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English: Kids These Days

© Ligonier Ministries

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Por R.C. Sproul Jr. sobre Iglesia y Cultura

Traducción por Laura Coloma


Hay algo curioso acerca de las pendientes resbaladizas – se pueden deslizar en ellas muy despacio. El principio detrás del concepto no es que deben moverse rápidamente de aquí hacia allá si no tienen frenos morales, sino que se moverán. Una pendiente resbaladiza con una inclinación leve tendrá el mismo deslizamiento, pero deslizarse hasta el final podría tomar más tiempo.

Piensen en la música que escuchan nuestros hijos. Estoy seguro que mis abuelos se preocupaban por que sus hijos bailaban al ritmo de lo que ahora se considera una música sumamente limpia como la de Elvis. Entre generaciones vinieron Los Beatles, quienes tocaban vestidos de traje y cuyos primeros cortes de pelo eran más traviesos que rebeldes. Cuando yo escuchaba radio, mis padres se quejaban de las letras sugestivas de las canciones de Aerosmith o de Red Hot Chili Peppers. Hoy en día no hay más música sugestiva porque “sugestivo” implica una medida de sutileza.

Hemos llegado aquí no porque nos dormimos durante el cruce del Rubicón. Por el contrario, insistimos que porque nuestros abuelos se quejaban sin necesidad (comparados con nuestros padres), nuestros padres debieron haberse quejado sin necesidad (comparados con nosotros), por lo tanto nosotros necesitábamos rechazar criticar a nuestros hijos sin necesidad, sabiendo que sus hijos serán mucho peores. Hemos llegado a esperar y a aceptar la rebelión - musical o moral- como parte normal del crecimiento. Incluso algunos padres empiezan a preocuparse cuando sus hijos no se rebelan.

Todo esto demuestra que aun en la iglesia seguimos las pautas de la cultura en general en vez de seguir las de la Palabra de Dios. Dediquen un momento y busquen adolescentes en sus concordancias. Busquen adolescencia. Busquen brecha generacional. Vean si pueden encontrar cultura juvenil. Ni las palabras ni los conceptos están allí. Estas no son categorías bíblicas. Que son elementos destructivos comunes en nuestros hogares debería indicarnos que estamos haciendo algo mal.

No es suficiente, sin embargo, tomar medidas drásticas. Eso quiere decir, que no es pura permisividad lo que nos ha llevado a este desastre. El problema es más profundo. No es que no estamos manejando correctamente a la juventud, sino que no admitimos su existencia. La Biblia reconoce alegremente la realidad de los niños. Afirma la existencia de los adultos. Lo que no hace es abarcar algo intermedio.

En ninguna parte la Biblia confirma la existencia de una cultura juvenil porque nos exhorta por todas partes a adoptar una cultura diferente - la del reino de Dios. Cuando Pablo nos ordena criar a nuestros hijos en las enseñanzas y consejos del Señor (Efesios 6:1), la raíz griega de la palabra utilizada en la Biblia para traducir enseñanzas es paideia. Transmite la noción de una cultura. Incluye convicciones compartidas, lenguaje común y los mismos hábitos del corazón.

Cuando mis hijos eran aun pequeños, mi esposa y yo trabajamos para asegurarnos que sus identidades estaban basadas en Cristo, en nuestra identidad compartida como una casa que, como la de Josué antes que nosotros, serviría al Señor. Inculqué esto en mis hijos en parte a través de liturgias familiares relativamente básicas. Mientras Hollywood y Madison Avenue[1] buscaban atrapar a mi hija para que se vea en términos de su demografía, yo quería que se viera en la luz de su Salvador. Así que le enseñé, cuando la llamaba por su nombre, este juego de preguntas y respuestas: Yo – “Darby, ¿qué son los Sprouls?” Darby – “Los Sprouls son libres.” Yo – “Y, ¿a quién sirven los Sprouls?” Darby – “Los Sprouls sirven al Rey Jesús.” Yo – “¿A quién temen los Sprouls?” Darby – “Los Sprouls no le temen al hombre, los Sprouls le temen a Dios.”

Ya no es una niña pequeña y seguramente un día dejará de ser una Sproul. Pero mi hija es realmente una flecha en mi aljaba. Porque su identidad está en Cristo y no en sus compañeros, pasa menos tiempo paseando por el centro comercial y más tiempo anunciando a Jesús fuera de nuestra planta local de aborto. Porque su identidad está en Cristo, no ve a su padre como un viejo anticuado sino como un hombre que la quiere totalmente. Está preocupada por buscar primero el reino de Dios y Su justicia, porque ese es nuestro llamado.

Tal vez, lo más hermoso de ella es que no sirve sino que ama a su padre, a su hermano quien es casi su par, a sus hermanitas y a sus dos hermanos pequeños de siete y tres. Interactúa alegremente con jóvenes y ancianos, porque ama a todos los santos, no sólo a los que comparten su sentido de la moda o sus gustos musicales.

En su magnífico libro The Democratization of American Christianity (La Democratización del Cristianismo Americano), Nathan Hatch expuso una vez la infiltración en la iglesia de ideales americanos peculiares. En nuestros tiempos, estamos siendo testigos de la división por demografía del cristianismo americano. En el mejor de los casos, creamos programas en base a edad, género y situación. En el peor de los casos, tenemos una iglesia adaptada para los fanáticos de música country y Mountain Dew[2] por un lado, y una iglesia adaptada para los fanáticos del jazz y Starbucks[3] en el otro lado. Estamos dividiendo lo que Cristo ha unido; somos los Corintios, excepto que dividimos el cuerpo por gustos en vez de ingresos.

Jesús, sin embargo, hace de muchos uno. Somos una familia, un pan, un cuerpo, una cultura, un amor. Que la cultura general sea capaz de decir de nuestra cultura, “Ah, cómo se amaban los unos a los otros.”


  1. Una avenida en la ciudad de Nueva York.
  2. Refresco cítrico popular en Estados Unidos
  3. Cadena de cafeterias.



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