La madre resiliente

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English: The Resilient Mother

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Por Michele Morin sobre Santificación y Crecimiento

Traducción por Marcia Barrientos


Contenido

Cómo nos doblegamos sin quebrarnos

A lo largo del sendero arbolado que está detrás de mi casa, un abedul se arquea formando una graciosa curva a medida que se extiende por el camino. Es un veterano que ha pasado por muchas tormentas de hielo en el norte de Nueva Inglaterra y sabe lo que es inclinarse bajo el peso de la nieve y lluvia helada. Aunque sus ramas se doblaron hasta quedar a pocos metros del suelo helado, aún no se han roto por la carga. Sigue en pie, rodeado de los restos de arces y robles rotos, y mi imaginación construye una puerta mientras recorro el sendero que me ofrece la bienvenida.

Santiago considera este tipo de perseverancia enérgica como la paciencia presente en la vida de un creyente. Se dirige a los cristianos que han sentido la gélida ráfaga de persecución, que los ha llevado a pasar por "diversas pruebas", y les insta a cooperar con los métodos para doblegar y moldear de Dios que se encuentran en esas pruebas (Santiago 1:2-3).

Dios obra el milagro de la santificación al hacernos "perfectos y completos, sin que nos falte nada" según su sabio diseño, y para mí, ser madre de cuatro hijos revoltosos (que se han convertido en hombres de Dios) ha sido la fuerza que Dios usó para lograr la resiliencia del abedul que tanto anhelo. Hay dos componentes vitales de mi vida como seguidora de Cristo que se han visto implicados a medida que Dios obra en mí para que "la paciencia tenga su perfecto resultado" (Santiago 1:4).

La teología empodera a las madres resilientes

Cuando las madres somos frágiles y vulnerables, nos quebramos, y los bordes afilados de nuestro quebranto hieren a nuestras familias y nos dejan con mucho remordimiento. La perseverancia en los hábitos de santidad nos mantiene conectadas con la palabra de Dios y arraigadas en la veracidad del carácter de Dios. Él está en control. Él es bueno. Nada le sorprende.

Una buena teología permite que como madres interpretemos las circunstancias de acuerdo a lo que sabemos y creemos sobre Dios, en lugar de sacar falsas conclusiones sobre Dios según nuestras circunstancias. El conocimiento de que Dios está tan cerca de nosotras como nuestro próximo aliento, y que sus motivos son absolutamente puros, proviene de la inmersión de la autorrevelación de Dios.

Naturalmente, solo podemos reclamar las grandes y generosas promesas de las Escrituras si las conocemos. Dios dice que nos "guardará en perfecta paz" cuando fijemos nuestra mente en Él (Isaías 26:3). Dice que nos "basta su gracia" y que su "poder se perfecciona en la debilidad" (2 Corintios 12:9). Las promesas de fidelidad de Dios a sus hijos amados son la base de nuestra fe inquebrantable. Promete usar las Escrituras para alentarnos y sostenernos, pero no podemos reclamar lo que no conocemos (Salmos 19:7-9).

Además, la justa comprensión de la naturaleza y el carácter de Dios conduce a la justa comprensión de mi propio valor e identidad. Si no me define un cargo imponente o un currículo llamativo (o la falta de ellos), puedo realizar las tareas más humildes sin quejarme. Al igual que Cristo, puedo tomar la vasija y la toalla y servir a los demás sin ser (ni sentirme) menospreciada.

Me inspira el ejemplo de la misionera pionera Amy Carmichael. Dejó un trabajo que amaba (viajar por India con un grupo de evangelistas itinerantes) cuando Dios la llamó a fundar un orfanato para niños víctimas de trata. En su nuevo cargo como "madre" de cientos de niños, lavaba pañales a mano, preparaba leche para los bebés y, durante su carrera, debe haber cortado miles de uñitas.

La forma en que pensamos sobre la labor de ser madres moldea la ilusión con que enfrentamos la carga de trabajo diaria, que es fundamental para superar el desánimo. Cuando colgaba calcetines pequeños y, con el tiempo, calcetines muy grandes en el tendedero, me ponía a orar por los chicos que usarían esos calcetines hechos harapos.

Cuando me preguntaba si sobreviviría a la monotonía de la educación en casa y las tareas domésticas, intentaba recordar (con dificultad) que estaba creando un hogar y una vida para la gente que amo. Dios es el primer y mejor dueño de casa. Por lo tanto, las tareas del hogar son un trabajo sagrado.

La buena teología también enseña a las madres resilientes que hay un tiempo para doblegarse y un tiempo para perseverar, sin ceder, ante la tentación o el engaño de las falsas enseñanzas. Somos "expatriadas elegidas", inmersas en una sociedad hostil que nos invita a arrodillarnos ante dioses falsos (1 Pedro 1:1). El Espíritu de Dios viaja con nosotras, imparte sabiduría para la vida y nos asegura que la maternidad resiliente puede tener un aspecto diferente cada día.

La comunidad apoya a las madres resilientes

En una mañana de maternidad particularmente difícil, el bebé estaba malhumorado, el pequeño estaba rebelde y mis dos estudiantes parecían dispuestos a desaprovechar la oportunidad de recibir una sólida educación cristiana. Entonces sonó el teléfono. Era mi amiga Susan que llamaba para preguntar algo de la iglesia. Le respondí y nos despedimos.

Segundos después de colgar, volvió a sonar el teléfono. El Espíritu Santo hizo que Susan comprobara cómo estaba, pero la conversación que siguió no me enorgullece.

Susan [sinceramente preocupada y obedeciendo el mandamiento de Cristo de amar al prójimo]: "¿Estás bien? Noté algo raro en tu voz. No sé si puedo ayudarte en algo".

Michele [avergonzada y mintiendo para guardar la apariencia de suficiencia]: "Muchas gracias por tu interés. [Con mi mejor voz de señora de iglesia] Estoy bien, pero agradezco que te preocupes por mí".

Al decidir arreglármelas sola, renuncié al don de la comunidad.

Mi amiga era una madre experimentada con cuatro hijos, podría haber hablado con sabiduría a mi alma cansada. Sus hijos eran mayores que mi hijo mayor y le habría encantado cargar a mi bebé o leerle a mi pequeño.

La amistad es una escuela, un lugar de formación y cultivo, que requiere tiempo y trabajo. Las madres resilientes permitirán que sus amigos entren en su quebranto, porque, a veces, para recibir el don de la consolación de otros creyentes, es necesario correr el riesgo emocional de contarles cómo se encuentran realmente.

<p><p>Esto también incluye buscar y valorar los comentarios de sus maridos. Como «coherederos de la gracia de la vida» (1 Pedro 3:7), estamos llamados a criar a nuestros hijos juntos. Así que pidan consejos a sus maridos. Dejen que cuiden de ustedes como Cristo cuida de su iglesia.

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Como madres, solemos estar al tanto de nuestras familias. Renunciar al control absoluto de los horarios, actividades y ambiente familiar puede parecer muy arriesgado, pero ¡qué tarea tan solitaria y abrumadora es tratar de hacer todas las cosas cuando tenemos el privilegio de tener un marido y un padre!

Maternidad desgastada

Como mujer mayor, ahora estoy llamada a fomentar la resiliencia en las jóvenes que Dios ha puesto en mi círculo de influencia (Tito 2:3-5). A su lado, sigo aprendiendo sobre la resiliencia y aceptando la gracia de Dios para rendirme alegremente a la obediencia.

La madre resiliente sabe que la maternidad piadosa es un subproducto gradual de la fidelidad. Sabe perfectamente que la resiliencia no es lo que ella reclama a Cristo, sino la prueba de que Él la reclama a ella.

El abedul curvado que se encuentra en el sendero arbolado no es ni tan alto ni tan recto como un árbol que nunca ha resistido un invierno en Maine, pero su persistente inclinación me muestra la ilusión que hay tras una tormenta. En su resiliencia profundamente arraigada, veo la sabiduría de doblegarse.


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