Esperanza que purifica

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English: Hope That Purifies

© Desiring God

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Por Tony Reinke sobre Santificación y Crecimiento

Traducción por Milena Cattarozzi


Nuestro Padre celestial nos anima a alejarnos del pecado por medio de fuertes advertencias en las Escrituras (Hebreos 6:4–8; 10:26–31). Pero también nos motiva a santificarnos a través de nuestra confianza, como en 1 Juan 3:2a–3:

"Pero sabemos que cuando Él se manifieste, seremos semejantes a Él porque le veremos como Él es. Y todo el que tiene esta esperanza puesta en Él, se purifica, así como Él es puro." (LBLA) </dd>

Esta confianza echa raíces en la vida de todo creyente convencido de que su futuro está ligado de forma indivisible a la presencia de Cristo. Cuando reconocemos que nuestro futuro personal está completamente ligado a Cristo, nos esmeramos por hacer de la pureza un hábito.

Y este pasaje está dirigido a aquellos que se purificarán a sí mismos, que suena un poco extraño al principio. Pero es cierto. La sangre de Cristo nos purifica (1 Juan 1:7), y nosotros nos purificamos a nosotros mismos (1 Juan 3:3). Es otra forma de decir que nosotros obramos el milagro de la santificación.

El mensaje en 1 Juan 3:2–3 es espléndidamente sucinto. Todo nuestro futuro está ligado a Cristo.

Cuando vemos nuestro futuro en Él, empezamos a verlo como el modelo de nuestra santidad, la meta de nuestra santidad, el fin de nuestra santidad, y la inspiración para nuestra santidad.

"No puedes depositar tu esperanza en todas las promesas que Dios tiene para nosotros en Cristo y vivir como todos aquellos que dependen del dinero, la seguridad y el prestigio para sentirse satisfechos."[1] No, no podemos hacer eso, porque nuestro futuro está ligado a Cristo. Un día lo veremos cara a cara para ser completamente glorificados. Esta esperanza futura no nos produce pereza; al contrario, esta esperanza futura nos impulsa a la pureza.


1John Piper, A Godward Life: Savoring the Supremacy of God in All of Life (Multnomah, 1997), 209.


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