La luz al final de nosotros mismos

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English: The Light at the End of Ourselves

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Por Sarah Walton sobre Santificación y Crecimiento

Traducción por María Fernanda Trapani


Estoy cansado en cuerpo, mente y alma. Cansado de esperar, cansado de luchar por la felicidad, cansado de esperar días mejores. Para ser honesto, una sensación de desesperanza nubla cada vez más mi visión de la vida y me hace cuestionar si algún día la oscuridad se levantará.

La Palabra de Dios dice que estamos «perplejos, pero no desesperanzados». ¿Entonces, por qué me siento sin esperanzas?

Nuestra familia de seis integrantes, ha transitado durante una década por una enfermedad neurológica y física devastadora, junto con el estrés financiero provocado por los costos médicos actuales. Al tomar nuestros votos, ni mi marido ni yo imaginamos que alguna vez atravesaríamos tanto dolor y tanta pérdida.

Sin embargo, semejante daño causó en mí una profunda lucha en mi fe, son las «pequeñas» decepciones y luchas las que a menudo parecen ser los golpes finales a mi corazón cansado.

A veces, no importa cuánto luche por la verdad y trate de rechazar las mentiras que bombardean de manera constante mis pensamientos, la desesperación parece filtrarse de a poco, distorsiona la verdad y nubla mi perspectiva.

He aprendido que, si bien hay épocas de sufrimiento en que sentimos la maravillosa presencia del Cristo que nos infunde alegría y paz en medio de tormentas furiosas, también hay tiempos en los que sentimos que la oscuridad se acerca, crea confusión, duda y desaliento. Clamamos a nuestro Señor, pero él parece estar en silencio. Suplicamos alivio, pero el dolor se intensifica. De repente, el Dios que pensamos que conocíamos no concuerda con lo que nuestras circunstancias nos dicen nuestras.

¿Dónde debemos encontrar la esperanza y la motivación para seguir adelante cuando, en un sentido terrenal, nos desesperanzamos de la vida misma?

¿Qué es la desesperanza, y qué no es?

Algunas pérdidas nos hacen sentir más carga de la que podemos soportar. El apóstol Pablo, por ejemplo, no era ajeno a los días oscuros:

«Porque no queremos que ignoréis, hermanos, acerca de nuestra aflicción sufrida en Asia, porque fuimos abrumados de sobremanera, más allá de nuestras fuerzas, de modo que hasta perdimos la esperanza de salir con vida. De hecho, dentro de nosotros mismos ya teníamos la sentencia de muerte, a fin de que no confiáramos en nosotros mismos, sino en Dios que resucita a los muertos, el cual nos libró de tan gran peligro de muerte y nos librará, y en quien hemos puesto nuestra esperanza de que El aún nos ha de librar». (2 Corintios 1:8-10)

¿Cómo puede Pablo decir que quedó desesperanzado cuando tres capítulos después expresa que «estamos perplejos, pero no desesperanzados?»

Aunque quedó sin esperanzas, incluso hasta el punto de la muerte, se propuso confiar únicamente en Cristo. Pablo sabía que, en última instancia, su desesperanza terrenal nunca podría destruir la esperanza en la eternidad prometida.

Pablo conocía el sentido más profundo y verdadero de la palabra: nunca debemos quedarnos sin esperanza. Si bien podemos reconocer nuestra tentación terrenal de desesperanzarnos y darnos tiempo para lamentar la pérdida y el dolor que hemos experimentado, debemos optar por seguir adelante con la esperanza de que finalmente seremos liberados, si no es en esta vida, entonces será en la próxima.

Hoy luchamos por la esperanza porque ninguna desesperanza terrenal será mayor que nuestra esperanza en la gracia futura de Dios.

Lucha por la verdad

«Por tanto no desfallecemos, antes bien, aunque nuestro hombre exterior va decayendo, sin embargo, nuestro hombre interior se renueva de día en día. Pues esta aflicción leve y pasajera nos produce un eterno peso de gloria que sobrepasa toda comparación, al no poner nuestra vista en las cosas que se ven, sino en las que no se ven; porque las cosas que se ven son temporales, pero las que no se ven son eternas». (2 Corintios 4:16-18)

A veces, la muerte de nuestro ser exterior es insoportable. Luchar cada día contra el dolor crónico es agotador. Ver a mis hijos luchar contra la enfermedad y luchar para dar sentido a este mundo roto puede ser desgarrador. Pasar por hermosos hogares como la que una vez tuve despierta tristeza por lo que hemos perdido. Y tener que dejar de corretear a mis hijos por temor a no poder caminar más, debido a una degeneración del hueso del tobillo, me hace renegar de la vida que siempre imaginé que tendría.

Y, sin embargo, a pesar del dolor y de las pérdidas, he llegado a comprender el evangelio, desde una mayor perspectiva eterna y dispuesta a vivir por el bien de seguir a Cristo. Tengo una carrera por correr y solo por la gracia de Dios la correré bien. «Por tanto, puedo confiar en que Jesucristo, el fundador y perfeccionador de mi fe, está usando las mismas circunstancias que me tientan a perder la esperanza para finalmente darme una vida más grande en Él». (Hebreos 12:1-2)

En su misericordia severa, me lleva al final de mí mismo y me enseña a considerar estas pérdidas como ganancia eterna. Él llena esos lugares vacíos y doloridos con más de sí mismo. En su fuerza y con sus promesas, puedo correr con resistencia mientras fijo mis ojos en el premio de mi gloriosa eternidad. Corro con el deseo de estar en la presencia de mi Salvador, libre del pecado y del sufrimiento.

A la desesperanza hay que garantizarle confianza

Cuando el sufrimiento te deja luchando contra la desesperación y la desesperanza, convencido de que nunca sabrás nada más del dolor que sientes, fija tus ojos en la verdad en Cristo que es digno de confianza porque ha demostrado su amor por ti en la cruz. Él sufrió y murió, asumió el castigo por el pecado que te mereces, ofreciéndote el perdón, la redención y la vida eterna.

Lo que venimos a aprender a través del sufrimiento es que nuestro mayor problema no es la situación difícil que atravesamos sino el pecado que está escondido en nosotros. Dios permite y ordena eventos difíciles con el propósito de exprimirnos y revelar lo que aún está dentro nuestro, para nuestro bien eterno y para la gloria de Cristo.

«El sufrimiento nos enseña que nuestro mayor problema no son las situaciones, sino el pecado que aún está oculto en nuestros corazones». Tweet compartido en Facebook: Ni el dolor, ni la pérdida ni el sufrimiento nos separará del amor de Cristo. El enemigo quiere nuestro mal, podemos estar seguros de que Dios lo usará para lograr sus propósitos buenos y amorosos. Para el creyente, Dios nos permite ir a través de nuestros sentimientos de desesperanza, dando amor al mundo y a nuestro hogar. En el proceso, mientras nuestro ser exterior se desvanece, nuestro ser interior se renueva día a día, dándonos un mayor amor por Cristo que nos prepara una gloria eterna incomparable.

Cuando las situaciones intenten dejarte sin esperanzas, deja que se profundice la esperanza en el evangelio, una mayor necesidad en Cristo y una lucha más fuerte por la fe en su gracia futura. Un día, Dios convertirá nuestro pesar en baile. Él lo hará. La oscuridad ya no existirá, y nuestra fe se convertirá en una realidad. Aférrate con firmeza a la esperanza que en Cristo, fortalece tu corazón cansado con las promesas de Dios y confía en que siempre volverá a amanecer.


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