Los Corzos y las Ciervas

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English: The Gazelles and the Deer

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Por Charles H. Spurgeon sobre Santificación y Crecimiento
Una parte de la serie Metropolitan Tabernacle Pulpit

Traducción por Allan Aviles


"Por los corzos y por las ciervas del campo." Cantares 2: 7.

La esposa se encontraba en el pleno goce de la comunión con su Amado. Su regocijo era tan grande que casi la abrumaba, y, sin embargo, el miedo pisaba tan de cerca los talones del gozo, que le llenaba de espanto que su dicha tuviera un fin. Ella temía que otros alteraran a su Señor, pues si le causaran pena, ella se dolería también, y si Él partiera, el banquete de su deleite habría terminado. Ella estaba temerosa incluso de sus amigas, las doncellas de Jerusalén; sabía que las mejores de las doncellas podrían interrumpir la comunión al igual que las peores, y, por lo tanto, conjuró incluso a las doncellas de Jerusalén a que no pecaran en contra del Rey de Sion. Si despertaran a su Amado y quebrantaran su sagrada paz, ella no encontraría recompensa en la compañía de las doncellas, sino que más bien las habría visto con aversión, por haberla despojado de su primordial deleite.

La impetración que usó es un bello espécimen de poesía oriental; ella las exhorta, no como lo haríamos prosaicamente nosotros, por todo lo que es sagrado y verdadero, sino "por los corzos y por las ciervas del campo". En la medida en que entendamos lo que quiso decir, procuraremos beneficiarnos de ello durante nuestra breve meditación. Toca uno de los puntos más misteriosos de la vida secreta del creyente, y necesitaremos en gran medida de la guía del Espíritu Santo, mientras nos esforzamos por entender su significado.

"Los corzos y las ciervas del campo" son criaturas de gran BELLEZA. ¿Quién puede contemplarlos, cuando corretean entre los helechos, sin sentir una profunda admiración? Ahora, puesto que nada puede ser más codiciable que la comunión con Jesús, la esposa exhorta a las doncellas de Jerusalén, por todos los más hermosos objetos de la naturaleza, que se repriman de turbarle. Nadie pretendería ahuyentar a una gacela, sino que querría deleitarse viéndola, y, sin embargo, su agraciada elegancia no puede compararse nunca con esa belleza de la santidad, con esa donosura de la gracia que se descubren en la comunión con Jesús. Es hermosa desde dos perspectivas; por un lado, que nuestro amado Señor se revele a nosotros, es un encantador despliegue de Su condescendencia, y, por el otro, que el creyente entre en comunión con su Señor, es una fascinante manifestación de cada admirable virtud. El que perturbara tal relación mutua tendría que estar desposeído de gusto espiritual, y ciego a todo lo que es más digno de admiración.

Así como uno se deleita cuando ve a un ciervo pardo rojizo en el claro del bosque, y lo considera el más hermoso ornamento de la escena, así los hombres cuyos ojos han sido abiertos, se regocijan en los santos cuya elevada comunión con el cielo los convierte en seres de un molde superior al de los mortales comunes. Un alma en conversación con su Dios es la admiración de los ángeles. ¿Acaso hubo alguna vez una escena más conmovedora que la de Jesús a la mesa con el discípulo amado reclinado sobre Su pecho? María sentada a los pies del Maestro, ¿no es un cuadro digno del arte más inspirado? No hagan nada, entonces, oh ustedes que se gozan en las cosas hermosas, para estropear la comunión en la que mora la belleza más extraordinaria. Ni por afanes mundanos, ni por el pecado, ni por insignificancias, hagan el más leve bullicio que pudiese interrumpir el descanso del Amado. Su reposada presencia es el cielo en la tierra, y el mejor gusto anticipado del cielo arriba; en ella encontramos todo lo que es puro, y amable, y de buena índole. Es buena y únicamente buena. Entonces, ¿por qué, oh hijas de Jerusalén despertarían a nuestro Amado, y serían la causa de que Su excelencia adorable se esconda de nosotros? Más bien, únanse con nosotros para preservar un gozo tan hermoso, una bienaventuranza tan donosa.

El siguiente pensamiento sugerido "por los corzos y por las ciervas del campo" es el de TIERNA INOCENCIA. Estas apacibles criaturas son tan inofensivas, tan indefensas, tan tímidas, que quien les hiciese daño o les causara un susto, tendría que ser un individuo sin alma. Entonces, la esposa suplica a sus amigas por todo lo que es tierno que no despierten a su Amado. Él es tan bueno, tan amable, tan santo, tan inofensivo, tan inmaculado, que los más indiferentes deberían de avergonzarse de interrumpir Su descanso. No hay nada en Él que provoque a ofensas, y hay todo para inhibirlas. Él es varón de dolores, experimentado en quebranto; dio Su cuerpo a los heridores, y Sus mejillas a los que le mesaban la barba; no escondió Su rostro de injurias y esputos. Cuando le maldijeron no respondió con maldición, y en Sus agonías de muerte oró por Sus enemigos. ¿Quién, entonces, podría encontrar una causa de ofensa en Él? ¿Acaso Sus heridas no detienen los golpes que serían provocados si hubiese sido de otro carácter? ¿Quién desearía vejar al Cordero de Dios? ¡Váyanse a otra parte, ustedes cazadores! "El ciervo de la mañana" ha sudado ya grandes gotas de sangre que han rodado hasta el suelo. Cuando los perros lo cercaron y la asamblea de los perversos lo rodeó, Él sintió la plenitud del dolor, y, ¿le afligirán ustedes una vez más?

En la comunión con Jesús hay una ternura que debería desarmar toda oposición e incluso comandar una deferencia respetuosa. Un alma en comunión con el Hijo de Dios no provoca enemistad. El mundo se podrá levantar en contra de un celo proselitista, o de una controversia desafiante, o de un ceremonialismo ostentoso, pues estos tienen prominencia y poder, y son presa para los espíritus marciales: pero la comunión es quieta, discreta, recatada, inofensiva. Los santos que abundan en esa comunión son de un espíritu tierno, temerosos de ofender, no oponen resistencia, y son pacientes; en verdad sería un derroche de crueldad desear privarlos de su desinteresada felicidad que no despoja a ningún corazón de una gota de placer, y no le produce lágrimas a ningún ojo. Más bien, incluso aquellos que son más indiferentes a la religión, deberían respetar a aquellos que encuentran su deleite en esa comunión. Aunque a los mundanos no les importe nada el amor que domina al extasiado espíritu del creyente, debe hollar con reverente cuidado cuando pasa junto al aposento de la devoción, o cuando oye una nota extraviada del himno de la gratitud contemplativa.

Hombres rudos han hecho una pausa cuando súbitamente se han topado con una hermosa gacela pastando en algún lugar solitario: encantados por el espectáculo de tan tierna hermosura, no se han atrevido a mover un pie para no alarmar al apacible corzo; y algún sentimiento semejante puede muy bien impedir las duras críticas o la risa vulgar cuando incluso el infiel contempla al corazón sincero conversando con su Señor.

En cuanto a aquellos de nosotros que conocemos la beatitud de la comunión con Jesús, nos corresponde ser doblemente celosos de nuestras palabras y de nuestras obras, para que en ningún caso ofendamos a alguno de los pequeñitos del Redentor, y causemos que pierda, ni siquiera por una hora, su deleite en el Señor. Cuán a menudo los cristianos son descuidados en esto; hasta que ante el espectáculo de algunos profesantes, los más espirituales pueden alarmarse y clamar en angustia: "Yo os conjuro, oh doncellas de Jerusalén, por los corzos y por las ciervas del campo, que no despertéis ni hagáis velar al amor, hasta que quiera."

Con toda seguridad, un tercer pensamiento se alojaba en la mente de la ansiosa esposa; ella tenía la intención de conjurar y persuadir a sus amigas al silencio, por todo aquello que describe al AMOR. Los lirios y las gacelas han sido siempre sagrados para el amor. El poeta de los Cantares había usado en otra parte el símbolo del texto, para explicar el amor matrimonial. "Como cierva amada y graciosa gacela" (Proverbios 5: 19.) Si hubo alguna vez verdadero amor en todo este mundo egoísta, es primero el amor de Jesús, y luego el amor de Su pueblo.

En cuanto a Su amor, excede el amor de las mujeres; las muchas aguas no pueden apagarlo, ni lo ahogan los ríos; en cuanto al amor de la iglesia, quien mejor lo conoce afirma: "¡Cuán hermosos son tus amores, hermana, esposa mía! ¡Cuánto mejores que el vino tus amores, y el olor de tus ungüentos que todas las especias aromáticas!" Por tanto, si el amor puede solicitar inmunidad frente a la guerra, y pedir que se respete su quietud, la esposa usó un buen argumento cuando suplicó: "por los corzos y por las ciervas del campo," que no fuera invadido el reposo de amor de su real Esposo.

Si tú amas, o eres amado, o deseas ser amado, ten una consideración reverente hacia aquellos que tienen comunión con Jesús, pues sus almas reciben su abundancia de amor, y ahuyentarles de su bienaventuranza constituiría una barbarie inexcusable.

Oh ustedes, que tienen corazones que sienten por otros, no causen la mayor de las amarguras privando al alma santificada del más dulce de los deleites. No se acerquen aquí con un relato ocioso, o con una plática desconsiderada, o con un júbilo vacío: el lugar en que están, tierra santa es, pues, en verdad, Dios está en el lugar donde un corazón enamorado del todo Codiciable se deleita en el Señor.

Oh que todos los creyentes estuvieran tan ansiosos de retener el goce del divino amor, que advirtieran para que se fuera cualquier intruso, quienquiera que este fuera. Las doncellas de Jerusalén eran bienvenidas para que visitaran a la esposa en momentos oportunos, e incluso ella en otra ocasión les pidió que llevaran un mensaje a su Amado de su parte, y les dio una descripción de Sus encantos sobresalientes, pero cuando su Señor estaba con ella en el banquete, sólo les pedía que no se interpusieran entre ella y el brillo del sol de Su presencia.

Tampoco nos sorprende su temor celoso, pues hemos dado un sorbo de esas dulzuras que ella había probado, y preferiríamos perder todo lo demás, que perder el regalo del amor divino. Es un gozo que no puede ser imaginado por aquellos que no han participado nunca de él; es tal gozo que no puede ser igualado nunca incluso en el paraíso arriba, si en aquel lugar hubiera cualquier otro gozo diferente al que brota del amor divino. Entonces, que nadie nos prive de su disfrute permanente. Por las santidades del amor verdadero, que toda mente amistosa nos ayude a preservar la consagrada quietud tan esencial para la comunión con nuestro Señor.

Además, sobre la misma superficie de la figura yace la idea de una delicada sensibilidad. Los corzos y las ciervas del campo se alejan pronto, si ocurre cualquier cosa que los inquiete. En este respecto describen gráficamente la prontitud con la que el Amado se aleja cuando es vejado por el pecado. Por esta cualidad entre muchas, Él es como un corzo o como un cervatillo, que aunque "él viene saltando sobre los montes, brincando sobre los collados," también pronto se aleja y se va. Ah, entonces Su esposa deplora Su ausencia, diciendo: "Lo busqué, y no lo hallé; lo llamé, y no me respondió."

El Señor nuestro Dios es un Dios celoso. En proporción al fuego del amor es el calor de los celos, y por tanto, nuestro Señor Jesús no tolerará un afecto errático en aquellos grandemente amados a los que se manifiesta. Se necesita constante vigilancia para mantener una constante comunión. Por esto la esposa ruega e implora a los que se acercan a ella, que no hagan sombra a su Señor. Ellos podrían hacer esto inadvertidamente, y por esto, ella les previene; podrían hacerlo en un descuido insensible, y por esto, ella los "conjura". Quiere que hablen quedamente y que se muevan delicadamente, para que no le estorben. ¿Acaso no debíamos sentir una ansiedad semejante para que nada en nuestras familias, o en ninguna de nuestras relaciones o conexiones sea tolerado por nosotros como para que nos envuelva el mal, y entristezcamos a nuestro Señor? ¿No deberíamos vigilar especialmente cada pensamiento de nuestra mente, cada deseo de nuestro corazón, cada palabra de nuestra lengua y cada obra de nuestra mano, para que nada de esto le dé sombra, y quebrante nuestra embelesada relación?

Si queremos ser más favorecidos que otros, debemos estar más en guardia que los demás. El que se vuelve "un varón muy amado" debe guardar su corazón con una diligencia siete veces mayor, porque a todo aquel a quien se haya dado mucho, mucho se le demandará. Los reyes pueden soportar de sus súbditos comunes un comportamiento que no puede ser aceptable si viene de sus favoritos; eso que puede causar una ligera pena cuando proviene de un enemigo, heriría profundamente si viniera de un amigo. Por tanto, la esposa favorecida puede usar muy bien en su súplica el nombre del más tiernamente susceptible de los favoritos del amor, y suplicar "Por los corzos y por las ciervas del campo."

Querido amigo, ¿sabes lo que significa una relación con Jesús? Si es así, siempre que te encuentres disfrutándola, imita a la esposa. Sé celoso de ti mismo y de todo lo que te rodea, para que el Bienamado no sea vejado. Que tu meta sea el mantenimiento de una comunión que dure toda la vida. Recuerda cómo Enoc caminó con Dios durante siglos: nuestras vidas son un soplo comparadas con la suya, entonces ¿por qué no nos levantamos siempre desde el desierto apoyándonos en nuestro Amado? El Espíritu Santo tiene poder omnipotente. Pidamos y recibamos para que nuestro gozo sea cumplido.

Si no entienden este precioso secreto, que el Señor se los revele ahora. Primero deben recibir al Señor Jesús como su Salvador, pues de lo contrario no lo podrían conocer como su Esposo. La fe debe confiar en Él antes de que el amor pueda abrazarlo. Deben ser llevados adonde deben ser lavados, pues de lo contrario no pueden ser conducidos al banquete. Deseen con ansia al Redentor así como el ciervo brama por las corrientes de las aguas, y cuando hubieren bebido del agua de vida entonces serán como una cierva suelta: entonces, de igual manera, sus pies serán como las extremidades de las ciervas, y serán colocados en sus lugares altos. Cuando esto sea apropiado por ustedes por experiencia, entenderán el texto, y también musitarán la oración de otro versículo del mismo Libro de los Cantares: "Apresúrate, amado mío, y sé semejante al corzo, o al cervatillo, sobre las montañas de los aromas."


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