La felicidad honra al Rey

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Fue el momento en el cual las estrellas se alinearon y la nación brilló con su máximo esplendor terrenal. Había sido un ascenso arduo y largo hacia esa gloria. Y como sabemos ahora desde el otro lado, desde allí el camino solo sería cuesta abajo.  
Fue el momento en el cual las estrellas se alinearon y la nación brilló con su máximo esplendor terrenal. Había sido un ascenso arduo y largo hacia esa gloria. Y como sabemos ahora desde el otro lado, desde allí el camino solo sería cuesta abajo.  

Revisión de 11:08 14 sep 2017

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English: Happiness Honors the King

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Por David Mathis sobre el Gozo

Traducción por Laura Coloma


“¡Bienaventurados tus hombres!” Fue el momento cumbre de su alabanza al rey, en la cúspide de su reino.

Fue el momento en el cual las estrellas se alinearon y la nación brilló con su máximo esplendor terrenal. Había sido un ascenso arduo y largo hacia esa gloria. Y como sabemos ahora desde el otro lado, desde allí el camino solo sería cuesta abajo.

La reina de Saba había escuchado que el rey Salomón poseía un reino de admirar, que era un gobernante sabio y extraordinario. Tenía que verlo – y verlo a él – con sus propios ojos. Viajó a la tierra de Israel con su gran comitiva y después de pasear por el reino, quedó tan asombrada que perdió el habla (1 Reyes 10:5).

Una vez se repuso y recuperó suficiente aire para hablar, derramó elogios.

Era verdad lo que había oído en mi tierra acerca de tus palabras y de tu sabiduría. Pero yo no creía lo me decían, hasta que he venido y mis ojos lo han visto. Y he aquí, no se me había contado ni la mitad. Tú superas en sabiduría y prosperidad la fama que había oído.

Bienaventurados tus hombres, bienaventurados estos tus siervos que están delante de ti continuamente y oyen tu sabiduría (1 Reyes 10:6–8, LBLA).

Ella podría haber elogiado las construcciones, el palacio, la eficiencia y el orden de su reino y su prosperidad, sin ir tan lejos. ¡”Bienaventurados tus hombres!” Muchos déspotas, desde Herodes, hasta Hitler y Saddam Hussein, podían impresionar a sus invitados con una la parafernalia y entretenimiento más allá de lo imaginable. ¿Pero un pueblo bienaventurado? Ningún monarca de mano dura puede forzar eso.

Los recursos ilimitados y la fuerza pueden construir reinos impresionantes, pero no hacen feliz al pueblo, no por mucho tiempo. El mejor elogio para un rey es la felicidad de sus súbditos.

Sabemos que es verdad gracias a la vida diaria. La felicidad de una esposa es la gloria de su esposo. El éxito de un hijo es un honor para sus padres. La felicidad colectiva de la iglesia local es un tributo a sus mayores (Hebreos 13:17).

La altura de la gloria de un líder es la felicidad de quienes están bajo su cuidado.

Un gozo más profundo que el dolor

No confundan “feliz” con trivial y liviano, como si la “felicidad” fuese algo puramente externo y circunstancial, mientras que el “gozo” es profundo y duradero. No existe diferencia bíblica entre la felicidad y el gozo. La Biblia es suntuosa en su lenguaje de satisfacción. La reina podría muy bien haber declarado también, “¡Gozosos son tus hombres!” O ”¡Satisfechos están tus súbditos!”

Los elogios de la reina son reales, los súbditos de Salomón son, real, profunda, e increíblemente felices bajo su sabio y gentil mandato. Esto no quiero decir que solamente son felices. Hay un lugar para el dinamismo en este deleite. La felicidad verdadera tiene lugar para el dolor. – pues hay altos y bajos en la vida de un mundo caído, aun en un reino seguro y protegido.

La reina elogia una felicidad en los súbditos de Salomón que es real, constante y de confianza. Es una satisfacción firme y establecida de corazón y mente, y una vida próspera bajo el liderazgo sabio y confiable de Salomón.

Grietas en los cimientos

Y así, esta visita de la reina de Saba y los elogios que prodiga a Salomón, marcan la cumbre del reino terrenal de Israel. El resto de 1 Reyes 10 celebra la gran riqueza de Salomón.

Después siguen estas terribles palabras:

Pero el rey Salomón, además de la hija de Faraón, amó a muchas mujeres extranjeras . . . de las naciones acerca de las cuales el Señor había dicho a los hijos de Israel: “No os uniréis a ellas, ni ellas se unirán a vosotros, porque ciertamente desviarán vuestro corazón tras sus dioses.” Pero Salomón se apegó a ellas con amor . . . y sus mujeres desviaron su corazón. (1 Reyes 11:1-3)

Aun en la cúspide del reino terrenal de Israel, había grietas en los cimientos. Tan pronto como estableció su reino, Salomón se casó con la hija de Faraón (1 Reyes 2:46-31). Luego, pasó casi el doble de tiempo construyendo su propia casa de lo que le llevó construir la del Señor (1 Reyes 6:38). Cuando 2 Crónicas 9 cuenta la historia de los elogios de la reina de Saba, escuchamos, “¡Bienaventuradas tus esposas!” (2 Crónicas 9:7)

Más grande que Salomón

La sabiduría de Salomón y la prosperidad de su reino eran magníficas y la satisfacción de su pueblo con él era el honor más grande, pero el reloj avanzaba.

Pronto su reino declinaría y se dividiría en dos y con el tiempo el pueblo sería llevado al exilio. Finalmente regresaron, pero permanecieron sometidos a un gobierno extranjero. Sería allí, en el punto más bajo de la desesperación y descontento del pueblo, cuando uno de los descendientes lejanos de Salomón apuntaría hacia un porvenir aún mejor, bajo el mando sabio de un rey aún más grande.

La Reina del Sur se levantará con esta generación en el juicio y la condenará, porque ella vino desde los confines de la tierra para oír la sabiduría de Salomón; y mirad, algo más grande que Salomón está aquí. (Mateo 12:42)

Puede que Salomón haya construido la casa del Señor, pero su descendiente mayor sería la Casa del Señor, el lugar en donde Dios habita con el hombre. Y si la sabiduría y soberanía de Salomón hicieron felices a sus súbditos, ¿cuánto más lo hará el que es más grande que Salomón?

En este reino mejor, la felicidad profunda y duradera del redimido es la gloria de su Redentor. Por lo tanto, en honor a nuestro Rey, es sumamente importante que busquemos toda la felicidad posible – en Él.

En este reino hay lugar para el dolor. Lloramos con quienes lloran. Lamentamos. Sufrimos. Hasta nos vemos calumniados, enfrentados y perseguidos en su nombre. Pero somos un pueblo profundamente feliz. Somos “como entristecidos, más siempre gozosos” (2 Corintios 6:10). Debajo de todo el dolor, tenemos una dicha más profunda, y sin excusas buscamos esa felicidad.

Pues nuestro Rey es más honrado en sus súbditos cuando somos más felices en él.



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