Las almas necesitan canciones

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English: Souls Need Songs

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Por Hayden Nesbit sobre Alabanza

Traducción por Javier Matus


Contenido

Cómo Dios nos forma a través del canto

No canto bien —y decir eso es generoso. No puedo “llevar una melodía”. Ni siquiera puedo tararear la melodía de una canción familiar lo suficientemente bien como para que alguien la reconozca. Pero nada parece sacar las emociones de mi corazón como cantar. Hay pocas cosas que refresquen mi alma tanto como cantar la doxología en la mesa cuando voy a cenar con mi familia, o cantar catecismos e himnos a nuestra hija a la hora de dormir.

Dios hizo nuestras almas para el canto. La Escritura rebosa del llamado de Dios para que su pueblo cante sus alabanzas. Hay algo en el cantar que refresca y reorienta nuestras almas.

Enseñar y exhortar

En la carta del apóstol Pablo a los colosenses, él instruye a la iglesia a que “la palabra de Cristo habite en abundancia en vosotros, con toda sabiduría enseñándoos y amonestándoos unos a otros con salmos, himnos y canciones espirituales, cantando a Dios con acción de gracias en vuestros corazones” (Colosenses 3:16, LBLA). Pablo desea que los miembros de la iglesia se instruyan unos a otros por diversos medios, incluyendo el canto. ¿Pero cómo puede instruir el cantar?

Aquí es donde se vuelve crucial el poder transformador de las Escrituras. Pablo insta a los creyentes a cantar salmos —la colección inspirada y hablada por Dios de alabanzas y lamentos. También les aconseja cantar himnos —un término que probablemente describe canciones ricas en verdad teológica. Finalmente, Pablo incluso quiere que los colosenses canten canciones espirituales —lo que probablemente se refiere a alabanzas espontáneas que desbordan del corazón. Todos los cuales son capaces de instruir.

Las Escrituras inspiradas en el Espíritu estallan con poder para traernos convicción del pecado y fortalecer nuestra fe en Dios. Me encanta que nuestra iglesia haga el esfuerzo de cantar salmos. Nada tiene un poder para instuir tan grande como la Palabra de Dios, y una melodía hermosa y atractiva prepara el corazón para recibir la Palabra. Cuando cantamos himnos que muestran de forma artística las verdades de las Escrituras, o canciones espontáneas que surgen de esa verdad que habita profundamente en nosotros, y especialmente cuando cantamos las mismas palabras de las Escrituras, tomamos de la capacidad de enseñar, redargüir, corregir e instruir de la Palabra de una manera que involucra tanto al corazón como la mente (2 Timoteo 3:16).

Suavizar el alma

Pablo quería que los miembros de la iglesia cantaran unos a otros desde corazones rebosantes, afectados por verdades bíblicas, en vez de por motivaciones rituales o de rutina. La música no se convierte en espiritual porque hayamos usado ciertas palabras o notas; la música se vuelve espiritual cuando el Espíritu la inspira. Y cuando cantamos las Escrituras —las mismas palabras del Espíritu— Dios a menudo usa su Palabra para suavizar nuestras almas.

Dios piensa que cantar es tan importante que comisionó a grupos en Israel a los ministerios de música. Por ejemplo, la única descripción del puesto de los hijos de Coré era cantarle al Señor. En 2 Crónicas 20:19, “se levantaron para alabar al Señor, Dios de Israel, en voz muy alta”. El canto de los hijos de Coré no era solo para dar un espectáculo; su ministerio tenía un propósito. El cantar sirve para refrescar y reorientar nuestras almas en maneras que otras formas de instrucción simplemente no lo hacen. El cantar nos ayuda a amar a Dios no solo con nuestras mentes, sino también con nuestros corazones, almas y fuerzas (Marcos 12:30).

Nuestras almas necesitan el canto. Así que Dios ordenó un ministerio de cantores para introducir profundamente la enseñanza teológica en los corazones de su pueblo. Como creyentes en los que mora el Espíritu Santo, ahora poseemos este don de cantar para nuestro beneficio y el beneficio de los demás.

El cantar combina las semillas instructivas de las verdades bíblicas con el ministerio de la música que suaviza el alma.

Levanta una canción

¿Cómo, entonces, podemos crecer en este ministerio de canto? ¿Cómo podemos cantar para que nuestras mentes sean instruidas y nuestras almas suavizadas? Podemos comenzar dejando que “la palabra de Cristo habite en abundancia en [nosotros]” (Colosenses 3:16) mientras memorizamos salmos e himnos.

El cancionero de la Biblia

Memorizar las Escrituras trae innumerables beneficios. Una de las ventajas más transformadoras es el poder hablar o cantar las palabras de las Escrituras directamente a la vida de otra persona.

El consejero bíblico David Powlison dice que deberíamos usar los salmos por lo menos de dos maneras. Primero, deberíamos usar los salmos como la música clásica. Este es el almacenamiento técnico, detallado y palabra por palabra de los salmos en el corazón. Cuando hacemos esto, podemos hablar poderosamente la Palabra viva de Dios en nuestros propios corazones y en los de los demás. Segundo, deberíamos usar los salmos como el jazz. Cuando guardamos las palabras de los salmos en nuestras mentes, somos libres para improvisar sobre ellos —agregando estribillos o adaptándolos a una cierta melodía determinada— para introducirlos más profundamente en nuestros corazones.

El pastor escocés Robert Murray M’Cheyne sugirió cantar todos los salmos en un año, además de la lectura regular y sistemática de la Biblia. Si seguimos su consejo, nos familiarizaremos rápidamente con muchos de los salmos y podremos “tocarlos” como el jazz mientras se mezclan en nuestros corazones a través de la melodía.

El memorizar las Escrituras, especialmente los salmos, nos permite instruir tanto nuestras mentes como a los corazones de los demás de forma poderosa.

Un arsenal de himnos

Durante una semana de clases de seminario, yo y algunos de mis compañeros nos quedamos con un pastor amigo y su familia. Nunca olvidaré lo que escuché cuando entramos por la puerta de su casa. Desde la habitación de atrás surgía una voz en pleno auge, áspera, que cantaba versos de Poderosa fortaleza es nuestro Dios, intercalados con las risitas de sus hijas pequeñas.

No recuerdo mucho de las clases en las que estuvimos esa semana, pero el canto de este amigo con sus hijas permaneció conmigo. No había púlpito; no había himnarios o folletos. Solo un padre instruyendo a sus hijas con las estrofas teológicamente ricas de un himno y rebosando de emoción dentro de las paredes de su propio hogar.

El tener un arsenal de himnos teológicamente refrescantes y reorientadores en nuestro corazón, puede ayudarnos a ministrar a nuestra propia alma y las de los demás de maneras hermosas.

El Salvador que canta

Nadie conoce la ruina que marca las almas de los hombres como Jesús. Y nadie conoce el remedio para tal devastación como el mismo Salvador del hombre. Todo lo que hace Jesús importa, y eso incluye su cantar.

Jesús cantó. Cantó con personas y a personas. En la Última Cena, Jesús y sus discípulos cantaron juntos un himno (Mateo 26:30). Probablemente fue una porción de lo que se conoce como los Salmos Hallel —Salmos 113-118. Jesús, el Verbo, guió a estos hombres a cantar las mismas palabras de las Escrituras que Él encarnó. Al día siguiente, Jesús murió con un salmo en sus labios. Él cargó con la ira de Dios en la cruz susurrando un salmo, para que un día pudiéramos cantar esos mismos salmos con gozo como hijos de Dios.

Importa que el Salvador de las almas fuera un cantante a las almas, y Él mismo es un alma que canta. Es importante que quien convierte los corazones de piedra en corazones de carne nos diera el don del canto para llevar esa realidad evangélica y sus implicaciones instructivas a lo profundo de nuestras almas.

El cantar importa. Las almas necesitan canciones.


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