La Súplica del Último Mensajero

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English: The Pleading of the Last Messenger

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Por Charles H. Spurgeon sobre Salvación
Una parte de la serie Metropolitan Tabernacle Pulpit

Traducción por Allan Aviles


"Por último, teniendo aún un hijo suyo, amado, lo envió también a ellos, diciendo: Tendrán respeto a mi hijo. Mas aquellos labradores dijeron entre sí: Este es el heredero; venid, matémosle, y la heredad será nuestra. Y tomándole, le mataron, y le echaron fuera de la viña. ¿Qué, pues, hará el señor de la viña? Vendrá, y destruirá a los labradores, y dará su viña a otros." Marcos: 12: 6-9.

Hermanos, ustedes conocen la historia del trato de Dios con Israel, y del trato de Israel con Dios. El Señor eligió a sus padres, Abraham, Isaac, y Jacob; los hizo una raza separada para Él, los sacó de Egipto de bajo el yugo de hierro; los condujo a través del Mar Rojo; los alimentó durante cuarenta años en el desierto; los llevó por diferentes lugares, y los instruyó de la misma manera que un hombre enseña a su hijo. Cuando se cumplió el tiempo, los introdujo en la tierra que fluye leche y miel; y los puso bajo una dispensación eminentemente benévola y llena de ternura, en la que como nación, pudiesen gozar de prosperidad ininterrumpida, "Y se sentará cada uno debajo de su vid y debajo de su higuera, y no habrá quien los amedrente." Todo lo que requería de ellos era que Él fuera su Dios, que no pusieran ídolos en lugar Suyo, y que obedecieran Sus estatutos.

¡Ay!, desde el principio imitaron a las naciones entre las que vivieron: adoraron a los dioses de Egipto cuando estaban en el desierto, y en Canaán fueron tras las deidades corruptas de las naciones. Adoraron a dioses inmundos con ritos obscenos; hicieron pasar a sus hijos por el fuego en honor a Moloc, e hicieron cosas horrendas que irritaron al Altísimo. En Su longanimidad les envió profetas, uno tras otro, profetas que recibieron trato indigno de manos de ellos cuando reprendían sus pecados. Los profetas fueron escarnecidos, perseguidos, y muertos a filo de espada. Dios en grandiosa paciencia les envió más mensajeros Suyos, algunos de ellos grandilocuentes, como Isaías y Ezequiel; otros de ellos con abundantes lágrimas, como Jeremías; o vestidos con dignidad, como Daniel. Ellos advirtieron al pueblo, y no cesaron de suplicarle, por si talvez ellos escucharen o se contuviesen. Un cruel tratamiento aguardaba a muchos de los siervos del Señor: fueron apedreados y fueron aserrados.

Israel rechazó a los siervos que vinieron de parte del grandioso Padre de familia pidiendo el fruto de la viña. Ellos repudiaron las peticiones de Dios, y con desprecio y desdén, desecharon la lealtad a Él; hasta que al fin la nación fue llevada a la cautividad, y finalmente sólo se quedó en la tierra elegida un mero remanente. Judá lloró sobre el muladar, después que en otro tiempo estuvo adornada con ornamentos nupciales y se sentaba en el trono. El adversario gobernó en los salones de David, pues los días de Herodes, el tirano idumeo, habían llegado. Era pesado el yugo romano sobre el pueblo: sus pecados lo habían abatido.

Dios, en Su infinita compasión, les dio una nueva oportunidad. Él tenía un Hijo, Su Bienamado Hijo, que envió a Israel. Con labios que derramaban misericordia, y con ojos desbordantes de ternura, vino. "¡Oh, si también tú conocieses, a lo menos en este tu día!" Él lloró sobre la ciudad que no quería ser salvada. Pero Su advertencia y Su llanto se perdieron en un pueblo ciego. Aquellos que habían rechazado a los profetas, también rechazaron al Señor: la suerte de los profetas se repitió en "el heredero." "Matémosle," se dijeron; y Le dieron muerte de cruz.

Ustedes conocen la historia: está llena de infinita misericordia de parte de Dios, y de culpa sin medida de parte del hombre. ¡Dios pareció excederse en Su longanimidad y el hombre se sobrepasó en su desvergonzado desafío al Altísimo! El pecado culminó en el asesinato del Hijo de Dios. Alcanzó su cima suprema de horror cuando se escuchó el grito: "¡Crucifícale! ¡Crucifícale!" Sí, ellos crucificaron al Señor de Gloria.

¿Qué tiene que ver esto con nosotros? No voy a predicar esta mañana simplemente para repasar un tramo de la historia antigua que no tiene ninguna relación con nuestro tiempo. No considero así la muerte de nuestro Señor. Tengo ansiedad por alcanzar las conciencias de los hombres de ahora, y, si fuera posible, ganar para el Bendito Heredero de todas las cosas, que Se ha levantado de los muertos, a algunas personas que tienen una parte en Su muerte. Quisiera llevar al grandioso Señor de la viña los frutos de la viña que Él mismo ha plantado y quisiera incitar a muchos corazones a que se sometan a Él, al recordar las lesiones impías que fueron infringidas a Sus siervos y a Su Hijo. ¡Anhelo que el Espíritu de Dios se mueva silenciosamente sobre esta audiencia el día de hoy, conforme intente usar este pasaje, no en su aplicación más estricta, sino más bien en una aplicación tal que el Espíritu de Dios apruebe con seguridad! ¡Que Él bendiga la Palabra del Salvador para usos presentes: que podamos arrepentirnos en este día!

El hecho es que a menos que hubiésemos sido cambiados por la gracia divina, todos rehusaríamos prestar a nuestro grandioso Dios el servicio que Le es debido. Él nos ha puesto aquí y nos ha dado vida, como una viña, para que la cultivemos, pero muchos han cultivado esa viña enteramente para ellos mismos (para ellos mismos y sus familias y amigos), y no para su Dios, su Hacedor. "No hay Dios en ninguno de sus pensamientos." Ahora, el Señor ha enviado a tales personas, a muchos mensajeros. No hemos tenido ningún profeta que viva entre nosotros en estos días, pero tenemos la Palabra de Dios y el registro de los testimonios de Sus inspirados mensajeros, y éstos nos hablan virtualmente. Tenemos a Moisés y los profetas: ellos nos están hablando también ahora. Además, hemos estado rodeados de hombres de Dios y cercados por santas mujeres que han apelado a nosotros en el nombre de Dios. Han sido urgidos por el amor de su corazón a hablar y han tratado de conducirnos al arrepentimiento de nuestra rebelión pasada y a entregarnos de inmediato a Dios. Muchas son las voces a nuestro alrededor que nos persuaden a entregar al grandioso Señor de la viña lo que Le es debido: pero en muchos casos ninguna de esas voces ha tenido éxito.

Por último, Dios nos ha enviado a Su Hijo, para que Él en persona nos repitiera amorosamente y con mayor énfasis, los requerimientos del Señor de amor. La sabiduría encarnada clama a nosotros hoy: "Dame, hijo mío, tu corazón." Jesús nos advierte: "Antes si no os arrepentís, todos pereceréis igualmente." Él pone ante nosotros el camino de la reconciliación y nos ordena que creamos en Él y vivamos. Con muchas parábolas encantadoras quiere invitar al hogar al hijo pródigo que está lejos y atraerlo al pecho del amor perdonador. ¡La propia venida del Hijo de Dios en forma humana, como Emanuel, Dios con nosotros, es la gran súplica del Amor para la reconciliación! ¿Quién puede resistir un argumento tan poderoso? Es en la Persona de Jesucristo que Dios hace Su última y más poderosa apelación a la conciencia humana. Por el Cristo de Dios, Él dice virtualmente esta mañana: "Convertíos, convertíos: ¿Por qué moriréis, casa de Israel?" Y le pido a Dios que la respuesta de muchos corazones sea: "Venid y volvamos a Jehová; porque él arrebató, y nos curará." ¡Oh, grandioso Espíritu, haz que así sea!

Hablaré de tres cosas el día de hoy. La primera será la asombrosa misión: "Por último, teniendo aún un hijo suyo, amado, lo envió también a ellos, diciendo: Tendrán respeto a mi hijo." En segundo lugar, el pasmoso crimen: "Y tomándole, le mataron, y le echaron fuera de la viña." Y, por tanto, en tercer lugar, el castigo apropiado, del cual dice el texto, "¿Qué, pues, hará el señor de la viña?" ¿Qué venganza puede bastar para un acto tan vil?

I. Primero, entonces, reflexionemos por unos instantes en la asombrosa misión: "Por último, teniendo aún un hijo suyo, amado, lo envió a ellos."

Por favor recuerden, en lo relativo al Hijo de Dios enviado a nosotros para reconciliarnos con el Padre, que Él vino después de muchos rechazos al Amor Divino. En cuanto a Israel, Él vino después de los profetas, por lo que a nosotros llegó después de muchos otros. No hay nadie entre nosotros, así lo creo, que haya sido dejado sin advertencias y reconvenciones de Dios. Él comenzó temprano con algunos de nosotros, llamándonos como Samuel, cuando todavía éramos niños. Repitió esos llamados a través de los días de nuestra juventud. Pecar, para nosotros, no fue barato. No nos descarriamos nunca; había un algo interno que nos halaba de la manga, y nos advertía de nuestro comportamiento erróneo. Hemos sido llamados a Dios por las más fervientes súplicas de hombres fieles y mujeres afectuosas. Se nos han predicado sermones que habrían conmovido a corazones de piedra; pero aun así, aunque sacudidos momentáneamente, permanecimos siendo obstinados enemigos de Dios, deshonestos en cuanto a Sus reclamos, entregados a este mundo y olvidadizos del mundo venidero.

Después de todas estas repulsas, si el Señor hubiere cerrado el cofre de la misericordia, y hubiese abierto la redoma de la venganza y la hubiera derramado sobre nosotros, ¿quién habría podido reprocharle? En vez de lo cual, Él, todavía en Su longanimidad piadosa, nos habla por Su Hijo. Jesucristo, por Quien hizo los mundos, condesciende a ser el Mensajero del pacto de gracia. Él mansamente nos recuerda nuestras ofensas contra el grandioso Padre, nuestra terquedad en no regresar a Él, y el tremendo peligro al que nos exponemos al permanecer en oposición al grandioso Dios. La propia existencia de nuestro Salvador nos sirve de advertencia de nuestro pecado, de nuestra ruina, y de la única vía de escape. Si es cierto que hemos rechazado los reclamos de Dios tan a menudo, ¿acaso no será suficiente el tiempo pasado para haber jugado este terrible juego? ¿No ha sido suficiente tiempo para que juguemos con nuestras almas? Oh, Señor, ¿durante cuánto tiempo los hombres harán el papel de insensatos y pondrán en riesgo sus almas inmortales? Oh, ¿acaso no cederán al fin ante la sabiduría? Jesucristo mismo, mediante la predicación del Evangelio, nos suplica: ¿tenemos la determinación de perseverar en nuestros perversos caminos? ¿Acaso no sentimos algún tierno ablandamiento? ¿Acaso un "silbo apacible" no nos urge a levantarnos e ir a nuestro Padre? Después de muchas provocaciones, ¿no nos entregaremos, al fin, a la gracia de Dios?

Recuerden que cuando Jesucristo viene a nosotros hoy, como el mensajero del Padre, no viene con fines personales. Cuando los mensajeros fueron enviados por el señor de viña, fue para reclamar la renta debida; cuando vino el heredero, fue con el mismo propósito. Así sucede en el símil humano; pero en el divino, esto se vuelve menos conspicuo. Cuando Jesús nos exhorta, aunque nos urge a que entreguemos nuestro amor y nuestra obediencia a Dios, no quiere decir que Dios necesite eso, como el señor de viña necesitaba de sus rentas. ¿Qué le importa al infinito Jehová que le sirvas o no? Si tú te rebelas contra Dios, ¿acaso Él será menos glorioso? Si tú no obedeces al Señor, ¿qué puede significar eso para Su ilimitada felicidad? ¿Acaso Su corona tendrá menos brillo, o Su cielo será menos resplandeciente porque tú eliges rebelarte contra Él? ¿Acaso porque la estopa combate con el fuego, el fuego será apagado? Si un mosquito contendiera con un horno de fundición, ustedes saben cuál sería el resultado. Es por tu propio bien que Dios quiere que te rindas a Él; ¿cómo podría ser por Su propio bien? Si tuviera hambre no te lo diría a ti, pues los millares de animales en los collados son Suyos. Él puede aplastar mundos hasta convertirlos en polvo, "o con Su palabra, o con un simple gesto." ¿Acaso piensas que Él puede recibir algún beneficio de ti? Únicamente tú serás el ganador o el perdedor; por tanto, cuando Jesús te ruega que te arrepientas, cree en el desinterés de Su corazón; cree que no es otra cosa sino la más tierna consideración por tu bienestar, lo que Lo lleva a advertirte. Oye cómo lo expresa Jehová: "Vivo yo, dice Jehová el Señor, que no quiero la muerte del impío, sino que se vuelva el impío de su camino, y que viva." Un mensajero después de muchos rechazos, un mensajero que viene únicamente por amor a nosotros, debería tener nuestra respetuosa atención.

Veamos por un minuto quién es este mensajero. Él es alguien muy amado por Su Padre, y en Sí mismo Él es de excelencia superlativa. El Señor Jesucristo es tan inconcebiblemente glorioso que tiemblo ante cualquier intento de describir Su gloria. Ciertamente, Él es Dios verdadero de Dios verdadero, co-igual y co-eterno con el Padre, y sin embargo Se dignó tomar una forma humana. Nació a nuestra debilidad como un bebé, y vivió como carpintero para compartir nuestros trabajos. Cuando abandona la mesa y la sierra de la carpintería, fue sólo para seguir caminos más laboriosos como maestro y sanador del pueblo. Él fue el humilde y sufriente maestro de la bendita voluntad del Padre. Tomó sobre Sí la forma de un siervo, y sin embargo en Él habitaba la plenitud de la Deidad corporalmente. Él es el Príncipe de los reyes de la tierra, y sin embargo tomó una toalla y lavó los pies de Sus discípulos.

Tal es Quien te suplica. Tan majestuoso y compasivo, tan grandioso y sin embargo tan bueno: ¿acaso lo vas a rechazar? Si yo te suplico, no soy sino alguien como tú, carne de tu carne; pero si Jesús te habla, te imploro tanto por la gloria de Su Deidad, como por la ternura de Su humanidad, que no lo rechaces. Por causa de Su Deidad, no te atrevas a endurecer tu corazón. Él es el bienamado de Dios; y si tú eres sabio, Él será tuyo. No des la espalda a Quien todos los ángeles adoran. Cuídate de no rechazar a Quien Dios ama tanto; pues lo tomará como un insulto a Sí mismo: el que desprecia al ungido de Dios ha blasfemado contra el propio Dios. Tú picas con tu dedo el propio ojo de Dios, cuando menosprecias a Su Hijo. Al contristar al Cristo, ciertamente vejas el propio corazón de Dios; por tanto no lo hagas. Te imploro, entonces, por el amor que siente Dios por Su Hijo, que escuches a este incomparable mensajero de misericordia, que ansía persuadirte para que te arrepientas.

Ya he dicho que Él es tan glorioso que no puedo describirle; por tanto, diré únicamente queSu benignidad es tan conspicua como Su gloria. No hubo nunca nadie como Él. Ninguno de nosotros ama a los hombres como Cristo los ama; y si los amores de todos lo que poseen un tierno corazón en el mundo, fueran exprimidos conjuntamente, no producirían sino una gota en comparación con el océano de compasión de Jesús. Desde siempre Sus deleites fueron con los hijos de los hombres; y aunque Él habría podido ser feliz en medio de los ángeles, dejó su compañía para asumir nuestra raza inferior. Sí, Él se desposó con nuestra naturaleza, y se volvió hueso de nuestro hueso y carne de nuestra carne, por amor de ese selecto grupo que Él llama Su Novia. No escondió Su rostro de la vergüenza ni de los escupitajos, ni Su cuerpo del derramamiento de sangre, ni Su alma de la mortal agonía; sino que Él amó a Su iglesia, y Se entregó a Sí mismo por ella.

Es este amante de almas el que se convierte en medianero de Dios ante nosotros, y nos suplica que terminemos con nuestra rebelión. ¡No lo rechacen! Si fuera duro y sin amor, yo podría imaginar que se active toda la obstinación de la naturaleza de ustedes; pero Su amor, que sobrepasa el amor de las mujeres, merece otro trato. Si lo rechazas, te responde con lágrimas; si lo hieres, Su sangre te limpia; si lo matas, muere para redimir; si lo entierras, Se levanta de nuevo para traernos resurrección. Jesús es la manifestación del amor.

"Corazón de piedra, ablándate, ablándate;
Quiébrate, ¡conquistado por la cruz de Jesús!
Mira Su cuerpo, magullado, rasgado,
Cubierto por una costra de sangre;
Alma pecadora, ¿qué has hecho tú?
¡Crucificaste al único Hijo de Dios!"

Además, Su manera es muy persuasiva. Cuando he estado intercediendo ante Dios por los hombres, y he terminado mi intercesión, he temido que algo en mi tono o en mi manera haya motivado que mi súplica fallara. No soy, tal vez, tan tierno como debería, ni hay suficiente pasión en mis tonos. Si pudiera hacerlo mejor, iría a cualquier escuela para aprender. Dios me ha enviado a menudo a la escuela del sufrimiento para instruirme al respecto; y, sin embargo, confieso mis fallas con profunda pena. Pero cuando Jesús, mi Señor, les suplica a ustedes, esta acusación no puede ser lanzada contra Él. Su súplica es perfecta. Cuando Jonás predica, sus tonos son ásperos, y su espíritu es prohibitivo; pero eso no puede decirse nunca de Jesús. Cuando Jeremías llora, hay un acompañamiento de amarga queja dentro de la dulce aflicción de su amor; pero no sucede nunca así con Jesús. "¡Jamás hombre alguno ha hablado como este hombre!" Si alguna vez Sus palabras truenan (como ocurre a menudo), aun en ese trueno se oye la voz del amor. Cuando hace brillar el relámpago del juicio contra escribas y fariseos, aún así, tiernas gotas de misericordia siguen a cada llama de fuego. Él es severo porque es tierno: sus expresiones de terror nacen de un amor que no se atreve a ocultar la verdad, aunque le rompa Su corazón decirlo. Dios es amor, y Cristo es el amor encarnado de Dios entre los hombres. Por tanto, querido lector, si tú ves algo en mí que desapruebas, censúrame si quieres; pero entonces está más atento a mi Señor, de Quien únicamente provienen galanteos y ablandamientos. Dios te ha enviado a Su propio Hijo bienamado; te imploro que no lo rechaces. Mi corazón tiembla ante la simple sospecha que por lo menos uno de ustedes vaya a rechazar las súplicas de Uno que tiene mucho celo por el bienestar eterno de ustedes.

Además, cuando Dios envía a Su Hijo para que implore a los hombres, les recuerdo que Él no los exhorta a nada que sea para nuestra pérdida o que vaya en detrimento nuestro: la obediencia a Él es la felicidad para nosotros. Él no nos exhorta a que sigamos una vida de miseria, ni que comencemos un camino que pueda terminar en nuestra destrucción. Todo lo contrario. Los senderos que Él quiere que transitemos son senderos de alegría, y todas las veredas por las que nos conduce son de paz. Aun el arrepentimiento es una tristeza encantadora, mucho más dulce que el gozo del pecado. Aquéllos que se arrepienten y se vuelven a Dios a través de Jesucristo encuentran tal gozo, tal felicidad, que la tierra se convierte para ellos en el vestíbulo del cielo. Alegres campanas tañen dentro de la casa del Padre, cuando un alma regresa al hogar. Él grandioso Padre tiene el mayor gozo, y toda la casa se regocija con Él. Persuadir a ustedes a que sean santos equivale a inducirlos a que sean felices; exhortarlos a que busquen a Dios equivale a urgirlos a que busquen su propio bienestar; exhortarlos a que depongan las armas de la rebelión y a que sean reconciliados con el Altísimo, es poner ante ustedes el camino más sabio, más seguro y el mejor. Por tanto, escúchenlo a Él. El Señor clama a ustedes desde el cielo: "Este es mi Hijo amado; a él oíd." Harían bien en oírlo, cuando cada palabra que Él habla, busca su salvación.

Recuerden, una vez más, que si no oyen al bienamado Hijo de Dios, habrán rechazado su última esperanza. Él es el ultimátum de Dios. Cuando Cristo es rechazado no queda ya nada. Nadie más puede ser enviado; el propio cielo ya no contiene a ningún otro mensajero. Si Cristo es rechazado, la esperanza es rechazada. Tampoco se convertirían ustedes si alguien se levantara de los muertos, pues Jesús se ha levantado de los muertos, y ustedes lo han rechazado. Yo quisiera que cada uno de mis lectores inconversos recordara que no hay otro Evangelio, y no hay más sacrificio por el pecado. He oído hablar de una "mayor esperanza" que la esperanza que el Evangelio pone ante nosotros: es una fábula, y no hay nada en la Escritura que garantice eso. Al rechazar a Cristo, habrán rechazado todo; ustedes mismos se habrían cerrado la única puerta a la esperanza. Cristo, que sabe más que todos aquellos que tienen pretensiones de saber, declara que: "el que no creyere, será condenado." Sólo queda condenación para quienes no creen en Jesús. "No hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos." Esto es muy claro; pues el mayor esfuerzo del cielo ya se ha hecho. ¿Qué más puede hacer Dios? ¡Oh, cielos y tierra! Yo apelo a ustedes, ¿qué más puede hacer Jehová? Si Él entrega a Su Hijo a la muerte, y ese grandioso sacrificio es rechazado ¿qué queda por hacer? La sabiduría infinita ha hecho lo mejor que ha podido y el infinito amor se ha superado: todo lo que los despreciadores pueden esperar es una perspectiva terrífica de juicio.

De esta manera esa asombrosa misión es presentada ante ustedes, y yo les suplico, por amor a ustedes mismos, que no rechacen al que les habla; pues si no escaparon aquéllos que Le rechazaron cuando habló en la tierra, ¿cómo escapará el que desprecia al que habla desde el cielo?

II. Les suplico que presten atención mientras considero, en segundo lugar, EL CRIMEN PASMOSO. No fue nada menos que un crimen pasmoso que, cuando este señor de la viña envió a su bienamado hijo, los labradores se dijeron el uno al otro, "Este es el heredero; venid, matémosle, y la heredad será nuestra. Y tomándole, le mataron, y le echaron fuera de la viña." "No," dirá alguno, "nunca matamos al Hijo de Dios." No los acusaré de haberlo hecho literalmente; eso me haría culpable de exageración. Pero un hombre puede hacer virtualmente aquello que no hace realmente. Si se comete un asesinato y yo lo apruebo, si mis propios principios me conducen a eso, si no siento ninguna indignación contra ese asesinato sino que mis expresiones al respecto son serenas; si hay razones para creer que si yo hubiese estado allí, habría hecho lo mismo, entonces yo podría estar delante de Dios como partícipe del crimen. Hay muchos entre nosotros que son culpables del cuerpo y la sangre de Cristo. El himno que acabamos de cantar no nos presenta una acusación infundada.

"Sí, tus pecados han hecho esa obra,
Clavaron los clavos que Lo fijaron allí,
Coronaron de espinas Su cabeza sagrada,
Atravesaron con la lanza Su costado,
Hicieron de Su alma un sacrificio,
¡Mientras por el hombre pecador Él muere!"

Ahora, yo digo que todos los que niegan persistentemente la Deidad de Cristo, lo matan virtualmente; pues el Hijo de Dios no estaría vivo si Su Deidad no existiera. Es esencial a la idea de Cristo, el heredero de todas las cosas, que Él es Dios, y negar Su Deidad es dar cuchilladas a Su corazón.

Todos aquellos que niegan Su expiación también lo asesinan; pues la sangre del sacrificio es la vida del Cristo de Dios. La propia esencia de Su condición de Cristo, el alma de Su carácter como Jesús, radica en que ha sido seleccionado como propiciación por el pecado. Sin cruz no hay Cristo, sin expiación no hay cruz. Si niegan la grandiosa expiación por el pecado, con todo el alcance de su poder habrían aniquilado al Cristo. Hasta donde pueden hacerlo, han destruido al Salvador.

"Bien, no hemos hecho eso," clamarán algunos. "No nos hemos opuesto a la Deidad o al sacrificio de Jesús." Pero permítanme recordarles que si no Lo juzgan digno de sus más cuidadosos pensamientos, si se quedan indiferentes a Sus reclamos y rehúsan obedecer Su Evangelio, virtualmente lo habrán repudiado. Para ustedes es lo mismo que si no existiera Cristo.

"¿Acaso no es nada para ustedes, que pasan junto al camino?
¿Acaso no significa nada que Jesús haya muerto?"

Ustedes han respondido virtualmente: "no significa nada." Han rebajado a Cristo a la nada comparado con las actividades de la vida cotidiana, y así ustedes lo han asesinado virtualmente: lo han puesto fuera de la existencia, en lo que concierne a ustedes. En el pequeño mundo de su mente no hay un Salvador vivo: Él está muerto y enterrado para ustedes, y los argumentos que utiliza Dios, ustedes no los toman en consideración. Ustedes han estado ocupados toda la semana con distracciones triviales, o discusiones sin importancia, pero no se han dignado pensar en Él, cuyo advenimiento al mundo es una maravilla tan grande, que si nunca pensaran en otra cosa, pudieran ser justificados en una vida de devota meditación. Quien merece todos sus pensamientos, no recibe ninguno. Ustedes no tienen nada que ver con Cristo, con Su cruz, con Su pueblo, o con Su causa; y por tanto (y no digo esto con dureza, sino con mucho dolor), ustedes son asesinos de Cristo, y son culpables de Su sangre. Yo los culpo de quitar de en medio a su Salvador. Yo les hago esta acusación directamente, y confío que los conmoverá y los llenará de horror.

Tengo que trabajar todavía más de cerca con algunos de ustedes, que son culpables con suma certeza. Ustedes fueron una vez miembros de la Iglesia; ustedes se acercaban a la mesa de la comunión, donde se congregan quienes recuerdan Su precioso cuerpo y sangre; ustedes solían gloriarse en Su nombre; pero han vuelto atrás, han negado la fe, han dejado de ser seguidores del Cordero. Ahora, estas no son mis palabras, sino palabras inspiradas: ustedes han "crucificado de nuevo para sí mismos al Hijo de Dios exponiéndole a vituperio." Más allá de toda duda, ustedes están entre quienes han echado fuera de la viña al heredero, matándolo, dando deliberadamente la espalda a Su causa sagrada. ¡Que el Señor tenga misericordia de ustedes! No han tenido misericordia de Cristo ni de ustedes mismos.

Debo enfatizar mucho esto ante muchas personas más que han oído de Cristo, y creen que Él es Dios, y asienten a toda la verdad acerca de Él, pero que todavía no se han sometido nunca a Su autoridad. ¡Oh, señores, qué han hecho? Han preferido al mundo que a Cristo: han elegido a Barrabás y han condenado al Salvador. Ustedes han respondido a los argumentos de Jesús, diciendo: "Espera." ¿Por quién ha tenido que esperar el Señor de ustedes? ¿Qué? ¿Por una ramera? ¿Por un soborno de oro? ¿Por su veleidoso placer? Cuando una gran pregunta es pospuesta para dejar que otra tome precedencia, no lo objetamos si esa otra pregunta es de importancia preeminente; pero, ¿podrías decir que hay algo que tenga mayor importancia para ti que el Hijo de Dios? ¿Acaso hay algo que tenga mayor derecho a tus pensamientos, a tu consideración, a tu amor, que la grandiosa salvación que Jesucristo ha consumado? Si has desbancado al Señor Jesucristo fuera del primer lugar, no ocupará ningún otro lugar, y por tanto le has quitado virtualmente Su condición de Cristo, y tú eres culpable de Su sangre. Tú tienes que ser justificado por Él o serás condenado por Él. No hay una tercera opción: debes creer en Él o no. Ahora, rehusar creer en Él es hacerlo mentiroso, y hacerlo mentiroso es asesinar al Señor de la verdad. Su sangre te cubrirá por fe para limpiarte, o de lo contrario caerá sobre ti para condenarte, como lo hizo con los judíos en el pasado.

¿Cuál fue la razón por la que esos labradores, esos trabajadores de la viña, se atrevieron a tratar así al heredero? La razón es una que debe sacudir a algunas personas aquí presentes que han rechazado a Cristo. Lo hicieron, primero, porque habían gozado de una prolongada inmunidad al castigo. No habían sido castigados de inmediato por su desafío a su señor. Ellos habían rechazado a sus mensajeros sin provocarlo a la guerra; habían procedido a apedrear a algunos y a matar a otros siervos, y el padre de familia no había venido sobre ellos para sacarlos de allí. La primera vez que se burlaron del mensajero, estaban un poco atemorizados; temían que, muy pronto, la espada del príncipe a quien habían desafiado amenazaría sus puertas. Pero como no hubo ninguna invasión, cobraron valor. Mataron al siguiente mensajero, y se lavaron las manos, diciendo con engreimiento: "no tendremos problemas." Al final se endurecieron mucho. No sé qué hayan dicho, pero me imagino que ciertos de ellos propagaron la teoría que su señor no prestaría atención a lo que habían hecho, o que era demasiado benigno para castigarlos severamente. "¡Vean!" se dijeron, "él sólo envía mensajeros de refresco si matamos a los anteriores; y aun si matamos a su hijo, el lo tolerará. No debemos imaginar que él se vengará. Él es amor, y aun si matamos a su hijo, él guardará una mayor esperanza en nosotros." "De cualquier manera," parecieron decir, "correremos cualquier riesgo. Pondremos a prueba su bondad. Mataremos a su hijo, y de esta manera lo retaremos a que haga lo peor."

Hombres malagradecidos abusan hoy de la longanimidad de Dios como lo hicieron en el pasado. Ellos afirman: "bien, he rechazado el Evangelio durante mucho tiempo; he hecho de lado muchas súplicas; pero no estoy muerto, ni he sido atacado de ceguera, ni he sido tumbado de un golpe. Puedo seguir un poco más de tiempo sin ningún riesgo. Puedo rechazar otra vez a Cristo, pues Dios es misericordioso." "Ciertos maestros," dicen ustedes, "nos dicen que Dios es tan bueno, que si matamos inclusive a Su Hijo, no lo tomará en cuenta. Mataremos a Su Hijo, y así rechazaremos la expiación, y pisotearemos la sangre preciosa, y sin embargo no dudamos que todo saldrá bien a la larga, y el mal de nuestro crimen será únicamente temporal." Tal vez ustedes no expresen sus pensamientos con esas palabras; pero están diciendo lo mismo con sus acciones. No se atreven a decirlo, y sin embargo está acechando en sus corazones, y se manifiesta en sus obras. Correrán un terrible riesgo al no dar la debida importancia al Hijo de Dios. A ustedes esto les parece algo sin importancia, pero el horror se apodera de mí cuando pienso en ello.

Oh, señores, yo no seré partícipe de su crimen. No cesaré de advertirles que será el más tremendo de todos los riesgos. Tan lleno de gracia como es Él (y Dios ha demostrado Su gracia enviando a Su Hijo), sin embargo Dios no es afeminado ni es injusto. Si ustedes rehúsan la misericordia que tan gratuitamente les brinda, Él tratará con ustedes en Su justicia. Él es el Juez de toda la tierra, y él hará lo recto. Recuerden cómo lo expresa: "Porque en los cielos se embriagará mi espada." "Si afilare mi reluciente espada, y echare mano del juicio, Yo tomaré venganza de mis enemigos, y daré la retribución a los que me aborrecen." (Deuteronomio 32: 41). Pues tan cierto como Él es amor, también es cierto que Él es santidad. Él es maravilloso en Su poder de perdonar; pero Él es también temible desde Sus santuarios. "Si no se arrepiente, él afilará su espada; armado tiene ya su arco, y lo ha preparado." "Entended ahora esto, los que os olvidáis de Dios, no sea que os despedace, y no haya quien os libre."

La razón más importante, sin embargo, por la que estos labradores determinaron matar al heredero fue esta: ellos dijeron: "la heredad será nuestra." Esto es lo que el corazón del hombre vanamente desea. Dice, "deshagámonos de esta plática problemática de la religión, y entonces podremos vivir para nosotros mismos, y estudiar nuestro propio placer sin ningún remordimiento de conciencia. ¿No nos pertenecemos a nosotros mismos? ¿Quién señoreará sobre nosotros? Si nos deshacemos de este Jesús, no tendremos esta argumentación pendiendo siempre sobre nosotros: que somos criaturas de Dios, y que debemos vivir para Él. No tenemos la intención de servir a Dios. No daremos del fruto de la viña a este padre de familia. Seremos nosotros propietarios. Dios no recibirá nada de nosotros. ¿Quién es Jehová, para que nosotros oigamos Su voz? Si nos pudiéramos liberar de este asunto de Cristo, podremos vivir como queramos, y hacer lo que nos plazca, y nadie nos pedirá cuentas. Si podemos persuadirnos que la religión no es verdadera, entonces no nos importarán las advertencias y las admoniciones, sino que seguiremos nuestro propio ritmo y disfrutaremos sin restricciones. Una vida corta y feliz nos convendrá. Podríamos gozarnos si este asunto de Dios, y de Cristo, y de la eternidad, pudiera ser desechado."

Sí, joven amigo, esto es lo que tu prototipo pensó cuando le dijo a su padre: "dame la parte de los bienes que me corresponde." Después lo juntó todo y se fue lejos a una provincia apartada, y allí desperdició todos "sus bienes viviendo perdidamente." Esto es lo que tú ansías. Pero tu insensatez es sumamente grande. Me duelo cuando miro tu joven rostro y leo el sueño inútil de tu corazón. Poco sabes acerca del cruel tirano a quien sirve el que vive como quiere. ¡Que Dios me conceda que nunca viva como mis concupiscencias pecaminosas quieren que viva! Preferiría ser una máquina y ser compelido a hacer siempre lo que es recto, que tener libre albedrío y con ese libre albedrío entregarme a hacer lo que es malo. Pero no se necesita convertirse en una máquina; la gracia de Dios puede hacerte más libre en la santidad que en el pecado. La gracia puede hacerte más libre en el servicio de Dios que en el servicio de ti mismo.

El yo subyace en el fondo de todo rechazo de Cristo: "Matémosle, y la heredad será nuestra." ¡Ah, mi lector! No será tuya; y si fuese tuya por poco tiempo, y pudieras hacer lo que quisieses con ella, recuerda que la heredad que es ganada de esa manera pasará rápido, y tú mismo, pronto estarás ante el trono del juicio de Cristo para dar cuentas de las obras hechas en el cuerpo, ya sean buenas o ya sean malas. Y, ¿qué harás tú que has asesinado a tu Salvador? ¿Qué harás en aquel día, tú que has vivido y has muerto sin salvación?

III. Debo concluir con este tercer encabezamiento, que es tan terrible para mí: EL CASTIGO APROPIADO. No supongo que el pensamiento de este tema sea ni la mitad de terrible para cualquiera aquí presente que sea inconverso como lo es para mí. Tiemblo cuando medito en la ira venidera. ¡Qué contento estaría si no tuviese que predicar sobre un tema así! Pero debo predicarlo, o sería un traidor a Dios, y un enemigo de ustedes. Si ustedes perecen, su sangre será requerida de mis manos, si yo no les hubiera advertido acerca del castigo del pecado. El Salvador lo expresa de esta manera: "¿Qué, pues, hará el señor de la viña con estos labradores?" El deja que nuestra conciencia decrete el castigo. Él deja que nuestra imaginación prescriba la suficiente condenación para un crimen tan horrendo, tan atrevido, tan cruel. Ellos han matado al hijo único de su señor, ¿qué hará él con estos labradores?

Aquí debo insertar un pasaje terrible, que me produce una carga comentar. En este momento presente, me temo que esta parábola está siendo escrita nuevamente en la historia de la Iglesia de Dios. Dios ha puesto en Su viña, o ha permitido que venga a Su viña, un número de maestros religiosos que no le están dando el honor que Le es debido. Esos maestros religiosos a los que aludo no están enseñando el Evangelio como es presentado en la Santa Escritura, sino que lo están adaptando a la época, y al conocimiento científico del período. Ellos son descritos en el libro del profeta Jeremías: "Así ha dicho Jehová de los ejércitos: No escuchéis las palabras de los profetas que os profetizan; os alimentan con vanas esperanzas; hablan visión de su propio corazón, no de la boca de Jehová. Dicen atrevidamente a los que me irritan: Jehová dijo: Paz tendréis; y a cualquiera que anda tras la obstinación de su corazón, dicen: No vendrá mal sobre vosotros." Dan los pensamientos de su propio corazón, en vez de la revelación de Dios. Así, establecen otro evangelio, que no es otro; pero hay algunos que los perturban.

Mi temor es que el Señor no soporte por más tiempo a estos labradores. No soportará por más tiempo a estos "profetas que profetizan el engaño de su corazón." Él traerá reproche eterno sobre ellos, y los eliminará en Su ira. Él destruirá a esos hombres malvados y dará Su viña a otros labradores que traten más fielmente con las almas de los hombres. Yo siento en mi propia alma que debe ser así. Yo no me atrevo a vivir predicando mis propias invenciones. No me atrevo a morir predicando mis propios pensamientos, o los pensamientos de otros. Debo publicar el mensaje de mis Señor o debo ser maldito. El espíritu de la época es el espíritu de la arrogante autosuficiencia. A nosotros nos corresponde sentarnos a los pies de Jesús. Mi Señor me dirá un día: "Yo te dí un mensaje, ¿lo entregaste? Te ordené que hablaras en Mi nombre, ¿hablaste Mis palabras o las tuyas? Te di una revelación, ¿entregaste esa revelación tan bien como podías hacerlo? O, ¿inventaste algo nuevo que brotó de tu propio cerebro?"

Yo sé cómo responderé. Me temo que una terrible condenación aguarda a quienes persiguen las modernas falsedades del día. Aunque sean clérigos o ministros disidentes, una indecible y horrible condenación de la diestra de Dios aguarda a quienes prostituyen el oficio del ministerio para publicar filosofías humanas en vez de enseñar el Evangelio del bendito Dios. Hermanos, cuídense que ninguno de nosotros peque contra el Espíritu Santo, poniendo nuestros sueños en rivalidad con Sus certezas. Oren por quienes lo hacen, para que Dios trate con ellos con prontitud en venganza. El Señor tenga misericordia sobre todos los falsos profetas, y los conduzca con humildad y temblor a Sus pies, para que no entrampen más a la gente para derrotar a esta nación y para quitar el candelero de su lugar.

Regreso a ustedes, a los que ya me dirigí con anterioridad. Ustedes han crucificado al Hijo de Dios, rehusando creer en Él. ¿Qué hará el Señor con ustedes cuando venga? La sentencia no puede ser demasiado severa, pues el crimen es horrible más allá de toda medida. Debe ser la peor forma de castigo conocida para la ley de Dios. Ellos mataron a los siervos y mataron al heredero; ningún castigo temporal puede adecuarse al caso. Los que abogan por una condenación ligera por tal crimen, deben ser rebeldes en sus propios corazones. Todos los que están siempre minimizando el infierno, lo están haciendo probablemente con la esperanza de aligerar las cosas para ellos mismos. Quien juzga que el castigo del impenitente es ligero, es abogado del diablo. Los verdaderos siervos de Dios dicen, "Conociendo, pues, el temor del Señor, persuadimos a los hombres." Nuestro Señor deja que nuestras propias conciencias pinten la sobrecogedora miseria de esos hombres miserables que conducen su rebelión hasta su límite.

En el capítulo que leímos (Mateo 21), nuestro Señor nos da una palabra terrible. Comparándose Él mismo con la piedra que debe ser el cimiento, pero que los constructores rechazaron, dice: "Y sobre quien ella cayere, le desmenuzará." ¡Pecador, si rechazas al Salvador, tendrás que sentir todo Su peso! Ilimitado en poder, infinito en majestad, todo Su peso caerá sobre ti. ¿Vas a reflexionar al respecto? Puesto que Él hace pedazos a las naciones con una vara de hierro, juzga por ti mismo Su poder. Puesto que de Su presencia huyen el cielo y la tierra, juzga por ti mismo Su poder. Y cualquiera que fuera ese poder, tú tendrás que sentir la plenitud de su fuerza. La piedra que sirve de cimiento, al caer sobre ti, te desmenuzará.

No reflexionaré más sobre este TERRIBLE pensamiento, pero lo voy a repetir en forma solemne y resuelta: tendrás que soportar el peso completo del Dios Encarnado, en el día de Su ira. Es dicho de manera diferente en esa expresión: "La ira del Cordero." ¿Acaso no es una combinación maravillosa, "La ira del Cordero"? El amor, cuando se convierte en celos, es la más fiera de todas las pasiones, y cuando el amor de Cristo, en infinita justicia, se convierta en santa indignación contra los impíos, entonces será algo terrible de pensar y de soportar. Será la muerte segunda. ¿Están preparados a soportar el terrible peso de la ira de un Salvador? ¡No, no lo están! Vengan, entonces, a Jesús. "Honrad al Hijo, para que no se enoje, y perezcáis en el camino; pues se inflama de pronto su ira."

¡Oh, mis lectores, mis queridos lectores, no rechacen al Señor Jesús que ahora les suplica! Yo no soy digno de ser Su embajador. No soy el hombre adecuado para el oficio, pero sin embargo ¡les suplico como un hermano amoroso! ¿Acaso perderán sus almas? ¿Acaso rechazarán a Cristo? Oh, señores, ¿rechazarán al Hijo de Dios? Hombres y mujeres, ¿pueden estar tan locos como para vivir y morir sin el Salvador? ¿Están tan perdidos para hacer eso? ¡Arrepiéntanse, se los suplico, arrepiéntanse en este día! ¡Señor, vuélvelos por tu amado Hijo! Amén.

Porción de la Escritura leída antes del sermón: Mateo 21: 18-46.


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