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{{info|Find Your Self-Esteem in Someone Else}}Lo que nosotros conocemos por el movimiento de la autoestima empezó cuando Adán y Eva comieron del fruto en Eden.  
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{{info|Find Your Self-Esteem in Someone Else}}Lo que nosotros conocemos como el movimiento por la autoestima en realidad empezó cuando Adán y Eva comieron del fruto en el Edén.  
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Antes de ese acontecimiento, la autoestima no fue un problema. Adán y Eva no estaban perdidos, por lo tanto, no tenían la necesidad de “encontrarse”. Tenían una autoestima saludable porque conocían a Dios y lo estimaban por encima de todas las cosa, con certeza lo estimaban más que ellos mismos. Por eso estaban sanos y seguros en su identidad personal como hijos de Dios y miembros complementarios el uno del otro. Su autoestima estaba arraigada en una humildad gloriosa y fue definida por, y experimentada en, una comunidad diseñada por Dios dónde los dos conocían a Dios y eran conocidos por Él.  
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Antes de ese acontecimiento, la autoestima no era un problema. Adán y Eva no estaban perdidos y, por lo tanto, no tenían la necesidad de “encontrarse a sí mismos”. Tenían una autoestima saludable porque conocían a Dios, lo estimaban a Él por encima de todas las cosas, y con certeza lo estimaban más que a sí mismos. Por eso eran sanos y estaban seguros respecto de su identidad personal como hijos de Dios y miembros complementarios el uno del otro. Su autoestima estaba arraigada en una humildad gloriosa y era experimentada y definida en el marco de una comunidad diseñada por Dios donde los dos conocían a Dios y eran conocidos por Él.  
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Pero todo eso cambió cuando ellos (y todos nosotros desde aquel momento) se despegaron de Dios haciendo un esfuerzo de ser “como Dios” (Génesis 3:5). La autoestima echó sus raíces en el orgullo y el buscarla fue infectado de ambición egoísta. Se mutó de una búsqueda complementaria que glorificaba a Dios a una búsqueda competitiva para glorificarse a mismo.  
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Sin embargo, todo eso cambió cuando ellos (y todos nosotros desde aquel momento) se distanciaron de Dios en el intento de ser “como Dios” (Génesis 3:5). La autoestima echó sus raíces en el orgullo y la búsqueda de la propia valía quedó viciada por la ambición egoísta. Mutó de una búsqueda complementaria que glorificaba a Dios y se volvió una búsqueda competitiva de glorificarse a uno mismo.  
'''Buscamos en los lugares equivocados'''  
'''Buscamos en los lugares equivocados'''  
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Cerca del cambio del siglo veinte, salieron las teorías de la “autoestima” en los ámbitos de la sicología y para los años 1960 la autoestima fue aceptada por la cultura popular en el occidente como una de las raíces principales de la salud mental.  
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Cerca del comienzo del siglo XX, surgieron las teorías de la “autoestima” en el ámbito de la psicología y, hacia la década de 1960, la autoestima era aceptada por la cultura popular de Occidente como uno de los pilares principales de la salud mental.  
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Sin embargo, debido a que no enfrentó el problema fundamental - desapego de Dios - después de más de cincuenta años de tratar de aplicar la autoestima como un remedio para los problemas de identidad, solo nos encontramos más aislados como individuos y nuestras relaciones, comunidades y sociedades están más fracturadas. Todo porque buscamos nuestro valor personal en los lugares equivocados y por las razones equivocadas.  
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Sin embargo, debido a que no enfrentamos el problema fundamental —el distanciamiento de Dios—, después de más de cincuenta años de tratar de aplicar la autoestima como un remedio para los problemas de identidad, tan solo nos encontramos más aislados como individuos y nuestras relaciones, comunidades y sociedades están más fragmentadas. Todo porque buscamos nuestro valor personal en los lugares equivocados y por las razones equivocadas.  
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Tendemos a pensar que la autoestima proviene de que cada uno de nosotros es una estrella y resplandecemos con gloria única. La manera en que medimos nuestra gloria es cómo se refleja en la aprobación y admiración de los demás. Pensamos que entre más aprobación y admiración recibimos, mayor es nuestra gloria y nuestra autoestima. Pero los que han experimentado estas cosas saben que no es cierto.  
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Tendemos a pensar que la autoestima proviene de pensar que cada uno de nosotros es una estrella que resplandece con una gloria única. La manera en que medimos nuestra gloria se refleja en cómo recibimos la aprobación y admiración de los demás. Pensamos que cuanta más aprobación y admiración recibimos, mayor es nuestra gloria y nuestra autoestima, pero cualquiera que haya experimentado estas cosas sabe que eso no es cierto.  
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La autoestima saludable no viene de la prominencia; viene de ser quienes somos diseñados para ser. Y, no somos diseñados para ser estrellas; somos diseñados para ser partes de un organismo. Eso lo vemos en Romanos 12:3–6:  
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La autoestima saludable no viene de la prominencia; viene de ser quienes fuimos diseñados para ser, y no fuimos diseñados para ser estrellas: fuimos diseñados para ser partes de un organismo. Eso lo vemos en Romanos 12:3-6:  
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3 Digo, pues, a cada uno de ustedes por la gracia que me ha sido dada, que nadie tenga más alto concepto de sí que el que deba tener; más bien, que piense con sensatez, conforme a la medida de la fe que Dios repartió a cada uno. 4 Porque de la manera que en un solo cuerpo tenemos muchos miembros pero todos los miembros no tienen la misma función, 5 así nosotros, siendo muchos, somos un solo cuerpo en Cristo pero todos somos miembros los unos de los otros. 6 De manera que tenemos dones que varían según la gracia que nos ha sido concedida: Si es de profecía, úsese conforme a la medida de la fe. (RVA 2015)
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Digo, pues, a cada uno de ustedes por la gracia que me ha sido dada, que nadie tenga más alto concepto de sí que el que deba tener; más bien, que piense con sensatez, conforme a la medida de la fe que Dios repartió a cada uno. Porque de la manera que en un solo cuerpo tenemos muchos miembros pero todos los miembros no tienen la misma función, así nosotros, siendo muchos, somos un solo cuerpo en Cristo pero todos somos miembros los unos de los otros. De manera que tenemos dones que varían según la gracia que nos ha sido concedida. (RVA 2015)
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'''Dónde nos encontramos'''  
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'''Dónde nos encontramos con nosotros mismos'''  
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El cuerpo es la metáfora favorita de Pablo para la iglesia porque ilustra de manera hermosa quienes somos en relación a Dios y los unos con los otros. Jesús es nuestra cabeza (Efesios 5:23) y todos somos miembros o partes de su cuerpo.  
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El cuerpo es la metáfora favorita de Pablo para la iglesia porque ilustra de manera hermosa quiénes somos en relación con Dios y los unos con los otros. Jesús es nuestra cabeza (Efesios 5:23) y todos somos miembros o partes de su cuerpo.  
Todo empieza con la gracia: “según la gracia que nos ha sido concedida” (Romanos 12:3, 6). Ninguno de entre nosotros merece “membresía” en el cuerpo. Viene de Dios como un regalo increíble de su gracia por la fe en Cristo.  
Todo empieza con la gracia: “según la gracia que nos ha sido concedida” (Romanos 12:3, 6). Ninguno de entre nosotros merece “membresía” en el cuerpo. Viene de Dios como un regalo increíble de su gracia por la fe en Cristo.  
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Tampoco escogemos qué parte del cuerpo de Cristo vamos a ser. Dios nos asigna nuestros papeles (Romanos 12:3; 1 Corintios 12:18). Nos pone precisamente dónde nos quiere para los propósitos que ha planeado. Por lo tanto, cada uno de nosotros es indispensable dónde Dios nos a puesto.  
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Tampoco escogemos qué parte del cuerpo de Cristo vamos a ser. Dios nos asigna nuestros papeles (Romanos 12:3; 1 Corintios 12:18). Nos pone precisamente donde Él quiere para los propósitos que ha planeado. Por lo tanto, cada uno de nosotros es indispensable donde Dios lo ha puesto.  
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Y, “de la manera que en un solo cuerpo tenemos muchos miembros pero todos los miembros no tienen la misma función, 5 así nosotros, siendo muchos, somos un solo cuerpo en Cristo pero todos somos miembros los unos de los otros” (Romanos 12:4–5). Así como en un cuerpo humano, ninguna parte particular del cuerpo es más, o menos, importante porque es más visible su papel (1 Corintios 12:22–24). Ninguno de entre nosotros le puede hacer sin el otro (1 Corintios 12:15–16). Todos somos muy limitados en lo que podemos hacer y, por lo tanto, de manera bellísima dependemos los unos de los otros.  
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Además, “de la manera que en un solo cuerpo tenemos muchos miembros pero todos los miembros no tienen la misma función, así nosotros, siendo muchos, somos un solo cuerpo en Cristo pero todos somos miembros los unos de los otros” (Romanos 12:4-5). Así como en el cuerpo humano ninguna parte en particular del cuerpo es más o menos importante porque el papel que desempeña es más visible (1 Corintios 12:22-24), ninguno de entre nosotros puede funcionar bien sin el otro (1 Corintios 12:15-16). Todos somos muy limitados en lo que podemos hacer y, por ende, dependemos de una manera bellísima los unos de los otros.  
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Por ese motivo, al tratar de discernir la voluntad de Dios para nuestras vidas, nos confundimos si nos miramos individualmente. Justo como una parte del cuerpo se ve rara separada del cuerpo, nosotros también nos vemos raros fuera del contexto de la iglesia. Requiere del cuerpo de Cristo para entender la función de una parte y se necesita que todas las partes funcionen en armonía para que funcione el cuerpo.  
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Por ese motivo, al tratar de discernir la voluntad de Dios para nuestras vidas, nos confundimos si nos miramos como individuos aislados. Así como un órgano del cuerpo se ve extraño separado del cuerpo, nosotros también nos vemos extraños fuera del contexto de la iglesia. Necesitamos al cuerpo de Cristo para entender la función de una parte y necesitamos que todas las partes funcionen en armonía para que funcione el cuerpo.  
'''Sensatos en cuanto a nosotros mismos'''  
'''Sensatos en cuanto a nosotros mismos'''  
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Entender y creer que nuestra parte única en el cuerpo de Cristo es un regalo soberano que Dios concede por su gracia, que nuestra función es crucial para el bien de los demás y que sus funciones son cruciales para nuestro bien es como se ve la “sensatez” (Romanos 12:3).  
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Entender y creer que nuestro lugar único en el cuerpo de Cristo es un regalo que Dios concede por su gracia y soberanía, que nuestra función es crucial para el bien de los demás y que sus funciones son cruciales para nuestro bien es una buena ilustración de la “sensatez” (Romanos 12:3).  
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El orgullo es el cuchillo que diseca el cuerpo de Cristo en partes aisladas para determinar cuánto vale cada una. El orgullo de la vanidad nos hace considerar nuestro papel o función más importante que el de los otros. El orgullo de la envidia nos hace codiciar la función de una parte que consideramos mejor que la nuestra (1 Corintios 12:23–24).  
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El orgullo es el cuchillo que diseca el cuerpo de Cristo y aísla las partes para determinar cuánto vale cada una. La vanidad de la soberbia nos hace considerar que nuestro papel o función es más importante que el de los demás. El orgullo de la envidia nos hace codiciar la función de una parte que consideramos mejor que la nuestra (1 Corintios 12:23-24).  
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Pero la humildad nos sirve para ver nuestra función en relación a Dios y los demás. Une al cuerpo porque “no [tenemos] más alto concepto de [nosotros] mismos de lo que [debamos] tener” (Romanos 12:3). De hecho, porque vemos con más claridad como los demás benefician al cuerpo de lo vemos que beneficiamos nosotros al cuerpo, la humildad nos causa pensar que los demás son más significantes que nosotros (Filipenses 2:3).  
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Por el contrario, la humildad nos ayuda a ver nuestra función en relación con Dios y los demás. Une al cuerpo porque “no [tenemos] más alto concepto de [nosotros] mismos de lo que [debemos] tener” (Romanos 12:3). De hecho, porque vemos con más claridad cómo los demás benefician al cuerpo que cómo beneficiamos nosotros al cuerpo, la humildad nos lleva a pensar que los demás son más importantes que nosotros (Filipenses 2:3).  
Sin embargo, nuestra mente, aunque humillada y sobria, sigue viendo nuestra identidad y función en el cuerpo de Cristo como un llamamiento divino que tiene más significado y nobleza que cualquier otro logro o ascenso en este mundo.  
Sin embargo, nuestra mente, aunque humillada y sobria, sigue viendo nuestra identidad y función en el cuerpo de Cristo como un llamamiento divino que tiene más significado y nobleza que cualquier otro logro o ascenso en este mundo.  
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'''Autoestima saludable'''  
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'''Una autoestima saludable'''  
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Solo Dios pudo crear un diseño así de glorioso, en que cada uno, sin importar nuestra función en el cuerpo, puede sondear las profundidades hermosas de la humildad al recibir nuestro llamado como una gracia inmerecida y a la misma vez tenerlo como más sublime y lleno de significado y dignidad de lo que aún tenemos la capacidad de entender.  
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Solo Dios pudo haber creado un diseño así de glorioso, en que cada uno de nosotros, sin importar su función en el cuerpo, pudiera sondear las hermosas profundidades de la humildad al recibir su llamado como una gracia inmerecida y, a la vez, tenerlo como más sublime y lleno de significado y dignidad de lo que aún tenemos la capacidad de entender.  
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La humildad y la exaltación: ese es el camino de Dios (1a Pedro 5:6); es el camino de Cristo (Filipenses 2:5–11). En Cristo, Dios nos llama otra vez para encontrar la seguridad en nuestra identidad como hijos suyos y como miembros complementarios los unos a los otros estimando a los demás superiores a nosotros mismos.  
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La humildad y la exaltación: ese es el camino de Dios (1 Pedro 5:6); es el camino de Cristo (Filipenses 2:5-11). En Cristo, Dios nos llama otra vez para encontrar seguridad en nuestra identidad como hijos suyos (estimándolo a Él superior a nosotros mismos) y como miembros complementarios los unos de los otros (estimando a los demás superiores a nosotros mismos).  
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Aquí encontramos la restauración de una autoestima saludable: en una humildad gloriosa, definida por, y experimentada en, una comunidad orgánica una comunidad en que conocemos a Dios y los unos a los otros: el cuerpo de Cristo.
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Aquí encontramos la restauración a una autoestima saludable: en una humildad gloriosa, definida y experimentada en el marco de una comunidad orgánica y diseñada por Dios, una comunidad en donde conocemos a Dios y los unos a los otros: el cuerpo de Cristo.

Revisión de 01:10 7 feb 2017

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Sobre esta Traducción
English: Find Your Self-Esteem in Someone Else

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Por Jon Bloom sobre Santificación y Crecimiento

Traducción por Bryan Mathis

Lo que nosotros conocemos como el movimiento por la autoestima en realidad empezó cuando Adán y Eva comieron del fruto en el Edén.

Antes de ese acontecimiento, la autoestima no era un problema. Adán y Eva no estaban perdidos y, por lo tanto, no tenían la necesidad de “encontrarse a sí mismos”. Tenían una autoestima saludable porque conocían a Dios, lo estimaban a Él por encima de todas las cosas, y con certeza lo estimaban más que a sí mismos. Por eso eran sanos y estaban seguros respecto de su identidad personal como hijos de Dios y miembros complementarios el uno del otro. Su autoestima estaba arraigada en una humildad gloriosa y era experimentada y definida en el marco de una comunidad diseñada por Dios donde los dos conocían a Dios y eran conocidos por Él.

Sin embargo, todo eso cambió cuando ellos (y todos nosotros desde aquel momento) se distanciaron de Dios en el intento de ser “como Dios” (Génesis 3:5). La autoestima echó sus raíces en el orgullo y la búsqueda de la propia valía quedó viciada por la ambición egoísta. Mutó de una búsqueda complementaria que glorificaba a Dios y se volvió una búsqueda competitiva de glorificarse a uno mismo.

Buscamos en los lugares equivocados

Cerca del comienzo del siglo XX, surgieron las teorías de la “autoestima” en el ámbito de la psicología y, hacia la década de 1960, la autoestima era aceptada por la cultura popular de Occidente como uno de los pilares principales de la salud mental.

Sin embargo, debido a que no enfrentamos el problema fundamental —el distanciamiento de Dios—, después de más de cincuenta años de tratar de aplicar la autoestima como un remedio para los problemas de identidad, tan solo nos encontramos más aislados como individuos y nuestras relaciones, comunidades y sociedades están más fragmentadas. Todo porque buscamos nuestro valor personal en los lugares equivocados y por las razones equivocadas.

Tendemos a pensar que la autoestima proviene de pensar que cada uno de nosotros es una estrella que resplandece con una gloria única. La manera en que medimos nuestra gloria se refleja en cómo recibimos la aprobación y admiración de los demás. Pensamos que cuanta más aprobación y admiración recibimos, mayor es nuestra gloria y nuestra autoestima, pero cualquiera que haya experimentado estas cosas sabe que eso no es cierto.

La autoestima saludable no viene de la prominencia; viene de ser quienes fuimos diseñados para ser, y no fuimos diseñados para ser estrellas: fuimos diseñados para ser partes de un organismo. Eso lo vemos en Romanos 12:3-6:

Digo, pues, a cada uno de ustedes por la gracia que me ha sido dada, que nadie tenga más alto concepto de sí que el que deba tener; más bien, que piense con sensatez, conforme a la medida de la fe que Dios repartió a cada uno. Porque de la manera que en un solo cuerpo tenemos muchos miembros pero todos los miembros no tienen la misma función, así nosotros, siendo muchos, somos un solo cuerpo en Cristo pero todos somos miembros los unos de los otros. De manera que tenemos dones que varían según la gracia que nos ha sido concedida. (RVA 2015)

Dónde nos encontramos con nosotros mismos

El cuerpo es la metáfora favorita de Pablo para la iglesia porque ilustra de manera hermosa quiénes somos en relación con Dios y los unos con los otros. Jesús es nuestra cabeza (Efesios 5:23) y todos somos miembros o partes de su cuerpo.

Todo empieza con la gracia: “según la gracia que nos ha sido concedida” (Romanos 12:3, 6). Ninguno de entre nosotros merece “membresía” en el cuerpo. Viene de Dios como un regalo increíble de su gracia por la fe en Cristo.

Tampoco escogemos qué parte del cuerpo de Cristo vamos a ser. Dios nos asigna nuestros papeles (Romanos 12:3; 1 Corintios 12:18). Nos pone precisamente donde Él quiere para los propósitos que ha planeado. Por lo tanto, cada uno de nosotros es indispensable donde Dios lo ha puesto.

Además, “de la manera que en un solo cuerpo tenemos muchos miembros pero todos los miembros no tienen la misma función, así nosotros, siendo muchos, somos un solo cuerpo en Cristo pero todos somos miembros los unos de los otros” (Romanos 12:4-5). Así como en el cuerpo humano ninguna parte en particular del cuerpo es más o menos importante porque el papel que desempeña es más visible (1 Corintios 12:22-24), ninguno de entre nosotros puede funcionar bien sin el otro (1 Corintios 12:15-16). Todos somos muy limitados en lo que podemos hacer y, por ende, dependemos de una manera bellísima los unos de los otros.

Por ese motivo, al tratar de discernir la voluntad de Dios para nuestras vidas, nos confundimos si nos miramos como individuos aislados. Así como un órgano del cuerpo se ve extraño separado del cuerpo, nosotros también nos vemos extraños fuera del contexto de la iglesia. Necesitamos al cuerpo de Cristo para entender la función de una parte y necesitamos que todas las partes funcionen en armonía para que funcione el cuerpo.

Sensatos en cuanto a nosotros mismos

Entender y creer que nuestro lugar único en el cuerpo de Cristo es un regalo que Dios concede por su gracia y soberanía, que nuestra función es crucial para el bien de los demás y que sus funciones son cruciales para nuestro bien es una buena ilustración de la “sensatez” (Romanos 12:3).

El orgullo es el cuchillo que diseca el cuerpo de Cristo y aísla las partes para determinar cuánto vale cada una. La vanidad de la soberbia nos hace considerar que nuestro papel o función es más importante que el de los demás. El orgullo de la envidia nos hace codiciar la función de una parte que consideramos mejor que la nuestra (1 Corintios 12:23-24).

Por el contrario, la humildad nos ayuda a ver nuestra función en relación con Dios y los demás. Une al cuerpo porque “no [tenemos] más alto concepto de [nosotros] mismos de lo que [debemos] tener” (Romanos 12:3). De hecho, porque vemos con más claridad cómo los demás benefician al cuerpo que cómo beneficiamos nosotros al cuerpo, la humildad nos lleva a pensar que los demás son más importantes que nosotros (Filipenses 2:3).

Sin embargo, nuestra mente, aunque humillada y sobria, sigue viendo nuestra identidad y función en el cuerpo de Cristo como un llamamiento divino que tiene más significado y nobleza que cualquier otro logro o ascenso en este mundo.

Una autoestima saludable

Solo Dios pudo haber creado un diseño así de glorioso, en que cada uno de nosotros, sin importar su función en el cuerpo, pudiera sondear las hermosas profundidades de la humildad al recibir su llamado como una gracia inmerecida y, a la vez, tenerlo como más sublime y lleno de significado y dignidad de lo que aún tenemos la capacidad de entender.

La humildad y la exaltación: ese es el camino de Dios (1 Pedro 5:6); es el camino de Cristo (Filipenses 2:5-11). En Cristo, Dios nos llama otra vez para encontrar seguridad en nuestra identidad como hijos suyos (estimándolo a Él superior a nosotros mismos) y como miembros complementarios los unos de los otros (estimando a los demás superiores a nosotros mismos).

Aquí encontramos la restauración a una autoestima saludable: en una humildad gloriosa, definida y experimentada en el marco de una comunidad orgánica y diseñada por Dios, una comunidad en donde conocemos a Dios y los unos a los otros: el cuerpo de Cristo.


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