Las Manchas que nadie ve

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English: The Stains That No One Sees

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Por Sam Allberry sobre Santificación y Crecimiento

Traducción por Javier Matus

Cómo quita Jesús nuestra vergüenza

En 1966, Inglaterra llegó a la gloria al ganar la Copa Mundial de fútbol. Al capitán, Bobby Moore, le tocó el honor de subir los escalones del estadio de Wembley para recibir el trofeo de la reina.

Cuando se le preguntó cómo se sintió durante ese momento histórico, Moore admitió que estaba aterrorizado. Había notado que la reina llevaba guantes blancos inmaculados. Por el partido, las manos de Moore estaban cubiertas de tierra e iba a tener que estrecharle la mano. Y así, mientras subía esos escalones, trató frenéticamente de limpiarse las manos.

La mayoría de nosotros hemos tenido alguna experiencia de estar impuros. Pero, por supuesto, hay más de una manera de estar sucio. También podemos sentirnos desesperadamente impuros por dentro.

Cómo se siente la vergüenza

El Evangelio de Marcos nos presenta a alguien que conoció muy bien lo que significa sentirse impuro. En Marcos 1:40-45, Jesús se encuentra con un leproso, alguien cuya condición de la piel lo dejó ceremonialmente impuro según la ley del Antiguo Testamento. La lepra era una condición particularmente cruel. Era considerada como incurable y altamente contagiosa. Aquellos afectados por ella sufrieron tanto el malestar físico como el aislamiento social, y por algo que no hicieron o provocaron. Eran considerados un contagio espiritual, así como físico.

Así podría ser cómo te sientes: tóxico, radiactivo —un contagio.

Puede ser por algo que has hecho. En Macbeth de Shakespeare, Lady Macbeth había sido cómplice del asesinato del rey Duncan, y le pesó tanto que oímos hablar de ella tratando de quitarse la sangre de las manos mientras dormía. “¿Acaso estas manos nunca estarán limpias?”, llora ella. Resulta que Shakespeare tuvo un entendimiento increíble del funcionamiento de un subconsciente culpable.

Avergonzada de ser asaltada

Sin embargo, no son solo nuestras propias acciones las que nos pueden hacer sentir impuros. Tal vez has estado en el lado receptor de la maldad humana, y te ha dejado con una profunda sensación de impureza. Una víctima de agresión sexual describe por qué nunca habló al respecto durante tantos años:

No se lo dije a nadie. En mi opinión, no fue un ejemplo de agresión masculina utilizada contra una chica para sacarle sexo. En mi opinión, era un ejemplo de lo indeseable que era yo. Era una prueba de que yo no era la clase de chica que llevabas a las fiestas, o la clase de chica que querías conocer. Yo era la clase de chica que llevabas a un estacionamiento vacío y tratabas de hacer que te diera sexo. Decirle a alguien no revelaría lo que él había hecho; revelaría lo merecedora que era yo de ese tipo de trato.

En su mente, este asalto no la dejó con la sensación de la suciedad de su asaltante; la hizo sentir sucia.

“Puedes limpiarme”

Así que debemos prestar mucha atención a este encuentro en Marcos.

Vino a Él un leproso, rogándole; e hincada la rodilla, Le dijo: Si quieres, puedes limpiarme (Marcos 1:40).

Nuevamente, su lepra, hasta donde sabemos, no era el resultado de ningún pecado que cometió, pero según la ley, se suponía que no debía acercase a nadie. Sin embargo, sabe que Jesús tiene un poder único —poder para restaurarlo, para limpiarlo. “Si quieres” puede indicar que sabe que no tiene derecho a tal sanidad. No presume que se la merece.

Jesús es conmovido profundamente por la difícil situación de este hombre. No es indiferente. Jesús no retrocede asqueado. Él se compadece por este hombre. Jesús lo toca. Esta puede ser la primera vez en décadas que este hombre haya sido tocado por alguien.

Esto es lo que Jesús hace con la impureza de aquellos que acuden a Él como lo hizo este leproso. En vez de retroceder asqueado, se acerca y nos extiende la mano. Se mueve hacia nosotros, no se aleja de nosotros. “Teniendo misericordia de él, extendió la mano y le tocó, y le dijo: Quiero, sé limpio” (Marcos 1:41). Jesús está dispuesto. Y el efecto es inmediato y dramático. “Al instante la lepra se fue de aquél, y quedó limpio” (Marcos 1:42).

Más gracia en Cristo

Los leprosos debían separarse de las personas porque eran vistos como un peligro, un contaminante. Sin embargo, cuando se trata de Jesús, resulta que la lepra era la que estaba en riesgo.

La limpieza de Jesús es un contagio mucho más poderoso que cualquier suciedad que podamos traerle. Siempre hay más de lo que está correcto en Jesús que lo que está mal en nosotros, más gracia en Él que ofensa en nosotros, más perdón en Él que pecado en nosotros. Lo peor en nosotros no puede competir con lo mejor en Cristo. No podemos mancharlo. Él solo puede purificarnos. Por muy profundo que sea nuestro desorden, Su santidad es más profunda. Nunca la agotaremos.

No me parece fácil de creer. Creo que debo ser la excepción —que mi toxicidad es demasiada para que Jesús la contenga. A veces este pensamiento parece autodesprecio. La gente lo confunde con humildad. En realidad, es una forma de orgullo —soy tan importante que ni siquiera Jesús puede contender conmigo. Así que necesito creer lo que veo en Marcos.

Todo nuestro pecado y vergüenza

Después de su sanidad, se le dice al hombre limpiado en los términos más enérgicos que no le diga a nadie lo que ha sucedido (excepto un sacerdote, para que pueda certificarse como ceremonialmente limpio y reincorporarse a la sociedad). Jesús no está listo para que esto se haga público. Y, sin embargo, el hombre hace exactamente lo contrario, y las noticias se difunden rápidamente. ¿El resultado?

Pero ido él, comenzó a publicarlo mucho y a divulgar el hecho, de manera que ya Jesús no podía entrar abiertamente en la ciudad, sino que se quedaba fuera en los lugares desiertos; y venían a Él de todas partes (Marcos 1:45).

Los dos han intercambiado lugares. Anteriormente, el leproso no había podido entrar a las ciudades y tenía que vivir en la desolación. Ahora está de regreso en la comunidad, y Jesús se ve obligado a ir a lugares desolados. El forastero y el lugareño han invertido papeles. En cierto sentido, Jesús se ha contaminado por este hombre. Y esa es una clave para todos nosotros.

Cómo Cristo quita la vergüenza

¿Cómo puedo saber que realmente tengo limpieza en Cristo de todos mis pecados y vergüenzas? Porque en la cruz Él tomó la extensión total de mi (y tu) impureza sobre Sí Mismo. Cada pecado, cada herida, cada pedazo de quebrantamiento y vergüenza.

Jesús pasó por la exclusión final —no solo de las personas, sino también de Su Padre (Marcos 15:34). Él fue hecho tóxico para que yo pudiera ser fragante. Fue excluido para que yo pudiera ser incluido. Eso no significa que nunca me siento impuro. Existe el ataque continuo del acusador. Satanás va a ser Satanás. Pero tengo un lugar para mirar en mi guerra contra el pecado y la vergüenza.

Bobby Moore no tuvo otra mas que limpiarse las manos de manera ineficaz en sus pantaloncillos, pero Cristo nos limpia por completo de todo lo que más nos ha ensuciado.


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