La soledad en el sufrimiento

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Revisión a fecha de 16:57 13 oct 2020; Kathyyee (Discusión | contribuciones)
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English: The Loneliness of Suffering

© Desiring God

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Por Vaneetha Rendall Risner sobre Sufrimiento

Traducción por Cielo Melisa Schmura

Una de las peores cosas del sufrimiento es la soledad.

Es inevitable sentirme sola. Aunque mis amigos puedan ayudarme, no pueden compartir mi tristeza. Es algo muy profundo.

Cuando la pérdida es reciente las personas están cerca: llaman, ofrecen ayuda, envían cartas y te acercan algo para comer. La forma en la que se preocupan aminora ese dolor punzante, pero solo por un tiempo.

Luego dejan de preocuparse. No hay más comidas, el teléfono deja de sonar, el buzón de mensajes queda vacío.

Nadie sabe qué decir. No saben bien qué preguntar, y generalmente, no dicen nada.

A veces está bien, es difícil hablar del dolor. Yo no quiero su lástima, no quiero ver sus ojos llenos de pena, no quiero sus palmadas en la espalda ni mucho menos quiero escuchar la pregunta “¿Cómo estás?”

No sé cómo responder, no sé cómo estoy. Una parte de mi está rota, nunca seré la misma de antes. Mi vida cambió por completo.

Pero otra parte de mi quiere volver a la normalidad, a lo que conocía, a pasar desapercibida en la multitud.

No sé qué es lo que quiero

No quiero ser desagradecida con el apoyo que me brindan mis amigos. Y, en mis mejores días, puedo ver y apreciar todos sus esfuerzos. Pero en mis peores días me siento enojada y frustrada. Me pregunto por qué las personas no pueden darme lo que quiero. ¿No saben qué es lo que quiero? ¿Acaso no saben leer las señales? ¿Por qué no pueden saber qué es lo que me haría sentir mejor?

El problema es que no pueden saberlo, porque ni yo misma lo sé.

Esta es la parte más rara del dolor, no sé qué es lo que quiero. No sé qué es lo que me va a satisfacer. Y de alguna forma, nada de lo que hagan los demás puede satisfacerme. Porque mis expectativas son inestables, injustas y reflejan lo absorta que estoy conmigo misma.

Eso es lo que hace un dolor profundo, ya sea físico o emocional. Solo me importo yo: mis necesidades, mi dolor, mi vida. De alguna forma olvido que los otros también tienen problemas, que lidian con su propio dolor y sus propias vidas. Quieren ayudarme, pero no pueden hacer mucho.

Sola con Dios

Al frustrarme porque otros no pueden calmar mi dolor, necesito recordar que yo debo llevar una parte de mi sufrimiento.

Pablo habla sobre esto en Gálatas 6:2 (LBLA) y dice: “Llevad los unos las cargas de los otros, y cumplid así la ley de Cristo”. Y luego, tres versículos después les recuerda: “porque cada uno llevará su propia carga” (Gálatas 6:5).

La palabra que Pablo usa para ‘cargas’ implica cargas que sobrepasan nuestras fuerzas. En aquellos días, los viajantes solían llevar cargas pesadas y otros les ayudaban llevando ese peso por un tiempo. Sin ayuda, esas cargas podrían ser devastadoras. Esto es similar a la ayuda tangible que ofrecemos: actos de servicio, oraciones, estar ahí para otros.

La palabra ‘carga’ es algo proporcionado a nuestra fuerza individual. Podría ser los pertrechos de un soldado o la labor constante de procesar nuestro dolor, las partes de nuestro sufrimiento que nadie más puede llevar por nosotros. Cargas que debemos llevar nosotros mismos.

Ni siquiera nuestros amigos más cercanos, los que más se preocupan por nosotros, pueden estar en nuestro más profundo dolor. Pueden llorar con nosotros, pero no pueden caminar con nosotros.

Y Jesús lo comprende. En los momentos en los que necesitó de alguien, sus amigos lo abandonaron. Esos amigos que dijeron que morirían por Él no pudieron mantenerse despiertos y acompañarle en oración.

Por eso, en Getsemaní, Jesús estaba solo. Con Dios.

Tal como estamos nosotros. Al final, todos estamos solos con Dios.

¿A dónde voy?

Así pues, ¿Qué hacemos cuando nos sentimos agotados y vacíos? ¿Cuando nadie comprende nuestro sufrimiento, y a nadie le importa? ¿Cuando nos sentimos sin ánimo, cansados e insoportablemente solos?

Leer la Biblia, y orar.

Lee la Biblia, aunque sientas que no tiene sentido. Ora aun cuando sientas que estás hablando con una pared.

¿Suena sencillo? Lo es.

¿Suena muy difícil? También lo es.

Pero leer la Biblia y orar es la única forma que he encontrado de salir de mi sufrimiento.

No existen atajos a la sanidad. A veces desearía que existan, porque quiero seguir adelante. Pero en muchos aspectos estoy agradecida por este proceso de transformación por el que estoy pasando.

Un proceso que requiere leer la Biblia y orar.

No es solo leer

Cuando leo, no se trata solo de leer palabras por una cierta cantidad tiempo. Hay que meditar en la palabra, escribir lo que Dios nos está diciendo, pedirle que se nos revele creyendo que Dios usa sus Escrituras para enseñar y consolar, para enseñarme cosas maravillosas en su ley (Salmos 119:18) y consolarme con sus promesas (Salmos 119:76).

Si leemos de esta forma, cobrará sentido y estaremos recibiendo maná. Cito a Jeremías que dijo: “Cuando se presentaban tus palabras, yo las comía; tus palabras eran para mí el gozo y la alegría de mi corazón” (Jeremías 15:16).

No es solo orar

Y cuando oro, no me refiero a recitar peticiones y palabras sin pensar. Quiero decir que oremos de verdad. Hablemos con Dios con toda honestidad, como lo haríamos con un amigo. Oremos leyendo un salmo, llorándole desesperadamente, pidiéndole ayuda específica y esperando que responda.

Lo que me transforma es pasar tiempo con Jesús, sentarme con Él, lamentarme con Él, hablar con Él y escucharlo.

Y aunque me encantaría que mis amigos pudieran consolarme, nadie se ha reunido conmigo jamás como lo ha hecho Dios. Nadie me dijo nada que me haya transformado como lo hicieron las Escrituras, y ninguna presencia jamás me alentó como la presencia del Espíritu Santo.

Mis amigos pueden ayudarme, pero no pueden sanarme.

Solo el Dios vivo y su palabra viva pueden hacerlo.

Este camino de sufrimiento, de desesperanza y soledad me llevan directamente con mi Salvador. Este es el único camino que vale la pena seguir.

Porque solo Jesús puede sanarme.


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