Lecciones del Maná

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English: Lessons from the Manna

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Por Charles H. Spurgeon sobre Santificación y Crecimiento
Una parte de la serie Metropolitan Tabernacle Pulpit

Traducción por Allan Aviles


"Y Jehová dijo a Moisés: He aquí yo os haré llover pan del cielo; y el pueblo saldrá, y recogerá diariamente la porción de un día, para que yo lo pruebe si anda en mi ley, o no." Éxodo 16: 4.

Nos parece que podría haber sido una empresa muy difícil suministrar alimento a los cientos de miles -y no creo equivocarme si dijera a los millones- que se encontraban en el desierto; pero, difícil como era esa tarea, el comisariato no era tan difícil como lo fue su educación. Entrenar a esa turbamulta de esclavos y convertirla en una nación disciplinada, elevar a aquellos que habían estado sometidos a la servidumbre, y hacerlos idóneos para gozar de los privilegios nacionales, constituía una tarea hercúlea que Moisés tenía que ejecutar.

Y su Dios, que amaba a los hijos de Israel, que los había escogido, y que había resuelto hacerlos un pueblo único para Él, asumió su enseñanza, y usó su alimento como una parte de las herramientas utilizados para su educación.

Muchas veces se usa el alimento para entrenar a los animales. Cuando no pueden ser alcanzados de ninguna otra manera, han sido instruidos por medio de su hambre, y de su sed, y de su alimentación.

Y el Señor, -que sabía de qué tosca naturaleza estaba compuesto Israel, y cómo se había degenerado el pueblo durante su larga servidumbre, -en comparación con aquella antigua cepa- se cuidó de enseñarles por todos los medios, no solamente por los más elevados y los más espirituales, por los medios típicos y simbólicos, sino que también les enseñó por su hambre y por su sed, por el suministro de agua de la roca, y por el maná que llovió del cielo.

Trataremos de ver, esta noche, lo que el Señor les enseñó, y haremos más que eso; procuraremos aprender lo que ellos aprendieron, y algo más. ¡Que el propio Espíritu Santo sea nuestro Maestro, y así como a menudo nos ha enseñado las lecciones más divinas por el pan y el vino, predicando a lo íntimo de nuestros corazones por lo que parecía ser un humilde ministerio de alimento y comida, nos enseñe esta noche por ese pan de los ángeles con el que fue alimentado Israel en el desierto hace muchos años!

Primero, los invito a considerar cómo le enseñó el Señor a este pueblo por medio de Su don; y en seguida, cómo les enseñó convirtiendo este don en una prueba; en tercer lugar, deberé mostrarles cómo nos enseña lecciones en cuanto a las cosas temporales; y, finalmente, cómo nos instruye en cuanto a nuestro alimento espiritual.

I. Primero, entonces, queridos amigos, consideremos CÓMO LE ENSEÑÓ EL SEÑOR A ESTE PUEBLO POR MEDIO DE SU DON.

Él quería que lo conocieran; Su gran deseo era que conocieran a Jehová su Dios. Si conocían a Dios, conocerían todo lo demás; pues, después de todo, "el estudio apropiado de la humanidad" es Dios; y cuando el hombre conoce a su Dios, se conoce a sí mismo; pero si piensa que se conoce a sí mismo aunque no conozca a su Dios, está grandemente equivocado.

Dios deseaba, entonces, enseñarles acerca de Sí mismo por medio del don del maná: y les enseñó, primero, Su cuidado de ellos, que era su Dios y ellos eran Su pueblo, y que Él se dispondría a proveer para ellos. Piensen en el cuidado que Dios ejercía sobre ellos, sobre cada uno de ellos, pues cada persona tenía su gomer de maná. Ninguna mujer y ningún niño fueron olvidados. Cada mañana había una suficiente cantidad para cada persona, de acuerdo a su ración para ese día. No sobraba nada y no faltaba nunca nada, porque Dios cuidaba celosamente de cada individuo.

La individualidad del amor divino es una gran parte de su dulzura. Dios piensa tanto en cada hijo suyo por separado como si fuese el único. La multiplicidad de Sus escogidos no divide el pan de Su afecto. Él tiene un infinito afecto por cada uno, y cuidará de los detalles de cada vida escogida. Él se cerciorará que tu gomer sea llenado con precisión hasta el borde. Él te dará todo lo que pudieras requerir; pero no te dará lo que puedas guardar para ministrar tu altivez.

Y este cuidado era mostrado cada día. El Señor les enseñó la continuidad de Su recuerdo por la presencia diaria de maná. Si hubiese enviado una gran lluvia de dádivas para refrescar Su herencia, y les hubiese ordenado recoger una vasta provisión, y que la llevaran consigo en todas sus travesías, no habrían aprendido tan bien acerca de Su cuidado, como cuando lo enviaba renovado cada día. Además, habrían tenido la carga de transportar la provisión cada día; pero estaban libres de eso, pues los suministros celestiales estaban siempre a la mano, exactamente en el lugar donde acamparan y se quedaran.

Cada mañana allí estaba el maná, precisamente donde lo necesitaban, y eso sin que nadie se lastimara lo hombros por cargar su alimento en su artesa. El Señor nos enseña a ustedes y a mí, de igual manera, que no sólo cuida de cada uno, sino que cuida de cada uno, cada día y cada momento, siguiendo nuestras huellas, y repartiendo el suministro completo del momento, conforme se presenta la peculiar necesidad.

Puedes decir de tu Señor: "Él siempre se preocupa, siempre se preocupa por mí"; "siempre preocupado por toda la hermandad, por toda la compañía de los redimidos, y sin embargo, no se preocupa menos por cada uno porque hayan muchas miríadas que deban ser cuidadas cada momento de cada día." ¿No fue esa una dulce lección que debían aprender los hijos de Israel cuando recogían su pan de cada día?

Además, Jehová les enseñó Su grandeza. Él les había enseñado eso en Egipto, por Sus poderosas plagas, y en el Mar Rojo, cuando partió el seno del mar con Su vara poderosa. Pero ahora les enseñaba cariñosamente Su grandeza, primero, por la cantidad de maná. Había suficiente para todos ellos. Dejo que los matemáticos calculen qué cantidad se requería; no puedo entretenerme con esa pregunta esta noche. Pero recuerden que esa cantidad cayó cada mañana durante cuarenta años.

¡Cuán grandioso es el Dios que pudo alimentar a la ciudad conformada por tiendas de Su pueblo elegido, durante cuarenta años de un tirón, y sin que sus reservas se vieran mermadas jamás! Su grandeza fue también vista por el modo en que alimentó estas miríadas. Usualmente nuestro pan brota del suelo, pero estas personas se encontraban en un ululante desierto desolado. ¡Maravilla de maravillas, su pan descendía del cielo! ¿Vivirán los hombres del aire? ¿Podría sostenerse a una población con neblina y nube y rocío? Sin embargo, de un aparente vacío provenía una constante abundancia. Cada mañana la tierra se cubría de alimento destinado para toda esa multitud; y ellos no tenían que hacer nada, excepto salir y recogerlo.

¡Qué Dios es este que hizo que las marchas a través del desierto fueron tan maravillosas! ¡Jehová, Tus caminos destilan grosuras! Doquiera que pones Tu pie, el desierto y el lugar solitario se alegran por Ti. Si Tú conduces a Tu pueblo por el desierto, ya no es más un desierto para ellos. El cielo suministra lo que la tierra deniega.

Y, además, conocieron Su liberalidad combinada con Su grandeza, pues cada día fueron alimentados; pero no fueron alimentados a la manera que José proveyó al pueblo de Egipto, cuando tomó de todos ellos sus reservas para que compraran el grano, y al final los tomó a ellos mismos para que fueran garantes ante el Faraón, y sus tierras se convirtieran en un dominio absoluto de Faraón, para que pudieran vivir.

No; nunca existió la pretensión de que pagaran por ese pan diario. El hombre más rico recibía su gomer lleno, pero no pagaba ni una pizca por él; y el hombre más pobre recibía su gomer igualmente lleno al mismo precio. No había "nada que pagar"; no se aplicó jamás ningún impuesto a las manos recolectoras de los israelitas.

¡Oh, la liberalidad de Dios! Su clamor es, "A todos los sedientos: Venid a las aguas; y los que no tienen dinero, venid, comprad y comed. Venid, comprad sin dinero y sin precio, vino y leche." ¿Advierten cómo progresa la invitación de Jehová? Dice al comienzo: "Venid a las aguas," pero se corrige antes de terminar y dice: "Venid, comprad sin dinero y sin precio, vino y leche." El Señor es infinitamente bueno, en la esencia. Es crecientemente bueno, en la práctica. Entre más confiamos en Él, más descubrimos Su liberalidad. Él "da a todos abundantemente y sin reproche." Escasamente reprochó a Israel a pesar de sus frecuentes murmuraciones, sino que hizo que el maná descendiera continuamente; y su abundancia debe haber maravillado siempre a la gente.

La liberalidad de Dios no se restringió nunca en cuanto a ellos. ¡Oh, sí, no tengo duda que sea correcto pesar el pan, y pesar la carne; tanto de hueso y tanto de grasa que debe ser entregado a cada prisionero en la cárcel, y posiblemente a cada pobre en el asilo! Pero Dios no trabaja de esa manera. Aunque merezcamos estar en prisión, y aunque todos seamos pensionados por Su munificencia, Él da a cada uno su gomer lleno.

Si un hombre tiene gran apetito, puede comer tanto como quiera, y el maná parece incrementarse conforme come; y si tiene poco apetito, aunque hubiere recogido mucho, no le sobrará nada. Dios proporcionó el maná con liberalidad, pero, exactamente, de conformidad a la capacidad del receptor.

Esto me lleva a decir que los hijos de Israel también conocieron la inmutabilidad de Dios, pues fueron alimentados con el maná a lo largo de toda su travesía por el desierto. Algún anciano podría haber dicho: "recuerdo cuando salí por primera vez para recoger mi gomer lleno. Yo estaba sorprendido ante ese espectáculo; y mis vecinos repetían gritando, '¿Man hu? ¿Man hu? ¿Man hu?' ("¿Qué es?") Todos ellos estaban pasmados; no sabían cómo llamarlo; así que preguntaban: '¿qué es esto?' Lo llamaron '¿Man hu?' Y ahora" -dijo él- "he salido todos estos años. Gracias a Dios no se me inflamaron nunca los pies y siempre pude salir a recogerlo. Todo el tiempo cayó tan blanco y tan redondo y tan abundante y tan cerca de mi tienda como la primera vez. Yo solía vivir al lado izquierdo del campamento y después me cambié al lado derecho; pero siempre encontré que el maná era igualmente abundante en cualquier dirección a la que me dirigía. Y lo mismo sucede ahora" -dijo el anciano- "lo mismo ocurre ahora; y sigue siendo tan dulce y tan abundante y tan disponible gratuitamente para toda persona que decida salir y recogerlo. ¡Bendito sea Jehová porque no cambia; por esto nosotros, hijos de Jacob, no hemos sido consumidos! Si hubiese cambiado, el maná habría cesado para nosotros, y hubiéramos sido consumidos por el hambre."

¡Jehová vive, oh hijo de Dios! Tú acabas de enterrar a alguien muy querido para ti, pero el Señor vive; Él nunca falta. Puede ser que tus ingresos se estén quedando cortos; el arroyo de Querit se está secando, y los cuervos no han llegado últimamente con el pan y la carne. Pero Jehová vive; y hay una viuda en Sarepta, que tendrá la tarea de cuidar al siervo del Señor. Jehová vive; Su ojo no está ofuscado, Su oído no está sordo, y Su brazo no se ha acortado. Por lo tanto, confía en el Dios inmutable, y no temas. El maná descenderá del cielo hasta que comas de los frutos de la tierra de Canaán.

Amados, ¿no creen que por este don los hijos de Israel conocieron tambiénla sabiduría de Dios? Aunque no fueran lo suficientemente sensibles para conocerla, Él les dio el mejor alimento que podía darles. En ese clima caliente, si hubiesen comido carne continuamente, habrían caído enfermos a menudo.

Cuando el Señor les proporcionó codornices en respuesta a sus ansias, y cuando la carne aún estaba en sus bocas, cayeron enfermos con una enfermedad mortal. No era sano para ellos que comieran carne; el maná de lo alto era lo mejor para el pueblo que vivía en tiendas, marchando de un lugar a otro, sobre arena ardiente, bajo un cielo abrasador. El Señor había adaptado el alimento a la gente; sin embargo, decían: "Nuestra alma tiene fastidio de este pan tan liviano."

El propio nombre que le dieron mostraba que era justamente el tipo correcto de alimento para ellos, de fácil digestión. Dios adaptó su alimento de acuerdo a su posición en el desierto; ningún doctor habría podido elaborar una tabla dietética que fuera igual en sabiduría a la que preparó Dios para Su pueblo mientras estuvieran en esa condición.

Y Él mostró también Su sabiduría en la cantidad provista, pues siempre era la justa medida. "No sobró al que había recogido mucho"; el maná parecía disminuirse hasta la cantidad correcta. "Ni faltó al que había recogido poco"; el maná parecía henchirse y aumentar de tal forma que había exactamente la medida necesaria para todas esas multitudes.

¡Oh, la infinita sabiduría de Dios! ¡Cómo he admirado con frecuencia Su disponibilidad al instante, Su exactitud al centavo, pues con Él no hay ni errores pequeños ni grandes!

Y luego, además, los israelitas debieron conocer Su bondad, porque no les había surtido alimentos desabridos. De acuerdo a los Libros Apócrifos, que no deben ser recibidos como Escritura, pero que aun así son a menudo valiosos, desde algunas perspectivas, cada hombre saboreaba el maná de acuerdo a sus propios gustos. Había algo en el maná que permitía que la boca le diera su propio sabor; y sus marchas por el desierto, y su cansancio, a menudo le agregaban una salsa que lo hacía sumamente exquisito para ellos. Era como obleas hechas con miel, y no era para nada ingustable. Era, como ya les he dicho, semejante al aceite fresco, y de ninguna manera era desagradable para un oriental.

Dios no les dio alimento de mendigo, escasos mendrugos de víveres sueltos. Él había dicho: "He aquí yo os haré llover pan del cielo", y mantuvo Su palabra. El trozo más pequeño del pan del cielo debe ser delicioso al gusto. "Pan de nobles comió el hombre", dijo el Salmista; y la comida que cae de la mesa de los querubines y serafines no puede ser mala. Es un alimento del que los espíritus pueden participar, si participan de algún alimento, ligero, y puro, y etéreo y espiritual, y muy lejos de las formas más toscas de materialismo como puede llegar a ser el alimento, un alimento semejante a los dioses para una raza semejante a los dioses si hubiesen sido dignos de su destino, y hubiesen estado deseosos de aprender lo que Dios quería enseñarles.

II. Noten, queridos amigos, en segundo lugar, CÓMO EL SEÑOR LE ENSEÑÓ A ESTE PUEBLO, CONVIRTIENDO AL MANÁ EN UNA PRUEBA PARA ELLOS.

Su posición era en muchos aspectos muy placentera. No tenían que trabajar por el pan de cada día. Sólo tenían que salir y recogerlo. Allí estaba, pero aquí está el punto que debemos observar. Era provisto cada día; no contaban nunca con una reserva. Un hombre que hubiera recogido el maná durante veinte años podría decir, en lenguaje que he escuchado a menudo: "no he avanzado ni una pizca, estoy justo donde me encontraba hace veinte años", como si no fuese avanzar ser veinte años mayor, y haber tenido veinte años de misericordia.

Sin embargo, no había reserva de maná; en ninguna región del desierto había un solo banco en el que el pueblo pudiera poner su dinero; nadie podía recibir ningún dividendo, y nadie podía atesorar nada. Cada israelita recibía lo que necesitaba para ese día; todo el tiempo recibía la justa medida y nada más, y esto constituía una prueba. ¿Pudo pasar esa prueba?

Y, además, como no había reserva para el grupo, y no se volvieron más ricos, no había ninguna oportunidad para la codicia, pues se le daba a cada persona. El que estiraba sus dos manos para recoger el maná, cuando regresaba a su tienda, traía un gomer lleno, y también su esposa y sus ocho hijos, pero no poseía nada más. Al día siguiente pensaría, tal vez, que escarbaría durante media hora si pudiera, en tanto que el rocío permaneciera, para obtener una cantidad extra; pero cuando lo examinaba, tenía exactamente la cantidad que su familia podía consumir, y nada más. El resto había desaparecido, se había evaporado, y no sobraba nada fuera de lo que necesitaba; y su pobre vecino paralítico, que sólo podía recoger con su mano un puñado en su vasija, encontraba que, de alguna manera, tenía lo suficiente, pues Dios hacía que el alimento creciera en su recipiente, y cuando lo miraba, había suficiente para la ración del día.

"¡Oh!", -dirá alguno- "eso me encanta." Bien, estoy de acuerdo contigo; a mí también me gusta. Pero, ¿durante cuánto tiempo te gustaría? Me atrevo a decir que te gustaría tanto tiempo como les gustó a los israelitas, y luego comenzarías a refunfuñar igual que ellos. Aquí radicaba la prueba de Dios para ellos: cada día, y ninguna reserva; cada persona, y nada de codicia.

Lo mismo sucede con la gracia; Dios nos da toda la gracia que necesitamos, pero no hay nadie aquí que tenga alguna gracia en reserva. ¡Oh, sí! Escuché decir a una persona que tenía tanta gracia que no había pecado durante meses. ¡Uf! Me pareció percibir un mal olor. No dije nada; pero recordé lo que hacía el maná cuando se guardaba, y allí dejé el asunto. Espero que ninguno de ustedes piense que tiene más gracia de la que necesita, porque no la tiene. Podrían tener, posiblemente, la suficiente gracia para que les dure por todo el día; pero necesitarán la misma cantidad mañana por la mañana, si no es que más.

Oh, sí, yo sé que tienen una caja fuerte, y van y suenan sus llaves, y dicen: "mira esto; tengo suficiente gracia almacenada para las siguientes seis semanas." Cuando regreses otra vez, necesitarás huir del mal olor, pues descubrirás que encerraste mucho orgullo y nada más. No necesitamos la gracia del moribundo mientras no estemos al borde de la muerte; quédense satisfechos con recibir la gracia para vivir mientras vivan. No necesitan gracia para predicar esta noche, queridos amigos; necesitan gracia para sentarse a escuchar. Eso requiere, tal vez, tanta gracia como la que yo necesito para predicar; pero no pidan mi gracia, como yo no pediría tampoco la suya. Coman su propio maná. Cómanlo efectivamente; no lo guarden, no debe ser almacenado, debe ser comido. Este don del maná, cada día para cada persona, era una prueba por medio de la cual el Señor enseñó a los hijos de Israel.

También lo fue el almacenamiento de los días viernes, cuando se decían: "tenemos el hábito de recoger nuestro alimento cada mañana, pero hoy es viernes, cuando debemos recoger el doble." A mí me gusta la consistencia, hacer siempre lo mismo; pero aquí encontramos el mandamiento de hacer lo doble una vez a la semana; aquí encontramos una ley que cambia un poco. Me gusta la teología sistemática; pero aquí hay un asiento movible. Aquí recibo una doble ración para el viernes, y tengo que guardar la mitad. Pero un hombre no guardó cuando se le dijo que lo hiciera, y otro hombre trató de guardarlo cuando se le dijo que no lo hiciera. Así el Señor los probó y los examinó.

Esa prueba a la que nos somete el Señor es algo maravilloso. Algunas veces, cuando creemos que tenemos un excedente de fe en Él, basta que nos pruebe, y descubriremos que no tenemos ningún excedente. La vida más grande es una vida de dependencia de Dios, pues esa es la verdadera independencia. Si dependes enteramente de Dios, entonces te habrás levantado a la independencia. El que no tiene nada excepto lo que Dios le proporciona día a día, tiene una suficiencia. Quien tiene menos es quien ha ahorrado más, pues está libre de la preocupación de cuidar algo. Mientras dependa enteramente de la providencia de Dios, y la fe mantenga su asidero, es el hombre que está en mejor condición, después de todo. Dijiste que envidiabas a los israelitas. Ah, bien, puedes hacerlo; pero necesitas fe, pues de lo contrario, lo que podría ser un tema de envidia se volvería un tema de descontento. Entonces dejamos este punto.

III. Se me está acabando el tiempo, así que sólo voy a sugerir lo que habría dicho si hubiera tenido tiempo. Observen CÓMO EL SEÑOR NOS ENSEÑA POR ESTE MANÁ EN RELACIÓN A LAS COSAS TEMPORALES.

Primero, nos enseña que nuestras provisiones dependen de Él. ¿De dónde provino todo el maná? Todo provino de Dios. Hijo de Dios, todas tus provisiones deben venir de Dios. Aprendan eso. Independientemente de las segundas causas, independientemente de las fuentes intermedias, todo lo que recibas debe proceder de donde todo lo que tienes ha venido, es decir, de Dios.

A continuación, aprendan, que nuestras provisiones son seguras para la fe. Si el maná no faltó durante cuarenta años, tampoco el Señor dejará de suplir tus necesidades. Tu Dios te dará tu ración, si tú eres Su siervo. Te dará tu porción diaria también, si tú le sirves. Buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas." El que trincha para sí mismo se cortará sus dedos, y su plato estará vacío; pero el que espera que el grandioso Anfitrión de toda la familia escogida trinche para él, tendrá lo suficiente, y recibirá de lo mejor. "Mi Dios, pues, suplirá todo lo que os falta conforme a sus riquezas en gloria en Cristo Jesús."

Pero aprendan de los hijos de Israel que nuestras provisiones tendrán que ser recogidas y preparadas por nosotros mismos. Dios envió del cielo el maná; pero el pueblo tenía que salir cada mañana, y recogerlo; y cuando lo recogían, leemos que solían majarlo en morteros o molerlo en molinos, y lo cocían en caldera o hacían de él tortas. Dios no es patrocinador de la holgazanería. Él quiere que Su pueblo trabaje; y Su regla es, "Si alguno no quiere trabajar, tampoco coma", una regla que aplica a menudo a quienes son holgazanes. Pero, amados, damos gracias a Dios por las oportunidades que tenemos de ser diligentes. Aunque el trabajo vino al principio como una maldición, Dios lo ha convertido en una bendición.

Y, además,nuestras provisiones deberían contentarnos, pues los hijos de Israel recibían lo suficiente para todas sus necesidades. No tenían superfluidades, pero tenían todo lo suficiente. No gozaban de lujos, pero si lo hubieran pensado bien, sus misericordias diarias eran un lujo para ellos. ¡Oh, que Dios nos enseñara a confiar en Él en cuanto a las cosas temporales!

IV. Este es mi último punto, y les ruego su paciencia por unos cuantos minutos únicamente. CÓMO NOS INSTRUYE EL SEÑOR POR MEDIO DEL MANÁ EN CUANTO A NUESTRO ALIMENTO ESPIRITUAL.

Cada día, ustedes y yo, debemos salir y encontrar alimento para nuestra vida espiritual. Ah, pero, ¿todos ustedes han recibido vida espiritual? Pudiera ser que algunos de ustedes estén muertos en vida, sin Dios, y sin Cristo. ¡Que el Señor les dé vida por Su Espíritu dador de vida!

Pero si tienen vida espiritual, deben alimentarla, y Dios les dará maná del cielo, esto es, al mismo Cristo, con el que alimenten a su alma. Él es ese Pan de vida que bajó del cielo, y deben alimentarse de Él. Cuídense de ir con diligencia a trabajar para obtener este alimento espiritual. Los israelitas se levantaban temprano para recoger el maná que descendía cada mañana. No sean haraganes en cuanto a la Palabra de Dios; escudríñenla. Levántense de mañana para leer su Biblia si no pueden hacerlo en otros momentos. Roben de su sueño una hora feliz para leer las Escrituras. Busquen al Señor diligente y sinceramente, pues Él ha dicho: "Me hallan los que temprano me buscan."

Luego, como lo sugerí en la lectura, el maná estaba siempre encerrado en el rocío. Ellos ponían cuidado en recogerlo, pues entonces se convertía en un dulce rocío para ellos. ¡Que la Palabra del Señor esté envuelta siempre de rocío para ustedes! El crítico toma la Palabra de Dios, y la trata como trataba el sol al maná. Derrama un calor seco sobre el rocío, y se evapora y desaparece. ¡Oh, esos críticos! ¡Qué vasta cantidad de maná han evaporado!

Pero el hijo de Dios tiene cuidado de no perder nada de lo que Dios ha revelado. Cada palabra es preciosa para él; ay, cada jota y cada tilde; y bajo las influencias del rocío del Espíritu Santo, recoge fresco a Cristo constantemente, siempre nuevo; y ¡encuentra que Su carne es efectivamente comida, y Su sangre es verdaderamente bebida!

Además, el maná debía ser buscado continuamente. Así debe ser buscado el alimento espiritual. No traten de vivir del maná del año pasado. Las experiencias rancias constituyen un pobre alimento. No conozco ningún platillo que sea peor que la experiencia fría; ustedes necesitan una realización diaria de las cosas de Dios. Aliméntense de Cristo cada hora, pues la comida de los años pasados será de poco provecho para ustedes. Continuamente recorran las praderas y aliméntense, ovejas del Señor; vayan una y otra vez a las aguas de reposo, beban y sean saciados.

En el caso de este maná, los recolectores se satisfacían con pequeñas cosas. Era una cosa menuda, redonda, como semilla de culantro o como escarcha blanca. Así deben estar agradecidos cuando reciban un poquito de la Palabra de Dios. Si únicamente descubren un nuevo pensamiento, una idea fresca, recójanla, y pónganla en el gomer. Una gran cantidad de estas cositas preciosas constituirán un alimento exquisito para un espíritu hambriento. Obtengan el alimento para su alma poco a poco.

Pueden imaginar, probablemente, cómo tenían que recogerlo. Yo supongo que se ponían de rodillas para recogerlo, pues siempre estaba colocado abajo, justo sobre la escarcha blanca que caía sobre la arena del desierto. Míralos cómo se inclinan para recogerlo; y la mayoría de ellos estaba de rodillas al hacerlo.

Esa es la forma de recoger el alimento celestial: recolectarlo de rodillas, abatirse con humildad, inclinarse hasta el propio suelo en oración, y así, recoger la semilla de culantro, quiero decir, el maná celestial, y proseguir el camino en regocijo.

Y siempre era para el consumo inmediato. Siempre que recibas una promesa divina, anda y ora con base en ella, y úsala de inmediato. Siempre que tengas un deber, hazlo. No dejes que ni una sola parte de la Palabra de Dios permanezca vacía. Si algo de la Palabra de Dios se graba en tu mente, deja que penetre hasta tu alma, y debes ponerlo en práctica. Cómete el maná tan pronto lo recibas, y usa para gloria de Dios la fuerza derivada de él.

Por último, como los israelitas, algunas veces recibirás una provisión doble. Hay una diferencia entre nosotros y los hijos de Israel, pues nosotros recibimos generalmente una doble provisión los domingos. ¡Oh, debemos dar gracias a Dios por nuestros domingos, cuando el Señor está con nosotros, y hace que el maná permanezca sobre el rocío, y asistimos a Su casa, y nos vamos con nuestro gomer lleno! Son los días señalados de la semana, y vamos de domingo a lunes, y de lunes a jueves, y de jueves a domingo otra vez, dando gracias a Dios porque todavía el pan celestial desciende para encontrarse con nuestras oraciones que se elevan junto con nuestras acciones de gracias.

¡Que Dios los bendiga, queridos amigos! ¡Que haga que Su Palabra sea más dulce para nosotros cada día de nuestra vida! ¡Que haga que tengamos buen apetito para alimentarnos de ella!

En cuanto a ustedes, que no han conocido nunca el sabor del alimento celestial, repito lo que dije hace unos cuantos minutos, ¡que el Señor les de vida por Su propio Espíritu dador de vida, por Cristo nuestro Señor! ¡Amén!


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