La maravilla que alguna vez tuvimos

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English: The Wonder We Once Had

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Por Marshall Segal sobre Santificación y Crecimiento

Traducción por Andrea Ledesma


Descubrir la tierra que Dios creó

¿Cuándo fue la última vez que algo que Dios creó te detuvo con un sentido profundo e indiscutible de que él debía ser real?

Unos pocos de nosotros nos detenemos lo suficiente. Algunos construyeron vidas completas para evitar el infinito sermón que Dios profesa a través de la creación. Caminamos por el mundo de milagros de Dios, en sentido literal o figurado, con audífonos. Lo natural ya no puede molestarnos. Nos hemos dedicado a los autos, los teléfonos inteligentes, los pódcasts y Youtube. Hemos crecido alejados de la fascinación y la maravilla, y los hemos almacenado como objetos usados para nuestros hijos y nietos. Como lo expresa G.K. Chesterton:

«La gente grande no es suficientemente fuerte para regocijarse en la monotonía. Pero tal vez Dios sea bastante fuerte para regocijarse en ella. Es posible que Dios diga al sol cada mañana: ‘hazlo otra vez’, y cada noche diga a la luna: ‘hazlo otra vez’. Puede que todas las margaritas sean iguales, no por una necesidad automática; puede que Dios haga separadamente cada margarita y que nunca se haya cansado de hacerlas iguales. Puede que Él tenga el eterno instinto de la infancia; porque pecamos y envejecimos, y nuestro Padre es más joven que nosotros. La repetición en la Naturaleza puede no ser un mero recomenzar; puede ser un teatral ‘todavía’. (Ortodoxia, p.58)

Sabemos que el infinito y eterno Dios verdaderamente disfruta de lo que ha hecho (Génesis 1:31). Pero, los adultos ¿nos hemos vuelto aburridos, distraídos y solo demasiado ocupados?

Rutinas sin maravilla

Piensa, por un momento, en la gran parte de tu día que está cercada por la creación del hombre.

Desde la cama en la que duermes, en la casa donde vives, hasta la duda, el desayunador, el auto, el escritorio y la oficina, el teléfono, la computadora y la televisión. Además de una breve caminata hasta el auto y de vuelta desde él (y aquella ventana de la sala), podemos, casi por completo, ignorar el inmenso e imponente mundo en el que vivimos. Quizás empecemos a suponer que la mayor parte de las cosas con las que nos encontramos en un día, al menos en contextos urbanos, podrían ser obras de Dios.

Pero ese árbol en el jardín delantero desafía toda la ingenuidad y experiencia humana. ¿Quién puedo haberlo hecho? No hay absolutamente nada raro ni espectacular con ese árbol. Mientras manejas por la calle, no te darías cuenta de él en medio de árboles más grandes y hermosos. Y, aun así, si te detienes a observarlo, de verdad, es majestuoso, inexplicable, lleno de Dios. Si nos detenemos.

Extrañar el bosque y los árboles

Dios se revela claramente en todos lados en sus creaciones. Según el apóstol Pablo: «Porque desde la creación del mundo, sus atributos invisibles, su eterno poder y divinidad, se han visto con toda claridad, siendo entendidos por medio de lo creado, de manera que no tienen excusa.» (Romanos 1:20) Se refiere a los incrédulos y a los injustos, quienes no tienen excusas porque reprimen lo que Dios dice en los cielos de la noche y los atardeceres majestuosos, en mares embravecidos y pasturas en calma, en pumas y en hormigueros. Entonces, ¿tenemos una excusa?

Quienes amamos la Biblia, y de verdad la amamos, podemos estar expuestos a extrañar el otro libro que Dios nos escribió. Génesis no son las Escrituras, y deberíamos ver toda la creación a través de la ventana de la infalible, inequívoca, adecuada y gloriosa palabra de Dios.

Sin embargo, si nos gusta la voz que oímos en las Escrituras, podemos aprender a oír la misma voz en los árboles, las tortugas, las tormentas, y en los dos patos que pasaron por nuestro patio delantero esta mañana. Si amamos al dios sobre el que leemos en Éxodo, Isaías, Mateo y Romanos, podremos verlo en los océanos, sentir su aroma en las flores, saborearlo en la miel, sentirlo en la calidez del atardecer o debajo de la primera nevada. Si de verdad Dios habla en la Biblia, entonces habla de cada parte en igual cantidad y con el mismo tono en la creación, incluso si el idioma no tiene el grado de precisión sobre el que aprendimos a apoyarnos.

La clave para ver de verdad

Dios nos envía, en Romanos 1, hacia la lejanía, lo ancho y lo profundo de la creación, con corazones sensibles a los inmensos y sutiles mensajes en todo lo que vemos, olemos, oímos, saboreamos y tocamos. Pero en Romanos 1 también hay una grave advertencia sobre la belleza de lo que descubrimos. Si no caminamos por la fe a través del mundo (Romanos 1:17), podríamos enamorarnos de este mundo, para nuestra destrucción.

La historia de la humanidad cuenta la historia de los pecadores que reprimieron la verdad «y cambiaron la gloria del Dios incorruptible», la gloria que vemos en sus creaciones, incluidos el hombre y las aves y los animales y las cosas aterradoras, «por una imagen en forma de hombre corruptible, de aves, de cuadrúpedos y de reptiles.» (Romanos 1:23). Y porque eligieron la belleza de las aves antes que el Dios que las creó, se perdieron la verdadera belleza y el verdadero canto de las aves. La gloria que creyeron ver solo fue un horrible espejismo de la realidad que desprecia a Dios.

Y en una realidad malinterpretada, se lanzaron de cabeza al pecado y a la ira (Romanos 1:24-25). Pero en Cristo, nos dieron nuevos ojos para la creación. «Pues Dios, que dijo que de las tinieblas resplandeciera la luz, es el que ha resplandecido en nuestros corazones, para iluminación del conocimiento de la gloria de Dios en la faz de Cristo.» (2 Corintios 4:6). Y a medida que su luz brilla en nosotros, a través de su palabra, se eleva, como el sol, sobre toda su creación. «Para que los propósitos completos y finales de la creación salgan a la luz, las cosas que Dios creó deben considerarse a través de los ojos de la fe en Jesucristo». (T.M. Moore, Consider the Lilies, p. 89)

Según Steve DeWitt, cuando miramos «Hasta que veamos la belleza de Cristo, nunca veremos la verdadera belleza de nada más» (Eyes Wide Open, p. 116) Quiere decir que, si de verdad queremos oír lo que Dios dice en el blues de los azulejos y el caminar de los pingüinos, en la furia de los ríos y la firmeza de los lagos, en la apertura de los lirios y los desprendimientos de los acantilados, primero y por siempre debemos poner nuestros ojos en Jesús. Nunca apreciaremos la creación si no lo miramos, sino que lo haremos si miramos a través la persona por medio de la cual se creó el universo (Hebreos 1:2) Su belleza despliega toda otra belleza, si estamos dispuestos a mirar.

Mientras miro hacia afuera, como anoche, durante otra noche de martes «normal», el asombro y la adoración del Rey David podría, crecientemente, volverse segunda naturaleza.

Cuando veo tus cielos, obra de tus dedos,
la luna y las estrellas que tú has establecido,
digo: ¿Qué es el hombre para que de él te acuerdes,
y el hijo del hombre para que lo cuides? (Salmo 8:3-4)

Este tipo de asombro podría necesitar un poco de intencionalidad y disciplina al principio, en especial para quienes han aprendido a evitar e ignorar la creación, pero necesita cada vez menos durante el tiempo. No te equivoques, siempre tomará tiempo («Cuando veo tus cielos»), pero si queremos honrar a Dios, agradecerle y disfrutarlo por medio de la creación, no tendremos que mirar con mucho esfuerzo para encontrarlo. Después de todo, está mostrando un eterno poder, no un poder ordinario: una naturaleza divina, no una por sobre el promedio.

El cielo se convertirá en la tierra

Sin embargo, incluso si luchamos para ver y disfrutar a Dios por medio de su mundo en la tierra, no lo haremos en el nuevo mundo que llega. El cielo desplegará este tipo de teología y experiencia. El mundo creado se liberará de su esclavitud de la corrupción, y nosotros nos liberaremos de nuestra ceguera de Dios en la creación.

Cuando esos días interminables lleguen, sabremos un poco de lo que Dios sintió cuando «todo lo que había hecho, y he aquí que era bueno en gran manera» (Génesis 1:31). Todo nerviosismo que alguna vez sentimos sobre la idea de la revelación general (una parte por buenos motivos) resultará en siglos de descubrimiento, de revelación de atisbos de Dios en todo, muchos de os cuales estuvieron frente a nosotros durante mucho tiempo.

Hasta entonces, practicamos oírlo en lo que ha hecho, tan dañado como pueda estar (¡y como podamos estarlo nosotros!). Como dice Joe Rigney: «El amor de Dios por Dios lo llevó a crear el mundo desde cero. Por consiguiente, nuestro amor por Dios, si fuera a ser una reflexión adecuada del amor de Dios, debe guiarnos hacia un amor profundo, intenso y apropiado por la creación. El amor de Dios por Dios lo empuja hacia la creación. Y el nuestro debería hacerlo también» (The Things of Earth, p. 62). Dios creó este mundo para darnos más de lo que él más ama: a sí mismo. ¿Nos detendremos para disfrutarlo?


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