La Vida no es Insignificante

De Libros y Sermones Bíblicos

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English: Life Is Not Trivial

© Desiring God

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Por John Piper sobre Santificación y Crecimiento

Traducción por Paula García-Jones


¿No son acaso los mejores y los peores momentos en nuestras vidas los que provocan en nosotros el anhelo de que la vida no nos resulte generalmente tan insignificante? Todos los seres humanos sentimos de tanto en tanto el deseo de que la vida no se nos escape lentamente como si fuera un grifo que gotea. Todos vosotros habéis tenido el deseo de que la vida cotidiana sea más que una serie de nimiedades sin importancia. Puede suceder cuando están leyendo un poema, o cuando están arrodillados junto al armario o parados junto a un lago al atardecer. Ocurre también muy frecuentemente al momento del nacimiento y de la muerte.

Cuando mi madre falleció en diciembre de 1974, tuve que regresar a casa para ayudar a mi padre en su momento de dolor. No sabía entonces cómo habría de sentirme más allá de la profunda pena que sentía. Pero entonces sucedió lo siguiente: le escribí una carta al Dr. Glenn, jefe del departamento para el que yo trabajaba en Bethel College y le dije: “Se que Usted quería que yo dictara clases adicionales en la primavera pero preferiría no hacerlo de ser posible y siempre que no ponga en riesgo mi trabajo.” La razón que argumenté fue que: “Cuando me paro junto al ataúd de mi madre y miro a mi esposa y a mi hijo, los mil dólares extra que cobraría por las clases adicionales ya no me resultan atractivos porque me robarían tiempo importante que puedo pasar con mi familia.” Dicho de otro modo, la crisis provocada por la muerte de mi madre despertó en mi el anhelo de que mi vida familiar no fuese insignificante.

¿Por qué suceden estas cosas? Creo que se debe a que en los momentos en que sentimos emociones intensas es cuando vemos a la vida como es en realidad. Se dejan de lado las cosas superfluas y lo esencial, lo que no es trivial en nuestra vida, brilla con luz propia. Vemos a la realidad desde la perspectiva de la eternidad, a la manera de Dios y la trivialidad no tiene cabida en la vida de Dios.

El mundo necesita de gente para quienes nada es insignificante; gente que destila vitalidad porque en cada cosa ven el reflejo de la eternidad, hasta en un pescado o en una brizna de hierba.

El jueves pasado, Noël y yo nos fuimos a pasar el día a un lago. Antes de que nos fuéramos, Karsten escogió el Salmo 104 y nos lo leyó mientras tomábamos el desayuno. Este salmo es ideal para prepararse para un día al aire libre. Es un salmo que trata acerca de la naturaleza y dice, por ejemplo: “Cuán múltiples tus obras, oh Señor! Hiciste todas ellas con sabiduría; la tierra está llena de tus criaturas. He allí el grande y anchuroso mar, en donde bullen criaturas sin número, tanto pequeñas como grandes. Allí se mueven las naves, allí está ese Leviatán, que modelaste para jugar con él.”

Pues una de las cosas que hice durante ese día que pasamos junto al lago fue poner bolitas de pan en un pequeño anzuelo dorado y sacar aproximadamente una docena de peces que nadaban debajo del muelle. Todos eran muy similares: simples pescadillos para freír de vientre amarillo. Luego saqué un pescado que realmente me sorprendió y despertó mi interés. Lo sostuve en mi mano después de haber removido el anzuelo y me quedé mirándolo. Tenía unas rayas onduladas de color verde aceituna desde la cabeza hasta la cola. Tenía también manchas luminosas de color azul esparcidas por sobre todo su cuerpo. Del otro lado de su agalla tenía una protuberancia de color negro del tamaño de una uña y justo en la punta de esta protuberancia tenía un lunar de color rojo intenso. Lo sostuve con mis manos debajo de la luz del sol dándolo vuelta varias veces y dije: “¿Sabes qué, pequeño pescadito? Dios te concibió. Pensó en las rayas verdes, en las manchas azules y en el lunar rojo profundo sobre el color negro.” Cuán múltiples son sus obras. Ha hecho todas ellas con sabiduría. Por la gracia de Dios, ese pescado no fue insignificante ese día porque el Salmo 104 me había abierto los ojos para poder ver las cosas tal y como lo hace Dios.

Otro ejemplo de ver a la eternidad reflejada en algo común y corriente me pasó hace algunos años. Una de las estudiantes de mi clase me preguntó con un cierto brillo en sus ojos: “¿Vio cómo ha crecido el pasto entre el asfalto del nuevo pasillo?” Mi respuesta fue sí y no. Sí porque lo había visto pero no porque no me había parecido algo digno de mencionar. Pero a ella sí le había llamado la atención y mientras conversábamos me dí cuenta de que me debería haber llamado la atención a mí también. ¿Acaso no es asombroso que un suave brizna de pasto pueda empujar y crecer a través del asfalto? Es algo maravilloso. Cuando miras a las cosas con la mirada de Dios nada te resulta trivial.

Si esto es así en el caso de un pequeño pescado y una brizna de pasto, ¡cuánto más verdadero es entonces para Jesús y su palabra y para la veneración de su nombre! ¿No sienten acaso un dolor en el pecho cuando de repente se levantan un día y se dan cuenta de que durante algún tiempo han estado orando y participando del culto sin pensar demasiado, como si fuera algo verdaderamente trivial? Yo tengo una visión novedosa para la Iglesia Bautista de Belén y la iré compartiendo con ustedes a lo largo del camino pero lo que puedo adelantarles es que uno de los puntos fundamentales de esa visión es que nos convirtamos en una iglesia de personas que ven a través de los ojos de Dios y para quienes nada es insignificante y menos aún, la Palabra y el culto a Dios.

Moisés dijo a Israel en su Deuteronomio 32:46ff: “Poned vuestro corazón a todas las palabras que yo protesto hoy contra vosotros, para que las mandéis a vuestros hijos, y guarden y cumplan todas las palabras de esta ley. Porque no os es cosa vana, mas es vuestra vida.” ¡No os es cosa vana, mas es vuestra vida! ¡Que podamos ser un día aquellas personas a las que se refiera un extraño cuando diga: “La Palabra y el culto de Dios no son cosa vana en lo absoluto para ese grupo de personas.” Porque no es insignificante escuchar la palabra de Dios ni orar ante nuestro creador. No es insignificante alabarlo. Oro para que Dios nos despierte y renueve para poder ver la vida de la manera en que él la ve. Para que podamos ver en cada pececito y en cada brizna de pasto y en cada rostro humano un reflejo de la eternidad. Y por sobre todas las cosas, para ver en Dios el origen, la suma y la satisfacción de todos nuestros anhelos para que podamos decir junto al salmista: “¿A quién tengo yo en los cielos sino a ti? Y fuera de ti nada deseo en la tierra. Mi carne y mi corazón desfallecen; mas la roca de mi corazón y mi porción es Dios para siempre. Amén.


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