La Soltería Nunca es la Segunda Mejor Opción

De Libros y Sermones Bíblicos

Revisión a fecha de 20:40 15 ene 2018; Pcain (Discusión | contribuciones)
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English: Single Is Never Second Best

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Por Lydia Brownback sobre Santificación y Crecimiento

Traducción por Javier Matus


Contenido

Disfrutando el regalo de Dios en la mediana edad

El matrimonio es bueno. ¡Después de todo fue idea de Dios! Entonces, ¿por qué no me trae un cónyuge?

Esa pregunta, tan desconcertante en nuestros años veintes y treintas, puede volverse bastante dolorosa a medida que las décadas nos acercan a la madurez y nuestras perspectivas matrimoniales disminuyen. Después de todo, conocemos las estadísticas —hay más posibilidades de [inserta una ocurrencia aleatoria extraordinaria] que de casarse después de los [inserta cualquier edad mayor de 39].

¿Eso significa que los solteros mayores de 40 años están condenados a vidas de miserable soledad? Definitivamente no. Antes que nada, podemos olvidarnos de las estadísticas porque, en última instancia, solo Dios determina quién se casa y quién no. Si el matrimonio es el plan de Dios para nosotros, tarde o temprano nos casaremos.

Aún más importante, podemos estar seguros de que una vida solitaria no es Su plan para nosotros, ya sea que nos casemos o no. Dios nos ha diseñado para vivir en comunidad, en una familia de creyentes, y Su obra en nuestras vidas tiene como objetivo llevarnos allí: “Dios hace habitar en familia a los desamparados [solitarios]” (Salmo 68:6). Por lo tanto, la verdadera pregunta no es si acabaremos solos; es si estamos dispuestos a que la provisión de Dios de compañerismo sea algo distinto al matrimonio.

¿Confiamos en Él?

Claro que, confiar en la provisión de Dios no significa que nunca nos sentiremos solos. Tal como hay una soledad única en el matrimonio —de hecho, las personas más solitarias que conozco no son las solteras, sino las que están en un matrimonio difícil— hay aspectos de la soledad exclusivos de la soltería:

Es lo que una mujer joven y soltera siente entre amigas cuyas conversaciones giran en torno a los planes de boda.
Es lo que siente una persona de 30 y tantos años cuando su madurez se mide por su estado civil.
Es lo que sienten los de 40 años cuando otros hacen un vínculo erróneo entre su soltería y su orientación sexual.

La soledad de los solteros también es impulsada por la felicidad conyugal que percibimos (o imaginamos) que otros disfrutan. Confiar en Dios en medio de todo este dolor no se trata de buscar con mayor esfuerzo a un compañero o incluso orar por más paciencia. Se trata de apoyarse más profundamente en Cristo y encontrar en ese proceso todas las bendiciones de la unión con Él —una unión más profunda y llena de gozo que la de cualquier matrimonio humano.

Es por eso por lo que el alivio del dolor de la soltería no deseada comienza cuando preguntamos: ¿Confío en Dios? No confiaremos en Él si no creemos que Él es bueno en la forma en que rige los detalles de nuestras vidas individuales —incluyendo nuestro estado civil. Si somos solteros hoy, esa es la bondad de Dios para nosotros hoy.

La soltería muestra lo que el matrimonio no puede

Mientras descansamos en Cristo y confiamos en la bondad de Dios, la soledad por estar soltero se transforma en una oportunidad para edificar todo el cuerpo de Cristo. En otras palabras, podemos servir y glorificar a Dios no a pesar de nuestra soltería, sino en virtud de ella.

Mientras confiamos en los buenos planes de Dios para nosotros, demostramos, tanto a nosotros mismos como a las personas que nos rodean, que no hay que tenerle lástima a los solteros. Y mientras permanecemos en Cristo, dejamos de ver la soltería como un problema para resolver. Dado que no habrá matrimonio en el cielo excepto el matrimonio entre Cristo y la iglesia (Mateo 22:30, Apocalipsis 19:7), los solteros están equipados de manera única para mostrarles a los demás un adelanto de cómo será el cielo.

Es por eso que la soltería es en realidad una señal de esperanza en vez de desesperación. Podemos mostrar esta esperanza a nuestros hermanos y hermanas casados por la forma en que manejamos nuestra soltería, y también podemos mostrar la compasión de Cristo a otras personas que se sienten solas.

Parte de una familia mayor

Mientras observamos a nuestros amigos criar familias, no hay necesidad de sentirse robados o excluidos, porque en la era del nuevo pacto —nuestra era— el énfasis familiar en las Escrituras no es mamá, papá y tres hijos. Es la familia de la iglesia. Cuando la prioridad bíblica se invierte, obstaculiza en vez de ayudar al crecimiento del pueblo de Dios.

Claro, debemos tratar de mantener la importancia de la familia nuclear, pero no queremos convertirla en un ídolo. Si consideramos lo que los apóstoles enfatizaron, vemos que su enfoque se centró mucho más en la Gran Comisión, la santidad personal y el crecimiento de la familia de la iglesia. Y es esta familia de la cual no se debe dejar fuera ni a un solo cristiano.

Llamado privilegiado

Al permanecer los solteros en Cristo, descubrimos, a menudo para nuestra sorpresa, que hay bendiciones únicas que vienen con ser solteros. En un nivel puramente práctico, tenemos más control de nuestro tiempo que nuestros amigos casados. (Digo “más control” para corregir la visión equivocada de que los solteros siempre tienen más tiempo en general). Y los solteros pueden vivir más fácilmente sus preferencias personales al planear actividades sociales, vacaciones y áreas de servicio en la iglesia y la comunidad. Los solteros se animan unos a otros y glorifican a Dios al identificar sus bendiciones únicas, las abrazan voluntariamente y les dan un buen uso.

El mejor privilegio de ser soltero es, sobre todo, la oportunidad mejorada para el discipulado y el servicio a Jesús. Esto, más que cualquier otra cosa —el matrimonio incluido— es cómo Dios remedia la soledad. Y hay una satisfacción que proviene de vivir estas ventajas únicas que nuestros hermanos y hermanas casados no pueden conocer por completo. Si estamos dispuestos —si confiamos en Dios— seguramente experimentaremos el valor y las recompensas de la soltería.

A medida que lo hacemos, llegamos a valorar nuestras vidas —no a pesar de nuestra soltería, sino en realidad debido a ella. Las mujeres que rara vez o nunca han sido pretendidas por hombres, o los hombres cuya búsqueda de mujeres ha sido rechazada (una o más veces), a menudo cuestionan su valor. Es a ellos a quienes viene Cristo, no para elevar su autoestima, sino para conducirlos a encontrarlo a Él como su valor. A medida que valoramos a Cristo, nuestro propio valor se vuelve más claro, y cuando eso sucede, descubrimos que, en algún punto del camino, hemos dejado de definir nuestra personalidad y nuestro bienestar por nuestro estado civil.

La soltería no es la segunda mejor opción. Al contrario, es un llamado privilegiado con bendiciones únicas para disfrutar y derramar para otros. ¿Estamos dispuestos a aceptarla a menos que o hasta que Dios nos llame al matrimonio? Esa es la verdadera pregunta. Y aquellos que dicen que sí nunca se sentirán decepcionados.



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