nos traerá a salvo a su reino celestial (2 Timoteo 4:18).

Expresamos nuestro amor por Dios cuando descansamos fielmente en su reino soberano sobre todas las cosas –las dulces y las amargas— y amamos a otros también cuando los ayudamos a apoyarse fielmente en el reino soberano de Dios. Dios nos ordena que lo amemos a él, que amemos a otros y seamos felices.

“Den gracias”

Cuando Dios nos ordena que demos gracias, ¿qué es lo que quiere? Según afirma John Piper, Dios no quiere el tipo de gracias que un niño de seis años está obligado a darle a su abuela después de recibir calcetines negros de Navidad. Dios quiere que miremos más allá de las cosas que nos frustran, nos producen enojo, nos decepcionan, nos desaniman, nos entristecen y nos deprimen, y que veamos su gracia –su gracia abundante y suficiente (2 Corintios 9:8)— la gracia que recibimos en este momento, sin importar nuestras circunstancias (1 Tesalonicenses 5:18).

Cuando vemos su gracia y confiamos en sus sabios propósitos, surge un profundo agradecimiento hacia él que expulsa nuestras emociones negativas y pecaminosas, nuestras quejas, y las reemplaza con paz. Esta paz inspirada en la gratitud se derrama tiernamente a todos aquellos con quienes interactuamos, y a menudo les ayuda a superar su propia tentación a quejarse. Dios nos ordena que lo amemos a él, que amemos a otros y seamos felices.

El código secreto

Cuando comenzamos a mirar las cosas de esta manera, comenzamos a ver que todos los mandamientos de Dios contienen este código secreto, no solo los que más se repiten: la obediencia llena de fe nos lleva al gozo. Dios solo ordena a su pueblo aquello que les dará la felicidad definitiva. Es por esta razón que, para quienes descubren el secreto, “sus mandamientos no son agobiantes” (1 Juan 5:3, LBLA). David descubrió este secreto y lo expresó en un cántico de amor a los mandamientos de Dios:

La ley del Señor es perfecta, que restaura el alma;
el testimonio del Señor es seguro, que hace sabio al sencillo;
Los preceptos del Señor son rectos, que alegran el corazón;
el mandamiento del Señor es puro, que alumbra los ojos.
El temor del Señor es limpio, que permanece para siempre;
los juicios del Señor son verdaderos, todos ellos justos;
deseables más que el oro; sí, más que mucho oro fino,
más dulces que la miel y que el destilar del panal.
Además, tu siervo es amonestado por ellos;
en guardarlos hay gran recompensa. (Salmos 19:7–11, LBLA)

Los mandamientos de nuestro Señor son más deseables que el oro porque nos hacen más felices que el oro. Al cumplirlos, hay una recompensa aun mayor que el oro: amar, gozar, admirar, alabar, agradecer y regocijarnos en Dios para siempre (Salmos 16:11).

Es por esto que Dios ha llenado la Biblia de mandamientos repetidos a alabarlo, a no temer, a regocijarnos siempre, a dar gracias siempre, y a cualquier otro mandamiento que nos concierna. Él quiere que seamos felices. “El Dios de la esperanza [nos quiere llenar] de todo gozo y paz en el creer, para que [abundemos] en esperanza por el poder del Espíritu Santo”. (Romanos 15:13, LBLA). Hoy, ahora y para siempre.


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