Enciende la adoración con confesión

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Por Olan Stubbs sobre Santificación y Crecimiento

Traducción por Javier Matus

Si alguien te preguntara: “¿Cómo puedo llegar a amar más a Dios?”, ¿cómo responderías?

Si eres como yo, sientes cuán dolorosamente corto le quedas a la orden de “amar al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente y con todas tus fuerzas” (Marcos 12:30). Dios nos llama a darle el primer lugar en todo, y sin embargo, gran parte del tiempo permitimos que alguien o alguna otra cosa ocupe el centro del escenario —a menudo somos nosotros mismos.

Entonces, ¿qué podemos hacer para crecer en nuestro amor por Dios? Aunque la pregunta tiene más de una respuesta correcta, en Lucas 7:36-50, Jesús básicamente nos dice la diferencia entre alguien que ama mucho a Dios y alguien que Lo ama poco.

Un fariseo y una mujer

En la historia de Lucas, dos personas muestran interés en Jesús. Nuestro primer personaje, un fariseo llamado Simón, tiene cierta atracción por Jesús, pero realmente no Lo ama mucho, si es que Lo amara (Lucas 7:36). No podemos decir con certeza por qué Simón invita a Jesús a su casa, pero quizá solo quería expander su currículum y rellenar su propio sentido de autoestima al asociarse con la Persona más popular de la ciudad.

Durante la fiesta, una mujer entra sin invitación (Lucas 7:37-38). Ella es una pecadora conocida —probablemente una prostituta. Ella unge los pies de Jesús con un perfume muy caro, probablemente la cosa más valiosa que posee. Ella lava Sus pies con sus lágrimas y los seca con su cabello y sus besos.

Las acciones de la mujer parecen extrañas desde nuestro punto de vista cultural, pero obviamente ama a Jesús profundamente. Ella sabe que es una pecadora. Ella sabe que será desdeñada por entrar en la casa de un fariseo sin invitación. A ella no le importa. Ella está enamorada de su Salvador, y en este momento ella Lo adora con todo su corazón, alma, mente y fuerzas.

Simón tiene la reacción opuesta (Lucas 7:39). Él es arrogante. Desde lo alto de su propio orgullo, él desprecia tanto a la mujer como a Jesús. Mientras la mujer adora a Jesús, Simón se mantiene al margen. Como todas las personas orgullosas, Simón no adorará a nadie excepto a sí mismo.

De dónde viene el amor

Como respuesta, Jesús cuenta la historia de un prestamista que perdona a una persona una gran deuda y a otra una pequeña deuda. Cuando Jesús le pregunta a Simón cual persona amará más al prestamista, él responde: “Pienso que aquel a quien perdonó más” (Lucas 7:43). Entonces Jesús da el punto: “Por lo cual te digo que sus muchos pecados le son perdonados, porque amó mucho; mas aquel a quien se le perdona poco, poco ama” (Lucas 7:47). Quien ha sido perdonado poco, ama poco. Quien ha sido perdonado mucho, ama mucho.

Uno de los factores determinantes de la verdadera adoración y el amor por Cristo es la conciencia de cuánto nos ha perdonado. El punto de la historia de Cristo no era que la mujer tuviera un gran pecado para perdonar y que el fariseo solo tuviera un pecado pequeño. El punto era que la verdadera adoración florece mejor cuando estamos profundamente conscientes de nuestro propio pecado y nuestro endeudamiento con Cristo.

Cuando tu amor por Cristo se siente frío, echa un vistazo a tu propio pecado. La tierra del arrepentimiento es muy adecuada para producir frutos de candente adoración.

Un Salvador de curita

Imagina que estás caminando por la playa con un amigo y te cortas el dedo del pie en una concha de mar. Tu amigo tiene un curita para ti. ¿Cómo respondes? Estás agradecido. Dices gracias. Pero el amor por tu amigo no se conmueve en ningún nivel profundo.

Ahora imagina que tú y tu amigo están en la playa y un tsunami los arrastra mar adentro. Justo antes de que te ahogues, tu amigo te lleva a la orilla y te revive. Él casi muere en el intento. ¿Cómo reaccionarías ahora? La gratitud y el afecto se ensancharían de inmediato en tu corazón. Tu amor por tu amigo se desbordaría en agradecimiento, alabanza y deleite.

Muchos de nosotros tenemos una visión de Cristo como un curita. Sabemos que no somos perfectos. Jesús murió en la cruz para ayudarnos y arreglar nuestros puntos difíciles. Nunca lo diríamos de esa manera, pero comparados con las personas de las que escuchamos en las noticias, a menudo nos sentimos seguros en nuestra justicia cotidiana. Y una pequeña visión de nuestro pecado siempre conduce a una pequeña visión de nuestro Salvador.

La realidad es que Cristo sí se sumergió en el tsunami de la ira de Dios para salvarnos. Y no solo arriesgó Su vida: murió en el intento, en nuestro lugar. Y no solo eso, sino que ahora vive para interceder por nosotros como nuestro sistema permanente de apoyo vital. Y cada día nuestros corazones deberían estar llenos de adoración agradecida hasta rebosar.

Ojear y contemplar

El evangelio muestra que la cruz de Cristo puentea la brecha infinita entre el Dios santo y el hombre pecador. Si tienes una pequeña visión de la majestad de Dios y una pequeña visión de tu maldad, tendrás un pequeño Salvador que puenteará esa pequeña brecha. Pero si te quedas atónito y mudo ante la gloria de Dios y también te sientes incomprensiblemente humillado por el continuo pecado en tu corazón, vivirás asombrado de Cristo, tu Salvador.

Esto no significa que tenemos que cometer grandes pecados para realmente adorar a Dios. Significa que debemos aprender a ver incluso nuestros pecados aparentemente “pequeños” como realmente lo son. Como dice Matthew Henry, no hay tal cosa como un pecado pequeño porque no hay tal cosa como un Dios pequeño contra el cual pecar.

Para recordar mi pecado, paso tiempo todos los días confesando mis propios pecados del día anterior. Claro que esta práctica nos pone en peligro de ahogarnos en una introspección morbosa. Así que creo que es aconsejable dedicar suficiente tiempo confesando tus pecados hasta que sientas un cierto lamento por la forma en la que has afligido a Cristo. Luego apresúrate a la cruz y recuérdate el evangelio de nuevas maneras.

Aplicar las perfecciones específicas de Jesús a nuestros pecados específicos no parecerá aburrido. ¡Querrás cantar, gritar, obedecer!

Ojea y lamenta tu pecado, y luego contempla y gloría a tu Salvador. Una ojeada es una mirada corta; una contemplación es una mirada fija. La mejor adoración ocurre en el contexto de nuestro pecado. John Newton, el traficante de esclavos convertido en pastor, dijo ya anciano: “Aunque mi memoria se está desvaneciendo, recuerdo dos cosas muy claras: soy un gran pecador y Cristo es un gran Salvador”. Que ese sea el tema de nuestras vidas y adoración.


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