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English: Find Your Self-Esteem in Someone Else

© Desiring God

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Por Jon Bloom sobre Santificación y Crecimiento

Traducción por Bryan Mathis

Lo que nosotros conocemos como el movimiento por la autoestima en realidad empezó cuando Adán y Eva comieron del fruto en el Edén.

Antes de ese acontecimiento, la autoestima no era un problema. Adán y Eva no estaban perdidos y, por lo tanto, no tenían la necesidad de “encontrarse a sí mismos”. Tenían una autoestima saludable porque conocían a Dios, lo estimaban a Él por encima de todas las cosas, y con certeza lo estimaban más que a sí mismos. Por eso eran sanos y estaban seguros respecto de su identidad personal como hijos de Dios y miembros complementarios el uno del otro. Su autoestima estaba arraigada en una humildad gloriosa y era experimentada y definida en el marco de una comunidad diseñada por Dios donde los dos conocían a Dios y eran conocidos por Él.

Sin embargo, todo eso cambió cuando ellos (y todos nosotros desde aquel momento) se distanciaron de Dios en el intento de ser “como Dios” (Génesis 3:5). La autoestima echó sus raíces en el orgullo y la búsqueda de la propia valía quedó viciada por la ambición egoísta. Mutó de una búsqueda complementaria que glorificaba a Dios y se volvió una búsqueda competitiva de glorificarse a uno mismo.

Buscamos en los lugares equivocados

Cerca del comienzo del siglo XX, surgieron las teorías de la “autoestima” en el ámbito de la psicología y, hacia la década de 1960, la autoestima era aceptada por la cultura popular de Occidente como uno de los pilares principales de la salud mental.

Sin embargo, debido a que no enfrentamos el problema fundamental —el distanciamiento de Dios—, después de más de cincuenta años de tratar de aplicar la autoestima como un remedio para los problemas de identidad, tan solo nos encontramos más aislados como individuos y nuestras relaciones, comunidades y sociedades están más fragmentadas. Todo porque buscamos nuestro valor personal en los lugares equivocados y por las razones equivocadas.

Tendemos a pensar que la autoestima proviene de pensar que cada uno de nosotros es una estrella que resplandece con una gloria única. La manera en que medimos nuestra gloria se refleja en cómo recibimos la aprobación y admiración de los demás. Pensamos que cuanta más aprobación y admiración recibimos, mayor es nuestra gloria y nuestra autoestima, pero cualquiera que haya experimentado estas cosas sabe que eso no es cierto.

La autoestima saludable no viene de la prominencia; viene de ser quienes fuimos diseñados para ser, y no fuimos diseñados para ser estrellas: fuimos diseñados para ser partes de un organismo. Eso lo vemos en Romanos 12:3-6:

Digo, pues, a cada uno de ustedes por la gracia que me ha sido dada, que nadie tenga más alto concepto de sí que el que deba tener; más bien, que piense con sensatez, conforme a la medida de la fe que Dios repartió a cada uno. Porque de la manera que en un solo cuerpo tenemos muchos miembros pero todos los miembros no tienen la misma función, así nosotros, siendo muchos, somos un solo cuerpo en Cristo pero todos somos miembros los unos de los otros. De manera que tenemos dones que varían según la gracia que nos ha sido concedida. (RVA 2015)

Dónde nos encontramos con nosotros mismos

El cuerpo es la metáfora favorita de Pablo para la iglesia porque ilustra de manera hermosa quiénes somos en relación con Dios y los unos con los otros. Jesús es nuestra cabeza (Efesios 5:23) y todos somos miembros o partes de su cuerpo.

Todo empieza con la gracia: “según la gracia que nos ha sido concedida” (Romanos 12:3, 6). Ninguno de entre nosotros merece “membresía” en el cuerpo. Viene de Dios como un regalo increíble de su gracia por la fe en Cristo.

Tampoco escogemos qué parte del cuerpo de Cristo vamos a ser. Dios nos asigna nuestros papeles (Romanos 12:3; 1 Corintios 12:18). Nos pone precisamente donde Él quiere para los propósitos que ha planeado. Por lo tanto, cada uno de nosotros es indispensable donde Dios lo ha puesto.

Además, “de la manera que en un solo cuerpo tenemos muchos miembros pero todos los miembros no tienen la misma función, así nosotros, siendo muchos, somos un solo cuerpo en Cristo pero todos somos miembros los unos de los otros” (Romanos 12:4-5). Así como en el cuerpo humano ninguna parte en particular del cuerpo es más o menos importante porque el papel que desempeña es más visible (1 Corintios 12:22-24), ninguno de entre nosotros puede funcionar bien sin el otro (1 Corintios 12:15-16). Todos somos muy limitados en lo que podemos hacer y, por ende, dependemos de una manera bellísima los unos de los otros.

Por ese motivo, al tratar de discernir la voluntad de Dios para nuestras vidas, nos confundimos si nos miramos como individuos aislados. Así como un órgano del cuerpo se ve extraño separado del cuerpo, nosotros también nos vemos extraños fuera del contexto de la iglesia. Necesitamos al cuerpo de Cristo para entender la función de una parte y necesitamos que todas las partes funcionen en armonía para que funcione el cuerpo.

Sensatos en cuanto a nosotros mismos

Entender y creer que nuestro lugar único en el cuerpo de Cristo es un regalo que Dios concede por su gracia y soberanía, que nuestra función es crucial para el bien de los demás y que sus funciones son cruciales para nuestro bien es una buena ilustración de la “sensatez” (Romanos 12:3).

El orgullo es el cuchillo que diseca el cuerpo de Cristo y aísla las partes para determinar cuánto vale cada una. La vanidad de la soberbia nos hace considerar que nuestro papel o función es más importante que el de los demás. El orgullo de la envidia nos hace codiciar la función de una parte que consideramos mejor que la nuestra (1 Corintios 12:23-24).

Por el contrario, la humildad nos ayuda a ver nuestra función en relación con Dios y los demás. Une al cuerpo porque “no [tenemos] más alto concepto de [nosotros] mismos de lo que [debemos] tener” (Romanos 12:3). De hecho, porque vemos con más claridad cómo los demás benefician al cuerpo que cómo beneficiamos nosotros al cuerpo, la humildad nos lleva a pensar que los demás son más importantes que nosotros (Filipenses 2:3).

Sin embargo, nuestra mente, aunque humillada y sobria, sigue viendo nuestra identidad y función en el cuerpo de Cristo como un llamamiento divino que tiene más significado y nobleza que cualquier otro logro o ascenso en este mundo.

Una autoestima saludable

Solo Dios pudo haber creado un diseño así de glorioso, en que cada uno de nosotros, sin importar su función en el cuerpo, pudiera sondear las hermosas profundidades de la humildad al recibir su llamado como una gracia inmerecida y, a la vez, tenerlo como más sublime y lleno de significado y dignidad de lo que aún tenemos la capacidad de entender.

La humildad y la exaltación: ese es el camino de Dios (1 Pedro 5:6); es el camino de Cristo (Filipenses 2:5-11). En Cristo, Dios nos llama otra vez para encontrar seguridad en nuestra identidad como hijos suyos (estimándolo a Él superior a nosotros mismos) y como miembros complementarios los unos de los otros (estimando a los demás superiores a nosotros mismos).

Aquí encontramos la restauración a una autoestima saludable: en una humildad gloriosa, definida y experimentada en el marco de una comunidad orgánica y diseñada por Dios, una comunidad en donde conocemos a Dios y los unos a los otros: el cuerpo de Cristo.


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