La Quinta Bienaventuranza

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Por Charles H. Spurgeon sobre Santificación y Crecimiento
Una parte de la serie Metropolitan Tabernacle Pulpit

Traducción por Allan Aviles


"Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia." Mateo 5: 7.

Debo dar por sentado que ya conocen mis sermones previos acerca de las Bienaventuranzas. Si no lo han hecho, no podría repetir aquí todo lo que he dicho, aunque sí puedo mencionarles que he comparado las Bienaventuranzas a una escalera de luz, y he comentado que cada una de las Bienaventuranzas brota y se suspende sobre la que le precede.

Así, podrán observar que el carácter mencionado aquí es más elevado que los expuestos anteriormente, más elevado que el del hombre que es pobre en espíritu, o del que llora. Esas cosas le conciernen a él mismo. Todavía es débil, y de esa debilidad brota la mansedumbre de espíritu, que lo conduce a soportar los agravios que recibe de otros.

Pero ser misericordioso es más que eso, pues el hombre no sólo soporta ahora los agravios, sino que confiere beneficios. La Bienaventuranza anterior a esta se refiere al hambre y la sed de justicia; pero aquí el hombre ha sobrepasado la simple justicia, se ha elevado por sobre la búsqueda de lo que es justo y ha llegado a la búsqueda de lo que es bueno, y amable, y generoso y procura realizar cosas amables para con sus semejantes.

La escalera entera descansa sobre la gracia, y la gracia pone cada peldaño en su lugar, y es la gracia la que, en este lugar, ha enseñado al hombre a ser misericordioso, y le ha bendecido, y le ha dado la promesa de que alcanzará misericordia. Sería incorrecto tomar cualquiera de estas bienaventuranzas aisladamente, y decir que todo hombre misericordioso alcanzará misericordia, o citar erróneamente de la misma manera cualquier otra bienaventuranza, pues eso sería torcer las palabras del Salvador, y darles un significado que nunca pretendió que tuvieran.

Leyendo estas Bienaventuranzas como un todo, vemos que esta misericordia, de la cual estoy a punto de hablar, es una característica que ha surgido de las previas; ha brotado de todas las anteriores obras de gracia, y el hombre no es simplemente misericordioso en el sentido humano, con una benevolencia que debería ser común a toda la humanidad, sino que es misericordioso en un sentido superior y mejor, con una misericordia que únicamente el Espíritu de Dios puede enseñar al alma del hombre.

Habiendo notado la posición que ocupa esta Bienaventuranza sobre las previas, nos pondremos a examinarla ahora con mayor detenimiento; y es necesario que tengamos mucha cautela al hablar de ella; y, para tenerla, preguntaremos, primero, ¿quiénes son estas personas bienaventuradas? En segundo lugar, ¿cuál es su peculiar virtud? Y, en tercer lugar, ¿cuál es su especial bienaventuranza?

I. LAS PERSONAS MISERICORDIOSAS QUE ALCANZAN MISERICORDIA, ¿QUIÉNES SON?

Ustedes recordarán que, al comenzar nuestras homilías sobre este Sermón del monte, advertimos que el tema de nuestro Señor no era cómo hemos de ser salvados, sino quiénes son salvos. Él no está describiendo aquí en lo absoluto el camino de la salvación. Eso lo hace en muchos otros lugares; pero aquí nos da las señales y evidencias de la obra de gracia en el alma; de tal forma que erraríamos gravemente si dijéramos que debemos ser misericordiosos para alcanzar misericordia, y que sólo podemos esperar alcanzar la misericordia de Dios si somos misericordiosos primero.

Ahora, para proscribir cualquier concepción legal de este tipo, que sería claramente contraria a la corriente entera de la Escritura, y directamente opuesta a la doctrina fundamental de la justificación por fe en Cristo, les pido que noten que estas personas ya son bienaventuradas, y ya han alcanzado la misericordia.

Mucho antes de que se volvieran misericordiosas, Dios fue misericordioso para con ellas; y antes de que la promesa plena les fuera dada, de conformidad con nuestro texto, de que alcanzarán todavía más misericordia, ya habían obtenido la grandiosa misericordia de un corazón regenerado, que las volvió misericordiosas. Eso está claro por el contexto del texto.

Pues, en primer lugar, estos individuos eran pobres en espíritu; y no es una misericordia insignificante ser vaciados de nuestro orgullo, ser conducidos a ver cuán desposeídos estamos de todo merecimiento a los ojos de Dios, y ser llevados a sentir nuestra debilidad personal y la falta de todo aquello que nos pudiera hacer idóneos para estar en la presencia de Dios.

Yo tengo que pedir, para algunos hombres que conozco, una misericordia suficiente para que sean bendecidos con pobreza espiritual, para que sean conducidos a sentir cuán pobres son, pues no podrían conocer nunca a Cristo, y no podrían volverse misericordiosos en la práctica, hasta no haber visto primero su propia condición verdadera, y no haber obtenido la misericordia suficiente para postrarse a los pies de la cruz, y allí, con un corazón quebrantado, confesar que están vacíos y que son pobres.

El contexto también muestra que estas personas habían alcanzado ya suficiente misericordia para llorar. Habían llorado por sus pecados pasados con amargo arrepentimiento, habían llorado por la condición de una privación práctica de Dios en la que los había sumido el pecado, y habían llorado por su ingratitud para con su Redentor, y por su rebelión contra Su Santo Espíritu. Ellos lloraban porque ya no podían llorar más, y sollozaban porque sus ojos no podían ya sollozar como debían hacerlo debido a su pecado. Ellos habían:

"Aprendido a no llorar sino sólo por el pecado,
Y a clamar únicamente por Cristo."

Y no es una pequeña bendición experimentar el llanto, y tener el corazón contrito y humillado, pues el Señor no lo despreciará.

Habían alcanzado también la gracia de la mansedumbre, y se habían vuelto amables, humildes, contentos, apartados del mundo, sujetos a la voluntad del Señor y listos a pasar por alto las ofensas de otros, habiendo aprendido a orar: "Perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestro deudores," lo cual no es una pequeña bendición.

Ellos habían obtenido en verdad misericordia, cuando su altivo corazón fue abatido, y su espíritu altanero fue doblegado, y se habían vuelto mansos y humildes, a semejanza de su Señor.

Habían alcanzado más gracia todavía, pues habían aprendido a tener hambre y sed de justicia. Ellos tenían un apetito espiritual de la justicia que proviene de Dios por la fe. También tenían un hambre sagrada de la justicia práctica que es entretejida por la obra del Espíritu de Dios. Ellos amaban lo que es recto, y tenían hambre de hacer lo que es recto; tenían hambre de ver a otros actuar rectamente, tenían hambre de ver establecido el reino de justicia, y de que la verdad de Dios prevaleciera en toda la tierra.

¿Acaso no era esto alcanzar en verdad misericordia? Y si de esto brotó el carácter misericordioso, no fue por algo atribuible a ellos, o que pudiera ser considerado como una excrecencia natural de su propia disposición, sino otro don de la gracia, otro fruto que creció de los propios frutos que ya habían sido dados. ¿Acaso no se había dicho ya de estas personas: "De ellos es el reino de los cielos"? ¿Acaso no habían alcanzado ya misericordia? ¿Acaso no se había dicho de ellos: "Ellos recibirán consolación"? ¿Quién se atrevería a decir que no habían alcanzado misericordia? ¿No se había dicho de ellos: "Ellos recibirán la tierra por heredad"? ¿Cómo podrían llamar a esto sino misericordia? ¿No había declarado la voz de Cristo: "Ellos serán saciados"? ¿Acaso no era esta misericordia plena?

Por esa razón yo afirmo que la gente de la que habla nuestro texto eran unas personas que ya habían alcanzado misericordia, que ya eran trofeos singulares de misericordia; y el hecho de que mostraran misericordia a otros era el inevitable resultado de lo que el siempre bendito Espíritu de Dios había hecho a favor de ellos y había obrado en ellos.

Ellos no eran misericordiosos porque tuvieran por naturaleza un corazón tierno, sino que eran misericordiosos porque Dios los había hecho pobres en espíritu. No eran misericordiosos porque hubieran tenido ancestros generosos, sino que eran misericordiosos porque ellos mismos habían llorado y habían recibido consolación. No eran misericordiosos porque buscaran la estima de sus semejantes, sino porque ellos mismos eran mansos y humildes y estaban heredando la tierra, y deseaban que otros pudiesen gozar, como ellos, de la bienaventuranza del cielo. No eran misericordiosos porque no pudieran evitarlo, sintiéndose obligados a serlo debido a algún apremio del que hubieran querido escapar gustosamente si hubiesen podido, sino que eran gozosamente misericordiosos, pues habían tenido hambre y sed de justicia, y fueron saciados.

II. Ahora, en segundo lugar, ¿CUÁL ES LA VIRTUD PECULIAR QUE ES ATRIBUIDA A ESTAS PERSONAS BIENAVENTURADAS? Se afirma que eran "misericordiosos".

Ser misericordioso incluye, primero que nada, benevolencia para con los hijos de la necesidad y las hijas de la penuria. Ningún hombre misericordioso podría olvidar a los pobres. Aquel que pasara por alto sus males sin sentir ninguna simpatía, y viera sus sufrimientos sin aliviarlos, podría parlotear lo que quisiera acerca de la gracia interior, pero no podría haber gracia en su corazón.

El Señor no reconoce como un miembro de su familia, a nadie que pueda ver a su hermano sufriendo una necesidad, y "cierre contra él su corazón." El apóstol Juan pregunta pertinentemente: "¿Cómo mora el amor de Dios en él?" No. Los que son verdaderamente misericordiosos son benévolos con los pobres. Piensan en ellos; sus propias comodidades los conducen a pensar en ellos; y en otros momentos, sus propias incomodidades los llevan también a pensar en ellos. Cuando están enfermos, y se encuentran rodeados de muchos paliativos, se preguntan cómo se las arreglarán los que están enfermos y a la vez son pobres. Cuando las ráfagas de aire frío son penetrantes a su alrededor pero sus abrigos los guardan confortablemente, piensan compasivamente en aquellos que tiritan por ese mismo frío, pero que sólo están cubiertos por unos cuantos harapos. Tanto sus sufrimientos como sus gozos, les inducen a considerar al pobre.

Y los consideran en la práctica. No dicen únicamente que sienten simpatía, esperando que otros los ayuden; sino que dan de lo que tienen conforme a su capacidad, gozosa y alegremente, para que los pobres no sufran carencias; y cuando tratan con ellos, no son duros. Les condonarán, en la medida posible y justa, cualquier cosa que ellos les pidan; y nos los perseguirán implacablemente, ni los estrecharán ni los oprimirán, como hacen los míseros que tratan de quitarle el último bocado y el último centavo al más pobre de los pobres.

No, cuando Dios ha dado a un hombre un nuevo corazón y un espíritu recto, posee una gran ternura para con todos los pobres, y siente especialmente un gran amor hacia los santos pobres; pues, si bien cada santo es una imagen de Cristo, el santo pobre es un cuadro de Cristo enmarcado por el mismo marco en el que debe ponerse siempre el cuadro de Cristo: el marco de la humilde pobreza.

Yo veo en un santo rico mucha semejanza con su Señor, pero no veo cómo podría decir con verdad: "no tengo dónde recostar mi cabeza". Tampoco deseo que lo diga; pero cuando veo la pobreza, lo mismo que todo lo demás que es a semejanza de Cristo, pienso que mi corazón está obligado a inclinarse hacia allá.

Así es como podemos lavar todavía los pies de Cristo: cuidando a los más pobres de Su pueblo. Así es como las mujeres honorables pueden ministrar todavía: aportando de sus riquezas. Así es como podemos hacer todavía un gran festín al cual podemos invitarle: si congregamos a los pobres, y a los lisiados, y a los cojos, y a los ciegos, que no pueden recompensarnos, y estamos contentos de hacerlo por causa de Jesucristo.

Se dice de Crisóstomo que predicaba tan continuamente la doctrina de dar limosna en la iglesia cristiana, que le llamaban 'el predicador de la caridad' y me parece que no es un título inadecuado para ser ostentado por un hombre. En estos días, socorrer al pobre casi se ha vuelto un crimen; de hecho, no sé si haya algunos estatutos que nos declaren culpables por hacerlo. Yo sólo puedo decir que el espíritu de los tiempos es tal vez sabio en ciertos aspectos, pero no me parece que sea claramente el espíritu del Nuevo Testamento.

No faltarán menesterosos en medio de la tierra, y no faltarán menesterosos en medio de la verdadera Iglesia de Cristo. Son el legado de Cristo para nosotros. Es muy seguro que el buen samaritano recibió mayor beneficio del pobre hombre que encontró entre Jerusalén y Jericó, que el beneficio que otorgó a aquel pobre hombre. El samaritano aportó un poco de aceite y vino, y dos denarios, y los gastos del mesón, pero vio su nombre registrado en la Biblia, y desde allí ha sido transmitido a la posteridad: y sin embargo su inversión fue maravillosamente pequeña; y en todo lo que damos, la bendición llega a quienes dan, pues ustedes conocen las palabras del Señor Jesús, cuando dijo: "Más bienaventurado es dar que recibir." Bienaventurados aquellos que son misericordiosos con los pobres.

Además, el hombre misericordioso tiene un ojo ávido, un ojo dispuesto al llanto porque se identifica con los afligidos que le rodean. El peor mal del mundo no es la pobreza; el peor de los males es un espíritu deprimido; al menos yo no conozco algo que sea peor que esto, y hay incluso algunos entre los excelentes de la tierra que raramente gozan de un día brillante en todo el año. Diciembre pareciera gobernar todos los doce meses. En razón de su abatimiento, están sometidos a una servidumbre durante toda su vida.

Si marchan en dirección al cielo, se apoyan en muletas como lo hizo el señor Pronto para Detenerse, y riegan el camino con lágrimas al igual que la señorita Muy Temerosa. A veces temen no haber sido convertidos nunca; en otros momentos, temen haber caído de la gracia; en otros momentos, temen que han cometido el pecado imperdonable; en otros momentos, temen que Cristo se ha apartado de ellos y que no volverán a ver Su rostro nunca. Están llenos de todo tipo de problemas: "Tiemblan y titubean como ebrios y toda su ciencia es inútil."

Hay muchos cristianos que siempre se apartan del camino de personas como esas; o si se las encuentran, les dicen: "ya basta de andarle contando a todo el mundo sus miserias. ¿Quién quiere hablar con gente así? No deberían estar tan tristes; realmente deberían estar más alegres; están cediendo al nerviosismo," etcétera.

Eso podría ser muy cierto, pero siempre es una lástima que lo digan. Es lo mismo que le dijeras a alguien que tiene un dolor de cabeza que está inventando un dolor de cabeza, o cuando tiene calentura o fiebre, que está inventando la calentura o la fiebre. El hecho es que no hay nada más real que esas enfermedades aunque pudieran ser atribuibles a la imaginación, pues son reales en su dolor, aunque tal vez no podamos encontrar una causa para ellas.

El hombre misericordioso es siempre misericordioso para con estas personas; tolera sus extravagancias; a menudo se da cuenta de que son muy insensatas, pero entiende que él sería insensato también si les dijera eso, pues los volvería más insensatas de lo que son. No busca su propio consuelo diciendo: "voy a derivar consuelo de esta persona," sino que desea proporcionar consuelo. Recuerda que está escrito: "Fortaleced las manos cansadas, afirmad las rodillas endebles," y conoce ese mandamiento: "Consolaos, consolaos, pueblo mío, dice vuestro Dios. Hablad al corazón de Jerusalén."

Entiende que, así como su Señor y Maestro buscaba lo que estaba herido, y vendaba lo que estaba quebrado, y sanaba lo que estaba enfermo, y traía de regreso lo que se había descarriado, de la misma manera todos Sus siervos deben imitar a su Señor, cuidando con mayor interés a los que se encuentran en el más triste apuro.

Oh hijos de Dios, si alguna vez son insensibles con las personas afligidas, no son lo que deberían ser; no son como su Señor; no son como serían si estuviesen en su recto estado; pues cuando están en la condición correcta, son tiernos, y piadosos y compasivos, y llenos de compasión, pues han aprendido del Señor Jesús que los misericordiosos son bienaventurados, y que alcanzarán misericordia.

Posiblemente, cuando ustedes también caigan en la depresión, como podría suceder, pueden recordar esas palabras escarnecedoras y esas expresiones ásperas que ustedes usaban en relación a otros. Cuando crecemos mucho, puede ser que el Señor nos abata, y nos alegraremos con cualquier ratonera donde podamos ocultar nuestras cabezas.

Algunos de nosotros hemos sabido en qué consiste alegrarse por la más pequeña promesa, si podemos simplemente aferrarnos a ella; y hemos corrido con avidez a los propios textos que acostumbrábamos citar a los pecadores, y hemos sentido que eran precisamente los mismos textos que necesitábamos.

Cuando el doctor Guthrie estaba muy enfermo y a punto de morir, dijo que le gustaba oír los himnos de los muchachos, y de los niñitos, y los hombres más vigorosos de la familia de Cristo a menudo necesitan los textos de los muchachos y las promesas de los muchachos. Incluso las promesas de los niñitos son adecuadas para los grandes hombres cuando se encuentran en esa triste condición. Sean misericordiosos, como también su Padre celestial es misericordioso, para con aquellos que están abatidos.

Esta misericordia se extiende además al perdón pleno de todas las ofensas personales en nuestra contra. "Bienaventurados los misericordiosos", es decir, aquellas personas que no toman a pecho las injurias que reciben ni los insultos, ya sean intencionados o no.

Un cierto gobernador de Georgia, en los días del señor Wesley, dijo que haría azotar a su sirviente a bordo del barco en que iban por tomarse su vino; y cuando el señor Wesley intercedió para que el hombre fuese perdonado en esa ocasión, el gobernador dijo: "es inútil, señor Wesley; sabe usted, señor, yo nunca perdono." "Bien, entonces, señor", -repuso el señor Wesley- "espero que sepa que usted no será perdonado nunca, o de lo contrario, yo espero que no haya pecado nunca." Así que, mientras no dejemos el pecado, no debemos hablar nunca de no perdonar a otras personas, pues necesitaremos el perdón para nosotros mismos.

Ustedes podrán observar, en muchas familias, que surgen disputas incluso entre hermanos y hermanas, pero debemos estar siempre dispuestos a hacer de lado cualquier cosa que cause una disensión o un resentimiento, pues un cristiano es la última persona que debe albergar sentimientos ásperos.

Ocasionalmente he observado que una gran severidad es aplicada en contra de los sirvientes, que se quedan sin un empleo y son expuestos a muchas tentaciones, por una falta que podría ser subsanada si fuera perdonada, y si se usasen palabras amables. No es correcto que alguno de nosotros diga: "¡requiero que todo mundo actúe rectamente conmigo, y quiero que todo el mundo lo sepa; estoy resuelto a no tolerar ninguna insensatez, no va conmigo! Pretendo que todos los hombres actúen rectamente conmigo; y si no, ya los pondré en orden."

Ah, queridos amigos, Dios no les habló nunca así; y permítanme decir también que, si esa es la forma en que hablan, no es para nada el lenguaje de un hijo de Dios. Un hijo de Dios siente que él mismo es imperfecto, y que vive con gente imperfecta; cuando actúan impropiamente hacia él, lo siente, pero al mismo tiempo también siente que, "he sido peor con mi Dios de lo que ellos han sido conmigo, así que me quedaré tranquilo."

Yo les recomiendo, queridos hermanos y hermanas, que tengan siempre un ojo ciego y un oído sordo. Yo he tratado siempre de tenerlos; y mi ojo ciego es el mejor ojo que tengo, y mi oído sordo es el mejor oído que tengo. Hay muchos comentarios que pueden oír incluso provenientes de sus mejores amigos que les podrían causar mucho dolor, y producirles mucho malestar; entonces no los oigan. Ellos probablemente se lamentarán por haber hablado tan poco amablemente, si ustedes no lo mencionan, y dejan que todo se desvanezca; pero si dijeran algo al respecto, y lo estuvieran recordando una y otra vez, y se irritaran y se preocuparan al respecto, y lo engrandecieran, y le comentaran a alguien más ese tema, e involucraran a media docena de personas en la disputa, esa es la forma en la que se han creado los desacuerdos familiares, ha sido la causa por la que las iglesias cristianas han tenido divisiones, el demonio es engrandecido, y Dios es deshonrado. Oh, no permitamos que suceda así entre nosotros, sino que debemos sentir, cuando recibamos alguna ofensa, "Bienaventurados los misericordiosos", y nosotros tenemos la intención de serlo.

Pero esta condición misericordiosa va mucho más lejos. Debe haber y habrá gran misericordia en el corazón del cristiano hacia aquellos que son visiblemente pecadores. El fariseo no tuvo misericordia para con el hombre que era un publicano. "Bien," -dijo- "si ha caído tan bajo como para cobrarles a sus conciudadanos súbditos el impuesto romano, es un sujeto ignominioso. Espero que se aleje lo más que se pueda de mi dignificado ser."

Y en cuanto a la ramera, no importaba que estuviera lista a derramar suficientes lágrimas para lavar los pies de su Salvador, pues era una persona inmunda; y Cristo mismo era considerado como contaminado porque permitía que una mujer que había sido una pecadora, mostrara de esa manera su arrepentimiento y su amor. Simón y los otros fariseos sentían que "personas así se habían colocado fuera del seno de la sociedad, y que allí debían permanecer. Si se han extraviado de esa manera, que paguen las consecuencias"; y hay todavía mucho de ese espíritu en este mundo hipócrita, pues una gran parte del mundo es un compuesto de las más atroz hipocresía que uno pueda imaginar.

Hay hombres que están viviendo en el vil pecado, saben que están viviendo así, y sin embargo entran a la sociedad, y son recibidos como si fuesen las personas más respetables del mundo; pero si sucediera que alguna pobre mujer es conducida al extravío, ¡qué barbaridad, qué barbaridad, qué barbaridad!, ella sería demasiado vil para que estos caballeros se enteraran de su existencia. ¡Esos canallas, cómo es posible que tengan una pretensión de virtud cuando ellos mismos se entregan los más depravados vicios!

Y, sin embargo, así es, y en la sociedad prevalece una mojigatería que está pronta a decir: "oh, alzamos nuestras manos con horror ante cualquiera que hubiera hecho algo indebido en contra de la sociedad, o en contra de las leyes de la tierra".

Ahora, un cristiano opina cosas más duras del pecado, de lo que lo hacen los mundanos. Juzga al pecado con una regla más severa de lo que lo hacen los demás, pero siempre piensa con benevolencia del pecador; y si pudiera, entregaría su vida para recuperar al pecador, igual como lo hizo su Señor antes que él. No dice: "quédate ahí; no te acerques a mí, pues yo soy más santo que tú", sino que considera que su quehacer principal sobre la tierra es clamar a los pecadores: "He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo."

De tal manera que el cristiano misericordioso no es alguien que le cierre la puerta a nadie, no es alguien que considere a nadie indigno de su atención; se alegra si puede llevar a Jesús a los más caídos y a los más depravados; y nosotros honramos a esos amados hermanos que están completamente ocupados en esta santa obra, pues entre más bajo tengan que ir, su honra es mayor, a los ojos de Dios, al permitírseles escarbar en las propias perreras del infierno para encontrar a los diamantes Kohinoor para Cristo; pues, en verdad, las joyas más resplandecientes de la corona procederán de los lugares más oscuros y asquerosos donde han estado perdidas. "Bienaventurados los misericordiosos" que se preocupan por los caídos, por los que se han extraviado, "porque ellos alcanzarán misericordia."

Pero un cristiano genuino tiene misericordia de las almas de todos los hombres. Él no se preocupa meramente por la clase extremadamente caída, así llamada por los hombres del mundo, sino que considera a la raza entera como caída. Él sabe que todos los hombres se han descarriado de Dios, y que todos están aprisionados por el pecado y la incredulidad hasta que la eterna misericordia viene para su liberación; por tanto su piedad va dirigida a los respetables, y a los ricos, y a los grandes, y a menudo siente piedad por los príncipes y los reyes porque cuentan con muy pocas personas que les digan la verdad.

Siente compasión por los pobres ricos, pues si bien es cierto que se hacen esfuerzos para recuperar a las clases trabajadoras, ¡cuán pocos esfuerzos se hacen para la recuperación de los nobles y de las duquesas, para llevar a los grandes pecadores tales como "su Señoría ilustrísima" al conocimiento de Jesucristo! Siente compasión por ellos, y siente compasión por todas las naciones, las naciones que están sumidas en las tinieblas paganas, y los que son prisioneros del Papado.

Él anhela que la gracia descienda sobre todos, y que las verdades del Evangelio sean proclamadas en cada calle, y Jesús sea dado a conocer a cada hijo y a cada hija de Adán; siente amor por todos ellos. Y yo les ruego, hermanos, que no minimicen nunca este instinto verdadero de la naturaleza nacida de nuevo.

La grandiosa doctrina de la elección es muy preciosa para nosotros, y la sostenemos con firmeza; pero hay algunos (y no puede negarse) que permiten que esa doctrina enfríe su amor hacia sus semejantes. No parecieran tener mucho celo por su conversión, y están muy contentos quedándose quietos, y permaneciendo ociosos, confiando que los decretos y propósitos de Dios se verán cumplidos.

Se verán cumplidos, hermanos, pero será por medio de cristianos de corazón ardiente que lleven a otros a Jesús. El Señor Jesús verá el fruto de la aflicción de Su alma, pero será por medio de uno que es salvo y que le hable a otro, y ese otro a un tercero, y así sucesivamente hasta que el fuego sagrado se propague, hasta que la tierra se vea ceñida en llamas.

El cristiano es misericordioso con todos, y anhela ansiosamente que sean llevados al conocimiento del Salvador, y realiza esfuerzos por alcanzarlos; procura ganar almas para Jesús, utilizando el máximo de su capacidad. También ora por ellos; si es realmente un hijo de Dios, se toma el tiempo para suplicar a Dios por los pecadores, y da todo lo que pueda para ayudar a otros para que pasen su tiempo explicando a los pecadores el camino de la salvación, y argumentando con ellos como embajadores de Cristo.

El cristiano convierte esto en uno de sus grandes deleites. Si por cualquier medio puede hacer volver a un pecador, por el poder del Espíritu, del error de su camino, salvará de muerte a un alma, y cubrirá multitud de pecados.

Tengo muchas más cosas que decir acerca de esta misericordia. Es un tema tan amplio que no puedo dar todos sus detalles. Ciertamente significa un amor a Dios en el fondo, que se manifiesta a través de deseos misericordiosos por el bien de las criaturas de Dios. El hombre misericordioso es misericordioso para con su bestia. No creo en la compasión de un hombre que sea cruel con un caballo. A veces hay necesidad del látigo, pero el hombre que lo usa cruelmente no puede ser en verdad un hombre convertido.

Hay espectáculos que se pueden ver algunas veces en nuestras calles, que muy bien podrían provocar al Dios del cielo a bajar en indignación y castigar la crueldad de personas brutales para con las bestias brutas. Pero cuando la gracia de Dios está en nuestro corazón, no causaríamos un dolor innecesario a una mosca; y si, en el curso de las necesidades de la humanidad, debe infligirse dolor a los animales inferiores, el corazón cristiano se siente adolorido, y tratará de idear todos los medios posibles para prevenir cualquier dolor innecesario que tenga que ser soportado por una sola criatura hecha por la mano de Dios.

Hay cierta verdad en aquel dicho del anciano marinero: "el que ama tanto al hombre como al ave y a la bestia, ora bien". Hay un toque, aunque no sea siempre de gracia, de algo semejante a la gracia, en la amabilidad de corazón que todo cristiano debería sentir hacia todos los seres vivos que Dios ha creado.

Además, el hombre misericordioso muestra su misericordia hacia sus semejantes de muchas formas de este tipo. Es misericordioso en cuanto a su carácter, misericordioso porque no cree muchos de los reportes que oye acerca de hombres buenos de buena reputación. Cuando escucha alguna sorprendente historia muy detractora del carácter de un hermano cristiano, dice: "ahora, si le dijeran a ese hermano esta historia acerca de mí, no me gustaría que la creyese de mí a menos que la investigara, y quedara muy convencido de ella, y yo no la creeré tampoco a menos que me vea forzado a hacerlo."

Es algo muy deleitable que los cristianos tengan confianza en el carácter de los demás. Si eso prevaleciera en una iglesia, se evitaría un mundo de sinsabores.

Hermano, yo tengo más confianza en ti de la que pueda tener jamás en mí; y como en verdad puedo decir eso, tú deberías estar en capacidad de decir también lo mismo de tus compañeros cristianos. No seas propenso a recibir tales reportes; hay tanta maldad en creer una mentira como la hay en decirla, cuando estamos listos a creerla de entrada. No habría difamadores si no hubiera receptores ni creyentes de la calumnia; pues cuando no hay demanda de un artículo, no hay productores del mismo; y si no creemos en reportes malintencionados, el chismoso sería desalentado, y abandonaría su ocupación dañina.

Pero supongan que nos viéramos forzados a creer en el reporte. Entonces el hombre misericordioso mostraría su misericordia si no lo repitiera. "¡Ay!", -dice- "es verdad, y lo siento mucho; pero ¿por qué habría de publicarlo por todos lados?" Si sucediera que hay un traidor en un regimiento, no creo que los otros soldados fueran a publicarlo por todos lados, y dijeran: "nuestro regimiento ha sido deshonrado por uno de nuestros camaradas." "Es un pájaro malvado que ensucia su propio nido", y es un mal profesante el que usa su lengua para publicar las faltas y las fallas de sus hermanos.

Por tanto si hubiéramos oído de tal cosa, entonces el hombre misericordioso siente que es su deber no repetirlo. Muchos hombres han sido arruinados de por vida por culpa de una falta que cometieron cuando eran jóvenes, que ha sido tratada severamente. Un joven se apropió indebidamente de una suma de dinero, y fue presentado delante de los magistrados, y fue metido en la cárcel, y así, fue convertido en un ladrón de por vida. El perdón por la primera acción, acompañado de oración y de una reprensión amable, le habrían ganado a una vida de virtud, o (¿quién podría saberlo?), a una vida de piedad.

De cualquier manera, es necesario que el cristiano no exponga a nadie, a menos que fuese absolutamente necesario, como algunas veces lo es; pero siempre debe tratar al que yerra de la manera más amable posible.

Y, hermanos, debemos ser misericordiosos para con los otros, tratando de no mirar nunca el peor lado del carácter de un hermano. ¡Oh, cuán veloces son algunos para espiar las fallas de otras personas! Oyen que el señor Fulano de Tal es muy útil en la iglesia, y dicen: "sí, lo es, pero tiene una forma muy curiosa de hacer su trabajo, ¿no es cierto? Y es tan excéntrico." Bien, ¿han conocido alguna vez a un buen hombre que haya sido muy exitoso, y que no haya sido un poco excéntrico?

Algunas personas son demasiado tersas para hacer mucho alguna vez; la fuerza de nuestro carácter consiste en esos nudos extraños que nos acompañan, pero, ¿por qué tener tanta prontitud para señalar todas nuestra fallas? ¿Acaso salen ustedes cuando el sol brilla en todo su esplendor, y dicen: "sí, este sol es un buen iluminador, pero observo que tiene manchas"? Si lo hicieran, sería mejor que se guardaran sus comentarios; pues el sol da más luz que ustedes, independientemente de cuántas manchas tengan o no tengan ustedes.

Y muchas excelentes personas del mundo tienen manchas, pero desempeñan un buen servicio para Dios y para su época; así que no nos convirtamos en buscadores de manchas, sino que miremos al lado brillante del carácter del hermano en vez de mirar su lado oscuro para que elevemos nuestra reputación cuando otros cristianos se eleven en su reputación, y para que, y conforme sean honrados por causa de su santidad, nuestro Señor reciba la gloria de ello, y nosotros participemos en parte de ese consuelo.

Y no nos unamos nunca a los fuertes gritos que son alzados a veces contra los hombres que pudieran haber cometido algunas pequeñas ofensas. Tantas y tantas veces hemos oído a los hombres clamar, y sus voces han resonado como los ladridos de una jauría de galgos contra algún individuo que hizo algún juicio equivocado, o peor aún, han clamado: "¡abajo con él, abajo con él!"

Y si se metiera a la vez en algún lío económico, entonces seguramente tendrá que ser un individuo despreciable; pues para algunos, la falta de dinero es una clara prueba de falta de virtud, y la falta de éxito en los negocios es considerada por algunos como la más condenadora de todas las voces. ¡Pero que seamos librados de tales gritos contra los hombres buenos, y que nuestra misericordia tome siempre la forma de estar dispuestos a reintegrar a nuestro amor y a nuestra compañía a cualquiera que hubiera errado, pero que, sin embargo, muestre un arrepentimiento sincero y verdadero, y un deseo de adornar la doctrina de Dios su Salvador en todas las cosas en el futuro!

Ustedes que son misericordiosos estarán dispuestos a recibir a su hermano pródigo cuando regrese a la casa de su Padre. No sean como el hermano mayor, y cuando oigan la música y la danza no pregunten: "¿qué significan estas cosas?", sino consideren apropiado que todos estén contentos cuando el que se había perdido es hallado, y el que era muerto ha revivido.

Yo sólo aporto sugerencias que se puedan adaptar a unas personas o a otras. Hermanos y hermanas míos, debemos ser misericordiosos en el sentido de no permitir que otros sean tentados más allá de lo que son capaces de soportar. Ustedes saben que existe tal cosa como exponer a nuestros jóvenes a la tentación. Los padres permiten a veces que sus hijos comiencen en la vida en empresas donde existe la posibilidad de subir, pero donde hay una mayor probabilidad de caer en gran pecado. No estiman los riesgos en los que incurren a veces al poner a sus hijos en grandes empresas donde no hay ninguna consideración para la conducta, y donde hay mil redes de Satanás tendidas para capturar a los pájaros incautos.

Sean misericordiosos con sus hijos; no permitan que sean expuestos a los males que fueron, tal vez, demasiado fuertes para ustedes en su juventud, y que serán demasiado fuertes para ellos. Que su misericordia los considere, y no los pongan en esa posición.

Y en cuanto a sus empleados de oficina y sus sirvientes, nosotros, cuando tenemos gente deshonesta a nuestro alrededor, somos casi tan culpables como ellos. No pusimos bajo llave nuestro dinero, ni lo cuidamos debidamente. Si lo hubiésemos hecho, no habrían podido robarlo. Dejamos abandonadas nuestras cosas, y debido a nuestro descuido, puede presentarse la pregunta: "¿no podré llevarme esto y eso?" Y así, podríamos ser partícipes en sus pecados por causa de nuestro propio descuido.

Recuerden que no son sino hombres y mujeres, algunas veces no son sino muchachos y muchachas, entonces no les pongan carnadas delante de ellos, no le hagan el juego a Satanás, sino alejen de ellos la tentación en la medida de sus posibilidades.

Y seamos misericordiosos también con la gente, no esperando demasiado de ellos. Yo creo que hay personas que esperan que quienes trabajan para ellos lo hagan veinticuatro horas al día, o poco menos. Sin importar cuán dura sea la tarea, no se dan cuenta nunca que la cabeza de sus obreros les duele, o que sus piernas se cansan. "¿Para qué fueron creados sino para ser esclavos nuestros?" Ese es el tipo de concepto que tienen algunos, pero ese no es el concepto de un verdadero cristiano.

El cristiano siente que desea que sus sirvientes y sus dependientes cumplan con su deber, y se duele cuando comprueba que muchos de ellos no pueden ser conducidos a hacerlo; pero cuando los ve haciendo diligentemente su trabajo, a menudo siente por ellos incluso más de lo que sienten ellos mismos, pues es considerado y benévolo. ¿Quién quisiera arrear a un caballo esos dos kilómetros extras que lo lleven al punto de caerse? ¿Quién quisiera sacarle una hora extra de trabajo a su semejante que sería lo necesario para volverlo desdichado? Resumiendo todo lo que he dicho en una frase, queridos amigos, seamos tiernos, amables y benévolos con todos.

"¡Oh!", -dirá alguno- "si fuéramos por el mundo actuando de esa manera, abusarían de nosotros, y seríamos maltratados," y cosas por el estilo. Bien, inténtalo, hermano; inténtalo, hermana; y descubrirás que cualquier quebranto que te venga por ser demasiado tierno de corazón, y demasiado amable, y demasiado misericordioso, será una aflicción tan ligera, que no sería digna de compararse con la paz mental que te traerá, ni con el constante manantial de gozo que pondrá tanto en tu propio pecho como en el pecho de otros.

III. Concluiré notando brevemente LA BENDICIÓN QUE ES PROMETIDA A LOS MISERICORDIOSOS.

Se dice de ellos que "alcanzarán misericordia." No puedo evitar creer que esto quiere decir que lo harán en esta vida presente así como en la vida venidera. En verdad este es el significado de David en el Salmo cuarenta y uno: "Bienaventurado el que piensa en el pobre; en el día malo lo librará Jehová. . . .Será bienaventurado en la tierra."

¿Acaso ese texto ha sido suprimido completamente en la nueva dispensación? ¿Acaso esas promesas son válidas para los antiguos tiempos legales? Ah, hermanos, tenemos al sol; pero recuerden que, cuando el sol brilla, las estrellas están brillando también; no las vemos por causa del mayor brillo del sol, pero cada estrella brilla durante el día al igual que en la noche, aumentando la luz; y así, aunque las mayores promesas del Evangelio nos hacen a veces olvidar las promesas de la antigua dispensación, no están canceladas; todavía están allí, y están confirmadas, y son en Cristo Jesús Sí y Amén, por medio de nosotros, para la gloria de Dios.

Yo creo firmemente que cuando un hombre está en problemas, si ha sido capacitado a ser amable y generoso con otros, por medio de la gracia, puede mirar a Dios en oración y decir: "Señor, allí está Tu promesa; no reclamo ningún mérito sobre ella, pero tu gracia me ha capacitado, cuando he visto a otros en la misma condición en que me encuentro, para ayudarles. Señor, levántame un ayudador."

Job parecía alcanzar algún consuelo de ese hecho; no es nuestro mayor consuelo ni el mejor; como he dicho, no se trata del sol, sino solamente de una de las estrellas. Pero al mismo tiempo, nosotros no despreciamos la luz de las estrellas. Yo creo que Dios ayuda y bendice muy a menudo en los asuntos temporales, a aquellas personas que ha bendecido dotándolas de un espíritu misericordioso para con otros.

Y a menudo es cierto, en otro sentido, que aquellos que han sido misericordiosos alcanzan misericordia, pues ellos alcanzan misericordia de otros. Nuestro Salvador dijo: "Dad, y se os dará; medida buena, apretada, remecida y rebosando darán en vuestro regazo; porque con la misma medida con que medís, os volverán a medir." Habrá este tipo de sentimiento general. Si un hombre fue rígidamente justo, y nada más, cuando pierde su posición en el mundo, pocos lo compadecen; pero de ese otro hombre, cuyo sincero esfuerzo fue el de ser el ayudador de otros, cuando se encuentra en problemas, todos dicen: "estamos con él."

Pero el pleno sentido del texto, sin duda, se relaciona con aquel día del cual Pablo escribió en lo relativo a su amigo, Onesíforo: "Concédale el Señor que halle misericordia cerca del Señor en aquel día." No vayan a pensar que yo estoy predicando misericordia como una obra meritoria; hice lo mejor que pudo en la introducción para hacer todo eso a un lado. Pero como una evidencia de gracia, la misericordia es una señal muy prominente y distinguida; y si necesitan una prueba de ello, permítanme recordarles que la propia descripción de nuestro Señor del día del juicio dice así: "Entonces el Rey dirá a los de su derecha: Venid, benditos de mi Padre, heredad el reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo. Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; fui forastero, y me recogisteis; estuve desnudo, y me cubristeis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a mí." Esta, por tanto, es la evidencia de que eran benditos del Padre."


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