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Por Adrien Segal sobre

Traducción por Susana Belvedere


La gratitud de una madre hacia Elisabeth Elliot

"Se me ha dado esta tarea para hacer. Por lo tanto, es un regalo. Por lo tanto, es un privilegio. Por lo tanto, es una ofrenda que haría para Dios. Por lo tanto, se debe hacer con alegría, si es para Él. Aquí, no en ningún otro lugar, aprenderé los caminos de Dios. En esta tarea, no en ninguna otra, Dios busca fidelidad" (Elisabeth Elliot).

Elisabeth Elliot fue una madre espiritual para mí y esta semana falleció.

Fui criada por unos maravillosos padres terrenales que fueron prácticos, realistas, tenían gracia y trabajaban arduamente. Tristemente, mis padres no nacieron de nuevo, según ellos mismos admitieron. Las cosas que mis padres me enseñaron, si bien a menudo eran correctas e importantes, eran simplemente acerca de desarrollar carácter y fortaleza, civilidad y buenos modales; fueron acerca del trabajo arduo e independiente, de manera que pudiera contribuir positivamente a la sociedad. Esas lecciones son buenas y correctas, y probablemente las necesito hoy más que nunca; pero después de que nací de nuevo en 1982, comencé a ver que hay mucho más para aprender acerca de la vida y mi lugar en ella.

Cuando desperté a la nueva vida en Cristo, comencé a apreciar que la vida no se trata simplemente de ser tan buena persona como fuera capaz de ser o de edificar mi felicidad. Sencillamente, mi vida no me pertenece. Pertenece a Dios, a aquel que me creó y envió a su Hijo a morir por mis pecados para que yo pudiera tener una nueva vida en él. Yo viviría para Él, para su gloria.

En ese tiempo, mi iglesia enseñaba acerca del amor de Dios, pero no enseñaba bien la Biblia. La mejor enseñanza que tuve en esos días fue la que encontré en la predicación por la radio y de Elisabeth Elliot. Siendo una esposa y mamá joven, trataba de escucharla todos los días. Su programa, recuerdo, duraba solo 15 minutos al día, pero había tanto contenido en esos pocos minutos.

Una mujer que conocía a Dios

He aquí una mujer que conocía al Señor. He aquí una mujer dispuesta a servir al Señor sin importar adonde él la llamara. He aquí una mujer que padeció la muerte de su joven esposo como mártir en el campo misionero, y que luego permaneció allí por muchos años para compartir el Evangelio de Jesucristo con las mismas personas que asesinaron a su amado esposo Jim. Pocos años más tarde, perdería a su segundo esposo, que falleció de cáncer. Elisabeth Elliot sufrió más allá de lo que yo podría haber imaginado como esposa y como madre. ¿Y cuál fue su respuesta a todo eso? Confía en el Señor, obedécele y haz lo que sigue.

“Haz lo que sigue” se transformó en un mantra en nuestro hogar. Mi esposo y yo todavía lo usamos después de más de veinte años para darnos ánimo el uno al otro. Elisabeth siempre tenía un fundamento bíblico para su consejería, que era directa, coherente y sin sentimentalismos. Para una exhausta y egocéntrica generación de madres jóvenes de niños pequeños, era fácil caer en la autoconmiseración, pero cada día Elisabeth Elliot, con gracia pero con firmeza, me ponía nuevamente de pie. Me recordaba que mi situación era un llamado de Dios y que no era nada que millones de mujeres no hubieran hecho antes con menos recursos que yo y en entornos menos favorables.

Obediencia y felicidad

Ella enfatizaba la coherencia en la disciplina y afirmaba regularmente que incluso los niños más pequeños son capaces de obedecer si los padres, y en especial las madres, son firmes pero cariñosos. Aprendí que los niños más felices son aquellos cuyos padres y madres tienen la valentía y la fortaleza para disciplinar bien y con amor. Y aprendí la importancia de la obediencia, no solo para mis hijos sino para mí misma.

Antes de ser madre, cuando entré a la universidad en los años setenta, el ambiente social estaba revolucionado y parecía que todos se rebelaban contra cualquier cosa y se negaban a obedecer a todo excepto a su “voz interior”. Para mi beneficio eterno y para el de millones de personas, Elisabeth Elliot confrontó tal mentira con audacia. Una vida de obediencia al Dios que me creó, me salvó y me amó, nunca me haría daño. Mi obediencia a Él nunca me haría perder la felicidad y la satisfacción. Al contrario, la obediencia es el camino más seguro y más rápido hacia el gozo más grande.

Un llamado a las mujeres mayores

La Biblia enfatiza la importancia de que las mujeres mayores hablen a las vidas de las más jóvenes:

Las ancianas asimismo sean reverentes en su porte; no calumniadoras, no esclavas del vino, maestras del bien; que enseñen a las mujeres jóvenes a amar a sus maridos y a sus hijos, a ser prudentes, castas, cuidadosas de su casa, buenas, sujetas a sus maridos, para que la palabra de Dios no sea blasfemada (Tito 2:3-5).

Estoy tan agradecida de que Elisabeth Elliot haya dedicado su vida a hacer eso por las mujeres de mi generación. Con solo unos minutos por día, me ayudó a amar mejor a mi esposo. Me ayudó a criar niños felices y obedientes que aman al Señor. Me ayudó a ver que mi llamado más grande en la vida es el de vivir cada día, cada momento, haciendo lo que sigue para la gloria del Señor. Ese es un maravilloso legado.

Que yo y otras como yo sean obedientes al llamado de Dios de hacer lo mismo para las generaciones de mujeres que siguen.


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