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Por 9Marks sobre La Predicación y la Enseñanza

Traducción por 9Marks


¿Debe ser un sermón una especie de monólogo? Si no lo es, ¿debería serlo? En otras palabras, ¿permite la Biblia que el estilo habitual de la exposición principal de las Escrituras en la congregación consista en una conversación recíproca (del tipo preguntas y respuestas)? Si es así, ¿es esto prudente de cara al cuidado pastoral?

Respuestas de:

Ajith Fernando
R. Albert Mohler, Jr.
Kevin Smith
Derek Thomas

Ajith Fernando

La Biblia usa el término dialegomai para describir la proclamación de los primeros evangelistas (e.g. Hch. 19:8; 20:29; 24:25; Heb. 12:5). Esto sugiere que existía la oportunidad de réplica a lo que era proclamado. Sin embargo, el uso de dialegomai en la Biblia difiere de su uso en el griego clásico, donde el diálogo implicaba el intercambio de ideas para que aquellos involucrados en el diálogo llegasen a la verdad. En el Nuevo Testamento, la comunicación del evangelio conlleva en sí misma la idea de proclamar las nuevas como un heraldo (kçrussô) o de anunciar las buenas nuevas (euaggelizô) con miras a persuadir (peithô) a la gente. El objetivo es cambiar la mentalidad de la gente con respecto a la verdad y verles aceptar a Cristo como su único Señor. Los primeros evangelistas sabían que eran portadores de la verdad que el Creador del mundo había revelado a su creación una vez y para siempre, y querían comunicar esta verdad a sus oyentes.

Parece que gran parte de la enseñanza de Jesús era en forma de diálogo. Algunas de las verdades más importantes que proclamó fueron comunicadas a través de situaciones que justificaban algún comentario por su parte. Del mismo modo, hoy día mucha de la enseñanza cristiana tiene lugar en contextos informales, donde los líderes enseñan a otros cristianos a través de conversaciones con respecto a los asuntos de Dios. En realidad, toda proclamación cristiana es en forma de diálogo aun cuando no se da una respuesta verbal. La mente del oyente es involucrada de tal modo que le lleva a responder de alguna manera.

Sin embargo, Jesús habló con autoridad. Tenía un mensaje definitivo de Dios que debía dar a la gente. Nosotros también tenemos esta autoridad cuando proclamamos la Palabra. Esta autoridad no es intrínseca a nosotros, como era en el caso de Jesús. Se deriva a través de la Palabra de Dios (la cual nos proporciona el contenido de nuestra proclamación), la unción de Dios (que nos da la autoridad para proclamar dicho contenido), y el poder del Espíritu Santo (el cual nos dirige en el uso de la verdad inmutable de Dios y nos convierte en instrumentos de su poder convincente). Por supuesto, el hecho de que nuestra autoridad sea derivada y que nuestro ministerio es por gracia, excluye toda base para una arrogancia por nuestra parte y da a esta proclamación una singularidad que ayuda a llevar a la gente a Cristo y su verdad.

Siempre debemos reconocer el hecho de que hemos recibido un mensaje de Dios que hemos de proclamar. Cualquiera que sea el método que usemos, debemos hacerlo de tal manera que la autoridad del Dios que habló de forma definitiva a la humanidad es conferida en las palabras que usamos.

Ajith Fernando ha sido el director nacional en Youth for Christ in Sri Lanka desde 1976. También es el autor de NIV Application Commentary on Acts and Jesus Driven Ministry.

R. Albert Mohler, Jr.

La misma forma en que es formulada esta pregunta es interesante. En primer lugar, creo que la proclamación pública de la Palabra de Dios como un monólogo no es la mejor manera de describirla. Es una voz la que habla, pero esta voz no está hablando en su propio nombre, sino como uno que ha sido autorizado para proclamar y enseñar la Palabra de Dios. Al mismo tiempo, no parece haber ninguna justificación bíblica para un tipo de predicación dialogal. En todo caso, parece que el modelo bíblico asigna la responsabilidad de la predicación a un individuo que se atreve a hablar en nombre de Dios presentando y aplicando la Palabra de Dios.

Estoy pensando en un pasaje como Nehemías 8:1-8. En esa situación, Esdras y sus compañeros “leían en el libro de la ley de Dios claramente, y ponían el sentido, de modo que entendiesen la lectura.” Algo más arriba en este pasaje, se nos dice que “los oídos de todo el pueblo estaban atentos al libro de la ley.” Aquellos que predicaban lo hacían con autoridad. Al mismo tiempo, no sería correcto sugerir que estos oyentes permanecían pasivos. Eran receptores activos de la Palabra predicada. Estaban “atentos.”

Del mismo modo, la congregación de una iglesia no debe quedarse sentada en los bancos de forma pasiva meramente observando la predicación de la Palabra. Por el contrario, la congregación debe estar involucrada activamente en las disciplinas de escuchar, recibir, y responder a la Palabra de Dios según es predicada por aquel que es investido con los dones y responsabilidades correspondientes.

Un enfoque similar es evidente en el Nuevo Testamento. Cuando Pablo instruye a Timoteo acerca de sus responsabilidades como predicador, no hay nada en el pasaje que sugiera que Timoteo debía involucrarse en una especie de diálogo con la congregación. En vez de eso, Pablo encarga a Timoteo con la sagrada y solemne responsabilidad de predicar la Palabra “a tiempo y fuera de tiempo.” En todo caso, advierte a Timoteo en contra de tener demasiado en cuenta la respuesta de sus oyentes. Esto difícilmente describe una especie de diálogo.

Según lo veo yo, la presión a favor de una forma de predicación más dialogal es una redefinición de la predicación tal y como es descrita en las Escrituras. El cambio parece ir de la mano de los grandes movimientos culturales en contra de la autoridad en la enseñanza y la idea misma de una Palabra autoritativa. Lo último que necesita el evangelicalismo moderno es la sustitución del “diálogo” congregacional por la predicación bíblica. Esto también entra dentro de nuestras tentaciones modernas y, al final, amenaza con expulsar la Palabra autoritativa de nuestra mente.

R. Albert Mohler es el presidente de The Southern Baptist Theological Seminary y ha contribuido en numerosos libros. Puedes encontrar más sobre su obra en www.albertmohler.com

Kevin L. Smith

¡Los afroamericanos van a hablar! La predicación de los afroamericanos es dialogal. A pesar de cómo se pueda sentir uno con el término “predicación afroamericana,” cualquier observador sincero reconoce que algo un tanto diferente ocurre durante el momento de la predicación en una iglesia afroamericana típica. La predicación afroamericana es voluntaria o involuntariamente dialogal debido al elemento histórico de “invitación y respuesta” con el que se asocia la religión afroamericana. Esta interacción entre el líder y los participantes con frecuencia se puede remontar a las reminiscencias culturales que los africanos retuvieron cuando fueron llevados a Occidente como esclavos.

Sobre la cuestión de si este debería ser el caso, mi respuesta es, ¡depende! Teológicamente, la respuesta es “no.” Homiléticamente, la respuesta es “problamente, sí.” ¿Estoy siendo ambivalente? Quizá. No obstante, la realidad es esta: la gente afroamericana en una iglesia afroamericana con un predicador afroamericano no espera escuchar un sermón que se predicaría en una iglesia no afroamericana; ni tampoco estarán realmente receptivos al mismo. Esa es la realidad.

Afortunadamente (creo yo), mi teología bíblica gobierna mi homilética. Por tanto, no creo que un predicador debería ser intencionadamente dialogal al “predicar un sermón,” a pesar de su contexto étnico. Ciertamente, no tenemos un modelo escritural para ser dialogales. Cualquier consideración del púlpito en lo alto en Nehemías capítulo ocho, o la notable autoridad asociada con la proclamación de Jesús en los evangelios, o la predicación de los apóstoles en el libro de Hechos, echa por tierra el mito de que la voz del predicador es “una voz entre muchos.” No, no, no. La predicación de un sermón es el momento en el que Dios habla y su pueblo se calla y escucha.

Además, como aspecto práctico, el analfabetismo bíblico general asociado con mucha de la comunidad seudo-cristiana hoy día debería hacer pensar al predicador contemporáneo si es conveniente el diálogo como un modelo de predicación. Esta es con frecuencia mi lucha como predicador afroamericano. Con frecuencia, tengo que corregir el diálogo erróneo que no es bíblico – lo cual puede llegar a ser un momento embarazoso en el frecuente intercambio emocional entre el púlpito y el banco en la iglesia afroamericana. Nada mata el diálogo tanto como decir a tus compañeros de diálogo (en este caso, la congregación) que están equivocados.

Sin embargo, para mantener mi ambivalencia, debo decir que uno se siente realmente bien como predicador cuando un santo sazonado con la gracia divina afirma la verdad de la Escritura exclamando, “¡Predícalo!” o “¡Diles una vez más!”

Kevin L. Smith es profesor asistente de historia de la iglesia en The Southern Baptist Theological Seminary en Louisville, Kentucky.

Derek Thomas

La predicación (a diferencia de la lección de la escuela dominical o un estudio bíblico) debe ser del tipo monólogo porque

(i) refleja mejor lo que el Nuevo Testamento da a entender con kerygma (lo que se predica, el mensaje, la proclamación, y su palabra afín kçrussô – proclamar, dar a conocer, predicar, proclamar a voces como un heraldo), que es la palabra que se usa en el griego original para describir la predicación (ver Lucas 4:18-19, Romanos 10:14, Mateo 3:1);

(ii) refleja el patrón de la predicación kerigmática de los apóstoles y profetas en ambos testamentos;

(iii) refleja la autoridad de Jesús en su propia predicación;

(iv) logra de forma efectiva lo que es realmente la predicación – no es meramente el mero hecho de transmitir información, sino que transmite la verdad bíblica con pasión, fervor y autoridad para convencer de pecado y demandar obediencia motivada por la verdad del evangelio;

(v) crea una atmósfera propicia para escuchar, la cual refleja mejor el significado del texto según la exégesis gramatical e histórica de maestros y ancianos de renombre (más que una epistemología democrática postmoderna y pluralidad de perspectivas).

La predicación de tipo monólogo se ciñe mejor al mandato divino de arrepentirse y creer, exhortando a la obediencia más que al diálogo y el debate. En este sentido va necesariamente opuesta a la cultura en vez de acomodarse a las opiniones postmodernas y deconstructivas acerca de la naturaleza misma de la verdad.

Habiendo dicho esto, considero que la mejor predicación de tipo monólogo es aquella que es dialogal en el sentido de hacer preguntas retóricas, y que se dirige al individuo con miras a demandar y provocar una respuesta por parte del mismo. Dicha predicación debería tener aplicación para la mente, la voluntad y las emociones, y debería manifestar la hegemonía clerical.

Derek Thomas es ministro de enseñanza en Frist Presbyterian Church en Jackson, Mississippi, profesor de teología sistemática en Reformed Thelogical Seminary en Jackson, y autor de numerosos libros.


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