La majestuosa mano del insomnio

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English: The Sovereign Hand of Sleeplessness

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Por Desiring God Staff sobre Santificación y Crecimiento

Traducción por Yura Gonzalez


Me acuesto cansada y me levanto exhausta.

Los padres de niños pequeños saben a qué me refiero, recordando las noches en que cada personita parecía necesitar algo desesperadamente entre la medianoche y las 5 de la mañana.

Pero incluso si esta no es tu situación, es probable que sufras de alguna forma de agotamiento en este momento. El trabajo con implacables expectativas de horas facturables. La interminable lista de lecturas, exámenes y trabajos para entregar pronto. O el envejecido cuerpo que ya parece no estar nunca completamente descansado.

Luchar contra el stress, las preocupaciones y la ansiedad puede convertirse en una batalla nocturna, incluso cuando logramos acostarnos temprano; lo que dificulta conseguir la paz mental que a menudo sirve como precursora de la paz física.

El cansancio se siente como un enemigo, y en cierta medida lo es. La disfunción de un mundo caído garantiza que nunca tendremos suficientes horas en el día, que con demasiada frecuencia nuestros cuerpos no cooperarán con nuestro deseo de descansar y que sentiremos nuestras limitaciones físicas profundamente.

Dormir es un regalo de Dios

El insomnio puede dejarnos vulnerables a la tentación y la flaqueza. Expertos modernos hablan de las consecuencias de la agitación acumulada en la mente, el cuerpo y el alma. Dios ha diseñado nuestros cuerpos para que necesiten descanso; el don del sueño nos recuerda que no somos ni autosuficientes ni omnipotentes, pero que Dios es ambas cosas y más para nosotros, sus hijos.

El regalo del sueño es realmente el regalo de la dependencia, una invitación a confiar en el Dios que "no dormirá ni se adormecerá" (Salmo 121: 4) y que "da a su amado el sueño" (Salmo 127: 2). Así que el sueño y la necesidad de dormir son buenos. Y debemos tratar de descansar lo suficiente en la medida en que dependa de nosotros hacerlo.

Entonces, ¿qué hacemos con el insomnio? Hay temporadas, a veces largas, en las que parece que no podemos dormir lo suficiente a pesar de nuestros mejores esfuerzos. Quizás trabajar en el turno de noche no permite suficiente descanso en general, u horas extras de estudio, o un segundo trabajo, o enfermedades crónicas, o personitas en el hogar que pueden despertarse varias veces durante la noche por diversas razones.

Recuerdo una noche en particular después del nacimiento de nuestro tercer hijo, en el que cada uno desfiló por nuestra habitación, durante toda la noche, necesitando cambiar sábanas, calmar pesadillas, llenar barriguitas y ya no recuerdo más. Parecía un plan. No lo era, por supuesto.

En realidad, lo era, pero no eran mis hijos los autores intelectuales. Mi Dios soberano (y el tuyo) ha diseñado todas las noches de mi vida, así como mis días. Él es el responsable del número de veces que despierto cada noche, al igual que es el autor de cada uno de los días de mi vida, ya sean felices, dichosos o "malos". Y si despierto una o seis veces en una noche determinada, él lo sabe, de hecho, él ha diseñado esa noche como parte de mi vida, por mi bien supremo y su máxima gloria.

Dios trabaja cuando no podemos dormir

El Dios que ha logrado mi salvación, de principio a fin, es el Dios que la ordenó antes del comienzo del mundo (Efesios 1: 4–5). ¿Me olvidaría el Dios que me escogió antes del inicio de los tiempos? ¿Ahora, en medio de la noche cuando siento que cada onza de energía que tenía almacenada para el día siguiente se agota?

La respuesta es un no rotundo. Y aquí está la solución al dilema práctico del agotamiento, el lugar donde el agotamiento se convierte en un volante que nos conduce hacia Dios de una manera diferente al sueño. La falta de sueño nos hace apartar la mirada de nosotros mismos (nuestra capacidad, nuestros recursos, nuestra reserva de energía, nuestra agudeza mental, nuestra fuerza física y nuestra planificación metódica) y nos hace depender exclusivamente de aquel que "no se fatiga ni se cansa” (Isaías 40:28). Es allí, en medio de la noche, con el bebé -o la computadora, o el hospital o el estrés mental- que nos encontramos llegando al final de nosotros mismos. Y el final de nosotros mismos es muy buen lugar para estar.

La razón por la que tememos tanto al insomnio es porque sabemos que nos enfrentaremos cara a cara con nuestras limitaciones, debilidades y vulnerabilidades. Descubriremos que no somos del todo suficientes, que no podemos cubrir nuestras necesidades del día siguiente. Pero “no temas,” dice nuestro Padre, “porque yo estoy contigo; no te desalientes, porque yo soy tu Dios. Te fortaleceré, ciertamente te ayudaré, sí, te sostendré con la diestra de mi justicia (Isaías 41:10).

Sólo Dios es Todo-Suficiente. Siempre lo ha sido. Siempre lo será. Él trae insomnio a nuestras vidas para que lo recordemos. En nuestro agotamiento encontramos que la gracia de Dios siempre está presente.

Cansada y con fe

Una mañana en la que apenas puedo abrir los ojos es una invitación a correr (correr, no caminar), a los brazos de mi Padre, quién ha prometido nunca abandonarme ni desampararme, que me ha dado su Espíritu Santo, quién me prometió que si primero busco su reino y su virtud en este día de ojos soñolientos y músculos adoloridos, que todas estas cosas son mías –el amor, la alegría, la paz, la paciencia, la bondad, la amabilidad, la gentileza, la fidelidad y el autocontrol que Jesús compró en la cruz.

Por eso, este es mi descanso: “No temas, rebaño pequeño, porque vuestro Padre ha decidido daros el reino.” (Lucas 12: 32). Un día bueno ya no es aquel en el que me levanto descansada. Un buen día es aquel en que al final de la jornada puedo mirar hacia atrás y ver la provisión en mi carencia, su gracia en mis momentos de debilidad, su perdón para cubrir mis faltas, y más de su alegría, risa, amabilidad, paciencia y amor saliendo de mi boca de lo que hubiera imaginado al levantarme de la cama esa mañana. Cansada, pero feliz, en Jesús es un buen lugar para estar.

Aun los mancebos se fatigan y se cansan, y los jóvenes tropiezan y vacilan, pero los que esperan en el Señor renovarán sus fuerzas; se remontarán con alas como las águilas, correrán y no se cansarán, caminarán y no se fatigarán. (Isaías 40:30-31)

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