Criar a los hijos para el fin del mundo

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English: Rearing Children for the World's End

© Desiring God

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Por John Piper sobre Crianza de los Hijos
Una parte de la serie Taste & See

Traducción por David Acuña Astorga


Amy Carmichael nació el 16 de diciembre de 1867 en Millisle, un pueblo ubicado en la costa norte de Irlanda. Después de toda una vida de servicio en India, la querida Amma murió, dejando una familia conformada por miles. Tenía 83 años. Cubrieron su cama con flores y los chicos cantaron durante una hora y media. Era el 18 de enero de 1951. Yo tenía 5 años.

Ella había sufrido, pero permaneció firme hasta el final. ¿Qué tipo de hogar había formado a tan destacada mujer? ¿Cómo se cría a un niño lejos de la autocomplacencia, con el sufrimiento marcado en sus facciones, fuerte y siempre confiado en la bondad de un Padre santo que reprende y disciplina a sus hijos?

Elisabeth Elliot, en su reciente biografía de Amy Carmichael, A Chance to Die (Una oportunidad para morir), nos permite vislumbrar cómo era este destacado hogar irlandés: habla de “los principios de la rudeza de los presbiterianos irlandeses, la aspereza de los inviernos reflejada en el frío mar y la sensatez en la crianza de un hijo”.

No había dudas en la mente de los niños Carmichael respecto de lo que se esperaba de ellos. Negro era negro y blanco era blanco. Se podía confiar absolutamente en la palabra de sus padres y había consecuencias cuando no se les obedecía. Había cinco tipos de castigo: tener que quedarse parado en una esquina con la cara hacia la pared, la prohibición de salir a jugar, una bofetada, que se le golpeara con una regla en las manos y (lo peor de todo) que se le diera el famoso polvo inventado por James Gregory (un polvo de ruibarbo).

Lean la biografía para entender de qué se trata el castigo del polvo de James Gregory. Yo estoy interesado en el hecho de que les golpearan las manos con una regla. Este golpe se daba con una regla delgada y plana, hecha de ébano. Se requería que el niño se quedara quieto, que mantuviera sus manos abiertas y no las retirara, que no hiciera ningún alboroto y que, al final, dijera cortésmente: “gracias, mamá”.

Hay un gran principio bíblico detrás de este castigo a la desobediencia. Incluso Ted Koppel, del programa de noticias “Nightline” de la ABC, puede verlo. Él dijo, hablándole a los graduados de la Universidad Duke, que la razón por la que el “honra a tu padre y a tu madre” está incluido entre los primeros cinco mandamientos, que tratan de nuestra relación con Dios, es que los padres ocupan el lugar de Dios para sus hijos. Dios nos ha encargado mostrarles a nuestros hijos cómo es Dios.

“Mira, pues, la bondad y la severidad de Dios” (Romanos 11:22). “Porque el Señor disciplina a los que ama [...]. Lo que soportan es para su disciplina” (Hebreos 12:6-7, NVI).

¿Dónde aprendió Amy Carmichael que las arremetidas y los azotes de su vida laboriosa eran la mano de un sensato Dios de santidad y amor? ¿Dónde aprendió a decir “gracias, Padre” por la aflicción que sufrieron sus manos? ¿Dónde aprendió a orar lo siguiente?:

Ni el alivio del dolor, ni el alivio del cansancio que le sigue, ni ningún alivio de ese tipo es mi necesidad principal. Tú, Señor, mi Dios, eres mi necesidad: tu valentía, tu paciencia, tu fortaleza. Mucho necesito que mi gratitud sea inmediata ante las incontables veces que me ayudas cada día.

Elisabeth Elliot tenía razón.

Así como la severidad de un invierno irlandés, con su oscuridad, su humedad y sus vientos helados, sonroja las mejillas tanto del joven como del anciano, la severidad de la disciplina cristiana hace que la sangre (salud espiritual) circule por las venas de una chica que, en ese entonces, no podría haber imaginado los azotes que tendría que soportar para cumplir su llamado.

¿Cuál era la valoración de la misma Amy respecto de este hogar maravilloso y piadoso? Mucho más adelante en su vida, ella escribió: “No creo que haya existido una niña más feliz de lo que yo fui”.

Un padre,

Pastor John.


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