La oración más peligrosa para los pastores

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English: The Most Dangerous Prayer for Pastors

© The Gospel Coalition

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Por Paul Tripp sobre Ministerio Pastoral

Traducción por David Acuña Astorga

No creo que se pueda decir palabras más peligrosas que las de las oraciones del Señor. No creo que se pueda hacer una oración más radical. Probablemente, muchos de nosotros, incluso en el ministerio, dudaríamos decir estas palabras si las entendiéramos. Al menos, haríamos una pausa antes de repetir esta oración si entendiéramos claramente que estaríamos invitando a la agitación a que entre a nuestras vidas y ministerios. Esta oración no puede ser respondida si no es por medio del quebrantamiento y la reconstrucción de muchas cosas de nuestra vida.

Estas son las palabras radicales a las que me estoy refiriendo: “Venga tu reino. Hágase tu voluntad, así en la tierra como en el cielo” (Mateo 6:10). Yo debo admitir que no siempre recibo el reino de Dios con gozo. No sólo quiero ciertas cosas en mi vida, sino que también sé cómo, cuándo y dónde las quiero. Quiero que mi vida y mi ministerio sean cómodos. Quiero que mi horario sea predecible y que no tenga obstrucciones. Quiero que la gente me estime y me aprecie. Quiero controlar las situaciones y las relaciones que no puedo evitar. Quiero que la gente concuerde con mis opiniones y siga mi liderazgo pastoral. Quiero que las iniciativas ministeriales que yo dirijo sean bien recibidas y exitosas.

Cuando no estoy en horario ministerial, quiero que los placeres que me entretienen estén disponibles para mí. Quiero que mis hijos aprecien la bendición de tenerme como su padre. Quiero que mi esposa sea una partidaria gozosa y comprometida de mis sueños. No quiero sufrir. No quiero vivir con carencias. No quiero tener que enfrentar una derrota personal o un fracaso ministerial. Es humillante admitirlo, pero quiero que venga mi reino y que se haga mi voluntad.

Nuestro propio camino

En este sentido, me encuentro con todos aquellos que aparecen en las Escrituras, desde Caín a Pedro, que quisieron hacer su propia voluntad o seguir su propio camino. Pensemos en el rey David. Es un enorme llamado el ser parte de un reino que nunca terminaría, del cual vendría el Mesías. Pero en el pequeño reino personal y claustrofóbico de David, Betsabé sería su esposa. En el reino de David, Betsabé no habría estado casada aún. En el reino de David, él podría haber tenido a Betsabé y la bendición del reino del Señor al mismo tiempo. De manera que David actuó según el celo de su propio reino y olvidó que había sido enviado como el embajador del rey más grande.

Lamentablemente, en la vida y en los ministerios, usted y yo hacemos lo mismo. Me enojo con alguien no porque rompió las leyes de Dios, sino que porque rompió las mías. Nos impacientamos con otros porque pareciera que retrasan la materialización de los propósitos de nuestros propios reinos. O, también, nos desalentamos porque Dios trae a nuestras vidas las cosas tan incómodas que tanto tratamos de evitar.

“Venga tu reino” es una oración peligrosa, pues significa la muerte de nuestra propia soberanía. Significa que nuestras vidas y ministerios serán moldeados a la voluntad de otro. Significa que experimentaremos el desorden, la incomodidad y la dificultad de la gracia refinadora de Dios. Significa rendir el centro de nuestro propio universo al único que merece estar ahí. Significa amar a Dios por sobre todos y a nuestro prójimo como a nosotros mismos. Significa experimentar la libertad que sólo se puede encontrar cuando Dios nos libera de nuestra esclavitud. Finalmente, significa vivir y ministrar la única gloria que es verdaderamente gloriosa: la gloria de Dios.

La oración que Jesús nos enseñó es el antídoto para el pecado. Debido a que el pecado comienza en el corazón, yo sólo puedo vivir dentro de los límites morales que Dios demarca cuando mi corazón desea la voluntad de Dios más que la mía propia. No hay un conjunto de disciplinas ministeriales, un plan estratégico maravilloso o una reformación de la cultura de liderazgo que puedan producir un corazón que se someta funcional y gozosamente al reino y a la gloria de Dios. Sólo la poderosa gracia transformadora de Dios puede producir este tipo de corazón.

Sólo quienes han sido liberados mediante la muerte y desean escapar del reino propio que siempre lleva a la destrucción y a la muerte oran "venga tu reino", palaras de sumisión, protección y gracia. ¿Está dispuesto usted a decir: "Señor, me comprometo a hacer todo lo que hago, a decir todo lo que digo y a escoger todo lo que escojo por tu reino y no por el mío”? ¿Encuentra usted gozo y esperanza al saber que el llamado de Dios a vivir su vida y su ministerio por Su reino lo libera a usted de estar limitado al pequeño reino propio? ¿Y busca usted a diario la gracia dada libremente para poder responder “sí” a ambas preguntas?


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