Fuérzalos a Entrar

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Por Charles H. Spurgeon sobre Santificación y Crecimiento
Una parte de la serie New Park Street Pulpit

Traducción por Allan Aviles


"Fuérzalos a entrar." -- Lucas 14: 23

Tengo tanta prisa de ir y obedecer hoy mismo esta orden de forzar a entrar a los que se detienen ahora en los caminos y en los vallados, que no me puedo quedar en la introducción sino que debo dar inicio a mi presentación de inmediato.

Oigan pues, oh ustedes que desconocen por completo la verdad que es en Jesús, oigan pues el mensaje que tengo que entregarles. Ustedes han caído, caído en su padre Adán; también han caído por ustedes mismos, por el pecado que cometen diariamente y por su constante iniquidad. Han provocado la ira del Altísimo. Y tan ciertamente como han pecado, así de seguro los deberá castigar Dios si perseveran en sus iniquidades, pues el Señor es un Dios de justicia, y de ninguna manera pasará por alto al culpable.

¿Acaso no lo han oído ustedes?, ¿no se les ha dicho desde hace mucho tiempo al oído que, Dios, en su infinita misericordia, ha establecido una forma por la que, sin ninguna violación en contra de su honor, puede tener misericordia de ustedes, los culpables e indignos? A ustedes les hablo. Y mi voz se dirige a ustedes, oh hijos de los hombres. Jesucristo, Dios verdadero de Dios verdadero, descendió del cielo, y fue hecho a semejanza de carne de pecado. Engendrado por el Espíritu Santo, Él nació de la Virgen María. Vivió en este mundo una vida de santidad ejemplar y del más profundo sufrimiento, hasta que se entregó para morir por nuestros pecados, "el justo por los injustos, para llevarnos a Dios."

Y ahora el plan de salvación es declarado con sencillez a ustedes: "Todo aquel que cree en el Señor Jesucristo será salvo." Para ustedes que han violado todos los preceptos de Dios, y han despreciado su misericordia y desafiado su venganza, hay todavía para ustedes una misericordia proclamada: "todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo." Porque es "Palabra fiel y digna de ser recibida por todos: que Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, de los cuales yo soy el primero;" "Y al que a Él viene, jamás lo echará fuera. Porque Él puede también salvar perpetuamente a los que por él se acercan a Dios, viviendo siempre para interceder por ellos."

Ahora todo lo que les pide Dios, y esto Él se los da a ustedes, es que tan sólo miren a Su Hijo sangrante y moribundo, y confíen sus almas en las manos de Él cuyo nombre es lo único que puede salvarlos de la muerte y del infierno. ¿No es de asombrar que la proclamación de este evangelio, no reciba la aceptación unánime de los hombres? Uno pensaría que tan pronto como fuera predicado: "para que todo aquel que en él cree, no se pierda," cada uno de ustedes, "arrojando sus pecados e iniquidades," se aferrarían a Jesucristo, y mirarían solamente a Su Cruz. Pero ¡ay! tal es la desesperada maldad de nuestra naturaleza, tal la perniciosa depravación de nuestro carácter, que este mensaje es despreciado, la invitación al banquete del Evangelio es rechazada, y hay muchas personas que en este día son enemigos de Dios por sus obras perversas. Ustedes son enemigos del Dios que les predica a Cristo hoy, enemigos de Él que envió a su Hijo para dar su vida como rescate para muchos. Digo que es extraño que sea así, y sin embargo es un hecho, y por ello la necesidad del mandato del texto: "Fuérzalos a entrar."

Hijos de Dios, para ustedes que han creído, tengo poco o nada que decirles esta mañana; y voy directo a cumplir mi propósito: busco a aquellos que no quieren venir, a los que están por los caminos y por los callejones. Y si Dios va conmigo, es mi deber cumplir ahora con esta orden: "Fuérzalos a entrar."

Primero, debo encontrarlos. Después, me debo de poner a trabajar para forzarlos a entrar.

I. Primero, debo ENCONTRARLOS A USTEDES. Si leen los versículos que preceden al texto, encontrarán una ampliación de este mandato: "Vé pronto por las plazas y las calles de la ciudad, y trae acá a los pobres, los mancos, los cojos y los ciegos." Y luego, más adelante, "Vé por los caminos" y trae a los vagabundos y bandidos; "y por los vallados" y trae a aquellos que no tienen donde descansar su cabeza, y están acostados junto a los vallados descansando, tráelos también, y "fuérzalos a entrar." Sí, los estoy viendo esta mañana, a ustedes los pobres. Mi misión es forzarlos a entrar. Ustedes no tienen recursos, pero esto no es una barrera para el reino de los Cielos, pues Dios no ha excluido de Su gracia al hombre que tiene frío y está cubierto de harapos y necesitado de pan. De hecho, si hubiera alguna distinción, estaría del lado de ustedes, y sería en su beneficio, "a vosotros es enviada la palabra de esta salvación." "Y a los pobres es anunciado el evangelio."

Pero especialmente debo hablarles a quienes son pobres espiritualmente. Ustedes no tienen fe, no tienen virtud, no tienen buenas obras, no tienen gracia, y lo que es peor aún, no tienen ninguna esperanza. Ah, mi Señor les ha enviado una invitación inmerecida. Vengan y sean bienvenidos a la fiesta de matrimonio de Su amor. "El que quiera, tome del agua de vida gratuitamente." Vengan, debo acercarme a ustedes, aunque estén manchados con la peor suciedad, y aunque no tengan nada sino harapos sobre sus espaldas. Aunque sus obras justas son como trapo de inmundicia, aún así me debo acercar a ustedes para invitarlos, primero, y si es necesario, forzarlos a entrar.

Y ahora los veo otra vez. No sólo son pobres, sino también mancos. Hubo un tiempo cuando creían que podrían lograr su propia salvación sin la ayuda de Dios, cuando podían hacer buenas obras, participar en las ceremonias, y entrar al cielo por ustedes mismos. Pero ahora están mancos, la espada de la Ley les ha amputado sus manos, y ahora ya no pueden trabajar más; dicen, con amarga tristeza:

"La mejor realización de mis manos,
No se atreve a presentarse ante Tu Trono."


Han perdido ahora todo el poder para obedecer la Ley. Sienten que cuando quieren hacer el bien, el mal está presente en ustedes. Ustedes están mancos. Han renunciado, como a una esperanza abandonada, a todo intento de salvarse por sus propios medios, debido a que están mancos y sin brazos. Pero están peor que eso, porque si no pudieran hallar su camino al Cielo, podrían encontrar el camino por el sendero de la fe. Pero están lisiados de los pies al igual que de las manos. Sienten que no pueden creer, que no pueden arrepentirse, que no pueden obedecer las estipulaciones del evangelio. Se sienten absolutamente arruinados, sin ningún poder en todos los sentidos para hacer algo que pueda agradar a Dios. En efecto, ustedes claman:

"Oh, si tan sólo creyera,
Entonces todo sería muy fácil,
Quiero, pero no puedo, socórreme Señor,
Mi ayuda debe venir de Ti."

Para ti soy enviado también. Ante ti debo levantar en alto el estandarte manchado de sangre de la Cruz, a ti debo predicar este evangelio: "Porque todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo." Y a ti debo proclamar: "El que quiera, tome del agua de vida gratuitamente."

Hay todavía otra clase. Ustedes están indecisos. Están dudando entre dos opiniones. Algunas veces están inclinados seriamente, y otras veces la alegría del mundo los desvía. El poco progreso que hacen en la religión es muy débil. Tienen un poco de fuerza, pero es tan poca que avanzan penosamente. Ah, hermano que caminas cojeando, a ti también se ha enviado esta palabra de salvación. Aunque te quedes paralizado entre dos opiniones, el Señor me envía a ti con este mensaje: "¿Hasta cuándo vacilaréis entre dos opiniones? Si Jehovah es Dios, ¡seguidle! Y si Baal, ¡seguidle!" Considera tus caminos; pon en orden tu casa, porque vas a morir y no vivirás. ¡Prepárate para venir al encuentro de tu Dios, oh Israel! Ya no titubeen, decídanse por Dios y Su Verdad.

Y todavía veo a otra clase, la de los ciegos. Sí, a ustedes que no pueden verse ni a sí mismos, que se creen buenos cuando está llenos de maldad, que toman por amargo lo dulce y lo dulce por amargo, la oscuridad por la luz y la luz por oscuridad. A ustedes he sido enviado. Ustedes, almas ciegas que no pueden ver su herencia perdida, que no creen que el pecado sea tan excesivamente malo como lo es, y que no quieren ser persuadidos que Dios es un Dios justo y recto, a ustedes he sido enviado. A ustedes, también, que no pueden ver al Salvador, que no ven belleza en Él para desearlo; que no ven la excelencia en la virtud, ni gloria en la religión, ni felicidad en el servicio a Dios, ni se deleitan por ser sus hijos; a ustedes, también, he sido enviado.

Si, ¿a quién no he sido enviado si me apego a mi texto? Porque va más lejos aún: no sólo da una descripción particular, de manera que pueda encontrarse cada caso individual, sino que más adelante hace un recorrido general, y dice: "Vé por los caminos y por los callejones." Aquí hacemos entrar a todos los rangos y condiciones de hombres: al gran señor en su caballo por el camino, y a la mujer caminando con todo el peso de sus preocupaciones. Al ladrón emboscando al que va por el camino; todos ellos están en los caminos, y todos ellos son forzados a entrar, y allá en los callejones descansan las pobres almas cuyos refugios construidos de mentiras han sido destruidos, y buscan ahora un pequeño albergue para sus cansadas cabezas. A ustedes, también, hemos sido enviados esta mañana. Este es el mandato universal: fuérzalos a entrar.

Ahora, hago una pausa después de haber descrito el carácter. Hago una pausa para mirar hacia la tarea parecida a la de Hércules que está frente mí. Bien dijo Melanchton: "El viejo Adán fue demasiado fuerte para el joven Melanchton." Como si un niño quisiera doblegar a un Sansón, así busco yo conducir a un pecador hacia la Cruz de Cristo. Y, sin embargo, el Señor me envía con ese encargo. Allí, veo ante mí la gran montaña de la depravación humana y de la torpe indiferencia, pero por la fe exclamo, "¿Quién eres tú, oh gran montaña? ¡Delante de Zorobabel serás aplanada!"

¿Mi señor me dice: fuérzalos a entrar? Entonces, aunque el pecador sea como un Sansón y yo como un niño, lo conduciré con un hilo. Si Dios me dijo que lo hiciera, y yo lo intento con fe, se hará; y si con un corazón que gime, lucha y llora, busco este día forzar a los pecadores a venir a Cristo, las dulces exigencias del Espíritu Santo irán con cada palabra, y algunos serán forzados a entrar, con toda certeza.

II. Y ahora manos a la obra, directo a la tarea. Hombres y mujeres inconversos, todavía sin reconciliación y sin regeneración, a ustedes debo FORZARLOS A ENTRAR. Permítanme abordarlos en los caminos del pecado y repetirles otra vez mi encargo. El Rey del Cielo les envía esta mañana una inmerecida invitación. Él dice: "¡Vivo yo, que no quiero la muerte del impío, sino que el impío se aparte de su camino y viva!"

"Venid, pues, dice Jehovah; y razonemos juntos: Aunque vuestros pecados sean como la grana, como la nieve serán emblanquecidos. Aunque sean rojos como el carmesí, vendrán a ser como blanca lana." Queridos hermanos, mi corazón se regocija al pensar que tengo tan buena nueva que decirles, y sin embargo confieso que mi alma también está triste porque veo que ustedes no la consideran una buena nueva, sino que se alejan de ella, y no le dan su debida consideración.

Permíteme decirte lo que el Rey ha hecho por ti: Él conocía tu culpa, Él sabía anticipadamente que ustedes se irían a la ruina. Sabía que su justicia exigiría la sangre de ustedes, y para resolver esta dificultad, y que su justicia fuera debidamente cumplida, y que aún así ustedes pudieran ser salvos, Jesucristo ha muerto. Contemplen por un momento este cuadro. ¿Ven a ese hombre allí de rodillas en el jardín de Getsemaní, sudando gotas de sangre? ¿Ven después esto: ven a ese Ser que sufre atado a un pilar y que es azotado con terribles latigazos, hasta que los huesos de sus hombros se vuelven visibles como blancas islas en medio de un mar de sangre? Otra vez, vean este tercer cuadro. Es el mismo Hombre que cuelga en la Cruz con las manos extendidas, y con los pies firmemente clavados, agonizante, gimiendo y sangrando; es como si el cuadro hablara y dijera, "Consumado es."

Todo esto ha hecho Jesucristo de Nazaret para que Dios pudiera, de manera consistente con su justicia, perdonar el pecado. Y el mensaje para ustedes esta mañana es este: "Cree en el Señor Jesús y serás salvo." Es decir, confíen en Él, renuncien a sus obras y a sus caminos, y pongan su corazón solamente en este Hombre, quien se entregó, Él mismo, por los pecadores.

Bien hermanos, les he dicho el mensaje, ¿qué dicen al respecto? ¿lo rechazan? Me dicen que para ustedes no es nada. No pueden escucharlo; que me escucharán muy pronto. Pero quieren continuar en su camino en este día y cuidar sus propiedades y sus bienes. Deténganse hermanos, no solamente me fue dicho que les dijera el mensaje y continuara con mis asuntos. No. Se me pide que les fuerce a entrar. Y permítanme hacerles esta observación antes que siga adelante, que hay una cosa que puedo decir, y de la que Dios es testigo esta mañana, que es en serio mi deseo que obedezcas este mandato de Dios. Puedes despreciar tu propia salvación, pero yo no la desprecio. Te puedes ir y olvidar lo que vas a oír, pero recuerda por favor que las cosas que ahora te digo me costaron muchos sufrimientos antes que viniera aquí para expresarlas. Te hablo desde la parte más íntima de mi alma, mi pobre hermano, cuando te suplico por quien vive y estuvo muerto, y está vivo para siempre. Considera el mensaje de mi Señor que me pide que te lo presente ahora.

¿Pero acaso lo desprecias? ¿Todavía lo rechazas? Entonces debo cambiar mi tono por un minuto. No solamente te diré el mensaje y te invitaré como lo hago con toda seriedad y afecto sincero, sino que iré más lejos. Pecador, en el nombre de Dios te ordeno que te arrepientas y creas. ¿Me preguntas de dónde viene mi autoridad? Soy un embajador del Cielo. Mis credenciales, algunas de ellas secretas y en mi propio corazón. Y otras están abiertas ante ustedes y tienen los sellos de mi ministerio que son las muchas personas algunas sentadas y otras de pie en esta iglesia, donde Dios me ha dado muchas almas por mis servicios. Como el Dios eterno me ha dado una comisión para predicar Su evangelio, les ordeno que crean en el Señor Jesucristo. No por mi propia autoridad sino por la autoridad de quien dijo, "Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura." Y luego añadió esta solemne sanción, "El que cree y es bautizado será salvo; pero el que no cree será condenado." Rechacen mi mensaje, y recuerden "El que ha desechado la ley de Moisés ha de morir sin compasión por el testimonio de dos o tres testigos." ¿Cuánto mayor castigo pensáis que merecerá el que ha pisoteado al Hijo de Dios? Un embajador no tiene menor rango que el hombre con quien trata, puesto que está colocado en alto. Si el ministro escoge asumir la dignidad adecuada, y es ceñido con la omnipotencia de Dios, y es consagrado con su santa unción, debe mandar a los hombres, y hablar con toda autoridad para forzarlos a entrar: "convence, reprende y exhorta con toda paciencia y enseñanza."

¿Pero te alejas y dices que no aceptarás órdenes? Entonces otra vez cambiaré mi nota. Si lo anterior no ayuda, todos los otros medios a mi alcance serán intentados. Queridos hermanos, vengo a ustedes con mi lenguaje sencillo, para exhortales que corran hacia Cristo. Oh, hermanos míos, ¿no saben que es un Cristo lleno de amor? Déjenme decirles desde mi propia alma lo que sé de Él. Yo también, alguna vez lo desprecié. Él tocaba a la puerta de mi corazón y yo rehusaba abrirla. Venía a mí, innumerables veces, mañana tras mañana, y noche tras noche. Me reconvenía en mi conciencia y me hablaba por medio de su Espíritu, y cuando, por fin, los truenos de la Ley prevalecieron en mi conciencia, creía que Cristo era cruel y sin amor.

Oh, no me puedo perdonar nunca a mí mismo por haber pensado tan mal de Él. Pero qué recepción tan llena de amor tuve cuando fui hacia Él. Yo pensaba que me castigaría, pero su mano no estaba cerrada por la ira sino completamente abierta en misericordia. Yo pensaba, completamente seguro, que sus ojos lanzarían relámpagos de ira hacia mí; pero, en lugar de ello, estaban llenos de lágrimas. Cayó sobre mi cuello y me besó. Me quitó mis harapos y me vistió con Su justicia, e hizo que mi alma cantara en alto de alegría; al tiempo en la casa de mi corazón y en la casa de Su iglesia había música y danza, porque el hijo que había perdido fue encontrado, y el que estaba muerto recibió de nuevo la vida.

Te exhorto, pues, a que mires a Jesucristo para que tu carga sea aligerada. Pecador, nunca lo lamentarás, seré un testimonio por mi Señor que no lo lamentarás nunca, no suspirarás para regresar a tu estado de condenación. Saldrás de Egipto e irás a la Tierra Prometida y la encontrarás fluyendo con leche y miel. Encontrarás pesadas las pruebas de la vida cristiana, pero recibirás Gracia para que se vuelvan livianas. En cuanto a los goces y deleites de ser un hijo de Dios, si hoy te miento me lo cargarás en los días venideros. Si saboreas y ves que el Señor es bueno, no tengo la menor duda que descubrirás que no sólo es bueno, sino mejor de lo que lo pueden describir los labios de los hombres.

No sé qué argumentos utilizar contigo. Apelo a tus propios intereses. Oh, mi pobre amigo, ¿no sería mejor para ti reconciliarte con el Dios del Cielo, que ser su enemigo? ¿Qué ganas con oponerte a Él? ¿Acaso eres más feliz siendo su enemigo? Responde, buscador de placeres: ¿has hallado deleites en esa copa? Respóndeme, fariseo: ¿has hallado descanso para las plantas de tus pies en todos tus trabajos? Oh tú, que te empeñas en establecer tu propia justicia, te mando que dejes hablar a tu conciencia. ¿Has encontrado que es una senda feliz? Ah, mi amigo, "¿Por qué gastáis el dinero en lo que no es pan, y vuestro trabajo en lo que no satisface? Oídme atentamente y comed del bien, y vuestra alma se deleitará con manjares."

Te exhorto por todo lo que es sagrado y solemne, todo lo que es importante y eterno, ¡huye para salvar tu vida! No mires hacia atrás, no te quedes en la llanura, no te detengas hasta que hayas probado, y encontrado un interés en la sangre de Jesucristo, esa sangre que nos lava de todo pecado. ¿Todavía permaneces frío e indiferente? ¿Acaso no me permitirá el ciego que lo guíe a la fiesta? ¿No querrá mi amigo lisiado poner su mano en mi hombro y permitirme que lo lleve al banquete? ¿No consentirá el pobre que camine junto a él? ¿Acaso debo usar palabras más fuertes? ¿Debo ejercer alguna otra presión para forzarlos a entrar? Pecadores, a esto estoy resuelto esta mañana, y si no son salvos ustedes no tendrán excusa. Ustedes, desde el que peina canas hasta el que está en su infancia, si no se aferran a Cristo hoy, la sangre de ustedes será sobre sus propias cabezas.

Si hay poder en el hombre para traer a su compañero, (como lo hay cuando el hombre es ayudado por el Espíritu Santo) ese poder será ejercido esta mañana, con la ayuda de Dios. Vamos, no me voy a desanimar por sus rechazos. Si falla mi exhortación, intentaré otra cosa. Hermanos míos, les suplico, les suplico que se detengan y consideren. ¿Saben qué es lo que están rechazando esta mañana? Están rechazando a Cristo, su único Salvador. "Porque nadie puede poner otro fundamento que el que está puesto." " Y en ningún otro hay salvación, porque no hay otro nombre debajo del cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos." Hermanos míos, no puedo soportar que ustedes hagan esto, pues yo sí recuerdo lo que ustedes están olvidando: el día vendrá en el que ustedes van a necesitar un Salvador. No falta mucho para que pasen los cansados meses, y su fortaleza comience a declinar. El pulso les fallará, su fuerza los va a abandonar, y ustedes y el horrendo monstruo, LA MUERTE, se enfrentarán entre sí. ¿Qué van a hacer en las crecidas corrientes del Jordán sin un Salvador? Los lechos de muerte son cosas frías sin el Señor Jesucristo.

De cualquier manera morir es algo horrible. El que tiene la mejor esperanza, y la fe más triunfal, encuentra que la muerte no es un asunto de risa. Es algo terrible pasar de lo visible a lo invisible, de lo mortal a lo inmortal, del tiempo a la eternidad. Y van a encontrar que es difícil pasar por las puertas de hierro de la muerte sin las dulces alas de los ángeles conduciéndoles a los portales de los cielos. Será una cosa muy dura morir sin Cristo.

No puedo evitar pensar en ustedes. Los veo actuar como suicidas esta mañana, y me imagino a mí mismo parado al lado de sus camas escuchando sus gritos, y sabiendo que se están muriendo sin esperanza. No puedo soportar eso. Me parece estar junto a su féretro ahora, viendo sus rostros pálidos y fríos, y yo digo: "Este hombre despreció a Cristo y descuidó la gran salvación." Pienso cuán amargas lágrimas voy a derramar en ese momento, si pienso que no les he sido fiel; y cómo esos ojos cerrados permanentemente en la muerte, pareciera que me reprochan y dicen: "Ministro, asistí a tus predicaciones en el famoso Music Hall, pero no te preocupaste seriamente por mí; me divertiste, me predicaste, pero no me rogaste. No supiste lo que Pablo quiso decir cuando dijo, "y como Dios os exhorta por medio nuestro, rogamos en nombre de Cristo: ¡Reconciliaos con Dios!"

Les suplico que permitan que este mensaje entre en su corazón, por otra razón. Me imagino a mí mismo de pie en el tribunal de Dios. Como es cierto que el Señor vive, el día del juicio viene. ¿Creen en eso ustedes? Ustedes no son infieles. Su conciencia no les permitiría dudar de la Escritura. Tal vez han pretendido hacerlo, pero no pueden.

Sientes que debe haber un día que Dios va a juzgar al mundo en justicia. Te veo en medio de la multitud y el ojo de Dios está fijo en ti. Te parece a ti que Él no está mirando hacia ningún otro lado, sino sólo a ti, y te llama ante Él. Y Él lee tus pecados y exclama, "Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno del infierno."

Mi querido lector, no puedo soportar pensarte en esa situación; me parece que todos los cabellos de mi cabeza se ponen de punta al pensar en la condenación de cualquiera de mis lectores. ¿Se imaginan ustedes en esa situación? La palabra ha sido pronunciada: "Apartaos de mí, malditos." ¿Ves el abismo cuando se abre para tragarte? ¿Oyes los gritos y alaridos de los que te han precedido en ese eterno lago de tormento? En vez de imaginar esa escena, me vuelvo hacia ti con las palabras del Profeta inspirado, y te digo: "¿Quién de nosotros podrá habitar con el fuego consumidor? ¿Quién de nosotros podrá habitar con las llamas eternas?" ¡Oh! Mi hermano, no te puedo permitir que hagas de lado de esa manera la religión. No, yo pienso en lo que va a venir después de la muerte. Estaría privado de toda humanidad si viera a una persona a punto de envenenarse y no le arrancara la copa. O si viera a alguien a punto de lanzarse desde el Puente de Londres, y no lo asistiera para impedirlo. Y sería peor que un demonio si ahora con todo amor, y amabilidad y verdad, no te implorara a: "echar mano de la vida eterna," y: "Trabajar, no por la comida que perece, sino por la comida que permanece para vida eterna."

Algún hiper-calvinista me diría que estoy equivocado al hacer esto. No puedo evitarlo. Debo hacerlo. Y puesto que al final debo estar ante mi Juez, siento que no tendré una prueba completa de mi ministerio a menos que suplique con muchas lágrimas que ustedes quieran ser salvados, que ustedes quieran mirar a Jesucristo y recibir Su gloriosa salvación.

¿Pero acaso sirve de algo? ¿Acaso todas mis súplicas se han desperdiciado ya que ustedes no les han prestado ninguna atención? Entonces, otra vez cambio mi nota. Pecador, te he suplicado como un hombre le suplica a su amigo, y si fuera por mi propia vida no podría hablar con más fervor en esta mañana como lo hago por la tuya. Me preocupé en serio por mi alma, pero ni un cachito más de lo que me preocupan las almas de mi congregación esta mañana. Y por tanto, si hacen de lado estas súplicas, tengo algo más: Debo amenazarlos. No siempre tendrán advertencias como estas:

Viene el día, cuando será apagada la voz de todo ministro del Evangelio, al menos para ti. Porque tu oído estará congelado en la muerte. Ya no habrá ninguna amenaza. Será más bien el cumplimiento de la amenaza. No habrá promesa, ni proclamaciones de perdón y misericordia; ni sangre que hable de paz. Sino que estarás en la tierra donde el día del Señor es tragado enteramente en noches eternas de desdicha, y donde la predicación del Evangelio está prohibida porque ambos serían infructuosos. Te pido entonces que escuches esta voz que se dirige ahora a tu conciencia. Pues sino, Dios te hablará en Su ira, y te dirá con sumo disgusto: "Pero, por cuanto llamé, y os resististeis; extendí mis manos, y no hubo quien escuchara (más bien, desechasteis todo consejo mío y no quisisteis mi reprensión), yo también me reiré en vuestra calamidad. Me burlaré cuando os llegue lo que teméis, cuando llegue como destrucción lo que teméis cuando vuestra calamidad llegue como un torbellino y vengan sobre vosotros tribulación y angustia." Pecador, te vuelvo a amenazar. Recuerda, puede ser que tengas muy poco tiempo para oír estas advertencias. Tú imaginas que tu vida será larga, ¿pero acaso no sabes qué corta es? ¿Alguna vez has intentado medir cuán frágil eres? ¿Has visto el cuerpo de un muerto cuando ha sido cortado en pedazos por los estudiantes de anatomía? ¿Has visto algo tan maravilloso como la estructura humana?

"Qué extraño, que una arpa de mil cuerdas,
Se conserve afinada por tanto tiempo."

Pero deja que tan sólo una cuerda se tuerza, que un bocado de comida se vaya por la dirección equivocada, y te puedes morir. Por el más insignificante incidente, te puedes morir en cualquier momento, cuando Dios lo quiera. Hombres muy fuertes han perecido en pequeños y ligeros accidentes, y eso te puede pasar a ti. En la capilla, en la casa de Dios, han caído muertos algunos hombres. Muy a menudo nos enteramos de personas que caen en nuestras calles, rodando del tiempo a la eternidad, por algún súbito ataque. ¿Estás seguro que ese corazón tuyo está perfectamente sano? ¿Circula tu sangre con toda precisión? ¿Estás completamente seguro de eso? Y si así es, ¿cuánto tiempo te va a durar?

Oh, tal vez hay aquí quienes nunca verán el día de Navidad. puede ser que el mandato ya haya salido: "Pon en orden tu casa, porque vas a morir y no vivirás." De toda esta gran congregación, no podría decir con precisión cuántos estarán muertos en un año; pero sí es cierto que el grupo congregado ahora nunca se volverá a reunir completo otra vez en otra asamblea. Algunos de esta vasta multitud, tal vez dos o tres, partirán antes de que recibamos al nuevo año. Les recuerdo, pues, queridos hermanos , que la puerta de la salvación puede cerrarse, o muy bien pudieras estar lejos de donde está la puerta de la misericordia. Vamos, pues, deja que la amenaza tenga poder sobre ti. No te lo digo para amenazarte sin motivo, sino con la esperanza de que la amenaza de un hermano pueda conducirte al lugar en donde Dios ha preparado el banquete del Evangelio.

Y ahora, ¿me debo ir sin ninguna esperanza? ¿Ya se agotó todo lo que puedo decir? No, regreso nuevamente contigo. Dime, hermano, ¿qué es lo que te mantiene alejado de Cristo? Escucho que alguien dice: "Oh, señor, es porque me siento demasiado culpable." Eso no puede ser, mi amigo, no puede ser. "Pero, señor, soy el primero de los pecadores." Amigo mío, no lo eres. El primero de los pecadores murió y fue al cielo hace muchos años. Su nombre era Saulo de Tarso, después llamado el apóstol Pablo. Él fue el primero de los pecadores, y yo sé que dijo la verdad de Dios. "No", aún dices, "soy demasiado vil." No puedes ser más vil que el primero de los pecadores. Cuando mucho eres el segundo entre los peores. Pero aun suponiendo que eres el peor que vive hoy día, sigues siendo el segundo, porque Pablo fue el primero. Pero supongamos que eres el primero, ¿no es esa precisamente la razón para que vengas a Cristo? Entre peor sea la condición de un hombre, con mayor razón debería ir al hospital o con un médico. Entre más pobre seas, mayor razón tienes para aceptar la caridad que te ofrece otro.

Ahora bien, Cristo no busca ningún mérito tuyo. Él da gratuitamente. Entre peor seas, más bienvenido eres. Pero déjame preguntarte: ¿Crees que te volverás mejor manteniéndote alejado de Cristo? Si es así, todavía sabes muy poco acerca del camino de la salvación. No, señor, entre más te detengas, te volverás peor. Tu esperanza se debilitará, tu desesperación se hará más fuerte. El clavo con el que Satanás te ha sujetado estará más firmemente clavado, y tendrás menos esperanza que nunca. Mira, te lo suplico, recuerda que no ganas nada con la demora, pero por ella puedes perderlo todo. "Pero," exclama otro: "siento que no puedo creer." No, amigo mío, y nunca vas a creer si primero miras a la fe. Recuerda, que no he venido para invitarte a la fe, sino que he venido para invitarte a Cristo. Pero dices, ¿cuál es la diferencia? Pues simplemente ésta: si primero que nada dices, "yo quiero creer en algo," nunca creerás. Tu primera pregunta debe ser, ¿qué es esta cosa en la que debo creer?" Así la fe vendrá como consecuencia de esa búsqueda.

Nuestro primer negocio no tiene que ver con la fe, sino con Cristo. Ven, te lo suplico, al monte del Calvario, y mira la Cruz. Contempla al Hijo de Dios, quien hizo los cielos y la tierra, que muere por tus pecados. Míralo a Él, ¿no hay poder en Él para salvar? Mira Su rostro tan lleno de piedad. ¿Acaso no hay amor en Su corazón que demuestra que está deseando salvarnos? Con toda certeza, pecador, mirar a Cristo te ayudará a creer. No creas primero, para después ir a Cristo, pues de esa manera tu fe será una cosa sin ningún valor. Ve a Cristo sin ninguna fe, y arrójate sobre Él, o te hundes o nadas. Pero oigo otro exclamación: "Oh, señor, no te imaginas cuántas veces he sido invitado, durante cuánto tiempo he rechazado al Señor." No lo sé, y no lo quiero saber. Todo lo que sé es que mi Señor me ha enviado para forzarte a entrar, así que ven ahora. Puedes haber rechazado mil invitaciones, no conviertas esta en la mil una.

Has estado en la casa de Dios, y sólo te has endurecido para recibir el evangelio. Pero ¿acaso no veo una lágrima en tu ojo? Vamos, hermano mío, no te endurezcas por el sermón de esta mañana. ¡Oh, Espíritu del Dios viviente, ven y derrite este corazón porque nunca ha sido derretido, y fuérzalo a entrar! No te puedo dejar ir con excusas tan vanas como esas; si has vivido tantos años menospreciando a Cristo, hay muchísimas razones por las que no debes menospreciarlo ahora.

¿Pero no te oí decir en voz baja que este no es el momento oportuno? ¿Entonces qué debo decirte? ¿Cuándo va a llegar ese momento oportuno? ¿Vendrá cuando estés en el infierno? ¿Vendrá cuando te estés muriendo, y las tenazas de la muerte se cierren sobre tu garganta; será entonces? ¿O cuando el sudor que quema esté abrasando tu frente; y entonces otra vez, cuando el frío sudor pegajoso esté allí, ¿serán esos los tiempos adecuados?

¿Cuando los dolores estén torturándote, y estés al borde de la tumba? No, señor, esta mañana es el momento conveniente. Que Dios lo haga así. Recuerda, no tengo autoridad de pedirte que vengas a Cristo mañana. El Señor no te ha invitado para venir a Él el próximo martes. La invitación es, "Si oyereis hoy su voz, no endurezcáis vuestros corazones, como en la provocación," porque el Espíritu dice "hoy." "Venid, pues, dice Jehovah; y razonemos juntos" ¿por qué lo pospondrías? Podría ser la última advertencia que puedas tener alguna vez. Posponlo, y puede ser que nunca más vuelvas a llorar en la iglesia. Podrías no tener nunca más la posibilidad de oír un sermón tan apasionado dirigido a ti. Puede ser que ya nunca te supliquen como yo te estoy suplicando ahora. Puedes irte ahora y Dios puede decir, "él es dado a ídolos; déjalo." Él arrojará las riendas sobre tu cuello; y entonces, pon atención, tu camino es seguro, es el camino de la segura condenación y rápida destrucción.

Y ahora de nuevo, ¿todo esto es en vano? ¿No quieres venir a Cristo ahora? Entonces, ¿qué más puedo hacer? No tengo sino un último recurso, y lo voy a utilizar ahora. Se me permite que llore por ti; se me autoriza a orar por ti. Puedes despreciar mi predicación; puedes reírte del predicador; puedes llamarlo fanático si quieres; no te va a regañar, no traerá ninguna acusación en tu contra ante el gran Juez. Tu ofensa, en lo que a el concierne, está perdonada antes de que sea cometida; pero debes recordar que el mensaje que estás rechazando esta mañana es un mensaje de Alguien que te ama, y también se te da por los labios de alguien que te ama. Debes recordar que tú puedes jugar tu alma con el diablo, que puedes pensar con ligereza que es un asunto sin mayor importancia; pero hay alguien que está preocupado por tu alma, y uno que antes de venir aquí luchó con su Dios pidiendo fortaleza para predicarte, y quien cuando se haya ido de este lugar no olvidará a su audiencia de esta mañana.

Vuelvo a repetirlo, cuando las palabras nos fallan podemos derramar lágrimas; pues las palabras y las lágrimas son las armas con las que los ministros del evangelio fuerzan a los hombres a entrar. Tú no sabes, y supongo que no lo puedes creer, qué ansias siente un hombre a quien Dios ha llamado al ministerio por su congregación, y especialmente por algunos de los miembros. Oí el otro día de un joven que asistió a esta iglesia durante mucho tiempo, y que la esperanza de su padre era que fuera traído a Cristo. Sin embargo, ese joven se hizo amigo de un incrédulo; y ahora descuida sus deberes, y vive cada día en el camino del pecado. Vi el rostro pálido de su padre. No le pedí que me dijera lo que le pasaba, pues sentí que sería remover la pena y abrir de nuevo la herida. Temo, a veces, que los cabellos grises de ese buen hombre se irán a la tumba llenos de pena.

Jóvenes, ustedes no oran por ustedes mismos, pero sus madres luchan por ustedes. Ustedes no piensan en sus propias almas, pero la preocupación de sus padres es ejercitada por ustedes. He estado en reuniones de oración, y he oído a los hijos de Dios orar allí, y no hubieran podido orar con más celo y más intensidad de angustia si cada uno de ellos hubiera estado buscando la salvación de su propia alma. ¿Y no es extraño que nosotros estemos listos para mover cielo y tierra por la salvación de ustedes, y que ni aún así ustedes no piensen en ustedes mismos y no tengan ningún respeto para las cosas eternas?

Ahora me dirijo por un momento a algunos de ustedes en particular. Hay algunos aquí que son miembros de iglesias cristianas, y que hacen una profesión de religión. Pero, a menos que me equivoque, y me daría mucho gusto estarlo, su profesión es una mentira. No viven de acuerdo a ella, la deshonran. Viven en la práctica perpetua de no asistir a la casa de Dios, si no es que viven peores pecados aun. Ahora yo les pregunto a esos que no son el adorno de la doctrina de Dios su Salvador, ¿se imaginan que me pueden llamar su pastor, y que mi alma no pueda temblar por ustedes y que en secreto no derrame lágrimas por ustedes? Repito y digo que puede ser asunto de poca importancia para ustedes cómo manchan su ropa cristiana, pero es un asunto de gran preocupación para quienes suspiran y lloran y se lamentan por las iniquidades de los que profesan en Sión.

¿No le queda al ministro ninguna otra cosa, además de llorar y de orar? Sí, hay algo más. Dios no les ha dado a sus siervos el poder para dar la regeneración, pero les ha dado algo relacionado. Es imposible que un hombre pueda regenerar a su vecino. Y, sin embargo ¿cómo nacen los hombres de nuevo a Dios? ¿No habla el apóstol de alguien (Onésimo) a quien había engendrado en sus prisiones? Ahora pues, el ministro tiene un poder que le es dado por Dios, para ser considerado padre y madre de aquellos nacidos de Dios, pues el apóstol dijo que sufrió dolores de parto por las almas hasta que Cristo fue formado en ellas. ¿Qué podemos hacer entonces? Podemos ahora apelar al Espíritu. Sé que he predicado el Evangelio, y que lo he predicado con mucho celo. Le recuerdo a mi Señor que honre Su propia promesa. Él ha dicho que Su palabra no volverá a Él vacía, y no volverá. Está en Sus manos, no en las mías. No puedo forzarlos, pero Tú Oh Espíritu de Dios, que tienes la llave del corazón, Tú puedes forzarlos.

¿Alguna vez notaron en ese capítulo del Apocalipsis, donde dice, "He aquí, yo estoy a la puerta y llamo," que unos cuantos versículos antes, la misma Persona es descrita como el que tiene la llave de David? De manera que, si tocar a la puerta no funciona, Él tiene la llave y puede y quiere entrar. Ahora, si el llamado a la puerta de un ministro lleno de celo no prevalece contigo esta mañana, queda todavía ese secreto abrir del corazón que lleva a cabo el Espíritu, de manera que serán forzados a entrar. Consideré mi deber trabajar con ustedes como si yo pudiera forzarlos. Pero ahora lo dejo todo en las manos de mi Señor. No puede ser Su voluntad que después de haber trabajado tanto en el parto, no demos a luz hijos espirituales. Todo depende de Él. Él es Señor del corazón y el día lo va declarar: que algunos de ustedes llevados por la Gracia Soberana, se han convertido en prisioneros voluntarios de Jesús, que todo lo conquista y han sometido sus corazones a Él por medio del sermón de esta mañana.


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