Lento para la ira

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English: Slow to Anger

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Por Scott Hubbard sobre Santificación y Crecimiento

Traducción por Andrea Llave Nuñez


Muchos de los problemas más comunes en la vida cristiana provienen de relacionarse con Dios como si fuera como nosotros -como si su bondad fuera tan escasa como la nuestra, su perdón tan renuente como el nuestro, su paciencia tan efímera como la nuestra. Bajo impresiones como estas, nuestro andar en la vida cristiana es incómodo, la inseguridad retumba como un trueno lejano.

John Owen (1616-1683) llega a decir:

"La falta de una consideración debida de aquel con quién tenemos que algo que hacer, al medirlo con la vara de nuestra propia imaginación, tira abajo nuestros pensamientos y nuestras formas, y son la causa de todas nuestras preocupaciones. (Obras de John Owen, 6:500)

Si fuéramos Dios en cielo, nos habríamos impacientado con personas como nosotros mucho tiempo atrás. Nuestra ira se eleva rápidamente ante la ofensa personal. Nuestra frustración hierve. Nuestros juicios se disparan fácilmente. Y aparte de la renovación diaria de nuestras mentes, podemos medir fácilmente a Dios "por esa línea de nuestra propia imaginación", como si sus pensamientos coincidieran con nuestros pensamientos y sus caminos con nuestros caminos.

Gracias a Dios, no son iguales. “Porque como los cielos son más altos que la tierra, así mis caminos son más altos que vuestros caminos, y mis pensamientos más que vuestros pensamientos.” (Isaías 55:9). Nuestra naturaleza humana no cuenta con una regla para medir la bondad de Dios; nuestra imaginación natural no puede captar sus alturas. Su bondad no es como nuestra bondad, su perdón no es como nuestro perdón - y su paciencia no es como nuestra paciencia.

Contenido

‘Lento para la ira’

El Dios que encontramos en las Escrituras es un Dios implacablemente paciente. Suele llevar a cabo sus planes a lo largo del camino sinuoso. Él cumple sus promesas sin prisa. Compara su reino con una semilla de mostaza.

Las mayores muestras de la paciencia de Dios, sin embargo, aparecen en respuesta a nuestro pecado. "Dios es paciente" no quiere decir principalmente que Dios espera mucho tiempo, sino que Dios muestra su bondad paciente con los pecadores (Romanos 2:4). Como Dios le declara a Moisés en el Monte Sinaí, Él no es solo “lento,” sino “lento para la ira” (Éxodo 34:6).

Consideremos el contexto de esa famosa declaración. Israel acaba de salir de la esclavitud, redimido por la poderosa mano de Dios. Han visto al Mar Rojo tragarse al ejército de Egipto. Han estado ante una montaña envuelta en humo y relámpagos, el séquito del Todopoderoso. Han sido cubiertos por la sangre del pacto. Y luego, en algunos de sus primeros momentos de libertad, cambian la gloria del Dios viviente por una vaca (Éxodo 32:1–6).

El juicio sigue (Éxodo 32:25–29, 35) — sorprendente pero contenido, moderado por una misericordia misteriosa. Dios no los destruye; no los abandona. En cambio, revela su nombre glorioso, incomparable, como un amanecer inesperado en un cielo completamente negro:

El Señor, el Señor, Dios compasivo y clemente, lento para la ira y abundante en misericordia y fidelidad. (Éxodo 34:6)

¿Por qué demora el juicio pleno y da lugar a la misericordia? Porque, a diferencia de nosotros, Dios es “lento para la ira”. Su ira llega a quienes no se arrepienten (Éxodo 34:7), pero solo después de tomar el camino lento. Mientras tanto, su misericordia espera lista para actuar.

Aquí, en las laderas del monte Sinaí, surgió una canción que sería cantada por los profetas y salmistas, sabios y reyes de Israel, incluso en las noches más oscuras de la nación (Nehemías 9:17; Salmo 86:15; Joel 2:13). El Dios viviente es un Dios paciente. Y a la sombra de su paciencia encontramos esperanza.

Paciencia para con los enemigos

La paciencia de Dios, al igual que su amor, tiene un significado especial para su pueblo elegido: el Dios lento para la ira de Éxodo 34:6 no es otro que “el Señor”, Yahvé, el Dios que Israel conoce por pacto (Éxodo 3:13– 15). Y, sin embargo, asombrosamente, el registro de la comunicación de Dios en las Escrituras revela una marcada lentitud para enojarse no solo contra su pueblo con quienes tiene un pacto, sino también contra aquellos que lo odian y se le oponen.

Los ejemplos más poderosos de la ira de Dios, por ejemplo, comienzan con ejemplos de su paciencia. Las aguas del diluvio se tragaron la tierra solo después de que “la paciencia de Dios esperaba en los días de Noé, durante la construcción del arca” (1 Pedro 3:20). Dios permaneció durante cuatro generaciones antes de limpiar a Canaán de su idolatría, porque, le dijo a Abraham, " porque hasta entonces no habrá llegado a su colmo la iniquidad de los amorreos” (Génesis 15:16). Y nueve plagas de advertencia cayeron sobre Egipto antes del golpe devastador para los primogénitos (Éxodo 11:4–8).

La ira de Dios se puede “inflamarse de repente” cuando viene la época para el juicio (Salmos 2:12), pero hasta entonces, Él advierte e invita (Salmos 2:10 - 11). La paciencia de Dios hacia sus enemigos llega tan lejos, observa Owen, que su pueblo a veces clama perplejo: "¿Hasta cuándo esperarás para juzgar?". (Apocalipsis 6:10; Salmos 94:3). Y aún Él espera pacientemente.

Dios, el paciente alfarero, soporta la arcilla rebelde de su creación. Él soporta "con mucha paciencia" a los vasos de ira preparados para destrucción (Romanos 9:22), nos dice Pablo. ¿Con cuánta más paciencia, entonces, él usará los vasos de misericordia?

Paciencia para con su pueblo

Cuando Pablo dio su testimonio a Timoteo, lo enmarcó como una historia de la paciencia de Dios:

Palabra fiel y digna de ser aceptada por todos: Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, entre los cuales yo soy el primero. Sin embargo, por esto hallé misericordia, para que en mí, como el primero, Jesucristo demostrara toda su paciencia como un ejemplo para los que habrían de creer en Él para vida eterna. (1 Timoteo 1:15–16)

Dios salvó a este “blasfemo, perseguidor y agresor” (1 Timoteo 1:13) para que ningún pecador humilde y quebrantado pensara que su pecado está por fuera de la paciencia de Dios. El Dios y Padre de nuestro Señor Jesús es paciente para con su pueblo — perfectamente paciente. Tan paciente como el padre del hijo pródigo, esperando en el pórtico (Lucas 15, 20).

Tampoco termina su paciencia cuando antiguos rebeldes como nosotros oyen su llamado y se convierten en sus hijos. A medida que los fieles de Israel celebraban una y otra vez, Dios no sólo "era" lento para la ira; "es" lento para la ira (Salmo 103:8). Su paciencia, al igual que su amor, perdura para siempre (Salmos 136). ¿A qué otra cosa podemos atribuir su continua bondad, sus misericordias matutinas, su ayuda presente y su fácil perdón, a través de todas las alteraciones de nuestras almas? Hoy y todos los días, "no nos ha tratado según nuestros pecados" (Salmo 103:10), sino conforme a su gran paciencia.

En Cristo, tu vida, como la de Pablo, cuenta una historia de paciencia divina. Dios era paciente contigo mientras tú te alejabas de él - despreciando a su Hijo, atesorando el pecado, apenas pensando alguna vez en su evangelio. Él es paciente contigo ahora, pues necesitas diariamente de su perdón. Y Él será paciente contigo mañana, y al día siguiente, y hasta el día de Jesucristo, cuando finalmente termine la buena obra que ha comenzado (Filipenses 1:6).

¿Y por qué? Porque, algunos siglos después de Moisés, Dios una vez más se reveló como lento para la ira. Esta vez en carne y hueso.

Paciencia Suprema En Jesús, el Dios-hombre, la canción de la lentitud de Dios para la ira aumenta en su esplendor.

El ministerio de Jesús fue uno de paciencia, porque estar con nosotros significaba soportarnos (Lucas 9, 41). Vivía aquí como la luz entre las tinieblas, sin pecado entre el pecado, el recto entre los torcidos — como el príncipe incomparable de la paciencia. De vez en cuando vemos el dolor de su paciencia, como cuando dice: "¡Oh generación incrédula y perversa! ¿Hasta cuándo estaré con vosotros? ¿Hasta cuándo os tendré que soportar?" (Mateo 17:17). Pero sobre todo mantuvo el costo oculto, derramando su alma a su Padre (Lucas 5:16), y recibiendo de su Padre la paciencia necesaria para con sus enemigos que lo calumniaron, sus vecinos lo rechazaron, sus discípulos lo malinterpretaban, y la multitud trató de usarlo.

Y así también murió. Aunque doce legiones de ángeles estaban a su disposición (Mateo 26:53), Él nunca llamó. En cambio, la paciencia encarnada tomó los latigazos, las espinas, los clavos, permitiendo que sus criaturas se burlen de Él al imitar su respiración, todo mientras suplicaban su perdón (Lucas 23:34).

En la cruz de Jesús, vemos no sólo que Dios es paciente, sino cómo Dios puede ser tan paciente. ¿Cómo podría él, "en su paciencia divina", pasar por alto los pecados anteriores (Romanos 3:25) — y cómo puede él, en su paciencia divina, continuar mostrándonos misericordia? Porque la paciencia Dios, en la persona de Cristo, compró nuestro perdón (Romanos 3:23 - 24). La paciencia de Dios descansa en la pasión de su Hijo. Y por lo tanto, su paciencia durará mientras nuestro Cristo resucitado interceda por los méritos de su sangre (Hebreos 7:25), es decir, para siempre.

Vuélvase al Señor

El pastor inglés Jeremy Taylor (1613-1667) una vez oró: “Enséñame ... a leer mi deber en las líneas de tu misericordia.” ¿Y qué deber leemos en las líneas de la paciencia misericordiosa de Dios? En las palabras de Isaías, “vuélvase al Señor” (Isaías 55:7).

La paciencia de Dios es una mano que llama, una puerta abierta, un camino a casa. Viene a nosotros como Jesús vino a Mateo en la cabina de impuestos: no para condenarnos, y tampoco para consolarnos en nuestros pecados, sino más bien para invitarnos de nuevo a “buscar al Señor mientras que puede ser hallado” (Isaías 55:6), sea después de un tiempo triste o simplemente después de un hecho del que te arrepientas. Quienquiera y dondequiera que estemos, la paciencia de Dios nos invita a arrepentirnos.

¿Y qué encontramos cuando volvemos, confesamos y abandonamos nuestros pecados? Encontramos a un Padre corriendo a nuestro encuentro (Lucas 15, 20). Encontramos a un Salvador que ya nos había estado llamando (Apocalipsis 3:20). Encontramos un Dios que perdona abundantemente y redime abundantemente (Isaías 55:7; Salmo 130:7). Encontramos a un Señor cuya paciencia es perfecta (1 Timoteo 1:16).

Un día, tropezaremos y no pecaremos más; la buena obra comenzada en nuestra conversión finalmente será completa (Filipenses 1:6). Pero hasta entonces, la paciencia de Dios no está ligada a la medida de nuestra débil imaginación. No es una pisca de paciencia, pasajera y superficial que tan comúnmente encontramos entre seres humanos, y dentro de nosotros mismos. Su paciencia, como su paz, sobrepasa todo entendimiento (Filipenses 4:7). Vuélvete a él, entonces, ahora y para siempre, y al regresar encuentra descanso.


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